Armando Moreno Sandoval
Karl Marx es el libro más conocido de Isaiah Berlin, publicado por primera vez en 1939 y revisado varias veces después. Es un mamotreto que, si uno se descuida, corre el riesgo de torcerse el brazo.
Los estudiosos de la obra de Marx, más no los marxistas, ni quienes han hecho de ella una doctrina religiosa, dicen que es el análisis más riguroso y serio hasta ahora escrito.Biografías
serias sobre Marx son pocas. Si las contamos teniendo como referencia los dedos
de una sola mano, el lector puede sorprenderse de que le sobran dedos.
Terrel
Carver quien escribió el postfacio de la 5ta Edición para Alianza Editorial en
español, al terminar uno de leerlo se llega a la conclusión que de toda la
chapucería que ha salido sobre la vida y las ideas de Marx, solo vale la pena
destacar la de Francis Wheen, titulada también Karl Mark (London,
1999). Todo indica que Wheen,
periodista, productor y escritor, además de las camionadas de libros que vendió,
ganó mucho dinero y demasiados premios. Los entendidos dicen que el Karl
Marx de Wheen es muy humano y que lo acercó al común de la gente.
Si
Wheen logró este perfil obedece porque obtuvo acceso a una cantidad de material
publicado en inglés, alemán y ruso que para la época de Berlin no existía. La
otra ventaja fue el de haber accedido a los archivos del propio Marx que se habían
resguardado en Amsterdam y Moscú, y que para la época que escribe Berlín eran inaccesibles.
La
otra obra según los estudiosos de Marx rescatable es la de David McLellan: The
Young Hegelians and Karl Marx (London, 1969), pupilo y discípulo de
Berlin. Aunque no contó con las fuentes que tuvo a disposición Wheen, si tuvo a
su alcance ediciones impresas en inglés que Berlin no pudo ni soñar. El aporte
de McLellan fue alejar a Marx de la lectura chata que en vida y después de su
muerte habían hecho sus fans. Digámoslo sin miedo: es un Marx alejado de la
ortodoxia marxista. Su Marx es en esencia humanista, es decir, haber rescatado
el “primer Marx” que, a decir verdad, ya en el siglo XIX no le caía en gracia a
todos aquellos que soñaban con incendiar el mundo.
La
grandeza de Berlín sorprende porque para la época que escribe su obra, no había
mucha biografía sobre Marx. Lo que tenía a su alcance eran las de Franz Mehring
y de Boris Nicolaevski y Otto Maenchen-Helfen, publicadas en 1918 y 1933, como
también unos pocos recuerdos de la familia y de sus amigos. Las obras
propiamente de Marx que se conocían eran unas pocas, gracias a la generosidad
de Engels que las había editado: El
manifiesto (del partido) comunista, Salario precio y ganancia,
El 18 Brumario de Luis Bonaparte, El prefacio de
1859 a La contribución a la crítica de la economía política, el Volumen
1 de Das Kapital y La
guerra civil en Francia.
Con
ese escaso material, Berlin se las amaña para hacer una biografía intelectual, haciendo
énfasis de dónde y cómo habían surgido sus ideas sobre la historia, la
economía, la política y la sociedad. Lo que en el mundo académico se conoce
como la Historia de las ideas.
Berlin
más que tratar de mostrar las contradicciones, las ambigüedades y los errores
de Marx, lo que se propone es ofrecer un cuadro lo más objetivo posible. Muy
distinto a lo que hace los hagiógrafos o los contradictores de Marx.
Otro
de los aportes de Berlin está en desmontar los dogmas y las simplificaciones
del marxismo. O sea, ese marxismo rocambolesco que recitan de memoria los
militantes, profesores y políticos de izquierda. Gentecita que tienen en mente
que recitar es comprender.
