Armando Moreno Sandoval
En este siglo XXI, la llamada Generación Ni-ni (los que ni estudian, ni trabajan) poco le importa los diagnósticos de los gurús que dicen entender la economía, la política, la sociedad. La realidad les dice otra cosa. Tampoco creen en quienes dicen ser portadores de la verdad.Este escepticismo de las nuevas generaciones es
comprensible. Con la ausencia de un discurso a la vieja manera de los
movimientos que sacudieron el mundo durante el siglo XX, llámense fascismos,
nazismos o comunismos, la Generación Ni-ni ha entendido que lo que existe
en este mundo perverso son unos acomodados que poco les importa la suerte de su
generación.
Algunos trinos de la Generación Ni-ni que se
mueven por las redes sociales acusa a las generaciones del siglo XX ser las
causantes de todas sus desgracias. Es solo un botón de muestra de que estas
generaciones no están muy conformes con los progenitores que los parieron.
Mientras la izquierda con sus ideas trasnochadas heredadas
del siglo XX cree en su ingenuidad entender a la Generación Ni-ni, la
derecha reparte caramelos creyéndose el cuento que los tienen ganados para su
causa. Que no se confundan. Esta generación es libertaria en la mejor versión de
los anarquistas del siglo XIX.
Que unos pocos confundidos sigan creyendo en los
cuentos que les echa la izquierda y la derecha para ganárselos, lo cierto es
que la Generación Ni-ni tiene muy en claro que todas las narrativas heredadas del siglo
XX como son la cultura del mérito, la mantra de que todo el mundo puede
triunfar si lo intenta, el rollo de quienes tienen éxito son los que logran un título
universitario, o aquel otro de que la movilidad individual se puede lograr a
través de la Educación Superior, son eslóganes que no dejan de ser embustes.
La Generación Ni-ni ha entendido que la
retórica del ascenso, como actualmente la siguen pregonando la izquierda y la
derecha (la mejor versión es la matricula cero) son trampas para que una
minoría en el poder siga acomodada, mientras que la gran mayoría (hombres y
mujeres) siguen en el asfalto.
Increíble que quienes pregonan la política progresista
no se hayan dado cuenta del resentimiento social que han venido generando. La
desigualdad social y el atasco de la movilidad social que se traga a Colombia y
al mundo no son un pajazo mental. De qué sirve un título universitario si el
trabajo a destajo impide tener una vida digna o tener que llegar a la vejez con
desesperanza.
Lo que se ha enquistado es una cultura del matoneo y manoteo
entre quienes han triunfado a través del Estado asaltándolo, apropiándoselo o
beneficiándose de el. La jactancia es tal que ven a todos los demás como
perdedores, como miserables. Estas minorías están convencidas que si llegaron “arriba”
es por el esfuerzo de ellos mismos y que los demás si son pobres es porque se
lo merecen.
¿Pero qué ha hecho la juventud del siglo XXI para
merecer esta suerte?
Todo arranca con la globalización neoliberal que en
Colombia llega a través de la Constituyente que parió la Constitución del 91, y
con los gurús que echaron el cuento que el libre mercado y un Estado que se hiciera
el de la vista gorda ante las necesidades de la gente lo resolvería todo. Cierto
es, que el efecto generado fue todo lo contrario: engrosar las desigualdades
sociales, la pobreza, el desempleo y el hambre.
A cambio del desmonte del Estado de Bienestar los
gurús de la globalización neoliberal optarían por adoptar los discursos “de las
minorías” que habían surgido en las universidades anglosajonas y aceptadas
en los ambientes académicos y en el mundillo de la política del Tercer Mundo. El
reconocimiento “del otro”, como pomposamente lo dicen los intelectuales
y profesores de las universidades, sería aceptado y decretado por ley. Un
ejemplo es la Constitución del 91 que inscribe al pueblo colombiano como pluriétnico,
multirracial y otros tantos pluri y multi.
Entre tanto la metáfora que los ricos tenían que ser
más ricos, porque al tener los bolsillos rebosantes de dinero podían caerle
migajas a los más necesitados y así sacarlos de la pobreza, fue un embuste que
se tragó la derecha y la izquierda.
Ante este desmadre la respuesta fue el surgimiento del
populismo autoritario de derecha e izquierda y por esa vía una puñalada trapera
a las democracias liberales que, por ahora, la tiene en cuidados intensivos. Cómo
explicarlo.
El reciente libro la Tiranía del mérito
de Michael J. Sandel da algunas luces para entenderlo. Aunque el libro no es
una receta para Latinoamérica, si deja entrever que los sectores populares al
dejar de creer en los partidos y movimientos políticos tradicionales, o, al
comprender que lo que le ofrecían eran solo promesas y embustes, optaron por
abrazar las ideas de quienes vendían el cielo y la tierra. Poco les importa que
sea otro engaño más.
Sugiere que, si los populistas están triunfando sin
tanto bombo y retóricas, es porque están entendiendo mejor el momento actual. Incluso usan un lenguaje diferente, a
diferencia de la derecha e izquierda que, por lo desgastado, ya no convencen. Y
lo que parece más interesante, están explotando mejor los resentimientos que ha
dejado la retórica del ascenso, del sacrificio, ¡del mérito!
Es más, otra cualidad de las tantas que tienen los
populistas es que, sin ningún empacho, se ven así mismo como los Mesías que pueden
salvar a la humanidad de la hecatombe.