Armando Moreno Sandoval
La vida se desbarranca en cualquier momento, así uno haya estado al tanto de los achaques de salud que asoman con el paso del tiempo.
La tal resiliencia, la palabrita de moda, no es fácil. Si algo he aprendido es que las enfermedades tienen miradas particulares y la que tiene más valor es la valoración que puede hacer el propio enfermo. La pregunta trascendental: ¿qué hacer con una vida que está siendo atravesada a cuchillo por la misma enfermedad?
En lo que a mí respecta, lo mejor fue haber vuelto a repasar lecturas que la mente había olvidado, mas no borrado.
Hace unos pocos días, leyendo el artículo de la visita que a Lima había hecho el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez en el diario español El País para recordar los lugares que Mario Vargas Llosa había retratado en su novela Conversación en La Catedral, llegó a mi memoria el nombre del pintor peruano Fernando de Szyszlo.
Mi admiración por Szyszlo viene desde hace unos 35 años, eso creo, pues en Bogotá, con ocasión de una exposición de arte latinoamericano, al lado de pintores de la talla de Lam, Matta, Guayasamín, Tamayo, estaba el de Szyszlo.
De Szyszlo me impresionaron los colores de su obra. Más allá de las vanguardias de aquella época, que ya estaban agotadas, su pintura daba paso a nuevos lenguajes estéticos.
El solo hecho de recordar a Szyszlo me llevó a su libro de memorias publicado a finales del 2016: La vida sin dueño. Tenía en ese entonces 91 años, y la vez que lo terminé de leer de un solo tirón pensé cómo era que a esa edad tuviera una memoria tan lúcida. Cómo era que estuviera dando cuenta de una época que yo entendía por pedazos y que para la primera mitad del siglo XX representaba la vanguardia: cubismo, impresionismo, arte abstracto, surrealismo, etc.
Lo que me importa de su libro fue que entendí el siglo XX que creía haber comprendido. Y lo hice a través del arte, de la pluma de Szyszlo. Szyszlo me despojó de la ignorancia y de los totalitarismos ideológicos como el nazismo, el fascismo, el comunismo.
Las memorias de Szyszlo tienen momentos desgarradores como el suicidio de su amigo José María Arguedas, la muerte trágica de su hijo Lorenzo en un accidente de aviación, la persecución que sufrió por orden de las dictaduras militares de su país, Perú. El ninguneo del que fue víctima por no estar matriculado en un bando ideológico y el desprecio mezquino que sintió por sus propios amigos del arte que se opusieron a que un museo llevara su nombre. Pero lo que más le asustaba era la naturaleza humana, esa cosa perversa que esconde el ser humano y que sale de lo más recóndito del alma para dar paso a las peores atrocidades.
Su vida la vivió al ritmo de la velocidad de un torbellino desenfrenado. Pensaba que el tiempo no le alcanzaría para darle forma a sus sueños. Es lo que explica su arrepentimiento: no por lo que hizo, sino por las cosas que dejó de hacer, reflejando así una vida de búsqueda insaciable y una “pasión inalcanzable” por la existencia y las relaciones humanas.
Siempre que leo, tengo la maña, primero que todo, de encontrar el estilo de narrar. Y a medida que avanzo, encontrar la forma y el contenido.
Lo bello de las memorias de Szyszlo es su lenguaje directo, sin eufemismos. En lugar de una cronología simple, deja que la memoria fluya libremente, yendo y viniendo por lo que significó su vida: recuerdos, anécdotas, reflexiones.
Su narrativa fluye con la naturalidad de una conversación, casi como si uno estuviera escuchando sus historias con su voz.
Como maestro del lenguaje (tanto visual como escrito), Szyszlo utiliza una prosa evocadora para pintar escenas y personajes con la misma maestría que sus lienzos.
El valioso aporte de Szyszlo al arte latinoamericano es el de haber encontrado un alfabeto visual propio donde el mundo andino se funde con la modernidad. Solo basta acercarse a sus lienzos para encontrar ese sello propio e inigualable que caracteriza su obra artística.
Al año siguiente de haber sido publicadas sus memorias, el mundo recibía, a comienzos de octubre de 2017, la noticia de que Szyszlo había muerto junto a su esposa. Ambos habían rodado por las escaleras tomados de la mano.
Su muerte me impactó. Guardaba la esperanza de ver antes de morirme una exposición suya. Creía que mis sueños se esfumaban. No obstante, hace unos meses leía en el diario peruano El Comercio que en el MAC (Museo de Arte Contemporáneo) habría una exposición “Szyszlo: 100 años” para conmemorar los 100 años de su nacimiento (1925-2017).
Allá estaré, me dije.
Me fue imposible viajar. El cáncer acecha sin cesar.

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