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lunes, octubre 25, 2021

El Estado como botín

 Armando Moreno Sandoval

En Colombia el Estado se ha vuelto un botín. Es el instrumento enmarañado de un concurso de intereses particulares que adulteran el sentido de lo público. La política ya no es la solidaridad, sino la complicidad. La adhesión de la gente ya no es a un partido, a una bandera, a una ideología, ni siquiera a un caudillo o a un movimiento, sino a una componenda, transacción, cuyos beneficiarios son los que quieren asaltar el poder y de paso cargarse el erario.

Estas ideas no son mías, fueron del político Álvaro Gómez Hurtado y están en la biografía: Álvaro. Su vida y su siglo de Juan Esteban Constaín.

La desgracia de los pueblos es que el día de las elecciones algunos electores votan por el maleante, por el corrupto, por el descompuesto, por el inepto.  Así no se puede. ¿Para qué elecciones?

Ha sido tan grande la equivocación al votar que un ejercicio simple y llano es preguntarse qué hicieron quienes hace cuatro años, o más, recogieron votos vendiendo quimeras, ilusiones, prometiendo el cielo y la tierra.

El próximo 2022 se elegirá presidente de Colombia.

Siguiendo a Álvaro Gómez Hurtado, en Colombia, desde un tiempo para acá, y lo dice la gente, ha sido tanta la desfachatez y la sinvergüencería que, desde que se instauró el voto popular, lo único que ha habido es el puro matoneo al erario. Embelecos de administraciones.

Vasta consultar las bases de datos de las entidades del gobierno para darnos cuenta de que lo que existe en Colombia son trochas, cantinas, bullaranga, desidia, ruidos, basura, olores fétidos, chulos con hambre, gente sin esperanza que deambula por las calles como zombis. Un servicio de salud a medias donde el usuario y el empleado se hacen los de la vista gorda ante un servicio de muerte. En fin, un país que se caracteriza por pelear los últimos lugares en salud, educación, infraestructura vial y otras necesidades insatisfechas, amén de la corrupción.

La estulticia se ha vuelto tan extrema en la gente que han olvidado que en los últimos 25 años los presidentes, en su mayoría, salen elegidos porque la gente vota en contra de... Algunos le maman gallo a la cárcel. Otros se arropan en las mismas instituciones del Estado para burlar la justicia.

Preguntar en qué ha cambiado Colombia es como hacer un chiste macabro. Igual al chiste que dice que si uno dura un año por ir a Colombia encuentra que todo ha cambiado pero que, si regresa a los 4, 8 o 20 años o más, todo sigue igual.  La misma novela de siempre: marrullerías de todo tipo, narcotráfico, balaceras, ruidos, cantinazos, secuestro, sicariato, ladronismo y todas las plagas malditas que la tierra ha parido.

Volviendo a Álvaro Gómez Hurtado, Colombia seguirá en las mismas si el elector acolita al inútil y eligiendo a los mismos. Si se elige gente de baja calaña, maleantes, golfos, rufianes, trúhanes o mangantes, lo cierto es, que, con esta clase de gente, será un atentado a la razón, a la civilidad, al decoro.

Una columna del profesor y economista SalomónKalmanovitz le augura a Colombia un callejón obscuro, pero sin salida. El dice que el déficit comercial de Colombia en este mes de octubre 2021 alcanzó la bicoca de 12.000 millones de dólares. Que se está exportando solo el 28% y que se importa el 50%. Estas cifras explican el por qué este país vive del rebusque, de los servicios y de hacer “vueltas”. Hasta ahora ninguno de los candidatos que están aspirando a la presidencia de Colombia han dicho cómo resolver este entuerto.

Colombia ha anidado una izquierda reaccionaria y retrograda que le ha hecho daño a la gente. Pero también es cierto que existe una derecha reaccionaria y premoderna que solo le interesa defender sus intereses. Se siente realizada si vomita ante un pueblo que pide como echarle un huevo al caldo del desayuno. La manera como la derecha ha abusado del poder es lo que explica, por ahora, el voto de opinión a favor por Gustavo Petro.

