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sábado, octubre 22, 2022

Izquierda glamurosa

Armando Moreno Sandoval

A muchos les disgusta la postverdad, sobre todo a los intelectuales glamurosos que aun insisten en llamarse de izquierda. A mí personalmente me encanta, si es para resignificar los hechos y descubrir otras verdades.

Antes que anochezca (Tusquet Editores) la autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas desvela otras verdades. Terminar sus 343 páginas implica correr el velo de la falsedad que, por más de medio siglo, se empeñaron en vendernos quienes aplaudían la revolución cubana sin tomar distancia de ella.

Algún esbirro de izquierda podría decir que la autobiografía de Reinaldo Arenas es una sartalada de mentiras. Tienen todo el derecho de pensarlo así. Pero lo que no pueden negar esos esbirros es que, si fueran falsedades, no existiría esas otras voces que siguen denunciando las atrocidades que llevo a cabo el castrismo y su revolución cubana.

Una de esas voces fue la del poeta y jesuita nicaragüense Ernesto Cardenal. Su libro En Cuba (Círculo de Lectores) escrito a raíz de una visita a comienzos de la década del 70 es una loa a la revolución cubana, no obstante, en el deja ver en lo que se convertiría ese sueño revolucionario décadas después: prisión para quienes pensaran diferente a la doctrina comunista, ausencia de libertad, persecución a homosexuales y lo más asquiento, cómo la niñez era raptada de sus familias para adoctrinarlos en la fe de la nueva sociedad. Del poeta Cardenal nadie puede chistar ni mu. Ayudó como militante del Frente Sandinista de Liberación a derribar la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua. Otra cosa es que esa revolución que ayudó a gestar hubiese terminado, como tantas otras revoluciones de derecha o izquierdistas, en otra tiranía.

Como lo han dicho miles de voces a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y de lo que va del siglo XXI, lo cierto es, que la revolución cubana generó varios bandos. Uno de ellos es el que aplaude ciegamente los horrores de la revolución. De ese bando es que da testimonio el escritor Reinaldo Arenas. Pues en sus páginas da cuenta cómo esos intelectuales que vivían bajo la libertad en el capitalismo se hacían los de la vista gorda ante los horrores que se cometían a nombre de la revolución.

Por mis mejillas corrieron lagrimas al enterarme que esos escritores de meñique levantado cuando toman güisqui y que en mi juventud leí con devoción fueron incapaces de ser críticos con la revolución. Ahí están Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Ángel Rama, Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Gabriel García Márquez, etc, etc. De este último dijo algo que genera miedo. Relató que en 1980 cuando se dio el desembarco de Mariel muchos cubanos que querían salir huyendo de Cuba a través del exilio fueron fusilados. García Márquez junto a Fidel Castro que presenció esos fusilamientos en vez de denunciarlos aplaudió ciegamente.

Lo que deja entrever también Reinaldo Arenas es ese comportamiento hipócrita del intelectual de izquierda y que hoy día se sigue reproduciendo como esa mala hierba que apesta: vivir en el capitalismo a sus anchas, pero haciéndole coquitos a la rebeldía social. ¿A qué viene esta reflexión? Pues el capitalismo que se nutre del mercado necesita de ese intelectual tibio, blandengue, de doble moral. Ya que ese comportamiento los hace super in. Para usar el lenguaje del siglo XXI los hace, según ellos, políticamente correctos.

Es lo que explica por qué la industria editorial capitalista apostó por esos escritores, ya que, al ser un escritor rebelde, que critica al capitalismo, que vive de él, pero que posa de comprometido con la causa revolucionaria, lo convierte en un postre de consumo para las ventas. Y detrás de esa farsa dantesca están los premios de literatura que se premian en el mundo capitalista y socialista. Por supuestos que los Nobel de literatura también, pues hacen parte de ese juego macabro.


