Armando Moreno
Hace varios años decíamos en este mismo
espacio, refiriéndonos a la industria
hotelera, turística y cultural, la
necesidad de que las alcaldías impulsaran este sector. Lo decíamos con ocasión del Bicentenario de Mutis. Desde ese entonces acá no ha pasado nada. La conclusión a que se puede llegar es que quienes llegan a la alcaldía, o no entienden de esto, o a quienes colocan en esas oficinas que
llaman turismo y cultura poco entienden del oficio.
Los alcaldes no entienden que tanto lo cultural
y lo turístico están amarradas a la industria hotelera y que las tres van enganchadas
entre sí. Pero en el norte del Tolima parece que todo
esto es un zaperoco que nadie entiende. Y lo peor de todo es que las alcaldías se hacen las de la vista gorda. Para los alcaldes estos sectores son
sinónimos de trago y parranda de mal gusto.
El volcán del Ruíz desde el municipio de Armero-Guayabal |
El norte del Tolima, ni es turístico, ni es nada. Tan así que quienes sienten la necesidad de viajar a clima caliente lo hacen
por desaburrirse de una ciudad como Bogotá pero no porque encuentren un aliciente turístico y cultural. Triste recordarle otra vez a los alcaldes que en vez
de estar ladrándole a la luna todo el
tiempo con proyectos que solo están en el deseo de ellos, porque no se pellizcan y tratan de nombrar en
esos cargos administrativos gente idónea y capaz para desarrollar lo turístico y cultural. Funcionarios que sepan del oficio.
Es tan lucrativo lo turístico y cultural que países industrializados como Estados Unidos, Inglaterra, España y Francia un buen porcentaje del Producto Interno Bruto proviene de
estos renglones que llaman sin chimenea.
Pero en el norte del Tolima ya desde hace rato este sector viene dando
botes sin saber para dónde va. Un buen ejemplo, y lo volvemos a reiterar, fue el Bicentenario
de Mutis. Lo único que quedó en el recuerdo fue el paseo que se dio una burocracia pública a costa de los bolsillos de los contribuyentes.
Murillo: un encanto de pueblo |
¿Qué pasó con la Ruta Mutis que
pretendía ser toda una industria cultural? ¿Dónde está el Ministerio de Cultura y los
municipios del norte del Tolima que, con sus administraciones de turno, han
sido incapaces de jalonar alguna propuesta?
A esta incapacidad burocrática hay que sumarle el interés que tienen sectores particulares de que el norte del Tolima no
progrese. En el plano social está el mal gusto que tienen los comerciantes y vendedores de exprimirle
los bolsillos al visitante con precios exorbitantes.
El otro asunto es el ruido infernal que con
permiso del alcalde suelen hacerse hasta altas horas de madrugada. Que una
minoría sea amante de la contaminación auditiva y ambiental con volúmenes de sonido a todo taco, no quiere decir que ese sea el gusto de la
mayoría.
Un agregado que se está vendiendo en el mundo, como gancho para el turismo, es el de ofrecerle
al visitante cero contaminación ambiental. La consigna es: sí a la riqueza cultural y turística, pero sana.
Las alcaldías deben recordarle a quienes tienen heladerías, restaurantes, almacenes. etc, que la inmensa mayoría cuando sale de una ciudad tan jarta como Bogotá lo que quiere es sosiego, descanso y precios justos en los productos
que compra.
Honda: Puente Agudelo e iglesia El Carmen |
Y, por otra parte, hay empresas como
Enertolima que con sus altas tarifas de
energía impiden la generación de pequeños negocios. Dónde están los alcaldes del
norte del Tolima que no han dicho ni pio. Pareciera que este asalto a los
bolsillos de los contribuyentes no fuera asunto de ellos.
El norte del Tolima tiene todos los “ingredientes” para convertirse en un polo desarrollo turístico y cultural. Está la arquitectura, los paisajes, la comida tradicional, las fiestas, el
pasado y un largo etcétera.
Pensemos en municipios como Murillo y Herveo
con el volcán del Ruiz como
atractivo, la fiesta del Señor de la Salud en Guayabal, la del Señor de la Ermita en Mariquita, la de Santa Lucia en Ambalema o la de la
Virgen de Coloya en Lérida. Fiestas religiosas que servirían, además de ayudar a la fe, a dinamizar la economía de la región y de sus respectivos municipios. El clero tiene que dejar de pensar
en las arcas del obispo y pensar más en el bienestar de la sociedad.