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lunes, diciembre 21, 2020

Cuando se piensa que el pobre es el culpable

 Armando Moreno Sandoval 

Generaciones enteras crecieron, y siguen creciendo, alrededor de Cantinflas, El Chavo y Chespirito. Lo bueno de estas producciones es que muestran un lado amable de la pobreza. El mensaje que daban era recordarle a la sociedad que había pobres.


No todas las culturas con sus idiomas tienen palabras para referirse a los pobres. Algunas ni siquiera tienen un equivalente. Pobre que viene del latín pauperis significa el “que produce poco”. Un significado que a través del tiempo fue cambiando hasta llegar a la connotación que le damos hoy día: un ser despreciable, desagradable, asquiento, al que toca hacerle el quite, etc., etc.

El Chavo
En el idioma español una palabra para explicar el asco, el rechazo, el fastidio al que no tiene nada no existe. Encontrar la palabra le valió años de dedicación a la filósofa Adela Cortina, especialista en Ética y Filosofía política, y profesora en la Universidad de Valencia (España). La palabra le llegó por el lado del griego aporos que significa el rechazo al pobre, el que no tiene nada. Y que mejor que aporofobia para designar ese rechazo al que está jodido.

La filósofa Adela Cortina, quien inventó aporofobia, cree que la verdadera fobia o rechazo proviene cuando esos otros son pobres en la acepción más amplia de la palabra (sean exdrogos, drogadictos, ladronzuelos de carteras, desempleados, destechados, harapientos, hambrientos, etc, etc). Es decir, a los que eufemísticamente en Colombia llaman “vaciados”.

No obstante, el contraste está, y es lo que sucede en Europa o en Estados Unidos, cuando el extranjero llega con bultos de dinero o es rico, pues lo que se ve es que se le tiende la alfombra roja. Al fin y al cabo, lo que importan son los dólares. Entonces lo que se rechaza no es al extranjero, sino su condición: el de ser pobre, miserable, y es lo que sucede con el inmigrante, el refugiado que sale de su país a jugársela en busca de un empleo que, por lo general, son miserables.

La aporofobia más desdichada es cuando se rechaza a la gente pobre en su propia casa, en su propio barrio. Si en algo tenemos que agradecerle al Covid-19 fue el de haber desnudado ese comportamiento social aporofóbico que muchos no quieren reconocer pero que lo llevan escondido. Y fue lo sucedió en días pasados en el municipio de Honda (Tolima) con Brandon Andredi Rojas alias Dinosaurio.

La música, sobre todo la llamada salsa urbana, nos ha reseñado hasta la saciedad personajes delincuenciales que salen y entran de la cárcel como si fuese un hotel. Fue lo que pasó con Dinosaurio.

Cuando a Dinosaurio se le cambió la prisión domiciliaria por la prisión intramural la reacción de la gente fue de alegría, de plácemes. La típica aporofobia hipócrita y de doble moral. Dinosaurio había encarnado tanto el miedo y el odio que “la gente de bien”, “de dedo parado”, o, de los que se creen “de mejor familia”, terminaron por anhelarle la llamada “limpieza social”.

Cantinflas, El Chavo o Chespirito encarnan la compasión y la empatía hacia el pobre. El Estado de Bienestar que se construyó después de la II Guerra Mundial en el siglo XX para reducir la pobreza fue aniquilado por el modelo neoliberal de Ronald Reagan y Margareth Teacher. Hoy día el neoliberalismo está desbocado. Los ricos son más ricos y los pobres más pobres. La pobreza ahora genera miedo, tan así que la empatía y la compasión se perdió.

Escuchar a los “de dedo parado” da risa. Son tan miserables que la caridad ya no cabe en ellos. No se toman la molestia de pensar el porqué de la pobreza. Prefieren odiarla. Convencidos que los pobres son los culpables de su pobreza no entienden que esta es el resultado de unas condiciones estructurales que dejan a muchos en el asfalto, en el suelo, en la miseria. Más bien creen que ser pobre es fruto de un error individual o de una culpa personal; y es cuando la gente al anular la empatía comienza a percibirlos como una amenaza. Por esta vía terminan justificando que se les persiga o se les mate.

El rechazo al pobre se ha vuelto tan cotidiano que ver regueros de muertos a causa de esta parece normal. Era tan fuerte el rechazo que sentía Dinosaurio de la sociedad que, ya en la cárcel, abandonado y solo, ocho días después, se ató una sábana al pescuezo suplicando el suicidio.