Fiel
al pensamiento de Berlin, la obra no está cuadriculada para que el lector la
trague sin masticar. Pese a su lectura amena, sin rigidices idiomáticas, obliga
al lector a tener una lectura atenta ya que sería difícil disfrutar de ese Marx
humanista, bonachón, chistoso, que, por mucho tiempo se desconoció debido al dogmatismo
mental de los militantes de los partidos de izquierda. No sobra decir que el
perfil de un Marx aburrido que solo se la pasaba encerrado en un cuarto, sin
ver la luz del sol, obedece a la imagen que le crearon los ortodoxos
doctrinarios marxistas después de su muerte en 1883.
Esta
debe ser la explicación del por qué en Latinoamérica en los países donde la Revolución
triunfó con el correr de los días terminó pareciéndose a un manicomio. Pues lo
que tenían en mente no era ese Marx que tenía tiempo para pasear con su familia
y amigos, y que después de unos tragos recitaba poemas, cantaba y gritaba
abrazado con sus amigos a cuatro vientos, sino el que construyó su amigo del
alma Federic Engels: un Marx frío, aburrido, rígido e intransigente.
Leer
el Karl Marx de Berlin es demasiado placentero. Dan ganas de que
el libro no se agote nunca.
Como
cada quién es libre de comprender a su manera lo que lee, al terminar y al
respirar hondamente la última página del libro, uno termina convenciéndose que
los temas que le da vida al libro están entremezclados en sus 346 páginas. Algo
así como el Materialismo histórico que desarrolla Marx, que, para entenderlo,
es necesario rastrearlo en toda su obra. No hay un texto que lo explique con
pelos y señales qué es eso del materialismo histórico como si hizo Albert
Einstein con la teoría de la relatividad.
A
riesgo de equivocarme, intuí cuatro grandes temas que están a lo largo del
libro. El primero trata de la vida de Marx, desde su nacimiento en Tréveris en
1818 hasta su muerte en Londres, pasando por su formación filosófica, su
actividad periodística, su participación en la Revolución de 1848, su exilio y
su trabajo en Das Kapital.
El
segundo tema se ocupa de la teoría de Marx sobre la historia, basada en el
materialismo histórico, la dialéctica y la lucha de clases.
El
tercero examina la teoría económica de Marx, centrada en el concepto de
plusvalía, la explotación del trabajo, la ley del valor y la crisis del
capitalismo.
El
cuarto tema que trata es la teoría política de Marx, que propone la abolición
del Estado, la dictadura del proletariado y la sociedad comunista.
Berlin
reconoce que Marx fue un pensador original y creativo, que anticipó algunos de
los problemas y desafíos del mundo moderno, como la globalización, la
alienación, la desigualdad y la opresión.
Sería
cosas de tontos pensar que Berlin no les hubiese hecho reparos a las ideas de
Marx. ¡Pero ojo! Son reparos que están enmarcados en las mismas correcciones que
haría en vida el mismo Marx a su propia teoría.
Quienes
atropellan a Marx y creen comprender su teoría de oídas suelen afirmar que uno
de los grandes pecados haya sido su apego furibundo al determinismo histórico. Cierto
es que en ninguna de sus obras se encuentra una crítica al determinismo, pero
en su correspondencia con líderes y amigos si da señales de que la historia no
tiene por qué ser unilineal, evolutiva, y tampoco no tiene por qué la sociedad pasar
por estadios sucesivos hasta llegar al comunismo.
Marx
llega a esta conclusión ya finiquitando su vida cuando ya había perdido
toda esperanza de que la Revolución estallara
en el algún país industrializado europeo. Pese a que se seguía dando golpes de
pecho del por qué el país más industrializado de Europa, Inglaterra, por ningún
lado daba asomos de Revolución, se le aparece como arte de magia Rusia. Al
prestarle atención a los acontecimientos que estaban sucediendo en Rusia comienza
a convencerse que en ese remoto país aún feudal y sin pizca alguna de haber
desarrollado la industrialización podía albergar la Revolución. Y así fue. La
vida no le alcanzó para verla triunfar, ni para corroborar lo que le había
dicho por escrito a sus amigos: que para que se diera la Revolución no era
necesaria la existencia de una burguesía, ni la industrialización.
