Armando Moreno Sandoval
En menos de media hora, un 28 de junio de 1962,
Mariquita fue sacudida por el carabinero Fabio Jesús Pino de 25 años.
Todo sucedió en un cerrar y abrir de ojos.
Me valgo del recuerdo de José Luis Bonilla, personero municipal en aquel entonces. Una voz que nos dejó para siempre hace muchos años, pero
que, la vez que le pregunté por el suceso del carabinero Pino, ni corto ni perezoso,
alrededor de un café con leche y un roscón, tuve la oportunidad de escucharle
su versión.
Relató José Luis que a Mariquita llegaron los
carabineros por solicitud de los alcaldes del norte del Tolima.
El carabinero Pino, alto, fornido y con
sombrero alón. Era un reinsertado de los grupos del margen de la ley. Los usaban para sanar la
imagen de la violencia y apaciguar el conflicto liberal-conservador. Tenían la
experiencia de las armas. Por esos días el abigeato hacía de las suyas. Pedían
carabineros. Zacarias Enciso, ganadero por aquel entonces, cede una casa como
sede de los carabineros a la margen derecha del rio Gualí.
En la mismísima casa de los carabineros, la tarde anterior, el
miércoles 27 en las horas de la tarde, alguien aparece de repente. Tiene la
orden de arrebatarle la vida. Sin contar el asesino que el posible asesinado
era ducho en el movimiento de cuerpo y de brazos, uno de los machetazos que le
lanza hace una parábola por el aire rozando a medias la cabeza del carabinero.
Con la sangre rodando por las mejillas, en un dos por tres al frustrado asesino
lo despoja del machete. Rogándole a Dios por su alma le implora a Pino que no
lo mate. La duda lo asalta. Con sus brazos musculosos lo encuella.
Cuente o estás muerto! es la voz de Pino pidiéndole
cuentas al emisario de la muerte.
Se dice que antes de las cuatro de la tarde lo
vieron tomando por los alrededores de La Ermita. Para mitigar las penas y la
rabia se le vio rondado las casas de lenocinio, como le llamaban a los
prostíbulos de ayer.
Con uniforme y fusil-ametralladora, aparte de tomar trago
toda la noche, nadie dio cuenta qué pensamientos tuvo Pino la noche anterior y
durante la madrugada del San Pedro. Dicen que ya amaneciendo
estuvo en la casa del ganadero Gilberto Varón, pero nadie tiene la evidencia de
que así fue.
Mientras José Luis sale de su casa, el
carabinero Pino llega a la cantina de su amante Ana Julia Díaz (calle sexta
entre carreras sexta y séptima). Son las 6:00 de la mañana. Caminando por la
casa escucha una voz conocida. Al abrir la puerta de la alcoba ve a su
amante en animada charla con el comerciante José Vicente Arbeláez, procedente
de Padua. Sin pensarlo y sin decir muy buenos días, dispara su
fusil-ametralladora. Los dos cuerpos caen sin vida.
(Otras voces dicen que era la sobrina de Ana
Julia y su amante).
Carlos Carrillo, propietario del Hotel Quesada,
escucha los tiros y el rumor de la gente que va y viene. Toma su automóvil y va
al comando de la policía.
Una patrulla al mando del cabo Serafín Gómez Cuellar
se dirige al lugar donde están los cadáveres de la amante de Pino y del
comerciante. La casa es rodeada por los uniformados.
“Entréguese! entréguese!”, le grita el cabo Gómez Cuellar.
El carabinero Pino al oírlo hace una pausa y
baja el fusil. Entretanto el cabo Gómez Cuellar camina hacia él, lo quiere
convencer de que se entregue. En un descuido levanta el fusil y dispara,
dejándolo muerto en el acto. Vira su cuerpo y apunta el cañón hacia Carlos
Carrillo, otro tiro le arrebata la vida, quien había avisado a la autoridad.
José Luis Bonilla había bajado al puesto de
carabineros. Al regreso se hace donde está el caedizo (en la esquina donde hace
años funcionaba la Flor del Tolima). Al igual que la montonera ávida de lo que
podría pasar escuchó dos disparos.
En medio del alboroto y de la confusión, un
jeep es abordado por el carabinero Pino. Le dice al chofer que lo lleve. Recorren
la calle principal, pasan por el frente de la iglesia San Sebastián, gira a la
derecha hasta el tertuliadero “El pequeño Moscú”, giran de nuevo a la
derecha y pasan por el frente del "Hotel Bocaneme". El jeep sigue de largo unas
cuantas cuadras. Frene aquí, le dice Pino. Se baja del jeep y se dirige a la puerta de la
casa de Alfonso Toro, su amigo. Con los nudillos toca la puerta. La cabeza de
don Alfonso se asoma por la ventana. Es Pino herido en la cabeza. Al verlo sale
a las volandas. Abre la puerta y sin darle respiro, ráfagas de bala acaban con
la vida de don Alfonso.
La niña Aminta Rodríguez de 13 años, sobrina de
don Alfonso, escucha los disparos. Sale corriendo en busca de su tío. Otras
ráfagas de bala acaban con su vida.
Como si fuese una serpiente que quiere tragarse
así misma por la cola regresa al lugar del inicio de la matanza. Un caballo
pastando al lado de la calle, lo monta por sorpresa. A galope lo lleva por las
calles de Mariquita. En la casa de la difunta Ana Julia lo esperan algunos
carabineros. Lo quieren capturar a cualquier costo.
Rodeado y dando gritos se despoja de sus ropas.
Toma su fusil. El cañón apunta a la altura del cuello.
Mientras el alboroto de la muchedumbre se toman
las calles un disparo secó retumba las ramas de los árboles y los tejados de
las casas.
Pino se ha suicidado! Se ha volado la cabeza!