Y fue exactamente lo que le pasó a Reinaldo Arenas. Primero bajo la dictadura de Fulgencio Batista y luego a partir de 1960 con el triunfo de la revolución hasta marzo de 1980 que huye aprovechando el desembarco de Mariel. Mientras vivió en Cuba bajo la persecución del régimen fue un escritor elogiado por la crítica literaria de Europa y Estados Unidos. Sus obras fueron traducidas a varios idiomas y, para colmo de males, sus novelas eran objeto de estudio en los Departamentos de Literatura en las universidades de elite gringas.

Pero la desgracia le llegó cuando puso el pie en el suelo capitalista. Al denunciar las atrocidades del régimen cubano, la izquierda intelectual glamurosa de caviar, güisqui, dólares y sofá le hicieron el feo, el quite. A medida que fue criticando al régimen castrista sus libros dejaron de ser objeto de estudio. El uruguayo Ángel Rama que vivió de gorra de los derechos de autor por la venta de libros del escritor Arenas, y que nunca le dio un dólar, dijo de él, que iba rumbo al ostracismo. Decía en el artículo que había sido un error haber abandonado a Cuba. Por supuesto, Rama vivía bajo la libertad que da el capitalismo.

A esta izquierda glamurosa le incomodaba que Arenas denunciara el autoritarismo castrista. Les causaba ronchas y malestar estomacal. Así descubrió que la tal izquierda era un pastiche, una imitación, una farsa. En fin, que eran unos impostores, algo así como es hoy en día la izquierda latinoamericana light y pupi de este siglo XXI.

Desde abril de 1980 que huye de Cuba hasta su muerte en New York en diciembre de 1990 descubrió en las entrañas del imperialismo gringo una fauna que en Cuba le era desconocida: los comunistas de lujo. Se refería a esos tíos pequeñoburgueses que llevan la revolución en el corazón, pero el capitalismo en el bolsillo. Esos mismos esbirros que para quedar bien en los cocteles usan un lenguaje que se hamaca entre la crítica al régimen y el aplauso a la revolución.

Los intelectuales glamurosos están en todo su derecho de hacerle loa a la revolución. Pero de lo que si estoy seguro es que no podrán negar que son genuflexos ante el poder. Cualquier poder, como lo dice Reinaldo Arenas, es reaccionario. No denunciar las sombras del poder es optar por el amaestramiento ideológico. Es optar por el bozal de la ideología que no permite mirar a los lados.

De los escritores e intelectuales que se quedaron viviendo a la sombra de la revolución dijo que se habían prestado para todo tipo de intrigas y componendas. Todo eso con el fin de aniquilar intelectual y físicamente a todo aquel que disintiera del régimen. Ahí en las páginas de su autobiografía los señalan como sayones al servicio del poder. Entre los más conocidos figuran Cintio Vitier, Nicolás Guillen, Fernández Retamar, Alejo Carpentier, etc, etc., y otros seres de mentalidad deforme que pasaron desapercibidos para el consumo capitalista.

Que no se equivoquen quienes piensan que el escritor Reinaldo Arenas fue un oportunista, un chisgarabís. Como Fidel Castro también echó tiros para obligar a huir de Cuba al dictador Fulgencio Batista. Dijo que no había habido ninguna revolución como le hicieron creer al mundo entero. Como dirían los postmodernos esta fue una construcción, un invento.

Maltratado por la izquierda capitalista e imperialista gringa pudo intuir sabiamente la diferencia entre el comunismo y el capitalismo. De esos sistemas, señaló: “…aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar…”.

Antes de terminar la declaración, y a sabiendas que causaría ronchas entre la izquierda glamurosa, dijo:

“… yo vine aquí a gritar”.

Siempre con la dignidad en alto no dejó de criticar la doble moral que caracteriza la izquierda que vive bajo la libertad del capitalismo. Acorralado por una enfermedad terminal que no lo dejaba en paz decidió suicidarse poniéndole así punto final a su vida.