La gente del montón, de los de abajo, de la calle, ya le perdió el miedo al castro-chavismo. Refiriéndose a Petro, por el quien darán el voto, lo dicen sin ningún empacho: “Una de dos: o arregla esto o se lo parrandea”.

Si en el 2022 la gente elige la podredumbre, la política seguirá presa de los corruptos y ladrones de cuello blanco y perfumado. La herencia politiquera del pasado seguirá vivita. Sus clones, estarán ahí.

miércoles, septiembre 01, 2021

La izquierda, la utopía y los perros

 Armando Moreno Sandoval

El hombre que amaba a los perros, del escritor cubano Leonardo Padura narra lo que fue el totalitarismo socialista a través de León Trotsky. Este personaje dirigió la Revolución Bolchevique y  fue el creador del Ejército Rojo, lo que se conoció en el siglo XX como la Unión Soviética y lo que va del siglo XXI lo que quedó con el nombre de Rusia.

La primera edición de la novela salió en el 2009. Después de doce años se sigue vendiendo. Un libro que deja demasiadas reflexiones. Para mí hay una que es peligrosa y es el delirio que genera en las masas las utopías. Da ¡miedo!

Sus 573 páginas es un mamotreto que no encaja en estos tiempos del siglo XXI donde todo se desvanece en un cerrar y abrir de ojos, y donde la voz de la postverdad obliga que el pasado como lo narran los vencedores no es confiable. Que los hechos no son siempre como los cuentan, sino como la memoria recuerda. Ni hablar de la interpretación que en el transcurso de este siglo XXI ha bajado del pedestal a quienes quieren imponer la verdad en la Historia.

Coger el libro de Padura en las manos y leer la contra carátula, lo lleva  a uno a pensar que, por fin, existe un relato que recreando la muerte  de León Trotsky termina abriéndole la mente a quien lo lee. Como la de cuestionar esa vanidad izquierdista de juzgar solo al totalitarismo nazista y fascista, en detrimento de ese otro totalitarismo que a nombre del socialismo negaban la libertad individual en aras del colectivismo. Y que hoy sus fans en el mundo occidental insisten en imponer como única verdad.

Es una desgracia que así sea. Son fanatismos que aun anidan en las diferentes capillas doctrineras de la izquierda. Porque si hay algo que enseña su lectura, y como dice el mismo Padura, la historia del asesinato de León Trotsky fue relatada «para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX, ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida».

Para entender lo dicho en la pluma de Padura solo vasta dar una mirada a los totalitarismos de izquierda que todavía aúllan en el subcontinente latinoamericano: Nicaragua con Daniel Ortega o la misma Venezuela con el cada vez más anacrónico Nicolás Maduro. Amén de los populismos de izquierda como el de Argentina que, hundiéndose cada día que pasa en su propio desastre, siguen insistiendo que el socialismo a la cubana es la vía de salvación de estas sociedades.

Pero Padura enseña más de lo que está escrito.


La curva histórica de la novela que abarca buena parte del siglo XX, va desde la revolución Bolchevique de 1917 hasta finales de la década del 70 que el asesino comunista Ramón Mercader de los Ríos le pone punto final a la existencia de León Trotsky. Igualmente, Padura no se olvida de recrearnos la Guerra civil española, la contracultura del capitalismo de la mano de los Rollings Stones, el mayo del 68 o la Primavera de Praga entre otras rebeldías. Ni hablar del hipismo, la marihuana, el LSD, el sexo desbocado y el amor libre.

Rebeldías que la juventud de ese entonces bajo el socialismo desconoció porque, como está en la novela, la utopía hacia rato ya había matado los sueños. Los sueños estaban encarcelados o bajo tierra.

Movimientos que fueron ocultados a una juventud que creyéndose el cuento de que vivían en el reino de la libertad bajo el socialismo, se les mintió haciéndoles creer que era una guerra cultural contra el imperialismo.

