Armando
Moreno Sandoval
@amoreno_s
La democracia es un péndulo. El triunfo es engañoso y
más en un país como Colombia que la tradición de adorar caudillos y jefes es de
siglos. Amamos y odiamos. Es lo que explica por qué se sigue adorando a Simón
Bolívar, a Francisco de Paula Santander, Jorge Eliecer Gaitán, Laureano Gómez o
a Álvaro Uribe, sin conocer la procedencia de sus ideas.
Algunos están convencidos de que con la derrota del
Centro Democrático que representa la extrema derecha, o, la de Colombia Humana
que representa la extrema izquierda, la sociedad cambió. ¡Falso!
Una lectura a las elecciones del 27 de octubre, así se
hayan dado palos electorales como los ganadores de las alcaldías de Medellín y
Cartagena, lo cierto es que algunas castas caudillescas volvieron. Un ejemplo
es el departamento del Valle o el mismísimo departamento del Atlántico.
No obstante, hay que hacer una advertencia. En
Colombia pese a que se sigue imponiendo las maquinarias, a veces también se
vota por caras ajenas a todo proyecto político o ideológico. Con la
desideologización de la sociedad a veces poco importa las ideas, sino el deseo
de votar por alguien porque me cae bien, o, en el peor de los casos porque me
cae mal.
La gente a pesar del desencanto de la democracia aún
guarda la esperanza de que el elegido trabaje para resolver los problemas de la
gente. Otros hartos de que la democracia es una bagatela optan por el voto en
blanco, algunos devuelven el tarjetón tal como se lo entregaron y otros a
rabiar estropean el tarjetón con madrazos y tachones. Pero hay otros más
radicales, quienes piensan que la democracia es una burla prefieren ver pasar
el día de las elecciones frente a un televisor o comentando los chismes del
día.
Así la gente celebre el triunfo o la derrota, el
verdadero ganador es la rabia, es el desencanto, es la frustración, es el
pesimismo. La gente cree que quien triunfó nunca, poco o nada se va a preocupar
por los problemas de la gente. La gente del común ya sea en Chile, Estados
Unidos, España, Hong Kong, Ecuador, Alemania, Francia o cualquier otro país,
está pidiendo a gritos que la Democracia y el llamado Estado de Derecho ya no
es representativo de los ciudadanos. Toca inventar algo nuevo.
Todo este desmadre se refleja de algún modo a nivel
local. En Mariquita, un pueblo en el centro de Colombia es un buen ejemplo. En
las elecciones del 27 de octubre de 2019 la votación fue exigua. Solo participó
el 58.24% de un censo de 29.172 votantes. Tan así que el alcalde triunfador
solo lo hizo con tan solo 4.696 votos, o sea el 28.82%.
Lo mismo puede decirse de la elección del concejo, que
en Colombia es un órgano coadministrador. Solo participó el 58.25% de un censo
de 29.172 votantes y el partido más votado solo obtuvo 2.423 votos, equivalente
al 15.90% del censo electoral. Pero si se contrasta estas cifras con el voto en
blanco, no marcado y nulo la sorpresa es que este elector rebelde fue el
verdadero ganador, pues fueron 2.361 electores, equivalente al 17.57% del censo
electoral, que no se inclinó por ninguno aspirante.
La conclusión a que se llega es que quienes administrarán
los dineros de los contribuyentes deben pensar en cómo resolver los problemas
de la gente. ¡Lo demás es un pajazo mental!
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