Armando Moreno Sandoval
Villa de Leyva |
Toparse con casas de tejas de barro que invitan a dialogar con el recién llegado, caminar con sigilo por sus calles, me llevaron a pensar cuáles serían las ideas que le asaltaron a Venero de Leyva en 1571 para fundar un pueblo en un valle rodeado de montañas escarpadas y frías.
Aunque a primera vista da la sensación de que
las ideas que vuelan por sus calles son las mismas de antaño, solo basta observar
a sus gentes para empezar a pensar que en Colombia no hay otro pueblo como
Villa de Leyva.
En la escuela nos enseñaron que las ideas que
cambiaban al mundo primero habían llegado por las costas. Ahí están el Mediterráneo
con sus culturas que van desde Grecia hasta Italia; el Japón Imperial y la
China milenaria. Estas culturas nos corroboran la tesis que así fue.
No obstante, la realidad nos enseña que toda
regla tiene su excepción. Desde que se posa el pie sobre las calles empedradas
la sensación que da es que, Villa de Leyva no requeriría de un museo porque
ella misma es un museo. No es un museo cualquiera. Ya que, en vez de estar
atrapada en la añoranza del pasado, sus calles y su gente, a pesar de los
avatares del tiempo, son un torbellino de ideas que marchan al ritmo del siglo
XXI.
Café Don Velásquez |
Escuchar acentos, maneras de pensar, nos permite
descubrir emprendimientos que solo pueden darse en un pueblo donde la
procedencia de sus gentes también cuenta. Son los ejemplos de la Librería
Cervantes y el Café Velásquez.
En un siglo XXI donde lo digital devora el
papel, lo de la Librería Cervantes parecería un contrasentido
cultural. Y fue lo que vivió Felipe Rojas con el exalcalde Víctor Hugo Forero
la vez que le llevó la inquietud de abrir un local con estanterías llenas de
libros. Ante la propuesta el exalcalde prefirió echarle candado a las nuevas
ideas prefiriendo ver como seres brutos, ignorantes e incultos a quienes lo
eligieron.
—Aquí no se lee— fue lo que le dio a entender
el exalcalde Forero al librero
Si por los políticos fuera, el mundo sería un
permanente fracaso. Este siglo XXI ha enseñado que la democracia liberal tal como
hasta ahora se ha conocido hay que reinventarla. Que los políticos con sus
ideologías de cualquier cuño son una engañifa. La prosperidad de la gente y la
gobernabilidad de los pueblos no se le puede dejar a inútiles con poder. Fue lo
que vivió el librero Rojas en su primer intento por instalar una librería en
Villa de Leyva.Librería Cervantes
Se ha dicho que quien persiste, tarde o
temprano, tendrá su premio. Solo bastó la pandemia desatada por el covid-19
para que el librero Rojas tuviese una segunda oportunidad. Sin pensarlo dos
veces, y cuando se creía que toda iniciativa estaría condenada al fracaso, ni
corto ni perezoso tomó su carro y cogió rumbo a Villa Leyva.
Preguntando allí y allá, esa misma cultura
cosmopolita que caracteriza al habitante de Villa de Leyva, le abrió sus
puertas. El dueño del local al escucharlo hablar de libros no tuvo otra que sonreír
y decirle:
—El local es tuyo.
Aunque en proporciones menos quijotescas otra
propuesta de emprendimiento, y gracias al covid-19, es el Café Velásquez
de Alejo Velásquez, su propietario, que, con su charla, su sonrisa y su
bigote ralo hace más grata la estadía.
Tan así que pasar una tarde noche en medio de
diferentes ritmos musicales saboreando tortas, pasteles, viendo el tablero de un
ajedrez, una partida de dominó o quedar lelo viendo libar una cerveza artesanal
es una delicia que solo estaba reservada a los dioses. Pero no. En Villa Leyva
los dioses no existen. Han sido reemplazado por hombres y mujeres de carne y
hueso que, en su peregrinaje, atravesando la Plaza Mayor, no tienen otra que
inclinarse ante la majestuosidad de este pueblo que invita a volver una y otra
vez.
Con la Librería Cervantes y
el Café Velásquez, dos sitios que emergieron en medio de la
pandemia del covid-19, es una forma de decirnos que como Villa de Leyva no hay
otra.
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