Armando Moreno Sandoval
Publicado en El Puente, marzo de 2015, p. 6
Un hijo de Casabianca, municipio al norte el Tolima, hace muchos años se radica en Mariquita para ejercer con vocación su profesión de médico. Recientemente hizo el lanzamiento de su libro “La vida de un médico en 60 historias”
No recuerdo cómo surgió la amistad con el médico Luis Arturo
Castaño Ocampo. De eso ya bastantes años. Lo que si recuerdo fue una amistad de
esas que surgen alrededor del intercambio de libros, del comentario del libro, del
dialogo, pero, sobre todo, de expresar ideas diferentes, así se esté en
desacuerdo.
Más allá de los libros, en una sociedad como la
nuestra donde el pan de cada día es la intolerancia, es difícil encontrar a
alguien con valores y, lo más difícil, que haya cultivado la moral y la ética.
Estos dos rasgos tan difíciles hoy en día, y sin temor a equivocarme, están en
este hombre maravilloso y humano.
No basta que yo exprese estas ideas. La inmensa
solidaridad que ha expresado el pueblo de Mariquita por estos días hacia el
médico Castaño es una demostración fehaciente que a él se le quiere por lo que
en sí representa como persona. Los adjetivos cargados de cariño para con él han
sido infinitos y, ni hablar del dolor y
la tristeza, que han sentido las mismísimas personas.
Aunque su faceta más conocida es la del médico, pues
la ha ejercido en su vida diaria como un apostolado, el lado humano que él ha
cultivado en esa profesión se puede apreciar también en su reciente libro: “La
vida de un médico en 60 historias”. Seguramente
lo que más entusiasma a la gente es el de haberle ido descubriendo poco a poco
otras facetas que, para algunos, seguramente habían pasado desapercibidas. Y lo
que la gente ha descubierto es a un ser polifacético que, con el mismo esmero
que cultivó su profesión, también lo tuvo para con la música, la poesía, la
prosa y, por qué no, como él mismo lo reconoce, su gusto por el aguardiente
cuando podía saborearlo.
De su prosa están sus textos que, a manera de relatos,
dan cuenta de lo que es la mentalidad rural o urbana de una sociedad.
Son textos con una gran factura antropológica. Aunque inéditos, he tenido la
oportunidad de leerlos y, ojalá, en una mañana no tan lejano, otros ojos tenga
la oportunidad de reflexionarlos, ya que en ellos está más que reflejado lo
complejo que son los entresijos de la condición humana.
Tampoco podríamos pasar por alto, como él mismo lo
reitera, su pasión por la música y el labrar de los versos con la paciencia del
escultor. Sin olvidar, por supuesto, el oficio de hortelano, que no es más que
un regreso a las raíces de su niñez y juventud.
Alguna vez hablando del tiempo antropológico en los
seres humanos, le comentaba que cuando se es niño las distancias generacionales
son abismales. Para un niño de 10 años alguien de 15 o 20 años es demasiada
distancia. Pero con el correr de los tiempos, a medida que ese niño va
envejeciendo, esa distancia generacional se van acortando. E inclusive llega un
momento es que las fronteras generacionales prácticamente desaparecen.
Sin embargo, ello tiene una paradoja. Por mucho que
las distancias se acorten o desaparezcan, el choque generacional ha de persistir.
No basta el peso de los años para posesionarse frente al otro. El choque de
edades solo se puede superar si las generaciones anteriores logran trasmitir
experiencia, sabiduría, y si enseñan la tolerancia a las ideas, la diferencia y el respeto al otro.
Todas estas cualidades que son propias de la
modernidad y de un pensamiento libre de
ataduras y de imposiciones las he encontrado en el médico Castaño. Cuando habló
con él dejó a un lado mí experiencia y formación académica y me convierto en su discípulo.
Hace rato que vi en él no a la persona a quien le puedo “robar” una idea, si no
que he encontrado en él a un maestro.
Con él me siento a gusto por lo que trasmite. Una
catarata de conocimiento, de aprendizaje y de experiencia que sale a flote no
solo cuando habla sino que están también en sus textos escritos publicados e
inéditos.
Comparto con él la idea de que el paso por este mundo
es efímero y partimos de el, el día menos pensado. “Esa es la realidad”, me lo
ha dicho varias veces. Estoy seguro que, además de sus amigos, de su familia,
de los muchísimos conocidos que tiene, o, para aquel que sabe quién es pero que
aún no ha tenido la oportunidad de compartir un saludo, anhelan con mucho
cariño tenerlo, como ayer, recorriendo de nuevo las calles, sonriendo,
visitando a sus enfermos y amigos, pero, sobre todo, compartiendo un nuevo día con
todos aquellos que lo quieren y lo aman.
Fuerza… maestro! Aun no es hora de partir..!