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viernes, noviembre 17, 2023

El Karl Marx de Isaiah Berlin

Armando Moreno Sandoval

Karl Marx es el libro más conocido de Isaiah Berlin, publicado por primera vez en 1939 y revisado varias veces después. Es un mamotreto que, si uno se descuida, corre el riesgo de torcerse el brazo.

Los estudiosos de la obra de Marx, más no los marxistas, ni quienes han hecho de ella una doctrina religiosa, dicen que es el análisis más riguroso y serio hasta ahora escrito.

Biografías serias sobre Marx son pocas. Si las contamos teniendo como referencia los dedos de una sola mano, el lector puede sorprenderse de que le sobran dedos.

Terrel Carver quien escribió el postfacio de la 5ta Edición para Alianza Editorial en español, al terminar uno de leerlo se llega a la conclusión que de toda la chapucería que ha salido sobre la vida y las ideas de Marx, solo vale la pena destacar la de Francis Wheen, titulada también Karl Mark (London, 1999). Todo indica que Wheen, periodista, productor y escritor, además de las camionadas de libros que vendió, ganó mucho dinero y demasiados premios. Los entendidos dicen que el Karl Marx de Wheen es muy humano y que lo acercó al común de la gente.

Si Wheen logró este perfil obedece porque obtuvo acceso a una cantidad de material publicado en inglés, alemán y ruso que para la época de Berlin no existía. La otra ventaja fue el de haber accedido a los archivos del propio Marx que se habían resguardado en Amsterdam y Moscú, y que para la época que escribe Berlín eran inaccesibles.

La otra obra según los estudiosos de Marx rescatable es la de David McLellan: The Young Hegelians and Karl Marx (London, 1969), pupilo y discípulo de Berlin. Aunque no contó con las fuentes que tuvo a disposición Wheen, si tuvo a su alcance ediciones impresas en inglés que Berlin no pudo ni soñar. El aporte de McLellan fue alejar a Marx de la lectura chata que en vida y después de su muerte habían hecho sus fans. Digámoslo sin miedo: es un Marx alejado de la ortodoxia marxista. Su Marx es en esencia humanista, es decir, haber rescatado el “primer Marx” que, a decir verdad, ya en el siglo XIX no le caía en gracia a todos aquellos que soñaban con incendiar el mundo.

La grandeza de Berlín sorprende porque para la época que escribe su obra, no había mucha biografía sobre Marx. Lo que tenía a su alcance eran las de Franz Mehring y de Boris Nicolaevski y Otto Maenchen-Helfen, publicadas en 1918 y 1933, como también unos pocos recuerdos de la familia y de sus amigos. Las obras propiamente de Marx que se conocían eran unas pocas, gracias a la generosidad de Engels que las había editado:  El manifiesto (del partido) comunista, Salario precio y ganancia, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, El prefacio de 1859 a La contribución a la crítica de la economía política, el Volumen 1 de Das Kapital  y La guerra civil en Francia.

Con ese escaso material, Berlin se las amaña para hacer una biografía intelectual, haciendo énfasis de dónde y cómo habían surgido sus ideas sobre la historia, la economía, la política y la sociedad. Lo que en el mundo académico se conoce como la Historia de las ideas.

Berlin más que tratar de mostrar las contradicciones, las ambigüedades y los errores de Marx, lo que se propone es ofrecer un cuadro lo más objetivo posible. Muy distinto a lo que hace los hagiógrafos o los contradictores de Marx.

Otro de los aportes de Berlin está en desmontar los dogmas y las simplificaciones del marxismo. O sea, ese marxismo rocambolesco que recitan de memoria los militantes, profesores y políticos de izquierda. Gentecita que tienen en mente que recitar es comprender.

Fiel al pensamiento de Berlin, la obra no está cuadriculada para que el lector la trague sin masticar. Pese a su lectura amena, sin rigidices idiomáticas, obliga al lector a tener una lectura atenta ya que sería difícil disfrutar de ese Marx humanista, bonachón, chistoso, que, por mucho tiempo se desconoció debido al dogmatismo mental de los militantes de los partidos de izquierda. No sobra decir que el perfil de un Marx aburrido que solo se la pasaba encerrado en un cuarto, sin ver la luz del sol, obedece a la imagen que le crearon los ortodoxos doctrinarios marxistas después de su muerte en 1883.

Esta debe ser la explicación del por qué en Latinoamérica en los países donde la Revolución triunfó con el correr de los días terminó pareciéndose a un manicomio. Pues lo que tenían en mente no era ese Marx que tenía tiempo para pasear con su familia y amigos, y que después de unos tragos recitaba poemas, cantaba y gritaba abrazado con sus amigos a cuatro vientos, sino el que construyó su amigo del alma Federic Engels: un Marx frío, aburrido, rígido e intransigente.

Leer el Karl Marx de Berlin es demasiado placentero. Dan ganas de que el libro no se agote nunca.

Como cada quién es libre de comprender a su manera lo que lee, al terminar y al respirar hondamente la última página del libro, uno termina convenciéndose que los temas que le da vida al libro están entremezclados en sus 346 páginas. Algo así como el Materialismo histórico que desarrolla Marx, que, para entenderlo, es necesario rastrearlo en toda su obra. No hay un texto que lo explique con pelos y señales qué es eso del materialismo histórico como si hizo Albert Einstein con la teoría de la relatividad.

A riesgo de equivocarme, intuí cuatro grandes temas que están a lo largo del libro. El primero trata de la vida de Marx, desde su nacimiento en Tréveris en 1818 hasta su muerte en Londres, pasando por su formación filosófica, su actividad periodística, su participación en la Revolución de 1848, su exilio y su trabajo en Das Kapital.