Quienes
critican a Marx por su visión determinista, totalitaria y utópica, que ignora
la diversidad, la libertad y la responsabilidad de los seres humanos son los
antimarxistas de cafetín, güisqui y caviar que por lo general deambulan como
animas en las facultades de humanidades de las universidades. El lío está en que
detractores y defensores están equivocados. Y la explicación es sencilla, las
fuentes que usan por lo generan corresponden a un marxismo ñato, vulgar,
escrito por terceras personas.
Por
otro lado, están los que creen que Marx se equivocó al predecir el colapso del
capitalismo, la revolución proletaria y la armonía comunista. Y por esa misma
vía están quienes dicen que sus seguidores se equivocaron al aplicar sus ideas
de forma dogmática y violenta. Estos análisis por lo general son de impostores marxistas
que tienen un conocimiento a medias. De lo dicho solo mencionaré que el mismo
Marx, en cuanto a la Revolución proletaria, pensó que no tenía por qué darse en
todos los países, y ponía como ejemplo Inglaterra. Su explicación era que el
capitalismo industrializado al mejorarle las condiciones de vida a los obreros
los había aburguesado. Por tanto, era difícil que un país con unos obreros sin
afugias económicas liderase la Revolución.
Alguien
podría atreverse a pensar qué importancia tiene en este siglo XXI, y en pleno
auge de la Inteligencia Artificial, gastarle tiempo a un personaje que vivió en
el siglo XIX como si en los últimos cien años la humanidad hubiese estado
huérfana de pensadores. Por supuesto que sí los hay. Ahí están, entre muchos, Karl
Popper, Michael Foucault, Gianni Vattimo, etc.
El
lio no es ese. Solo diré que así existan otros pensadores, Marx es, junto a
Jesucristo, lo más relevante que ha dado la historia de occidente.
Uno
de los aportes más universal es el de haber concebido que para explicar la
naturaleza y la sociedad era necesario concebir diferentes leyes. Aunque hoy se
sabe que las humanidades en nada se parecen a las ciencias naturales, ya que el
mundo que recrea un pintor en su taller y lo que hace un biólogo en un
laboratorio en nada se parecen, es, gracias a Marx que las humanidades tienen
sus propias narrativas.
Valga
traer a cuento que cuando en el siglo XVIII el triunfo de las leyes físicas
para explicar la naturaleza no tenía contradictor alguno, aparece un filósofo
llamado Hegel que se pregunta si la sociedad podía explicarse con esas mismas leyes
como lo hacen los biólogos, astrónomos, botánicos o físicos con la naturaleza,
el universo. La respuesta de Hegel es no. Habría que inventar otras leyes
que dieran cuenta de esa naturaleza humana. Pues leyes como las que había
inventado Newton para explicar el universo nada tenían que ver para comprender los
conflictos sociales, la política, etc.
Aunque
Hegel fue quien sentaría las bases, es Marx quien logra crear una teoría para
explicar la sociedad. Y esa teoría es nada más, ni nada menos que el Materialismo
histórico.
No
sobra reseñar, además, que el legado de Marx está aún por escudriñarse. Las
instituciones que están al frente aún no han terminado la tarea de catalogar y
poner a disposición el archivo dejado por Marx. Quienes están al frente de tan
monumental tarea han calculado que todo el material comprendería unos 160
volúmenes. Hasta ahora van 50 volúmenes, pero el dato interesante es el pistoletazo
de partida que comenzó en la década de los años 50 del siglo XX.
El
propósito de Berlin no fue discutir si el pensamiento de Marx tiene validez o
no. Fue el de dar a conocer desde ese campo de la historiografía llamado Historia
de las ideas el origen de su pensamiento. De dónde se nutrió para haber
creado semejante teoría que en pleno siglo XXI sigue dando de qué hablar.
Todo
indica que habrá Marx por bastante tiempo.
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