Armando Moreno Sandoval
Si
te interesa qué está pasando en el mundo y en Colombia con la política y la
democracia, lo mejor será leer el libro Cómo mueren las democracias,
de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de
Harvard.
Aunque
el hilo que amarra todos los capítulos es la democracia estadounidense, los
autores la toman como referente para que el lector entienda como en ese país en
este siglo XXI la democracia y la filosofía liberal está siendo apuñalada por
la espalda.
Sorprende,
a mi entender, cómo termina uno desengañándose de una verdad que nos han
vendido e imponiendo desde hace décadas de que la democracia estadounidense ha
sido la más estable y perfecta, independiente de que sea la más longeva en el mundo y que una gran mayoría de
países la hayan tomado como referente.
Es
sino pasar las páginas para quedar uno estupefacto de cómo la democracia
estadounidense ha sido desde sus orígenes vilipendiada por autócratas, populistas y charlatanes de la política y la
democracia. Un ejemplo reciente fue Donald Trump que con sus delirios menospreció
las reglas de juego del Estado de Derecho. Sujetos como este aparecen en la
escena política para patear la democracia y sus instituciones. Y lo que es peor
alterar los pesos y los contrapesos con que cuenta la democracia para
protegerse de quienes quieren convertirse en tiranos, dictadores o autócratas.
Lo
que más causa rasquiña es que estos tiranos, dictadores y autócratas todos son iguales, así sean de derecha o
izquierda. Desde que existe la democracia siempre han estado ahí, llegan y se
van. Lo preocupante es que sean los
sectores educados y con cierta posición social los que mejor quedan encantados
y atrapados con estos cantos de sirena.
En
el libro los autores analizan cómo líderes disfrazados de ovejas llegan al
poder por medios democráticos y luego socavan las instituciones y las normas
que sustentan la democracia para convertirse en tiranos, autócratas. A través
de ejemplos históricos y actuales, desde Nicaragua y Venezuela hasta Turquía y
Hungría, los autores muestran los patrones comunes que siguen estos líderes
para erosionar la democracia y consolidar su poder. También proponen una serie
de indicadores para identificar a los posibles autócratas antes de que sea
demasiado tarde, así como estrategias para defender la democracia de sus
amenazas.
Aunque
a Colombia la cita dos veces, el ejemplo que nos trae es el de Álvaro Uribe
Vélez, cuando en la segunda presidencia quiso cambiar la constitución para eternizarse
en el poder. Utilizó todas las marrullas como el de comprar congresistas, no
obstante, gracias a los pesos y los
contrapesos que hemos aludido, y a pesar de que la reelección la habían aprobado
en el Congreso, la Corte Constitucional como guardiana del Estado de Derecho declaraba
inconstitucional la reelección que aspiraba el señor Uribe. Este es un caso de
populismo de derecha.
Ahora
estamos ante un populismo de izquierda en el nombre de Gustavo Petro como
presidente. Aunque Colombia tiene
instituciones fuertes, lo que los
autores demuestran es que estas sucumben
ante el populismo y el apoyo incondicional de la gente para destruir las
instituciones.
Valga
decir que el libro es una obra rigurosa y bien documentada, pero también
accesible y amena. Los autores combinan el análisis político con el relato de
casos concretos, lo que hace que sea ilustrativo y didáctico.
Además,
el libro tiene una relevancia especial en el contexto actual, donde la
democracia se enfrenta a desafíos globales y locales, y donde el surgimiento de
líderes populistas y nacionalistas pone en riesgo los valores y las
instituciones democráticas. El libro nos invita a reflexionar sobre la
importancia de preservar la democracia, así como sobre el papel que tenemos
como ciudadanos y como actores políticos para hacerlo.
Cómo mueren las democracias es un
libro imprescindible para entender los procesos políticos que vivimos hoy en
día, y para prevenir los riesgos que acechan a la democracia.
A
lo largo del libro, y de una manera muy sutil, nos recalca la diferencia entre la
democracia y el autoritarismo como dos formas de gobierno que son opuestos.
Mientras
la democracia se basa en la participación ciudadana, la transparencia
gubernamental y la protección de los derechos humanos, el autoritarismo limita
o suprime estos elementos en favor de la concentración de poder en manos de una
sola persona o un grupo pequeño.
Mientras
la democracia reconoce la legitimidad de los adversarios políticos, respeta las
reglas del juego democrático y limita el uso del poder para no abusar de él, el
autoritarismo rechaza o reprime a los opositores, viola las normas
constitucionales y ejerce un poder arbitrario y opresivo.
Mientras
la democracia permite la libertad de expresión, de asociación, de credo y de
elección, el autoritarismo controla o censura la información, la educación, la
cultura y la religión, e impone una ideología o una visión única.
Mientras
la democracia se basa en el principio de la soberanía popular, es decir, que el
pueblo es el que elige a sus representantes y los controla, lo que se ha dado
en llamar democracia representativa, el autoritarismo se basa en el principio
de la soberanía estatal, es decir, que el Estado es el que decide por el pueblo
y lo somete.
Estas
diferencias entre la democracia y el autoritarismo es solo un abrebocas, pero
hay muchas más y solo podrá encontrarlas si se atreve a cuestionar los
populismos sean de derecha o de izquierda. Dos conceptos que están en desuso
pero que aún funcionan para atrapar incautos con el fin de que desprecien y
destrocen la democracia.