TRANSLATE

miércoles, diciembre 12, 2007

Mariquita y su Plaza Mayor

Armando Moreno Sandoval

A diferencia de Honda que aun conserva su arquitectura colonial y republicana, en Mariquita solo se conservan unas cuantas casonas coloniales que se pueden contar con los dedos de las manos y sobran.

Esta desidia y desprecio por su legado arquitectónico, no es una invención mía. A muchos mariquiteños de sus propios labios les he escuchado referirse a ese legado arquitectónico con el calificativo de vetustas casas. Si esta ha sido la actitud de algunos habitantes de Mariquita que decir de quienes fueron alcaldes, pues han pasado de agache ante el deterioro del patrimonio arquitectónico.

Si alguien cree que estoy difamando solo tiene que mirar lo que hasta hace unos pocos años fue la casa cural. Hoy la mencionada casa solo ofrece un espectáculo horrendo. Ni que decir de lo que fue la casa de los Jesuitas o el abandono en que se encuentra la llamada casa de los Virreyes o las ruinas de Santa Lucía. No digo más.

Pero si este es el estado en que se encuentra su patrimonio arquitectónico colonial, valga traer a la memoria el espectáculo vulgar y grotesco que, hasta hace unos pocos días, ofrecía la Plaza Mayor de Mariquita. Una plaza que estuvo sometida a los más infames atropellos y que la memoria colectiva de Mariquita recuerda desde hace más de 20 años.


Porque, a decir verdad, el desprecio por no conservar la Plaza Mayor tal como fue diseñada desde la fundación de Mariquita tiene su comienzo con un alcalde llamado Salomón Fonseca. Fue él, y no otro, quien le propinó el primer mazazo abriéndole tremendo boquete a la plaza. Por supuesto que él obedeció. Alguna vez el mismísimo Ramiro Halima me contó que en un periplo por la cuba de Fidel Castro, había copiado el diseño pensando en dejarle un regalo a Mariquita. Pero, tal obra por cosas del destino quedo inconclusa. Le faltó el campesino que ubicado estratégicamente en una de las esquinas en vez de levantar la hoz y el martillo levantaba un machete. La idea que tenía Ramiro Halima era hacerle un homenaje al campesino cañero mariquiteño. No obstante, gracias a esta luminosa idea, con el correr de los años, la plaza se fue convirtiendo en un muladar. Desidia que en más de 20 años ninguna administración municipal quiso remediar, incluyendo la que ya expira este 31 de diciembre.

Si hoy los mariquiteños y quienes la visitan pueden contemplar una plaza desierta se lo debemos a Lázaro Oñate. Él fue quien radicó una demanda en el Tribunal Administrativo pidiendo restituir un espacio público que pertenece no solo a quienes viven en Mariquita, sino a todos los colombianos.

Si alguien quiere tener una idea de lo que representa esta plaza sólo le basta saber que sus dimensiones concuerdan con la Plazas Mayores que existen en Europa y en América Latina. Pero, si alguien aun no está convencido de lo que significa tener una Plaza Mayor, solo le basta saber que alrededor de ella aun se conservan dos de los tres símbolos que albergaban las plazas: la iglesia y el ayuntamiento (alcaldía y cabildo).

El otro símbolo que por el progreso de las ideas ha desaparecido, como fue la picota, es factible que algún día sea revivido para que rindan cuenta aquellos que tanto daño le hicieron a la Plaza Mayor. Ojala que el día de mañana cuando vuelva a ganar la plaza su opulencia, no salga algún “historiador” iluso a colgarle sobrenombres. Llamémosla simplemente Plaza Mayor.