En Latinoamérica el romanticismo lo entendemos por la vía de estar ‘enamorado’. Su no comprensión tiene que ver en parte con la ausencia de rigor para comprender el surgimiento de las ideas en occidente. Pero lo más deplorable es que cuando hacemos alusión a la historia de las ideas lo hacemos de oídas. O porque alguien leyó a medias la contra caratula de un libro.
El libro de la historiadora Andrea Wulf, Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la
invención del yo, es un buen abrebocas para adentrarnos en ese
movimiento y comprender por qué es considerado hoy día una de las revoluciones
más grandes que ha dado occidente.
La hipérbole no es para menos.
La explicación es la siguiente: a finales del siglo
XVIII en el pequeño caserío de Jena, lo que hoy es Alemania, más concretamente
a partir de 1790, su universidad había congregado a un puñado de pensadores que
empezarían a cuestionar el empirismo, la razón, ideas heredadas de la
Ilustración, pero, sobretodo, a uno de los grandes
filósofos de occidente: Immanuel Kant.
A ese puñado de pensadores se le ha conocido como el
Círculo de Jena. A el pertenecieron, entre otros, Goethe, Shelling, Fitche,
Novalis, los hermanos Humboldt, Hegel.
Lo que uno encuentra leyendo el libro de Andrea Wulf
es cómo las ideas filosóficas a medida que se iban dando los debates de lo que
escribían y publicaban sus miembros, estas iban cambiando.
En el libro se explica magistralmente como Fitche
supera a Kant, y Shelling supera a Fitche, y Hegel supera a su gran amigo
Shelling. Qué pasó con los demás integrantes del Círculo.
Pues bien. En el Círculo de Jena no solo hubo
filosofía. En el se integró todo: ciencia, arte, literatura, arquitectura, etc,
etc. Palabras más, palabras menos, a esa integración de todos los saberes
existentes de la época fue lo que se llamó romanticismo.
Un ejemplo es Goethe. Considerado como poeta, fue más
que un poeta. En su pensamiento hubo ciencia, arquitectura,
literatura, filosofía y un largo etc. Lo mismo podría decirse de Novalis, quien, siendo director de minas de sal, alternaba su oficio con la literatura. Sus críticos lo consideran como el precursor de la literatura
moderna.
Más allá del revolcón que representó el Círculo de
Jena, otra revolución recorría al interior del continente europeo. Con Napoleón
Bonaparte al frente de los ejércitos, este llevaba la antorcha de la libertad
heredada de la revolución francesa, hija de la Ilustración. Las cabezas de los
reyes caían y a cambio de ello se instauraba la libertad, la igualdad y la
fraternidad. El feudalismo daba paso a los Estados modernos. El vasallo, el
súbdito, eran reemplazados por el ciudadano.
Como lo señala Andrea Wulf sin las ideas del Círculo
de Jena la revolución francesa hubiese quedado a medias. No bastaba que los
ejércitos cortaran cabezas. Se necesitaba que las cabezas pensaran.
No obstante, se preguntarán qué fue lo novedoso del romanticismo.
Para empezar el Círculo de Jena puso la imaginación por
encima de la razón, la ciencia y la filosofía. Estas ideas, en principio, se
encuentra en un libro de Schiller que se puede considerar como el acta fundacional
del romanticismo: Las cartas sobre la educación estética del hombre.
Años más tarde de haberse publicado, de el diría el aun joven filósofo Hegel
que era “una obra maestra”.
El concepto de materia orgánica e inorgánica que para
la época estaba tan de moda, también sería cuestionada. A diferencia de Isaac Newton que entendía la materia como
esencialmente inerte, o, el filósofo Rene Descartes que veía en los animales
como simplemente máquinas, es decir, como un engranaje de relojería, uno de sus
miembros Alexander von Humboldt pensaba que en vez de encerrar a la naturaleza
en un corsé clasificatorio lo mejor era concebir la naturaleza como un todo
unificado, animado por fuerzas interactivas.
Otro miembro del Círculo de Jena que ayudó a cambiar
la forma como se entendía la naturaleza fue el poeta Goethe. En vez, decía él,
de tener solo una mirada empírica que mejor que experimentar la naturaleza “a
través de los sentimientos”. Goethe insistía que quienes describían el mundo
solo clasificando plantas, animales y rocas nunca podrían acerca a el.
Si lo dicho era lo que sucedía en el campo de la naturaleza, ni hablar de lo que se
estaba haciendo en el campo de la filosofía. Fichte que había superado a Kant,
y Schelling que a los 24 años era
famoso, ambos con sus ideas se habían quitado de encima la camisa de fuerza de
lo que generaba socialmente imponer nuevas ideas. Sus filosofías tenían el
poder de cambiar el mundo.
No obstante, sería Hegel quien daría un vuelvo radical
a las ideas. Refugiado en Suiza y alejado de las corrientes filosóficas en boga
en un encuentro fortuito con su amigo el poeta Friedrich
Hölderlin, este lo llevaría a Frankfurt en 1797 y de allí entrando el siglo XIX
marcharía a Jena. Al llegar el torbellino de las ideas ya había pasado. Los
únicos que quedaban eran Schelling y Friedrich Schlegel. En Berlín estaban Fichte y Ludwig Tieck, el joven Novalis seguía enfermo; August Wilhelm y Caroline Schlegel
en Brunswick, y Schiller se había trasladado a Weimar. El Círculo de Jena
estaba desperdigado y sus ideas corrían como el viento por todo Europa.
Entretanto Hegel en medio
de la soledad moldeaba poco a poco sus ideas. Trabajó en silencio durante seis
años, estaba convencido que debería superar las ideas de Schelling y Fichte. El
aporte de Hegel llegaría en 1807 con la publicación de su Fenomenología del Espíritu.
"El Círculo de Jena", como
lo señala Andrea Wulf, "cambió nuestro mundo. Sus integrantes lo hicieron de
forma irrevocable. Es imposible imaginar nuestras vidas, pensamientos y forma
de entender la realidad sin la base de sus ideas innovadoras. Hicieron algo
totalmente nuevo al situar audazmente el yo y el libre albedrío en el centro
del escenario".
Quien lo creyera, sus
ideas están arraigadas entre nosotros y no nos enteramos de ello.