Editorial
El Puente, Año 15, No 160, Marzo de 2014
El Tolima se quedó sin representación en el senado. Los
políticos que se la jugaron pensando que el departamento podía catapultarlos
con un escaño quedaron con los crespos hechos porque hicieron mal los cálculos.
Hay quienes creen que el norte del Tolima es desagradecido
con los políticos de su tierra. Esta afirmación merece más análisis que pasión.
El senado, para empezar, tiene un carácter nacional y soñar que solo la
tierrita de su corazón puede ayudarlos, es caer en la ingenuidad y en la
miseria de las ideas.
Si al norte del Tolima llegan candidatos de todos los pelambres,
ello tiene una explicación. El norte del Tolima es tierra de inmigrantes y esa
cualidad hace libre al ciudadano a la hora de votar. Es lo que explica la
cantidad de candidatos de todos los rincones de Colombia.
Pero la realidad electoral da otra explicación. De un total
de 994.905 sufragantes que tiene el Tolima, el norte solo ofrece 197.263
(19.82%). El grueso de los votantes está en el centro y sur del departamento. En
sí el norte del Tolima no es atractivo electoralmente, su potencial de sufragantes
es una pichurria.
Un análisis más
detallado de las elecciones del 9 de marzo indica que el electorado está
cansado de las promesas de los políticos. De un potencial electoral de 197.263,
solo 68.425 (34.68%) fueron votos válidos.
En contraste con
esos votos válidos están los votos blancos, nulos y no marcados que alcanzó la
suma de 18.786 (9.56%) votos. A eso descontento necesariamente hay que sumarle
la abstención que fue del 55.78%, es decir, 110.052 individuos que prefirieron
darle la espalda a los políticos.
Las explicaciones del por qué la tierrita tolimense no
acompañó a sus coterráneos al senado son variadísimas y todas pueden tener
parte de razón. No obstante, la única verdad, y lo demuestran las cifras, fue
que la gente se hastió de la clase política.
Hay quienes plantean que las votaciones para el senado son diferentes
a las de cámara. La tesis más común es la de que la gente vota más. Pero la
estadística electoral desmiente la regla. Fue tanta la desidia del norteño
tolimense hacia el senado que su votación, si se compara con la de la cámara,
fue de un máximo rechazo.
Mientras para la cámara los votos blancos, nulos y no
marcados alcanzaron la cifra de 16.904 votos, para el senado fue 18.786 votos.
Igual pasó con los votos válidos. De 71.358 votos que obtuvo la cámara, el
senado solo obtuvo 68.425 votos.
Los grandes perdedores de estas elecciones fueron el Partido
de la U del presidente Santos y el Centro Democrático Mano Firme Corazón Grande
de Uribe. De 52.013 votos que obtuvieron Santos y Uribe en el 2010, esta vez,
sumadas las votaciones de sus partidos, solo obtuvieron 29.461 votos.
Si quienes triunfaron en las pasadas elecciones fueron el
voto blanco, nulo, no marcado y los abstencionistas, es de señalar que la
maquinaria del poder y de la corrupción no se detiene. Desgraciadamente en
Colombia no se ha podido forjar un partido democrático que sea capaz de
aglutinar a los colombianos hartos e inconformes. Por desgracia, existe una
minoría electorera que legaliza ante la ley a una clase política que, además de
corrupta, es incapaz de resolver los problemas del país.
Cierto es que el país político quedó inconforme. Ni la
manguala de la mermelada encabezada por el presidente Santos sacó lo votos que
decían iban a sacar, ni Uribe fue arrollador como decían sus más fieles
escuderos como un tal Pacho Santos que decía sacar 40 curules. También le fue
mal a la izquierda que en vez de avanzar sigue perdiendo credibilidad en un
electorado que cada vez cree menos en ella. Ni que decir del movimiento
religioso MIRA con sus áulicos que creen que la felicidad está en el cielo;
tampoco se quedan atrás los indígenas y las negritudes que, así duela, en
corrupción no hay quien los iguale. El país político es una venérea, no hay con
quién.
La triste realidad es que esta Colombia se sigue pudriendo a
pedazos. Lo único que triunfó fue la corrupción rampante. Al congreso siguió
llegando el hampa de cuello blanco y perfumado que representa a lo más
degradado de la sociedad: paracos, matones, ladrones, narcos, dueños de casas
chanceras, contratistas y un largo etcétera que dan ganas de vomitar.
Es lo que explica que tanto los herederos de la parapolítica
como los hijos de las nuevas mafias hayan alcanzado la no despreciable representación
de 70 curules en el congreso.