viernes, octubre 21, 2016
Honda: La Subienda del Magdalena.
La Subienda del Magdalena (1972) 16 mm. Directores: Alvaro Cepeda Samudio (escritor) y Luis Ernesto Arocha (fotografo).
Un recorrido por el río Magdalena, desde su desembocadura hasta cuando su caudal se vuelve angosto.
En medio de congolos y atarrayas, recrea con nostalgia lo que fue la llegada de la Subienda al Salto de Honda, un pasado que las generaciones actual aun recuerdan y que seguramente las generaciones venideras no entenderán el significado de Subienda.
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OtrasVoces
(Mariquita, 1959). Profesor durante seis lustros en la Universidad del Tolima. En la Universidad Nacional de Colombia estudió Antropología. En la Universidad del Valle, Magister en Historia Andina y Doctor en Antropología Social y Cultural. Universidad Autónoma de Barcelona. (España).
Alejado de las aulas sigo investigando, y en mi blog escribiendo y publicando sobre diversos temas.
jueves, octubre 20, 2016
El zaperoco del postplebiscito
Armando
Moreno Sandoval
La democracia como el
lenguaje es caprichosa. Es normal escuchar verbalizar un sustantivo sin que
ningún profesor de español corrija el horror. Igual está pasando en estos
tiempos con la democracia. Pues los gobernantes en aras de fortalecerla someten
al veredicto del pueblo asuntos que competen a expertos, académicos o especialistas.
Fue lo que aconteció
con el plebiscito el pasado 2 de octubre. Un asunto que era del resorte de
expertos, de juristas, de conocedores de la materia fue preguntado a la masa, a
la galería, a la guacherna para que se pronunciara de algo que solo conoce de
oídas, porque se lo han contado o porque le parece que eso es así.
Cierto es que a la
sociedad las Farc no les gusta. Más de medio siglo de conflicto con el Estado,
y con una sociedad de por medio que ha tenido que pagar los horrores de la
guerra, tiene que dejar muchas secuelas y odios.
Aunque en el plebiscito
no se estaba preguntado por el odio, sino de la posibilidad de que la sociedad
por más de doscientos años de guerra por fin tuviera un poco de sosiego, de
tranquilidad, la democracia optó por el camino equivocado.
Pero más allá de lo
planteado hay algo que en Colombia no está funcionando y la pregunta es sí a la
sociedad colombiana podría dársele el calificativo de moderna.
Aunque Colombia ha
avanzado en el papel, en las leyes, el problema fue que quisimos volverla moderna
a las malas y no a través de la educación. Tan así que, pese a que el Estado
colombiano es laico, la religión sigue teniendo el monopolio de la educación de
los colombianos. Esta manera de educar a la sociedad es lo que permite que su
mentalidad siga anclada al siglo XIX. Una sociedad premoderna como la nuestra
es un peligro pues sería presa de populismos tanto de derecha como de
izquierda.
Fue lo que aconteció el
pasado 2 de octubre con el plebiscito para refrendar el Acuerdo de La Habana. El
analfabetismo político del pueblo permitió que los comentarios ligeros cruzados
por mentiras y engaños de cualquier pastor de iglesia calaran más que los
infinitos artículos de jurisconsultos, filósofos e intelectuales expertos en asuntos
jurídicos.
Una sociedad que es
incapaz de reconocer a sus interlocutores válidos, es una sociedad que está
condenada a vivir en el ostracismo, en el oscurantismo de las ideas. Esta es la
tragedia por la que está pasando actualmente la sociedad colombiana que,
atrapada en un relativismo exagerado de ideas, está convencida que tiene la
patente de corzo para expresarse de cualquier modo.
Si así se comporta el
pueblo analfabeto, otro es el comportamiento de las elites cuando se sienten
excluidas.
Si Colombia no ha
conocido la paz seguramente es porque el grueso de su sociedad poco le ha
importado. Visto de este modo la paz sería tema del país político y no del
grueso de la sociedad, así esta sea llamada para que se exprese en las urnas
como sucedió el pasado 2 de octubre.
El siglo XIX fue un siglo de permanente guerras civiles que
nunca conoció la paz. Al grueso de la sociedad nunca le importó el devenir del
país. La paz la hacían las elites políticas y guerreristas, y cuando una fracción de ella no estaba de
acuerdo con lo pactado, se armaban de nuevo hasta los dientes para emprender
una nueva guerra. Esta fue la tragedia que vivió el siglo XIX.
Podríamos decir que el
siglo XX y lo que va del siglo XXI ha sido, y es, un remedo del siglo XIX. Lo
pactado en La Habana fue un acuerdo entre elites. Las Farc, por un lado, y el gobierno, por el otro.
No obstante, diversos
sectores sociales que se sintieron excluidos, movieron a sus bases para que se
pronunciaran en contra del plebiscito generando más que una opinión jurídica un
hecho político. Es decir, el pasado 2 de octubre, el pueblo se expresó políticamente
más no jurídicamente.
Ahora bien, si los
efectos de este hecho político son
contrarios a la sapiencia jurídica es un deber del Estado someterlo a lo que
dice la Constitución. La explicación es muy sencilla. No estamos en los tiempos
de Rousseau y de la Revolución Francesa donde la voluntad del pueblo era
absoluta. Hoy en día no todo lo que dice el pueblo es palabra de Dios.
Por fortuna la
jurisprudencia internacional ha sometido a los Estados a cumplir con ese ordenamiento jurídico. El Acuerdo de
La Habana, dicho por eminentes juristas internacionales, tiene esa virtud. Por
tanto lo acordado por el gobierno y las Farc no se puede entender como un desconocimiento
de ese orden internacional, sino que está acorde con el.
Por tanto, el Estado y
sus poderes que lo conforman —incluyendo esas elites excluidas— deberían acatar
y refrendar lo pactado en La Habana. Sin embargo, el hecho político podría dar
al lastre con el Acuerdo de La Habana y volver de nuevo al infierno de la
guerra.
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Opinión
(Mariquita, 1959). Profesor durante seis lustros en la Universidad del Tolima. En la Universidad Nacional de Colombia estudió Antropología. En la Universidad del Valle, Magister en Historia Andina y Doctor en Antropología Social y Cultural. Universidad Autónoma de Barcelona. (España).
Alejado de las aulas sigo investigando, y en mi blog escribiendo y publicando sobre diversos temas.
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