Comprender la novela solo es posible si nos adentramos en la trama de la narrativa que ofrece Padura. Aunque de entrada nos sesga con la idea de que se trata de la muerte de León Trotsky, el lector al devorarse las primeras cien páginas encuentra otras voces decisivas en el relato como la del asesino Ramón Mercader del Río y la del narrador Iván Cárdenas quien es el personaje ficticio que Padura construye para narrar en paralelo la vida de los mencionados personajes: León Trotsky, Ramón Mercader del Río e Iván Cárdenas. Tres historias, tres novelas.

Con Iván Cárdenas encarna el sobreviviente del “periodo especial” cubano. Sumido en la mediocridad y la frustración, es a él a quien días después del encontrón en una playa habanera a finales de los años 70, el multifacético Ramón Mercader (llámese Soldado 18, Jaime López, etc, etc) le va hilando su enfermiza historia de vida. Más allá del artificio narrativo de poner hablar a Mercader como si estuviera hablando de otro, y no de él mismo, es la manera como da cuenta de los hechos, pero, sobre todo, como los atrapa para narrarlos y decirle al lector que los hechos fueron así como los cuenta.

Aunque con la voz de Trotsky pareciera ser condescendiente, es a través de él, —el mismo que junto con Lenin mandó a liquidar la revuelta de Kronstad en 1921 ordenando asesinar obreros y campesinos—, es que uno termina preguntándose para qué sirven las utopías que quieren vender el paraíso a punta de bala y muertos. Pero Trotsky termina siendo víctima de sus propias creencias. El que solo creía en los cambios sociales, en las revueltas de las masas, su asesinato a manos de Ramón Mercader puede verse como una caricatura personal.

Como si con el pensamiento colectivo de Trotsky no bastara para atribularnos, la figura de Mercader nos la presenta como un ser incondicional arrodillado al proyecto de las masas. Una de las escenas más escalofriantes de la novela es cuando para probar su lealtad al comunismo, la inteligencia soviética le ordena ejecutar a cuchillazos a un pobre hombre vestido con harapos. Un miserable perro trotskista que había que matar, según el decir de sus esbirros entrenadores.

Aunque a veces muestra a Ramón Mercader como un comunista que se atreve a pensar y a ser independiente, lo cierto de todo, es que termina triunfado la genuflexión a las masas y al partido. De ahí la frase lapidaria que al leerla pareciera que a uno se le desprendiera el hígado: «el partido siempre tiene la razón (…) y si no entiendes, no importa, tienes que obedecer».

Para entender que fue de Ramón Mercader al final de su vida, y en qué quedaron las ideas que profesó, que mejor que su misma voz en dialogo con Lionia, y que Padura describe así:

  — En la cárcel leí a Trotsky. Todos los presos sabían que yo lo había matado, aunque la mayoría no tenía idea de quién era Trotsky ni entendía por qué lo habían asesinado. Ellos mataban por cosas reales: a la mujer que los engañaba, al amigo que lo robaba, a la puta que se buscaba otro chulo… Un día, cuando regrese a mi celda, tenía sobre la cama un libro de Trotsky. La revolución traicionada. ¿Quién lo había dejado allí? El caso es que empecé a leerlo y me sentí muy confundido. Más o menos un mes después apareció otro libro, Los crímenes de Stalin, y también lo leí, y me quedé aún más confundido. Reflexioné sobre lo que había leído y durante varios meses esperé a que me dejaran otro libro, pero no llegó. Nunca supe quién los puso en mi celda. Lo que sí supe es que si antes de ir a México yo hubiera leído esos libros, creo que no lo habría matado… Pero tienes razón, yo era un cínico el día que lo mate. En eso me había convertido. Fui una marioneta, un infeliz que tenía fe y creyó lo que tipos como tú y Caridad le dijeron.

 — Muchacho a todos nos engañaron.  

