Armando Moreno Sandoval
La gran escritora francesa Margareth Yourcenar en una entrevista que dio
unos pocos años antes de morir y que leí hace años, al preguntarle el
periodista qué era la soledad, respondió ya cansada por el peso de los años,
que esta se sentía cuando los amigos comenzaban a morirse.
Horacio Serpa y Ramiro Halima |
En mi adolescencia y juventud, aún siendo colegial, quienes éramos militantes
de la Juventud Comunista fuimos, cosa curiosa, la única oposición que tenía Halima.
Sea dicho, él barría en las elecciones. Y don Carlitos, como le decíamos al
veterano Carlos Vera, el eterno concejal del Partido Comunista, lo único que
podía hacer era observar cómo gobernaba.
Independiente de quienes tienen una lectura de él diferente a la mía,
pienso que Halima significó un cambio en la política mariquiteña. Equivocado o
no, de la mano de Alberto Santofimio Botero, dominó la política de Mariquita y
del norte del Tolima.
A nivel local se dio el lujo, recién graduado como abogado, de liquidar a
una vieja guardia política que la Mariquita del segundo lustro de los años 70
del siglo XX se les conocía como el “notablato”. Eran unos ancianos que lo
único que hacían era ponerle palos a las ruedas para que Mariquita permaneciera
en el ostracismo.
El ocaso de la política de Halima llegó con la Constituyente de 1991. Habiendo
sido electo como representante a la Cámara, la Constituyente les revocaría el mandato
a los recién electos congresistas, reelección que luego le sería negada a
algunos en las próximas elecciones para el Congreso. Porque, a decir verdad, la
vieja política con sus mañas y todo regresaría de nuevo al Congreso para estrenar
Constitución.
El golpe definitivo le vendría a Halima con la elección popular de
alcaldes. Yo que fui comunista carnetizado, y no me da pena decirlo, ya alejado
de la militancia Comunista y de los coqueteos ideológicos con la izquierda, alguna
vez bebiendo whisky con él, me dijo que el mayor error de su vida había sido haber
hecho alcalde a su hermano Said.
Los rayos del sol le caerían con todo sobre sus espaldas en las
elecciones siguientes. Cuando toda su militancia y adeptos le decían que no le
apostara como candidato a la alcaldía al, en ese entonces, joven Arnulfo Roa,
él en su terquedad, y sin calcular el error político, decide hacer oídos
sordos. Es cuando sus mismos amigos que le habían votado y aplaudido su gestión
se le abren con un candidato alterno, el ya poco recordado William Rubio. Y ahí
fue Troya. Su candidato era derrotado. Era el comienzo del fin del Halimismo. Ya
que en unas elecciones posteriores siendo él mismo candidato a la alcaldía
sería derrotado en las urnas por el mismísimo William Rubio.
Después de esa derrota jugaría al ajedrez político. De la mano de la
casa política de los Jaramillo llega al Senado, logrando así su pensión que le
daría para vivir holgadamente hasta el fin de sus días.
Aunque militó en el Partido Liberal, tuvo su propio movimiento, el
famoso Comando Popular. Quitando y poniendo alcaldes, y bajo sus directrices,
impulsó la apertura de callejones que unirían las veredas entre sí. Con ese
ahínco que tuvo para abrir callejones, así tuvo la dicha de abrir escuelas.
Llevó la educación al campo. A cada vereda le erigió una escuela. Un gesto de
quienes creen en la educación como una forma de salir del atraso. Pero la
educación no sólo echó raíces en el campo. En el casco urbano, cuando la
educación era eminentemente diurna, da la orden de fundar el colegio nocturno Isaías
Diaz, la escuela Elías Cajeli Blecker y el Colegio agropecuario Tierra Libre.
También le da por los murales alegóricos a la expedición Botánica y que pueden aun
apreciarse en la Alcaldía Municipal.
Impulsa las artes con un salón anual que fue liderado por el difunto
Pablo Valdez. Único en el norte del Tolima y que, sin el mecenazgo de Halima,
iría desapareciendo poco a poco hasta morir.
Con Halima los mariquiteños de aquella época conocieron el asfalto y el alcantarillado a cambio de los
pozos sépticos.
Aunque no hay evidencia escrita de un acta que señale que la fecha de
fundación de Mariquita sea un 28 de agosto de 1551, Halima y sus amigos de ese
entonces, con Manuel Aldana como su primer alcalde a la cabeza, decidieron que esa era la fecha. A él se le debe que cada 28 de agosto
Mariquita esté de cumpleaños.
La efeméride de la fundación de Mariquita fue lo mejor del Halimismo. La fecha en sí es
un embuste. Quien escribe este obituario tuvo el placer de consultar la obra
original de fray Pedro Simón, el cronista del siglo XVII. En la parte que hace referencia a Mariquita la fecha
original está tachada, y quién lo hizo escribió al lado: 28 de agosto. La
caligrafía es diferente a la de fray Pedro Simón. La duda que dejó es más que
inmensa, pues no se sabe quién de los dos tiene la verdad. Si fray Pedro Simón
o el chistoso que borró la fecha original.
