La
pequeña burguesía y la izquierda pupí.
Armando
Moreno Sandoval
Ohhh quien lo
creyera… el viejo Carlos Marx, padre del comunismo, que tanto agradó a la
pequeña burguesía está siendo canjeado por la filosofía postmoderna
donde las clases explotadas y olvidadas casi no tienen cabida.
Ver para creer,
dijo el ciego.
Cuánta razón tenía
Marx al desconfiar de la pequeña burguesía. Esa clase arribista de coctel,
caviar y de buen whisky que, habla de la revolución en los cafés y alrededor de
los manteles de los restaurantes cinco estrellas.
Si, así como se
lee, es la mismísima izquierda pupí, cool, light que incapaz de seguir
el proyecto revolucionario de los que dieron su vida en el monte —así
estuviesen equivocados— prefirió acomodarse al neoliberalismo y a la
repartición del billete que da el Estado.
Esta es la
explicación del por qué la pequeña burguesía junto a la izquierda pupí, light
prefirió acomodarse sin chistar palabra al proyecto de la Colombia Humana que
lidera la Izquierda Progre petrista en Colombia.
La izquierda pupi,
light, que tararea del Estado capitalista explotador, pero que viven de el,
y que aún no ha leído los Manuscritos de Economía y Filosofía (Alianza
Editorial, 1968) del viejo Marx, se sorprenderán que, como si fuera pitonisa,
alertó que no se debía de confiar en la pequeña burguesía. La razón es sencilla
de explicar: son traidores.
Si bien a Marx se
le fue la mano al meter en un mismo costal sectores diferentes al proletariado —lo
que él llamó el lumpen proletariado— un conocedor del marxismo, Antonio Gramsci,
daría cuenta de una diversidad social que no encajaba en el lumpen proletariado
y que él llamo culturas subalternas. Siiiiiii esas mismas que se resisten a que
el capitalismo cultural y económico las devore, las destruya…. y que prefieren
estar en la periferia que verse consumidas.
¡Pero quien lo
creyera! ¡Ohhhh Dios mioooo! Estas culturas subalternas que el capitalismo quiso
hacerlas desaparecer, ahora, la Izquierda Progre amangualada con la pequeña
burguesía y los movimientos políticos que han brotado como yerba mala a raíz
del ocaso de los Partidos Liberal y Conservador en Colombia, les hace el feo
por considerarlas jugadoras de tejo, incultas, sucias, mal habladas, oliendo a
feo y equivocadas. O sea, el pueblo raso.
Solo basta mirar
las redes sociales para constatar cómo esa pequeña burguesía que viven a
expensa del Estado se burla…
Esta Izquierda
Progre de salón de té ha señalado desde hace rato que lo suyo ya no es la lucha
de clases como lo pensara Marx. El clásico estudio de Ronald Inglehart, The
Silent Revolution (1977) da cuenta que después del mayo del 68 para la
izquierda lo suyo ya no es la clase obrera, los campesinos, ni los explotados
de cualquier cuño. Lo suyo ya es otra carreta más sensible y que pulula en este
siglo XXI: la libertad individual al extremo, la identidad de cualquier cosa y
los estilos de vida libre.
Si bien esta
carreta puede encajar para las sociedades europeas, en Latinoamérica la moda de
asumir lo individual al extremo como signo de una verdadera libertad choca con
una realidad bien distinta: la extrema desigualdad social.
Si leemos la
sociedad colombiana a la luz de los planteamientos de Inglehart, vemos que
quienes están en la Izquierda Progre alrededor del proyecto de la Colombia
Humana son sectores sociales de estratos que van del cuatro al seis. Son
profesionales con diversas titulaciones, artistas de lenguaje light,
intelectuales, trabajadores de la cultura, profesores universitarios sobre todo
de los programas de Humanidades y profesores de formación media. Son sectores
sociales que no producen, solo prestan servicios, pero cuyos salarios dependen
de los impuestos de los contribuyentes. Pequeña burguesía dada al whisky, al
caviar, al sofá de plumas de aves en extinción y al humo de un buen habano.
Retomando a
Inglehart, esta pequeña burguesía que representan los llamados valores auto-expresivos
de un individualismo al extremo es la que se identifica con el discurso del
populismo izquierdoso petrista.
Aunque la
izquierda llamada progresista ha sido incapaz de enchufarse con los 20 millones
de pobres, no obstante, le sigue hablando de salarios, de la lucha por la
tierra, explotación, expropiación, reparto de riquezas, etc. Es decir, un
lenguaje que recuerda a la vieja izquierda de la década del 60 del siglo XX. El
lio es que no se ha dado cuenta que la sociedad cambió y que estos sectores
sociales por estar atrapados en la pobreza andan en otro cuento.
Si la clase
obrera, los desposeídos, los desarraigados, el populacho, la guacherna ya no
miran a la izquierda es porque esta hace rato les dio la espalda. Se olvidó de
ellos. Ahora estos sectores son atraídos por otros movimientos como la Liga
de Gobernantes Anticorrupción de Rodolfo Hernández.
Este desencanto es
lo que explica por qué el candidato Rodolfo Hernández, de 78 años, contra todo
pronóstico, con un lenguaje claro y conciso, logró enchufarse con los sectores
populares que le hace el feo el petrismo.
El petrismo y la
Izquierda Progre aún no ha entendido que el candidato Rodolfo Hernández es lo
que se llama un outsider, y no el fascista y dictador que quieren
colgarle la pequeña burguesía para confundir a la gente. Sobre todo los jóvenes,
que despistados con las teorías de las filosofías postmodernas, son
usados y tirados a la caneca de la basura como estropajos viejos.
Mientras Gustavo
Petro acompaña los ademanes de las manos con frases largas, elaboradas y
adornadas, es decir, con excesiva floritura, es un lenguaje que nada tiene que
ver con las groserías que utilizan los sectores populares para comunicarse. En cambio,
el lenguaje tosco, chabacano, grosero y patán de Rodolfo Hernández le llega
directo a la gente. Habla con el mismo lenguaje que caracteriza a los 20
millones de pobres. Y es el mismo lenguaje que utilizan la juventud cuando se
dirigen a sus amigos y amigas de “gonorrea”, “marica”, “malparido”, “malparida”,
“meka”
Mientras Gustavo
Petro tiene las características de un pequeño burgués arribista y que de por sí
irrita a los sectores sociales populares, el viejito Rodolfo Hernández cada vez
se parece más ellos. Por eso le votan. Porque lo ven como a uno de ellos.
Mientras los fans
de Gustavo Petro son “políticamente correctos”, aburridos, fanáticos, antipáticos,
ciegos, sordos y carentes de humor; quienes se suman a Rodolfo Hernández lo
hacen porque se sienten identificados con él a través de lo que él expresa. La
manera como él comunica.
Mientras al
petrismo se le suma el establecimiento por el odio al Uribismo en aras de un
proyecto de destrucción de la Democracia Liberal y el Estado de Derecho, al
viejito le llegan a cambio de nada.
Pero la diferencia
más tenaz es quién le habla al oído a los candidatos.
Mientras a Gustavo
Petro le habla Alfonso Prada, un individuo del establecimiento burgués que toda
la vida ha chupado de los impuestos del Estado y que ha jodido al pueblo vía impuestos;
al viejito Rodolfo Hernández lo acompaña William Ospina. Un intelectual de
izquierda, sano, sencillo, y para más envidia del petrismo, hijo de campesinos
de una vereda del corregimiento de Padua, municipio de Herveo (Tolima).
Esta es la
encrucijada en que esta la Izquierda Progre.