Armando Moreno Sandoval
Mientras almorzaba, estaba pensado en las diversas narraciones que ha dado la literatura sobre la muerte. Hay cuentos magistrales, pero de los que había leído ninguno me llegaba a la mente. Hasta que la luz me alumbró y recordé uno de aquellos días de mi juventud cuando era estudiante de antropología en la Universidad Nacional.
Sabía de qué se
trataba, el lío estaba es que no recordaba cómo se llamaba el cuento, como tampoco
cuál de los dos argentinos era el autor, si era de Julio Cortázar o de Jorge
Luis Borges. Ambos tenían una imaginación que desbordaba las fronteras del
universo para tejer ficciones con la palabra escrita. Echándole mano a la duda
me temo que el cuento podría ser de Julio Cortázar.
El cuento que
había leído hacía muchas décadas tiene que ver cuando la muerte se equivoca o
se llega a ella por accidente. El resumen del cuento es el siguiente: que la
muerte al no encontrar al que está buscando termina llevándose por delante al
que primero encuentra.
El otro cuento
que leí y que había olvidado por completo, pero que llegó a mí como si lo
hubiese leído un día antes, se lo debo a Salman Rushdie leyendo su libro Cuchillo. Meditaciones tras un intento de
asesinato (2024). Se trata de “La sombra”
y es del escritor danés Hans Christian Andersen, conocido por sus cuentos de
hadas. El cuento trata de la sombra de un sabio que se separa de él y, con el
tiempo, se convierte en una figura más real y poderosa que el propio sabio. Al
final, la sombra se casa con una princesa y el sabio es ejecutado por ser
considerado una falsificación.
A mí me late que
el cáncer tiene algo de parecido con estas narraciones literarias. Como
enfermedad silenciosa y traicionera que es, llega cuando la gente menos se lo
piensa y dicen: ¿por qué a mí? como si el cáncer se hubiera equivocado.
Quedé perplejo
cuando leí el caso de María Luisa Toribio. La científica que investiga en el
Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de la Universidad Autónoma de Madrid
la leucemia linfoblástica aguda de las células T (LLA-T), “una enfermedad rara,
con una incidencia baja en la población [aproximadamente un caso por cada
400.000 personas adultas al año, y casi el doble en niños]”. Pues el cáncer
llegó tocando las puertas de su laboratorio con las malas noticias de que su
marido tenía cáncer.
Lo paradójico es
que el cáncer que le dio a su marido José Ramón Regueiro, profesor en la
Universidad Complutense de Madrid, no es el mismo que ella investiga. Si el
LLA-T es raro, el que le dio a su marido es extremadamente más raro. Se conoce
como el síndrome de Sézary, y empieza en la piel, y afecta a una de cada 10
millones de personas al año. Con esta incidencia prácticamente la investigación
es nula.
Pese a todo, la
experiencia investigativa de su mujer, que se ha dedicado a estudiar dianas
terapéuticas para la LLA-T, le permitió buscar posibles tratamientos para
tratar la enfermedad de su marido.
Dice ella que,
aunque se le trató (estaba en el estadio 4 —el más avanzado—), y cuando parecía
que había desaparecido reapareció de nuevo. Ahora está en el estadio 1.
Pero no todo
está perdido.
Ahora que ha
regresado y del tratamiento que podría servirle, aunque no se haya
experimentado con él, el inmunólogo Regueiro al respecto dice: “Tenemos un
anticuerpo que se podría utilizar; no es sencillo desde el punto de vista
legal, pero existe el uso compasivo: si la otra opción es la muerte, no pasa
nada por probarlo si recibe autorización ética”.
Si no ha de
servir, él cree que se está abriendo un camino: “Con esta misma investigación
se podría avanzar más rápidamente en terapias para otros pacientes, así que, si
no me sirve a mí, al menos habremos dejado una investigación que puede hacerlo
para otros”.
Por el momento el futuro es una incógnita. Seguramente la muerte está sentada y cruzada de piernas esperándolo.