Mariquita tampoco tenía bandera. Dando la orden de crear una bandera,
sus amigos le echaron mano al pasado y a la imaginación. Mi viejo amigo que ya murió, y que estuvo en esa borrachera,
contaba que todo sucedió en un bar de
mala muerte. Ya borrachos y con putas acaballadas sobre las rodillas, balbucearon
con aguardiente en mano cuáles serían los colores de la bandera.
Uno de ellos dijo: un color imprescindible sería el amarillo porque
recordaría el pasado de Mariquita atravesado por minas de oro. Otro, mientras
le daba besos a una puta negra de cabellera desparpajada y diente de oro, mencionó
con la furia de un borracho pasado de tragos, que para recordar lo que había
hecho José Celestino Mutis en Mariquita que mejor que el color verde. Un
cojineto que se había sumado de último y de lambón a la borrachera, desde el
orinal haciendo a un lado la cortina, dijo: Mariquita tierra de paz y que mejor
que el color blanco. Contaba mi amigo, incluyéndose él, que todos gritaron
vivas alzando la copa. Así nació la bandera que engalana a Mariquita.
Claro está que no todo fue color de rosa. Su coqueteo con la izquierda ajena al Partido Comunista lo llevo por la Cuba de Fidel Castro. De allá trajo un proyecto que le valió criticas hasta de sus adeptos más radicales. El populacho no le perdonaba que le hubiera abierto un boquete a la plaza principal. En vez de la biblioteca que había soñado era un subterráneo convertido en guarida de ratas que, con el tiempo, se convertiría en un elefante blanco que albergaba un criadero de zancudos y botadero de basuras, amén de la caca y los meados de los borrachos.
Aunque gobernó con mano firme, no quiere decir que el poder no se le
saliera de vez en cuando de las manos. Sus empleados, todos nombrados por él,
fueron a veces diana de la política que con
sus actuaciones contribuyeron al desgaste político. Recuerdo la vez, porque lo
vi con mis propios ojos, en un cumpleaños de Mariquita, la alcaldía se había
convertido en un lupanar de dedo parado. El escritorio del alcalde a falta de
cama sirvió para retozar de sexo desenfrenado en medio de la borrachera.
Lo que sí generó cantaleta hasta decir no más, fueron la venta de los
ejidos. Mariquita como ningún pueblo en Colombia gozó de grandes extensiones de
tierra conocidas como ejidos. Esa figura heredada de la colonia española era un
regalo del Rey para con sus súbditos. Su fin era que quien no tenía “sangre
azul” usufructuara y gozara esas tierras.
El eminente historiador Jaime Jaramillo Uribe formuló la tesis que
Colombia a pesar de la revolución de 1810 no había abrazado la República, sino
que lo que llamaban Estado era un remedo que seguía atado a las formas
heredadas de la Colonia española. Sería a mediados del siglo XIX siendo
Florentino González, secretario de Hacienda, que, al introducir el libre comercio
y la libertad de empresa, Colombia comenzaría a modernizar su economía, sus
leyes, pero, sobre todo, a cambiar la mentalidad atada a la tierra y a la
sumisión. Ya que el introducirse el libre mercado, la economía necesitaría mano
de obra, y que mejor que acabar con los ejidos, los resguardos y con la
esclavitud. El capitalismo no necesitaba siervos, ni esclavos. Necesitaba hombres libres que
vendieran libremente su fuerza de trabajo al mejor postor.
Los ejidos sobrevivieron en Mariquita hasta el “reinado de Halima”. La
pregunta es por qué. El poeta Rafael Pombo a finales del siglo XIX se refirió a
Mariquita como una miserable aldea. La carta fue publicada en la primera
edición de Julia, la novela Mariquiteña escrita por Juan Esteban Caicedo Q. Lo
dicho por el poeta Pombo coincide con los registros demográficos. Mariquita aparte
de no tener población, solo era escombros y malezas por doquier. Y uno que otro
cotudo deambulado por la plaza. Por tanto, no tenía cómo expulsar mano de obra. El campesino y el negro ofreciendo su mano de obra solo llegaría con la construcción del ferrocarril y del cable aéreo a comienzos del siglo XX.
Cierto es que los ejidos fueron vendidos. Dicen que con ese dinero los
mariquiteños conocieron el alcantarillado.
El lunar más negro y que nunca le perdonaron en vida fue la ausencia de
un acueducto moderno y eficiente. Tan así que el agua que salía por el tubo
para llenar las albercas recibió, por su color turbio, el nombre de “Agua sabor
Halima”.
A los habitantes de Mariquita toca recordarles que, así como tuvo
ejidos, también tuvo su propia empresa de telefonía. Fue vendida al monopolio estatal
Telecom.
Es una lástima que Halima no haya dejado nada escrito. Le rogué como
tres veces de que dejara por escrito sus memorias. No tenía por qué redactarlas él mismo. Le insinué que lo haría a su nombre. Solo tenía que mover la
lengua y los labios. Su negativa radical me llevo a no volverle a insistirle
nunca más. De lo que si estoy seguro fue que se llevó un universo de secretos a
su tumba.
Por ahora podemos decir, sin riesgos a equivocarnos, que el único “gamonal”
que ha conocido Mariquita tiene el nombre de Ramiro Halima Peña. Y lo fue en
una época donde la política se movía con un dedo.
Descanse en paz.