Nota aclaratoria:
Este relato histórico escrito en 1935 por el maestro Alberto Castilla trata de la gesta heroica de la Columna Ibagué comandada por el general Tulio Varón durante la guerra de los Mil Días en el Departamento del Tolima.
La batalla que da cuenta Alberto Castilla fue en los llanos de Doima en los alrededores del actual municipio de Piedras (Tolima).
Texto ha sido tomado de la revista El Bodegón, edición N° 247, serie Conciencia Nacional, diciembre 12 de 1935, pág: 51. La edición fue dedicada al departamento del Tolima.
Alberto Castilla fue el fundador y director del Conservatorio de Música del Tolima. Nació el 9 de abril de 1878 y murió en Ibagué, el 10 de junio de 1937.
Alberto Castilla Buenaventura
Cuando en 1899 se desató la guerra en Santander, el Tolima se puso en pie, buscó a sus jefes y entró en la lucha, lleno de coraje y bravura.
Son incontables los sufrimientos que soportó el soldado tolimense en los tres años de fatigas y batallas y no hubo lugar en el país a donde no concurriera en busca de la gloria o de la muerte.
Llanos de Doima, monumento a Tulio Varón |
El país conoce las hazañas guerreras del Tolima, cuyo relato produce escalofrió unas veces y otras indignación. El heroísmo, la audacia, la abnegación, la hidalguía, la crueldad, todos los atributos de la guerra alcanzaron en el Tolima su expresión más alta.
Una mañana de junio de 1901 hallábase Tulio Varón acampado cerca de Piedras, cuando fue impuesto de que las fuerzas del gobierno habían establecido, en su busca, un cerco de hierro, alrededor de Doima, su campo estratégico, distante cinco leguas de allí, y que los jefes habían anunciado la inmediata captura del famoso guerrero ibaguereño, porque lo tenían cogido en su red de fuego.
Al punto concibió Tulio la más audaz de sus empresas militares. Pasó revista a sus tropas harapientas, contó por todo doscientos ochenta hombres, y al cacer la tarde se pasó en marcha hacia Doima.
El cerco establecido sobre este reducto revolucionario, lo formaban seis mil hombres comandos por los generales Toribio Rivera, Pompilio Gutiérrez y Aguilar. Rivera ocupaba “La Vega de los padres” y cubría todas las veredas que conducen a Doima; Gutiérrez era dueño de la llanura en una extensión de dos leguas; las tropas de Ibagué circundaban el paraje de Doima y sus contornos, y Aguilar, listo para la gran batalla, hallábase en el centro de aquella corraleja, en el campo de “La Rusia”, dividido su ejército en cuatro acuartelamiento, distantes entre sí doscientos y trescientos metros.
El plan de Tulio consistía en meterse sigilosamente dentro de la terrible corraleja y asaltar la división de Aguilar que dormía tranquila, como que estaba rodeada por un ejército amigo de cuatro mil hombres.
Muy cerca del sitio por donde debía atravesar a furto las líneas enemigas, dispuso Tulio que sus soldados se quitaran la camisa para que la desnudes sirviera de signo de reconocimiento en la oscuridad de la noche. El que hiciera luz o produjera el menor ruido seria decapitado en el acto.
Ya dentro de campamento enemigo, dividió Tulio sus doscientos ochenta hombres en cuatro grupos, y a cada uno le señaló el lugar del asalto, reservándose el más lejano para el grupo que personalmente capitaneaba. No se haría sino un disparo de fusil, que lo haría el general en persona, como señal de ataque. El asalto seria con arma blanca.
Monumento a Tulio Varón. Carrera 5 con calle 15 Ibagué (Tolima) |
Una hora más tarde, las cuatro de la madrugada, habían llegado los diferentes grupos a su sitio de ataque. En ese momento se oyó el disparo hecho por el general Varón, y estalló la más espantosa tragedia de que haya recuerdo entre nosotros. Todo ser humano que por desgracia llevaba camisa sobre el cuerpo, era partido en dos de un solo tajo por los machetes de los asaltantes.
En aquel campo no se oía sino el chasquido de las armas cortantes y los gritos momentáneos y pavorosos de las víctimas.
La escena duró apenas media hora. A las cinco de la mañana se pobló de luz la llanura con la llegada del día y el sol iluminaba mil doscientos cadáveres sobre el campo de “La Rusia”, entre los cuales se encontraba el del general en jefe (Aguilar).
Tulio había recogido su botín de armas y municiones y se preparó para romper el cerco que lo circundaba, escogiendo el sector cubierto por el batallón “Briceño”, el más numeroso y aguerrido del ejército enemigo.
La acometida fue terrible: aquello fue un huracán que pasa sin que haya poder humano que pueda contenerlo. Una hora después los asaltantes estaban fuera de todo riesgo y peligro.
A dos leguas de “la Rusia” paró el general Varón y ordenó a sus soldados que acampasen con absoluta tranquilidad y como uno de sus oficiales observase que estaban muy cerca del enemigo, que de seguro los perseguía con furia, Tulio le dijo poniéndole la mano en el hombro: “no tengas cuidado; esos no vienen hasta aquí porque los muertos de “La Rusia” los atajan” y así sucedió; las fuerzas del gobierno, diez veces superiores a las de Tulio, abandonaron el campo, después de darle sepultura al cadáver del general Aguilar.