— A unos más que a otros, Lionia, a unos más que a otros…

 

 

 

miércoles, agosto 11, 2021

Mariquita: resignificar el pasado

 Armando Moreno Sandoval

A las mentes rancias el derrumbe de estatuas, el cambio de calles y plazoletas, o echarles pintura a los llamados próceres de la patria no les gusta ni cinco. Lo que no entienden estos sujetos es que el mundo cambia. Lo bueno de la resignificación del pasado es que se está cagando en todo aquello que en décadas pasadas algunas elites —creyéndose portadores de la verdad—señalaban en magnánimas leyes quienes deberían ser homenajeados.

No sé si por fortuna, o no, pero lo que va del siglo XXI todo lo que ayer era venerado hoy parece que está siendo aborrecido. Odiado. En Cali en días pasados bajaron del pedestal a Sebastián de Belalcázar. En Ibagué igual suerte corrió la cabeza de López de Galarza. En Bogotá, ni hablar. Los Reyes Católicos los bajaron del pedestal y en un cerrar de ojos fueron a parar a un cuarto de San Alejo.

Cristóbal Colón el que la Historia dice que descubrió…. Bueno, volvámonos serios, ¿descubrió qué? Todos sabemos que cuando llegó Colón estás tierras que luego llamarían América no estaban deshabitadas. Estaban pobladas, había gente. Sí, así como se lee, gente de carne y hueso. Ante la evidencia de que él no descubrió absolutamente nada, en muchos países de occidente sus estatuas están siendo derribadas y en su lugar están erigiendo las de los aborígenes que por defender sus territorios, creencias, costumbres, pagaron con sus vidas.

Quienes se metieron de lambones a gobernar a Colombia desde 1810 hasta nuestros días, creyeron que quienes debían ser homenajeados eran los mismísimos que habían regado las tierras de este país con sangre y fuego.

Este movimiento social de resignificar el pasado se está dando hace bastante rato en muchas ciudades europeas y estadounidenses. Colombia no se ha quedado atrás. Aunque se ha dado en las ciudades capitales, en los pueblos pequeños no hay noticia de que se esté resignificando el pasado.

Pese a ello, hay un pueblo pequeño en el centro de Colombia llamado Mariquita que, bajo la iniciativa de los concejales Carlos Geovany Gómez Betancur y Juan Carlos Castañeda Saldaña, quieren cambiar el himno porque, según ellos, no es representativo.

Para entender la iniciativa de estos concejales, es bueno señalar que el himno de Mariquita es la Rumba criolla llamada Mariquiteña. En la década de los 40 del siglo XX fue una canción popular. Se bailaba y se tatareaba en las calles. También en las cantinas y bares donde el cuchillo hacía de las suyas. Su compositor fue Milcíades Garavito y en sus estrofas evoca a la mujer Mariquiteña.

Si bien la iniciativa de los concejales es loable, valdría preguntarse, si solo habría que resignificar la Mariquiteña. Si la Historia de antaño solo da cuenta de quienes vencieron, en el caso de Mariquita —como en muchos otros pueblos— habría que preguntarse qué otros pasados podrían ser sujetos de resignificación.

Veamos:

Con el surgimiento de la República en 1810, y como una afirmación de independencia ante España, todo lo que oliera a colonialismo español fue borrado. Mariquita que se llamó durante los siglos XVI, XVII y XVIII San Sebastián de Mariquita, el San Sebastián le fue borrado en el siglo XIX. A finales del siglo XX sin saberse muy bien cuál fue el arrebato, el gobierno municipal de ese entonces resolvió colgarle de nuevo el San Sebastián. Por tanto, para hacerle honor al Estado laico que está consagrado en la Constitución de 1991, y si los concejales y el alcalde la han leído, lo más lógico es que le borren el San Sebastián.

Es más, el San Sebastián era el santo al que se encomendaban los conquistadores españoles para que les ayudara a cortar las cabezas a los aborígenes que habitaron estas tierras.

