Su partida deja un sabor amargo
Armando Moreno Sandoval
En este siglo XXI donde
la post verdad, más las intolerancias de cualquier cuño, que están tomando las
riendas de este mundo, la partida del historiador colombianista Charles
Bergquist deja un sabor amargo.
Cuando mi amigo, el historiador hondano Tiberio Murcia me informó que Charles Bergquist había muerto me remonté a mis años de estudio en la Universidad de Valle cuando cursaba la Maestría en Historia Andina. Uno de mis profesores era, este otro gran historiador ya olvidado, Germán Colmenares. Gracias a él, que nos puso a leer Café y conflicto en Colombia 1886-1910. La Guerra de los Mil Días sus antecedentes y consecuencias, pude apreciar además de la rigurosidad de su método para escribir historia, que la historia bien investigada y escrita daba luces para entender cómo es que se ha tejido esta sociedad colombiana.
En noviembre de 1992, como
ponente en el VII Congreso de Historia que realizó la Universidad Industrial en
Santander, pude enterarme de que Charles Bergquist había estado en Ibagué, en
noviembre de 1987 en el VI Congreso de Historia celebrado en la Universidad del
Tolima. Congreso que, en ese entonces, reunió a un selecto grupo de
historiadores que por boca de Germán Colmenares los llamaba colombianólogos. Ellos
fueron Catherine Le Grand, Charles Bergquist, Frank Safford y Cristopher
Abel.
1987. VI Congreso de Historia. Universidad del Tolima. Ibagué. |
Sí me desconcertó que, en
las memorias del Congreso realizado en la Universidad del Tolima, y que
habiendo sido invitado como conferencista central su ponencia no la hubiesen
tenido en cuenta en la publicación. Haberla omitido me lleva a pensar que el
editor era un profundo desconocedor de los aportes historiográficos de Charles Bergquist.
Si menciono este hecho escabroso
obedece porque dos años después del congreso en Ibagué, es decir, en 1989, la revista
de Estudios Sociales de la FAES sorprendería con un ensayo corto de Bergquist
titulado La historia laboral latinoamericana desde una perspectiva
comparada. Observaciones acerca del carácter insidioso del imperialismo
cultural. Este texto que en este 2020 cumple 33 años parece haber sido
olvidado en los cursos de los programas de Historia.
Personalmente el ensayo me
llama la atención porque para esa época, por lo que concierne a Europa, la
Historia estaba presa de nuevas formas narrativas. El renacer de la narrativa
de Lawrence Stone que decía que había que reinventar la escritura de la
historia parecería ser cosa del pasado.
Recuerdo que en la venta
de libros del viejo Berna a la entrada del edificio de Sociología de la Universidad
Nacional los beltseller era El Queso y los gusanos de Carlos Ginzburg, El
año mil de Georges Duby, Montaillou de Emmanuel Le Roy Ladurie,
entre otros. Ni hablar de El regreso de Martín Guerre de Natalie Z.
Davis. La historia narrada de Natalie Z. Davis que fue llevada a la pantalla
grande, al ser presentada en las salas de cine de Bogotá, los mismos profesores
que me daban clase solían decir, sin una palabra más o una palabra menos, que así
era que se debía de contar la Historia. ¡Eso si era Historia! ¡Lo otro era
enredijos!
Mientras todo esto pasaba,
Charles Bergquist seguía produciendo historia de los obreros, pero, sobre todo,
seguía fiel a su método de trabajo. En el ensayo mencionado criticaba que los
historiadores al hacer historia cayeran presos de teorías eurocéntricas pues habían
sido creadas para otro devenir histórico. Sin embargo, cuando estuvo en boga la
“nueva” historia social y cultural que daba cuenta de los estudios laborales de
los países europeos, no tuvo reparo en criticar que en nada había servido que
los historiadores se hubieran alejado un poco de los paradigmas eurocéntricos ortodoxos
si habían caído atrapados en un nuevo embrujo teórico. Se refería, nada más, ni
nada menos, que a Edward Thompson y a su monumental obra La clase obrera en
Inglaterra.
Aunque Bergquist reconoció
el aporte de Thompson para estudiar los obreros, en cuanto se refiere a la
cultura, en sí lo que decía era que esta forma de hacer historia debía también
estar sometida a la crítica. La razón, que la historia de los obreros de los
países subdesarrollados no se podía hacer recurriendo a las mismas herramientas
teóricas que los historiadores europeos o norteamericanos utilizaban para leer
la clase obrera de sus respectivos países.
Ojalá que en las universidades
colombianas y sus programas de Historia les dé por crear la cátedra Charles W.
Bergquist. El conjunto de su obra da luces para entender qué nos pasó. Es
posible que su historia académica, la que obedece al rigor del método y de sus
fuentes, no guste a muchos sectores radicalizados de la política. En estos
momentos que Colombia necesita nuevos aires para construir un país diferente que
bueno retomar sus ideas.
Si hay algo que tenía Bergquist
era su capacidad de síntesis para hablar de lo que ha sido Colombia. Nadie como
él, es lo que yo creo. Y que mejor que la entrevista que dio para El Espectador en junio de 2014. Él nos dice que el gran fracaso de no haber construido una
republica en el siglo XIX obedeció a que el liberalismo no pudo imponer su visión
liberal. De ahí las guerras civiles que azotaron el siglo XIX. Y que solo la visión
liberal se aceptó a partir de 1910.
Ojalá la izquierda leyera
a los académicos y que dejaran de pensar que la felicidad se puede bajar de los
cielos a punta de balas y berrinches. Su
lectura sobre la izquierda es esclarecedora. Hermoso cuando afirma que si ésta
no ha prosperado es porque siempre ha estado un poco equivocada en cuanto a la
manera de comprender a los obreros. La razón: la izquierda cree en la
existencia de una clase obrera parecida a los países del Atlántico norte. Cree
en el obrero de Carlos Marx. Si hubiese entendido que el obrero era otro,
seguramente hubiese optado por una izquierda democrática y se hubiera evitado
el error de haber creído en la lucha armada.
El otro gran error de la izquierda
fue creer en la Violencia como una revolución abortada, cuando la realidad era
otra. No entendieron que la contienda era entre godos y liberales.
En fin, así se haya ido
para siempre, tenemos Charles W. Bergquist para rato. Nos quedan sus libros,
sus ensayos, entrevistas, artículos. Y que mejor que leerlos en estos tiempos
tan obscuros.
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