Armando Moreno Sandoval
A muchos les disgusta la postverdad, sobre todo a los intelectuales glamurosos que aun insisten en llamarse de izquierda. A mí personalmente me encanta, si es para resignificar los hechos y descubrir otras verdades.
Antes que anochezca (Tusquet Editores) la autobiografía del escritor cubano Reinaldo Arenas desvela otras verdades. Terminar sus 343 páginas implica correr el velo de la falsedad que, por más de medio siglo, se empeñaron en vendernos quienes aplaudían la revolución cubana sin tomar distancia de ella.
Algún esbirro de izquierda podría decir que la
autobiografía de Reinaldo Arenas es una sartalada de mentiras. Tienen todo el
derecho de pensarlo así. Pero lo que no pueden negar esos esbirros es que, si fueran
falsedades, no existiría esas otras voces que siguen denunciando las
atrocidades que llevo a cabo el castrismo y su revolución cubana.
Una de esas voces fue la del poeta y jesuita nicaragüense
Ernesto Cardenal. Su libro En Cuba (Círculo de Lectores) escrito a raíz de una visita a
comienzos de la década del 70 es una loa a la revolución cubana, no obstante,
en el deja ver en lo que se convertiría ese sueño revolucionario décadas después:
prisión para quienes pensaran diferente a la doctrina comunista, ausencia de
libertad, persecución a homosexuales y lo más asquiento, cómo la niñez era
raptada de sus familias para adoctrinarlos en la fe de la nueva sociedad. Del poeta
Cardenal nadie puede chistar ni mu. Ayudó como militante del Frente Sandinista
de Liberación a derribar la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua. Otra
cosa es que esa revolución que ayudó a gestar hubiese terminado, como tantas
otras revoluciones de derecha o izquierdistas, en otra tiranía.
Como lo han dicho miles de voces a lo largo de
la segunda mitad del siglo XX, y de lo que va del siglo XXI, lo cierto es, que
la revolución cubana generó varios bandos. Uno de ellos es el que aplaude ciegamente
los horrores de la revolución. De ese bando es que da testimonio el escritor
Reinaldo Arenas. Pues en sus páginas da cuenta cómo esos intelectuales que
vivían bajo la libertad en el capitalismo se hacían los de la vista gorda ante los
horrores que se cometían a nombre de la revolución.
Por mis mejillas corrieron lagrimas al enterarme que esos escritores de meñique levantado cuando toman güisqui y que en mi juventud leí con devoción fueron incapaces de ser críticos con la revolución. Ahí están Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Ángel Rama, Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Gabriel García Márquez, etc, etc. De este último dijo algo que genera miedo. Relató que en 1980 cuando se dio el desembarco de Mariel muchos cubanos que querían salir huyendo de Cuba a través del exilio fueron fusilados. García Márquez junto a Fidel Castro que presenció esos fusilamientos en vez de denunciarlos aplaudió ciegamente.
Lo que deja entrever también Reinaldo Arenas es
ese comportamiento hipócrita del intelectual de izquierda y que hoy día se
sigue reproduciendo como esa mala hierba que apesta: vivir en el capitalismo a
sus anchas, pero haciéndole coquitos a la rebeldía social. ¿A qué viene esta
reflexión? Pues el capitalismo que se nutre del mercado necesita de ese intelectual
tibio, blandengue, de doble moral. Ya que ese comportamiento los hace super
in. Para usar el lenguaje del siglo XXI los hace, según ellos, políticamente
correctos.
Es lo que explica por qué la industria
editorial capitalista apostó por esos escritores, ya que, al ser un escritor
rebelde, que critica al capitalismo, que vive de él, pero que posa de
comprometido con la causa revolucionaria, lo convierte en un postre de consumo
para las ventas. Y detrás de esa farsa dantesca están los premios de literatura
que se premian en el mundo capitalista y socialista. Por supuestos que los Nobel
de literatura también, pues hacen parte de ese juego macabro.
Pero la desgracia le llegó cuando puso el pie en
el suelo capitalista. Al denunciar las atrocidades del régimen cubano, la
izquierda intelectual glamurosa de caviar, güisqui, dólares y sofá le
hicieron el feo, el quite. A medida que fue criticando al régimen castrista sus
libros dejaron de ser objeto de estudio. El uruguayo Ángel Rama que vivió de
gorra de los derechos de autor por la venta de libros del escritor Arenas, y
que nunca le dio un dólar, dijo de él, que iba rumbo al ostracismo. Decía en el
artículo que había sido un error haber abandonado a Cuba. Por supuesto, Rama
vivía bajo la libertad que da el capitalismo.
A esta izquierda glamurosa le incomodaba que Arenas denunciara el autoritarismo castrista. Les causaba
ronchas y malestar estomacal. Así descubrió que la tal izquierda era un
pastiche, una imitación, una farsa. En fin, que eran unos impostores, algo así
como es hoy en día la izquierda latinoamericana light y pupi de
este siglo XXI.
Desde abril de 1980 que huye de Cuba hasta su
muerte en New York en diciembre de 1990 descubrió en las entrañas del
imperialismo gringo una fauna que en Cuba le era desconocida: los comunistas de
lujo. Se refería a esos tíos pequeñoburgueses que llevan la revolución en el corazón,
pero el capitalismo en el bolsillo. Esos mismos esbirros que para quedar bien
en los cocteles usan un lenguaje que se hamaca entre la crítica al régimen y el
aplauso a la revolución.
Los intelectuales glamurosos están en
todo su derecho de hacerle loa a la revolución. Pero de lo que si estoy seguro
es que no podrán negar que son genuflexos ante el poder. Cualquier poder, como
lo dice Reinaldo Arenas, es reaccionario. No denunciar las sombras del poder es
optar por el amaestramiento ideológico. Es optar por el bozal de la ideología
que no permite mirar a los lados.
De los escritores e intelectuales que se
quedaron viviendo a la sombra de la revolución dijo que se habían prestado para
todo tipo de intrigas y componendas. Todo eso con el fin de aniquilar intelectual
y físicamente a todo aquel que disintiera del régimen. Ahí en las páginas de su
autobiografía los señalan como sayones al servicio del poder. Entre los más
conocidos figuran Cintio Vitier, Nicolás Guillen, Fernández Retamar, Alejo
Carpentier, etc, etc., y otros seres de mentalidad deforme que pasaron
desapercibidos para el consumo capitalista.
Que no se equivoquen quienes piensan que el
escritor Reinaldo Arenas fue un oportunista, un chisgarabís. Como Fidel Castro
también echó tiros para obligar a huir de Cuba al dictador Fulgencio Batista. Dijo
que no había habido ninguna revolución como le hicieron creer al mundo entero. Como
dirían los postmodernos esta fue una construcción, un invento.
Maltratado por la izquierda capitalista e
imperialista gringa pudo intuir sabiamente la diferencia entre el comunismo y
el capitalismo. De esos sistemas, señaló: “…aunque los dos nos dan una patada
en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el
capitalista te la dan y uno puede gritar…”.
Antes de terminar la declaración, y a sabiendas
que causaría ronchas entre la izquierda glamurosa, dijo:
“… yo vine aquí a gritar”.
Siempre con la dignidad en alto no dejó de criticar
la doble moral que caracteriza la izquierda que vive bajo la libertad del
capitalismo. Acorralado por una enfermedad terminal que no lo dejaba en paz decidió
suicidarse poniéndole así punto final a su vida.