Entre tanto las redes sociales o los medios escritos y televisivos aplauden decisiones como la Dinosaurio.

Uno menos, piensan algunos.

miércoles, diciembre 02, 2020

El embrujo de Villa de Leyva

 Armando Moreno Sandoval

Villa de Leyva 

Toparse con casas de tejas de barro que invitan a dialogar con el recién llegado, caminar con sigilo por sus calles, me llevaron a pensar cuáles serían las ideas que le asaltaron a Venero de Leyva en 1571 para fundar un pueblo en un valle rodeado de montañas escarpadas y frías.

Aunque a primera vista da la sensación de que las ideas que vuelan por sus calles son las mismas de antaño, solo basta observar a sus gentes para empezar a pensar que en Colombia no hay otro pueblo como Villa de Leyva.

En la escuela nos enseñaron que las ideas que cambiaban al mundo primero habían llegado por las costas. Ahí están el Mediterráneo con sus culturas que van desde Grecia hasta Italia; el Japón Imperial y la China milenaria. Estas culturas nos corroboran la tesis que así fue.

No obstante, la realidad nos enseña que toda regla tiene su excepción. Desde que se posa el pie sobre las calles empedradas la sensación que da es que, Villa de Leyva no requeriría de un museo porque ella misma es un museo. No es un museo cualquiera. Ya que, en vez de estar atrapada en la añoranza del pasado, sus calles y su gente, a pesar de los avatares del tiempo, son un torbellino de ideas que marchan al ritmo del siglo XXI.

Café Don Velásquez

Escuchar acentos, maneras de pensar, nos permite descubrir emprendimientos que solo pueden darse en un pueblo donde la procedencia de sus gentes también cuenta. Son los ejemplos de la Librería Cervantes y el Café Velásquez.

En un siglo XXI donde lo digital devora el papel, lo de la Librería Cervantes parecería un contrasentido cultural. Y fue lo que vivió Felipe Rojas con el exalcalde Víctor Hugo Forero la vez que le llevó la inquietud de abrir un local con estanterías llenas de libros. Ante la propuesta el exalcalde prefirió echarle candado a las nuevas ideas prefiriendo ver como seres brutos, ignorantes e incultos a quienes lo eligieron.

—Aquí no se lee— fue lo que le dio a entender el exalcalde Forero al librero

Si por los políticos fuera, el mundo sería un permanente fracaso. Este siglo XXI ha enseñado que la democracia liberal tal como hasta ahora se ha conocido hay que reinventarla. Que los políticos con sus ideologías de cualquier cuño son una engañifa. La prosperidad de la gente y la gobernabilidad de los pueblos no se le puede dejar a inútiles con poder. Fue lo que vivió el librero Rojas en su primer intento por instalar una librería en Villa de Leyva.

Librería Cervantes

Se ha dicho que quien persiste, tarde o temprano, tendrá su premio. Solo bastó la pandemia desatada por el covid-19 para que el librero Rojas tuviese una segunda oportunidad. Sin pensarlo dos veces, y cuando se creía que toda iniciativa estaría condenada al fracaso, ni corto ni perezoso tomó su carro y cogió rumbo a Villa Leyva.

Preguntando allí y allá, esa misma cultura cosmopolita que caracteriza al habitante de Villa de Leyva, le abrió sus puertas. El dueño del local al escucharlo hablar de libros no tuvo otra que sonreír y decirle:

—El local es tuyo.

Aunque en proporciones menos quijotescas otra propuesta de emprendimiento, y gracias al covid-19, es el Café Velásquez de Alejo Velásquez, su propietario, que, con su charla, su sonrisa y su bigote ralo hace más grata la estadía.

Tan así que pasar una tarde noche en medio de diferentes ritmos musicales saboreando tortas, pasteles, viendo el tablero de un ajedrez, una partida de dominó o quedar lelo viendo libar una cerveza artesanal es una delicia que solo estaba reservada a los dioses. Pero no. En Villa Leyva los dioses no existen. Han sido reemplazado por hombres y mujeres de carne y hueso que, en su peregrinaje, atravesando la Plaza Mayor, no tienen otra que inclinarse ante la majestuosidad de este pueblo que invita a volver una y otra vez.

Con la Librería Cervantes y el Café Velásquez, dos sitios que emergieron en medio de la pandemia del covid-19, es una forma de decirnos que como Villa de Leyva no hay otra.