Armando Moreno Sandoval
Para los estudiosos de las obras de José Celestino Mutis y Eloy Valenzuela todo está claro que la Pasiflora mariquitensis existe en sus herbarios y diarios. Es un bejuco que, al igual que su fruto, tiene un parecido con la badea o la gulupa.
Pasiflora mariquitensis |
Su primera referencia data de octubre de 1783. Por esa época los herbolarios de la Expedición Botnica la encontraron en los bosques que bordeaban la vega del río Gualí. Ocurrió a fines de septiembre cuando un ayudante del naturalista Eloy Valenzuela se le apareció con una planta que sus ojos nunca antes había visto. El primero en analizarla fue Valenzuela. Su descripción la hizo el 1 de octubre de 1783 y se encuentra en su Diario personal. El primer bautizó fue un poco despectivo. El herbolario de Valenzuela se refirió al bejuco como un varejón reclinado en el suelo.
Casi un año después, en septiembre de 1784, nuevos bejucos llegaban a las manos del sabio y naturalista José Celestino Mutis. La primera impresión que tuvo fue que se parecía a la planta de caprafayle que había conocido y estudiado años antes cuando había estado en las minas del Real del Sapo, cerca de Ibagué.
El 11 de octubre de 1784, Mutis estudiando cuidadosamente los bejucos que le había recogido su herbolario y, después de una confrontación minuciosa con los caracteres de las pasiflora que hasta entonces habían descrito, lo llevó a la conclusión de que se trataba de una nueva especie, la denominó Pasiflora mariquitensis.
Doscientos veinte años después de que Valenzuela y Mutis hicieran sus respectivas descripciones, la Pasiflora mariquitensis para la mayoría de los naturalistas, herbolarios y botánicos su búsqueda había sido infructuosa. En primer lugar, porque la única referencia de su existencia eran los dibujos que había hecho Francisco Javier Matiz el 5 de octubre de 1784 y que solo fueron dados a conocer al público en 1955 cuando se publicó el tomo XXVII correspondiente a las pasiflora y begoniaceas. En segundo lugar, siendo la planta endógena de los alrededores de Mariquita, la tala desaforada de los bosques la han llevado prácticamente a su extinción. Por último, a diferencia de otras pasifloras cuyo fruto tienen nombre vulgar, como la badea o la gulupa, el fruto de la mariquitensis aun no lo tiene. Situación ésta que la llevó a ser vista como una maleza a desyerbar y sin ningún valor para el consumo.
La nueva noticia sucedió en el mes de abril del 2004 cuando los científicos del Centro Interamericano de Agricultura Tropical, que andan haciendo estudios cromosomáticos de especies vegetales para elaborar una nueva taxonomía mundial, llegaron a Mariquita a la caza de la Pasiflora mariquitensis. Sus únicas referencias eran los dibujos de Matiz y el nombre de uno de los botánicos empíricos más conocedores que tenga el Tolima: José Orlando Velásquez. Él como muchos otros botánicos y naturalistas han estado a la caza de la mariquitensis sin que hasta la fecha hubiesen conseguido el merecido trofeo.
No obstante, esta vez la suerte estuvo a su lado. Después de varios días de exhaustiva búsqueda por los bosques que rodean las riveras del río Magdalena desde Ambalema hasta Honda y de rastrear el bosque de Mariquita y las vegas del río Gualí toparon con la Pasiflora mariquitensis.
A diferencia del fruto de la badea o de la gulupa que goza de una sana y exitosa existencia, amén de su comercialización y consumo, la Pasiflora mariquitensis prácticamente es una especie en vías de extinción. Con su redescubrimiento se ha constatado que en los bosques solo quedan cuatro bejucos de la mariquitensis.
Por fortuna, el avance de la ciencia y la tecnología la tienen prácticamente salvada. Sus cromosomas están sigilosamente guardados y conservados ya que los científicos del Centro Interamericano de Agricultura Tropical tienen a mediano plazo su reproducción in vitro. Es muy posible que dentro de unos años veamos al fruto de la Pasiflora mariquitensis compartir vitrina en las ventas de frutas, centros comerciales y plazas de mercado junto con la badea, la gulupa y otras frutas. Solo queda un reto: darle a su fruto un nombre vulgar que aun no tiene.