Mientras la muerte ronda a quien cargarse para siempre, el arte sí que nos dice sobre ella y que mejor que el lienzo “El doctor, la doncella y la muerte” (1920) de Ivo Saliger donde el artista simboliza la lucha eterna entre la vida y la muerte. En esta pintura, la muerte es representada como una figura esquelética que intenta llevarse a una joven doncella, mientras que el médico lucha desesperadamente para salvarla.
Mientras
contemplo la obra pensando en la inevitabilidad de la muerte que nos plantea el
artista, pienso en la lucha de los científicos ante la enfermedad y la muerte.
Es el caso de
Bill Ludwig, un funcionario de prisiones de 65 años que se convertiría en el
primer paciente tratado con células CAR-T.
La terapia con
células CAR-T que consiste en extraerle sangre a los enfermos de cáncer, y
capturar sus glóbulos blancos y rediseñarlos en el laboratorio mediante
ingeniería genética para que tengan la capacidad de aniquilar las células
cancerosas cuando estén de regreso en el cuerpo del enfermo es, según los
entendidos, un avance significativo en la lucha contra el cáncer, ya que ofrece
una nueva esperanza para aquellos pacientes con casos avanzados y resistentes a
tratamientos convencionales.
Bill Ludwig en
agosto de 2010 ya desahuciado y a punto de morir por una leucemia, y habiendo
pagado su propio funeral, la única esperanza eran las células CAR-T.
Cuenta Carl
June, director del Centro de Inmunoterapias Celulares de la Universidad de
Pensilvania y padre de tan revolucionaria técnica, diría que, veinte días
después de haberle introducido las CAR-T, las células cancerígenas habían
desaparecido por completo. El científico dice que su paciente está curado, y la
razón para decirlo es que en este 2024 ya han pasado más de 10 años.
La historia de
Bill Ludwig es un testimonio del potencial transformador de las células CAR-T y
de lo que hace la ciencia, que no solo ofrecen una posibilidad de remisión,
sino también la oportunidad de recuperar la vida que el cáncer había puesto en
pausa.
Aunque la
historia de Ludwig es gratificante aun las células CAR-T no están disponibles
para todo el mundo. No hay ensayos con células CAR-T ni en Centroamérica ni en
Sudamérica, solo hay en Europa, Estados Unidos, China y Japón. Ni hablar de
África. La razón su costo: 300.000 euros por persona.
La razón de su
costo lo explica el mismo científico June, pues según él:
“Científicos muy
especializados producen las células caso por caso. Si lo pudieran hacer robots,
sería mucho más barato. Ya ha ocurrido con muchas otras nuevas tecnologías, que
al final se abaratan gracias a la fabricación a gran escala. El sueño es que
habrá una máquina en el propio hospital en la que se pondrá la sangre del
paciente y saldrán células CAR-T de manera automática”.
Además del
económico el otro obstáculo que presenta las células CART-T es que su éxito
solo se puede apreciar en tumores sanguíneos como la leucemia.
Mientras tanto,
los científicos trabajan incansablemente para encontrar el "talón de
Aquiles" de los 300 tipos de cáncer.
“Por desgracia,
no vamos a tener una sola cura para todos los cánceres. Creo que lo que
tendremos será, por ejemplo, algo que funcione solo contra el cáncer de ovario,
diferente de lo que funcione contra el cáncer de mama o contra la leucemia.
Para la leucemia solo necesitas una única infusión de células CAR-T y ya está.
En los tumores sólidos será mucho más complejo. En una placa de laboratorio,
las células CAR-T matan el cáncer de páncreas, pero los tumores sólidos en las
personas tienen un muro a su alrededor que impide que las células CAR-T
penetren. Esto no ocurre en los tumores sanguíneos”, explica el científico
June.
A la espera de
que la técnica se popularice, la visión de automatizar la producción de células
CAR-T es un paso hacia ese futuro, donde la cura del cáncer podría ser una
realidad más tangible y universal.
En todo caso así la muerte se equivoqué o no, como en el verso del poeta León de Greiff, ésta siempre la tiene ganada. El boleto de partida hace rato lo tenemos comprado.Otra cosa es que no sabemos cuándo.
Fue lo que le respondí a un viejo conocido cuando me preguntó que sí le temía a la muerte.