Jiménez de Quesada
Otro personaje que habría que resignificar es a Gonzalo Jiménez de Quesada. Su estatua está yacente en la torre de la iglesia San Sebastián.  El historiador Juan Friede quien en la segunda mitad del siglo XX trascribió casi todas las fuentes documentales que tienen que ver con Jiménez de Quesada, da cuenta cómo este conquistador fue un genocida. Aniquiló toda la población aborigen que habitaba lo que hoy se conoce como el norte del Tolima.

Un símbolo que habría que resignificar es el Escudo de Armas de Mariquita. El chisme que ha pasado de generación en generación da cuenta que fue donado por otro genocida, el rey de ese entonces llamado Carlos V. En el escudo, las flechas hacia abajo significan que los aborígenes fueron dominados, subyugados. Pero la pregunta es y ¿cómo? La respuesta es sencilla: matándolos.

En Mariquita, ese pequeño pueblo de 30 mil y pucho de habitantes, su pasado no siempre fue teñido de sangre y fuego. Su bandera que engalana el salón del concejo municipal y el despacho del alcalde tiene un origen popular. Sus colores: amarillo, blanco y verde fue la inspiración de una noche de tragos en una casa de citas. Con las prostitutas a horcajadas, y a medida que iban libando los tragos de cerveza y aguardiente, y entre trago y trago un pitazo de marihuana, la inspiración de los colores de la bandera fue dando sus frutos.

Bandera tricolor

Como me dijeron sus inspiradores —pues con todos ellos tuve el honor de dialogar— el  amarillo de la bandera representa el oro que alberga sus alrededores, el blanco que es tierra de paz y el verde representa los bosques de Mariquita y de que hubiese sido la cuna de la Expedición Botánica. 

Quienes debían dar fe de este hecho histórico todos han muerto. No dejaron un testimonio escrito y por respeto a su memoria, ya que no pueden corroborar lo dicho, obviare sus nombres. Ojalá el concejo municipal en un acto de gallardía les diera por rendirle tributo a estos prohombres.

Algunos se preguntarán a qué viene ¡tanto bochinche! ¡tanto enredo! La respuesta es fácil de entender. Lo que pasa es que el mundo le está dando nuevos significados al pasado. Es decir, están revisando la Historia. Aquí no importa preguntarnos cómo fue el pasado. O si la Historia que se escribió es verdadera o falsa. Lo que importa entender es que en vez de creer que existió un solo pasado, mejor pensar que existieron otros pasados que fueron callados, anulados, escondidos, odiados, vilipendiados.

¡Estos pasados son los que están siendo reivindicados!

 

 

 

domingo, junio 06, 2021

La tiranía del mérito

Armando Moreno Sandoval

En este siglo XXI, la llamada Generación Ni-ni (los que ni estudian, ni trabajan) poco le importa los diagnósticos de los gurús que dicen entender la economía, la política, la sociedad. La realidad les dice otra cosa. Tampoco creen en quienes dicen ser portadores de la verdad.

Este escepticismo de las nuevas generaciones es comprensible. Con la ausencia de un discurso a la vieja manera de los movimientos que sacudieron el mundo durante el siglo XX, llámense fascismos, nazismos o comunismos, la Generación Ni-ni ha entendido que lo que existe en este mundo perverso son unos acomodados que poco les importa la suerte de su generación.

Algunos trinos de la Generación Ni-ni que se mueven por las redes sociales acusa a las generaciones del siglo XX ser las causantes de todas sus desgracias. Es solo un botón de muestra de que estas generaciones no están muy conformes con los progenitores que los parieron.

Mientras la izquierda con sus ideas trasnochadas heredadas del siglo XX cree en su ingenuidad entender a la Generación Ni-ni, la derecha reparte caramelos creyéndose el cuento que los tienen ganados para su causa. Que no se confundan. Esta generación es libertaria en la mejor versión de los anarquistas del siglo XIX.

