Eleutherodactylus johnstonei
Armando Moreno Sandoval
El naturalista Orlando Velásquez Molina no tiene idea qué día
llegó el tío Tito a Mariquita. Recuerda que era el año 1983 y que había llegado
con una tracalada de familiares. Venían de Barranquilla. Desde hacía 30 años
que no tenían contacto con la parentela que vivía en el interior del país.
Venían a visitar a María Isabel Molina González, su mamá.
Supo por boca de sus familiares que se trataba de la rana Coquí,
con tilde en la i. Los escuchó decir que
la ranita carga con el mito de morir lejos de su tierra. Que el Coooooo es
para espantar a los machos y el quiiiiiiiií para atraer a las hembras. Y
ahí el por qué de su sonoro Coooooquiiiiiií.
Los naturalistas han señalado que de la rana Coquí se
desprenden dos ramas, una de ellas endémica de la isla de Puerto Rico y que ha
sido clasificada como Eleutherodactylus coquí. La otra que fue
registrada con el nombre de Eleutherodactylus johnstonei ha vagabundeado
por las islas del caribe hasta llegar a las costas de Centroamérica, Venezuela,
las Guayanas y a un pueblo del interior de Colombia llamado Mariquita (Tolima).
Como ambas especies a simple ojo no se distinguen la una de
la otra, el sentido común de la gente para no enredase con tanta cientificidad
ha terminado por llamarlas Coquí.
A la pata del cerro Lumbí llegó la rana Coquí porque cuando
hicieron el centro comercial Los Panches, viajaron como turistas entre las
volquetadas de tierra y grama. Allá, al igual que en los jardines y solares, se
reprodujeron en un cerrar y abrir de ojos. Y es que la ranita, a diferencia de
sus otros parientes, nunca es renacuajo. No necesitan un pozo de agua. Sus
huevos los ponen en cualquier hoja o hueco húmedo. Y cuando salen del huevo, es
como la mamá. La diferencia está en que al nacer es del tamaño de la uña meñique
del pie.
Con solo tocar tierra la ranita desarrolla sus destrezas de insectívora.
Con su lengua pegajosa comienza a cazar zancudos y a comerse cuanto bicho se le
cruce por delante. A quienes dicen que la ranita cumple un control biológico. En
la casa del naturalista Orlando zancudos no hay. Él dice que mejor insecticida como
la rana no hay.
Esta ranita de dedos largos algunos las han llevado a sus
cultivos de aguacate para que devoren los bichos que están en los árboles.
Otros al quedar encantados con su silbido las llevan como si fueran
sus mascotas. Fue lo que le pasó al médico Arturo Castaño (q.e.p.d) que al
llegar de visita a la casa de Orlando al escuchar las ranas en un dos por tres
se enamoró de ellas. Sin pensarlo dos veces le dijo, empáqueme unas cuantas que
me las llevo para la finca. Media hora después seis ranitas en un frasco de
vidrio salían rumbo a la casa del médico. A la mañana siguiente, muy de
temprano, como si fueron trofeos, salieron hacia su finca en la vereda de
Palenque.
Varias semanas después al preguntársele qué había pasado con las ranas Coquí, el médico atinó a responder que habían desaparecido. No supo cómo. Meses después supo por boca de un vecino que un fulano fastidiado con el silbido de las ranitas había jugado al tiro al blanco con una escopeta de dos cañones. El vecino afirmaba haber escuchado seis disparos. El cooooooquiiiiiiiiiií de las ranitas jamás se volvió a escuchar.
Pero no todo son disparos. En 1984, el tío Tito, convirtiendo
en realidad el deseo de su sobrina María Isabel Molina González le empacaba en
un frasco diez ranitas Coquí. Llegaron a Mariquita sin ningún rasguño. Al caer
la noche un silbido agudo se esparció por el solar. Las ranitas de escasos dos
centímetros de largo tenían un nuevo hogar.
María Isabel Molina G |
Deyanira y Hermelinda, tras varios días escuchando en el antejardín del hotel el silbido, preguntaron al conserje: qué es eso. Señalándole una ranita con el índice vieron que al silbar una bolsa se esponjaba. Enamoradas del silbido y de su tamaño le dijeron al conserje que al regreso a Barranquilla llevarían algunas como recuerdo. El conserje les empacó ocho.
Dicen que es venenosa, pero nadie lo ha comprobado. Algunas gallinas al confundir las ranitas recién nacidas con granos de maíz salen espantadas y cacareando al verlas saltar. Lo mejor, dejarlas quietas. Aunque su silbido en un comienzo molesta, con el pasar de los días se convierte en somnífero.
El naturalista Orlando Velásquez Molina dice que en el solar
de su casa puede haber unas doscientas Coquí, sino más. Su fácil reproducción
ha hecho que se multipliquen por miles. Su silbido agudo se le escucha por
doquier.
En un trabajo de campo que se llevó a comienzos del siglo XXI
en Mariquita sobre batracios descubrieron que habían cerca de 28 especies,
incluyendo la rana Canguro que hasta la fecha no hay noticias de ella. La tala,
los insecticidas, la sequía de las quebradas y pantanos, pero sobre todo el ser
humano, las han extinguido. Solo quedan
unas pocas especies al borde de la extinción.
Raro que no le hayan salido enemigos. Ver para creer.