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miércoles, septiembre 01, 2021

La izquierda, la utopía y los perros

 Armando Moreno Sandoval

El hombre que amaba a los perros, del escritor cubano Leonardo Padura narra lo que fue el totalitarismo socialista a través de León Trotsky. Este personaje dirigió la Revolución Bolchevique y  fue el creador del Ejército Rojo, lo que se conoció en el siglo XX como la Unión Soviética y lo que va del siglo XXI lo que quedó con el nombre de Rusia.

La primera edición de la novela salió en el 2009. Después de doce años se sigue vendiendo. Un libro que deja demasiadas reflexiones. Para mí hay una que es peligrosa y es el delirio que genera en las masas las utopías. Da ¡miedo!

Sus 573 páginas es un mamotreto que no encaja en estos tiempos del siglo XXI donde todo se desvanece en un cerrar y abrir de ojos, y donde la voz de la postverdad obliga que el pasado como lo narran los vencedores no es confiable. Que los hechos no son siempre como los cuentan, sino como la memoria recuerda. Ni hablar de la interpretación que en el transcurso de este siglo XXI ha bajado del pedestal a quienes quieren imponer la verdad en la Historia.

Coger el libro de Padura en las manos y leer la contra carátula, lo lleva  a uno a pensar que, por fin, existe un relato que recreando la muerte  de León Trotsky termina abriéndole la mente a quien lo lee. Como la de cuestionar esa vanidad izquierdista de juzgar solo al totalitarismo nazista y fascista, en detrimento de ese otro totalitarismo que a nombre del socialismo negaban la libertad individual en aras del colectivismo. Y que hoy sus fans en el mundo occidental insisten en imponer como única verdad.

Es una desgracia que así sea. Son fanatismos que aun anidan en las diferentes capillas doctrineras de la izquierda. Porque si hay algo que enseña su lectura, y como dice el mismo Padura, la historia del asesinato de León Trotsky fue relatada «para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida».

Para entender lo dicho en la pluma de Padura solo vasta dar una mirada a los totalitarismos de izquierda que todavía aúllan en el subcontinente latinoamericano: Nicaragua con Daniel Ortega o la misma Venezuela con el cada vez más anacrónico Nicolás Maduro. Amén de los populismos de izquierda como el de Argentina que, hundiéndose cada día que pasa en su propio desastre, siguen insistiendo que el socialismo a la cubana es la vía de salvación de estas sociedades.

Pero Padura enseña más de lo que está escrito.


La curva histórica de la novela que abarca buena parte del siglo XX, va desde la revolución Bolchevique de 1917 hasta finales de la década del 70 que el asesino comunista Ramón Mercader de los Ríos le pone punto final a la existencia de León Trotsky. Igualmente, Padura no se olvida de recrearnos la Guerra civil española, la contracultura del capitalismo de la mano de los Rollings Stones, el mayo del 68 o la Primavera de Praga entre otras rebeldías. Ni hablar del hipismo, la marihuana, el LSD, el sexo desbocado y el amor libre.

Rebeldías que la juventud de ese entonces bajo el socialismo desconoció porque, como está en la novela, la utopía hacia rato ya había matado los sueños. Los sueños estaban encarcelados o bajo tierra.

Movimientos que fueron ocultados a una juventud que creyéndose el cuento de que vivían en el reino de la libertad bajo el socialismo, se les mintió haciéndoles creer que era una guerra cultural contra el imperialismo.

Comprender la novela solo es posible si nos adentramos en la trama de la narrativa que ofrece Padura. Aunque de entrada nos sesga con la idea de que se trata de la muerte de León Trotsky, el lector al devorarse las primeras cien páginas encuentra otras voces decisivas en el relato como la del asesino Ramón Mercader del Río y la del narrador Iván Cárdenas quien es el personaje ficticio que Padura construye para narrar en paralelo la vida de los mencionados personajes: León Trotsky, Ramón Mercader del Río e Iván Cárdenas. Tres historias, tres novelas.

Con Iván Cárdenas encarna el sobreviviente del “periodo especial” cubano. Sumido en la mediocridad y la frustración, es a él a quien días después del encontrón en una playa habanera a finales de los años 70, el multifacético Ramón Mercader (llámese Soldado 18, Jaime López, etc, etc) le va hilando su enfermiza historia de vida. Más allá del artificio narrativo de poner hablar a Mercader como si estuviera hablando de otro, y no de él mismo, es la manera como da cuenta de los hechos, pero, sobre todo, como los atrapa para narrarlos y decirle al lector que los hechos fueron así como los cuenta.

Aunque con la voz de Trotsky pareciera ser condescendiente, es a través de él, —el mismo que junto con Lenin mandó a liquidar la revuelta de Kronstad en 1921 ordenando asesinar obreros y campesinos—, es que uno termina preguntándose para qué sirven las utopías que quieren vender el paraíso a punta de bala y muertos. Pero Trotsky termina siendo víctima de sus propias creencias. El que solo creía en los cambios sociales, en las revueltas de las masas, su asesinato a manos de Ramón Mercader puede verse como una caricatura personal.

Como si con el pensamiento colectivo de Trotsky no bastara para atribularnos, la figura de Mercader nos la presenta como un ser incondicional arrodillado al proyecto de las masas. Una de las escenas más escalofriantes de la novela es cuando para probar su lealtad al comunismo, la inteligencia soviética le ordena ejecutar a cuchillazos a un pobre hombre vestido con harapos. Un miserable perro trotskista que había que matar, según el decir de sus esbirros entrenadores.

Aunque a veces muestra a Ramón Mercader como un comunista que se atreve a pensar y a ser independiente, lo cierto de todo, es que termina triunfado la genuflexión a las masas y al partido. De ahí la frase lapidaria que al leerla pareciera que a uno se le desprendiera el hígado: «el partido siempre tiene la razón (…) y si no entiendes, no importa, tienes que obedecer».

Para entender que fue de Ramón Mercader al final de su vida, y en qué quedaron las ideas que profesó, que mejor que su misma voz en dialogo con Lionia, y que Padura describe así:

  — En la cárcel leí a Trotsky. Todos los presos sabían que yo lo había matado, aunque la mayoría no tenía idea de quién era Trotsky ni entendía por qué lo habían asesinado. Ellos mataban por cosas reales: a la mujer que los engañaba, al amigo que lo robaba, a la puta que se buscaba otro chulo… Un día, cuando regrese a mi celda, tenía sobre la cama un libro de Trotsky. La revolución traicionada. ¿Quién lo había dejado allí? El caso es que empecé a leerlo y me sentí muy confundido. Más o menos un mes después apareció otro libro, Los crímenes de Stalin, y también lo leí, y me quedé aún más confundido. Reflexioné sobre lo que había leído y durante varios meses esperé a que me dejaran otro libro, pero no llegó. Nunca supe quién los puso en mi celda. Lo que sí supe es que si antes de ir a México yo hubiera leído esos libros, creo que no lo habría matado… Pero tienes razón, yo era un cínico el día que lo mate. En eso me había convertido. Fui una marioneta, un infeliz que tenía fe y creyó lo que tipos como tú y Caridad le dijeron.

 — Muchacho a todos nos engañaron.  

— A unos más que a otros, Lionia, a unos más que a otros…