Que unos pocos confundidos sigan creyendo en los cuentos que les echa la izquierda y la derecha para ganárselos, lo cierto es que la Generación Ni-ni tiene muy en claro  que todas las narrativas heredadas del siglo XX como son la cultura del mérito, la mantra de que todo el mundo puede triunfar si lo intenta, el rollo de quienes  tienen éxito son los que logran un título universitario, o aquel otro de que la movilidad individual se puede lograr a través de la Educación Superior, son eslóganes que no dejan de ser embustes.

La Generación Ni-ni ha entendido que la retórica del ascenso, como actualmente la siguen pregonando la izquierda y la derecha (la mejor versión es la matricula cero) son trampas para que una minoría en el poder siga acomodada, mientras que la gran mayoría (hombres y mujeres) siguen en el asfalto.

Increíble que quienes pregonan la política progresista no se hayan dado cuenta del resentimiento social que han venido generando. La desigualdad social y el atasco de la movilidad social que se traga a Colombia y al mundo no son un pajazo mental. De qué sirve un título universitario si el trabajo a destajo impide tener una vida digna o tener que llegar a la vejez con desesperanza.

Lo que se ha enquistado es una cultura del matoneo y manoteo entre quienes han triunfado a través del Estado asaltándolo, apropiándoselo o beneficiándose de el. La jactancia es tal que ven a todos los demás como perdedores, como miserables. Estas minorías están convencidas que si llegaron “arriba” es por el esfuerzo de ellos mismos y que los demás si son pobres es porque se lo merecen.

¿Pero qué ha hecho la juventud del siglo XXI para merecer esta suerte?

Todo arranca con la globalización neoliberal que en Colombia llega a través de la Constituyente que parió la Constitución del 91, y con los gurús que echaron el cuento que el libre mercado y un Estado que se hiciera el de la vista gorda ante las necesidades de la gente lo resolvería todo. Cierto es, que el efecto generado fue todo lo contrario: engrosar las desigualdades sociales, la pobreza, el desempleo y el hambre.

A cambio del desmonte del Estado de Bienestar los gurús de la globalización neoliberal optarían por adoptar los discursos “de las minorías” que habían surgido en las universidades anglosajonas y aceptadas en los ambientes académicos y en el mundillo de la política del Tercer Mundo. El reconocimiento “del otro”, como pomposamente lo dicen los intelectuales y profesores de las universidades, sería aceptado y decretado por ley. Un ejemplo es la Constitución del 91 que inscribe al pueblo colombiano como pluriétnico, multirracial y otros tantos pluri y multi.

Entre tanto la metáfora que los ricos tenían que ser más ricos, porque al tener los bolsillos rebosantes de dinero podían caerle migajas a los más necesitados y así sacarlos de la pobreza, fue un embuste que se tragó la derecha y la izquierda.

Ante este desmadre la respuesta fue el surgimiento del populismo autoritario de derecha e izquierda y por esa vía una puñalada trapera a las democracias liberales que, por ahora, la tiene en cuidados intensivos. Cómo explicarlo.

El reciente libro la Tiranía del mérito de Michael J. Sandel da algunas luces para entenderlo. Aunque el libro no es una receta para Latinoamérica, si deja entrever que los sectores populares al dejar de creer en los partidos y movimientos políticos tradicionales, o, al comprender que lo que le ofrecían eran solo promesas y embustes, optaron por abrazar las ideas de quienes vendían el cielo y la tierra. Poco les importa que sea otro engaño más.

Sugiere que, si los populistas están triunfando sin tanto bombo y retóricas, es porque están entendiendo mejor el momento actual.  Incluso usan un lenguaje diferente, a diferencia de la derecha e izquierda que, por lo desgastado, ya no convencen. Y lo que parece más interesante, están explotando mejor los resentimientos que ha dejado la retórica del ascenso, del sacrificio, ¡del mérito!