El segundo tema se ocupa de la teoría de Marx sobre la historia, basada en el materialismo histórico, la dialéctica y la lucha de clases.

El tercero examina la teoría económica de Marx, centrada en el concepto de plusvalía, la explotación del trabajo, la ley del valor y la crisis del capitalismo.

El cuarto tema que trata es la teoría política de Marx, que propone la abolición del Estado, la dictadura del proletariado y la sociedad comunista.

Berlin reconoce que Marx fue un pensador original y creativo, que anticipó algunos de los problemas y desafíos del mundo moderno, como la globalización, la alienación, la desigualdad y la opresión.

Sería cosas de tontos pensar que Berlin no les hubiese hecho reparos a las ideas de Marx. ¡Pero ojo! Son reparos que están enmarcados en las mismas correcciones que haría en vida el mismo Marx a su propia teoría.

Quienes atropellan a Marx y creen comprender su teoría de oídas suelen afirmar que uno de los grandes pecados haya sido su apego furibundo al determinismo histórico. Cierto es que en ninguna de sus obras se encuentra una crítica al determinismo, pero en su correspondencia con líderes y amigos si da señales de que la historia no tiene por qué ser unilineal, evolutiva, y tampoco no tiene por qué la sociedad pasar por estadios sucesivos hasta llegar al comunismo.

Marx llega a esta conclusión ya finiquitando su vida cuando ya había perdido toda  esperanza de que la Revolución estallara en el algún país industrializado europeo. Pese a que se seguía dando golpes de pecho del por qué el país más industrializado de Europa, Inglaterra, por ningún lado daba asomos de Revolución, se le aparece como arte de magia Rusia. Al prestarle atención a los acontecimientos que estaban sucediendo en Rusia comienza a convencerse que en ese remoto país aún feudal y sin pizca alguna de haber desarrollado la industrialización podía albergar la Revolución. Y así fue. La vida no le alcanzó para verla triunfar, ni para corroborar lo que le había dicho por escrito a sus amigos: que para que se diera la Revolución no era necesaria la existencia de una burguesía, ni la industrialización.

Quienes critican a Marx por su visión determinista, totalitaria y utópica, que ignora la diversidad, la libertad y la responsabilidad de los seres humanos son los antimarxistas de cafetín, güisqui y caviar que por lo general deambulan como animas en las facultades de humanidades de las universidades. El lío está en que detractores y defensores están equivocados. Y la explicación es sencilla, las fuentes que usan por lo generan corresponden a un marxismo ñato, vulgar, escrito por terceras personas.

Por otro lado, están los que creen que Marx se equivocó al predecir el colapso del capitalismo, la revolución proletaria y la armonía comunista. Y por esa misma vía están quienes dicen que sus seguidores se equivocaron al aplicar sus ideas de forma dogmática y violenta. Estos análisis por lo general son de impostores marxistas que tienen un conocimiento a medias. De lo dicho solo mencionaré que el mismo Marx, en cuanto a la Revolución proletaria, pensó que no tenía por qué darse en todos los países, y ponía como ejemplo Inglaterra. Su explicación era que el capitalismo industrializado al mejorarle las condiciones de vida a los obreros los había aburguesado. Por tanto, era difícil que un país con unos obreros sin afugias económicas liderase la Revolución.

Alguien podría atreverse a pensar qué importancia tiene en este siglo XXI, y en pleno auge de la Inteligencia Artificial, gastarle tiempo a un personaje que vivió en el siglo XIX como si en los últimos cien años la humanidad hubiese estado huérfana de pensadores. Por supuesto que sí los hay. Ahí están, entre muchos, Karl Popper, Michael Foucault, Gianni Vattimo, etc.

El lio no es ese. Solo diré que así existan otros pensadores, Marx es, junto a Jesucristo, lo más relevante que ha dado la historia de occidente.

Uno de los aportes más universal es el de haber concebido que para explicar la naturaleza y la sociedad era necesario concebir diferentes leyes. Aunque hoy se sabe que las humanidades en nada se parecen a las ciencias naturales, ya que el mundo que recrea un pintor en su taller y lo que hace un biólogo en un laboratorio en nada se parecen, es, gracias a Marx que las humanidades tienen sus propias narrativas.

Valga traer a cuento que cuando en el siglo XVIII el triunfo de las leyes físicas para explicar la naturaleza no tenía contradictor alguno, aparece un filósofo llamado Hegel que se pregunta si la sociedad podía explicarse con esas mismas leyes como lo hacen los biólogos, astrónomos, botánicos o físicos con la naturaleza, el universo. La respuesta de Hegel es no. Habría que inventar otras leyes que dieran cuenta de esa naturaleza humana. Pues leyes como las que había inventado Newton para explicar el universo nada tenían que ver para comprender los conflictos sociales, la política, etc.

Aunque Hegel fue quien sentaría las bases, es Marx quien logra crear una teoría para explicar la sociedad. Y esa teoría es nada más, ni nada menos que el Materialismo histórico.

No sobra reseñar, además, que el legado de Marx está aún por escudriñarse. Las instituciones que están al frente aún no han terminado la tarea de catalogar y poner a disposición el archivo dejado por Marx. Quienes están al frente de tan monumental tarea han calculado que todo el material comprendería unos 160 volúmenes. Hasta ahora van 50 volúmenes, pero el dato interesante es el pistoletazo de partida que comenzó en la década de los años 50 del siglo XX.

El propósito de Berlin no fue discutir si el pensamiento de Marx tiene validez o no. Fue el de dar a conocer desde ese campo de la historiografía llamado Historia de las ideas el origen de su pensamiento. De dónde se nutrió para haber creado semejante teoría que en pleno siglo XXI sigue dando de qué hablar.

Todo indica que habrá Marx por bastante tiempo.

 

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