Armando Moreno Sandoval
Generaciones enteras crecieron,
y siguen creciendo, alrededor de Cantinflas, El Chavo y Chespirito.
Lo bueno de estas producciones es que muestran un lado amable de la pobreza. El
mensaje que daban era recordarle a la sociedad que había pobres.
No todas las culturas con
sus idiomas tienen palabras para referirse a los pobres. Algunas ni siquiera
tienen un equivalente. Pobre que viene del latín pauperis significa el
“que produce poco”. Un significado que a través del tiempo fue cambiando hasta
llegar a la connotación que le damos hoy día: un ser despreciable,
desagradable, asquiento, al que toca hacerle el quite, etc., etc.
En el idioma español una
palabra para explicar el asco, el rechazo, el fastidio al que no tiene nada no
existe. Encontrar la palabra le valió años de dedicación a la filósofa Adela
Cortina, especialista en Ética y Filosofía política, y profesora en la
Universidad de Valencia (España). La palabra le llegó por el lado del griego aporos
que significa el rechazo al pobre, el que no tiene nada. Y que mejor que aporofobia
para designar ese rechazo al que está jodido. El Chavo
La filósofa Adela Cortina,
quien inventó aporofobia, cree que la verdadera fobia o rechazo
proviene cuando esos otros son pobres en la acepción más amplia de la palabra
(sean exdrogos, drogadictos, ladronzuelos de carteras, desempleados,
destechados, harapientos, hambrientos, etc, etc). Es decir, a los que eufemísticamente
en Colombia llaman “vaciados”.
No obstante, el contraste
está, y es lo que sucede en Europa o en Estados Unidos, cuando el extranjero
llega con bultos de dinero o es rico, pues lo que se ve es que se le tiende la
alfombra roja. Al fin y al cabo, lo que importan son los dólares. Entonces lo
que se rechaza no es al extranjero, sino su condición: el de ser pobre,
miserable, y es lo que sucede con el inmigrante, el refugiado que sale de su
país a jugársela en busca de un empleo que, por lo general, son miserables.
La aporofobia más
desdichada es cuando se rechaza a la gente pobre en su propia casa, en su
propio barrio. Si en algo tenemos que agradecerle al Covid-19 fue el de haber
desnudado ese comportamiento social aporofóbico que muchos no quieren
reconocer pero que lo llevan escondido. Y fue lo sucedió en días pasados en el
municipio de Honda (Tolima) con Brandon Andredi Rojas alias Dinosaurio.
La música, sobre todo la llamada salsa urbana, nos ha reseñado hasta la saciedad personajes delincuenciales que salen y entran de la cárcel como si fuese un hotel. Fue lo que pasó con Dinosaurio.
Cuando a Dinosaurio se le cambió la prisión domiciliaria por la prisión intramural la reacción de la gente fue de alegría, de plácemes. La típica aporofobia hipócrita y de doble moral. Dinosaurio había encarnado tanto el miedo y el odio que “la gente de bien”, “de dedo parado”, o, de los que se creen “de mejor familia”, terminaron por anhelarle la llamada “limpieza social”.
Cantinflas, El Chavo o
Chespirito encarnan la compasión y la empatía hacia el pobre. El
Estado de Bienestar que se construyó después de la II Guerra Mundial en el
siglo XX para reducir la pobreza fue aniquilado por el modelo neoliberal de
Ronald Reagan y Margareth Teacher. Hoy día el neoliberalismo está desbocado.
Los ricos son más ricos y los pobres más pobres. La pobreza ahora genera miedo,
tan así que la empatía y la compasión se perdió.
Escuchar a los “de dedo
parado” da risa. Son tan miserables que la caridad ya no cabe en ellos. No se
toman la molestia de pensar el porqué de la pobreza. Prefieren odiarla.
Convencidos que los pobres son los culpables de su pobreza no entienden que
esta es el resultado de unas condiciones estructurales que dejan a muchos en el
asfalto, en el suelo, en la miseria. Más bien creen que ser pobre es fruto de
un error individual o de una culpa personal; y es cuando la gente al anular la
empatía comienza a percibirlos como una amenaza. Por esta vía terminan justificando
que se les persiga o se les mate.
El rechazo al pobre se ha
vuelto tan cotidiano que ver regueros de muertos a causa de esta parece normal.
Era tan fuerte el rechazo que sentía Dinosaurio de la sociedad que, ya
en la cárcel, abandonado y solo, ocho días después, se ató una sábana al
pescuezo suplicando el suicidio.
Entre tanto las redes
sociales o los medios escritos y televisivos aplauden decisiones como la Dinosaurio.
Uno menos, piensan
algunos.