Armando Moreno Sandoval
Armero en la narrativa literaria del siglo XXI
Alejada de toda etiqueta
feminista, Gloria Inés Peláez, antropóloga y novelista manizalita, nos trae un
cuadro poliédrico social del norte del Tolima a través de su segunda novela Era
mucho el miedo.
Alejada también, como ella misma
lo confiesa, de los mercados editoriales, pues escribe por el placer de
escribir y de este modo alejar los fantasmas que lleva dentro, su narrativa ha
ido imponiéndose poco a poco dentro de un público lector que cada día la valora
más por su calidad literaria que, por los inciensos que se insuflan en las
reseñas de libros a merced del mercado.
Es posible que algún despistado lector
sin haber leído Era mucho el miedo tilde la novela de provinciana. No debemos
olvidar que la tarea de quien se aprecie escritor, es el de crear y dar cuenta
de simbolismos universales a partir de lo local.
Ese es el legado y la tarea que
nos han dejado los grandes maestros de la literatura. Que sería del maestro de
los maestros, el estadounidense William Faulkner sin su aldea Yoknapatawpha o
el colombiano Gabriel García Márquez sin su Macondo, o, este otro maestro de
maestros, el polaco nacionalizado inglés Joseph Conrad, un grande de la
literatura, cuyos tramas y personajes transcurren en espacios cerrados pero,
sobre todo, abiertos a la imaginación.
Era mucho el miedo es una
novela conmovedora, bellamente escrita, pero, sobre todo, excesivamente actual.
A través de Adelita, su personaje central, la escritora va desempolvando un
cuadro social que, sin caer en la cursilería y el lloriqueo, nos trae a cuenta
las violencias, los desasosiegos del alma humana, los fantasmas recurrentes del
inconsciente como la que encarna su madre que, en una perenne evocación de su
Armero amado, se niega a borrarlo de su memoria.
Este cuadro de la memoria
representada en su madre que se niega a enterrar a Amero, contrasta con el
tiempo antropológico de su hija y de su media hermana —la prostituta
avalanchera salida de la Casa de la Muñecas—, que, asumiendo el desplazamiento
como opción de vida y de sobrevivencia terminan recorriendo las calles del
Barrio Santafé en Bogotá en medio de burdeles, transexuales, gays, putas de
mala leche y ladrones.
Aunque el norte del Tolima
después de la avalancha de Armero en 1985 ha dado origen a una narrativa que
podríamos llamar “avalanchera” y oportunista, es, con esta novela, Era
mucho el miedo, que, sin lugar a dudas, el norte del Tolima, adquiere
una nueva factura narrativa.
En esta novela la escritora
también nos recrea las relaciones de poder que genera una institución como la
familia, la política premoderna como el gamonalato, el caciquismo y el favor,
o, el poder de las relaciones sexuales dominantes y dominadas; y que decir de
las familias disfuncionales como la que representa la misma progenie de Adelita
y la de su padre rico y terrateniente mujeriego venido a menos.
Más allá de este cuadro social
que aún persiste a caballo entre la modernidad y premodernidad está también la
cultura popular. Es el caso del “Toro de Oro” que comandó la avalancha para
arrasar con Armero pero, sobre todo, la lectura que nos hace del tiempo rural del
norte tolimense con una mentalidad lenta y premoderna atada a las creencias populares,
al folclor mágico y a los maleficios; y que contrasta con un tiempo veloz que
genera la urbe como sinónimo de modernidad. De una ciudad que no se detiene,
que cambia día a día, pero, que para sobrevivir, hay que empeñar el alma.
Cuadro desgarrador y contradictorio que es el signo o la marca de millares de
familias colombianas.
Es en este contraste premoderno y
moderno donde el lector podrá encontrar con sabia maestría los ritmos sociales,
temporales y espaciales en que siempre se encuentran atrapadas las sociedades.
En un país donde la narrativa de los hombres es
más visibilizada que la de las mujeres, bien vale tener en cuenta y leer Era
mucho el miedo. Pues, como
dice la misma escritora, lo que hizo fue ficcionalizar los hechos que
transcurren en el último cuarto del siglo XX y que arranca precisamente desde
la avalancha que sepultó Armero en noviembre de 1985.
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