Es más, otra cualidad de las tantas que tienen los populistas es que, sin ningún empacho, se ven así mismo como los Mesías que pueden salvar a la humanidad de la hecatombe.

viernes, mayo 21, 2021

La farsa de la matricula cero

 Armando Moreno Sandoval


A la gente no les gusta que le contradigan lo que su ideología le dice. Este ha sido el motivo por el cual, desde los tiempos bíblicos, les han echado candela a los pueblos. Un caso que está generando piquiña, es quienes han empezado a cuestionar la farsa de la matricula cero.

Desde que ganó el Brexit en el Reino Unido los expertos valen un cero a la izquierda. Con esta campaña de salón fue que ganó Boris Johnson el Brexit. Ahora son pocos los que se atreven a opinar. Mi abuela materna, que fue una empírica, y como si se hubiera adelantado a la era de la postverdad, para burlarse de los estúpidos, decía que la lengua y el papel podían con todo. Sino que le pregunten a quienes se están saliendo de los chiros con la matricula cero. No soportan que se les lleve la contraria.

Quienes no están interesados en el poder han llegado al consenso que la matricula cero poco va a ayudar.  En primer lugar, porque esta iniciativa ya muchos departamentos y ciudades la habían asumido. En sí lo que se hizo fue que el costo de la matricula que la pagaba cualquier miembro de la familia ahora lo asume el Estado. Lo otro que es una medida que apunta a quienes ya están incluidos en el sistema educativo. ¡No se ha ganado nada!

Si ello es así, entonces cuál es el problema de estos aguafiestas que no le ven nada bondadoso a la matricula cero. Los expertos plantean que el problema verdadero es cómo ampliar los cupos ya que los estratos del 1 al 3 son muy pocos los que llegan a la Educación Superior. El ejemplo de Bogotá, y que se puede extender para el resto del país, es que, de 771.000 matriculados en las universidades, 524.184 estudiantes (el 70%) se encuentran en el sector privado. En las universidades del Estado que están registrados 229.129 estudiantes, no todos son del estrato 1, 2 y 3.

Lo que dicen la cifras es que los estratos del 1 al 3 no tienen chance de educarse. Se dice que el problema de acceso a la Educación Superior de dichos estratos no es el pago de matrícula, ya que su costo es bajo, sino de cupos, de cobertura. Y el ejemplo más patético es el de la Universidad Nacional que reciben menos del 10% de quienes se inscriben. Y eso mismo pasa con en el resto de las Universidades estatales.

En la Constitución colombiana está establecida la mentira que la educación es un derecho. Bajo este argumento todos tendrían la misma posibilidad de ingreso, pero lo cierto es que en la práctica lo que se presenta es un problema de inequidad. Ya que solo podrían ingresar los egresados de los colegios con mejores puntajes y que en Colombia corresponde a los colegios privados donde van los estratos 4-5-6, y algunos colados de los otros estratos. Con una educación de garaje, como es la educación pública, de nuevo los estratos 1, 2 y 3 tendrían poco chance de competir con los colegios privados de dedo parado.

Y entonces dónde está la solución.

Quienes solo están pensando en el billete la solución que presentan es que quienes no pueden ingresar a la universidad por falta de dinero, esto se resolvería con subsidios como los que se dan a través de Ser Pilo Paga, o, la actual Generación E. El problema es que no todos serían beneficiados. Por tanto, seguir con este embeleco es otra farsa.

Por otro lado, están los expertos que sugieren que la ampliación de la cobertura podría darse si el sistema educativo comienza a revisarse. Pasar de una universidad congelada que está diseñada para unos pocos cupos, a una universidad por demanda donde el modelo curricular sea flexible. Un estudiante que construya su propio plan de estudios acorde a sus necesidades, con planes de estudios más cortos y menos engorrosos. Y no como sucede ahora que el estudiante está a merced de un plan de estudios que le genera pereza porque los contenidos de la asignatura no están acordes con lo que está soñando.

Pero para ello la universidad tendría que pararse en el siglo XXI. Preguntarse si los contenidos que se imparten en las asignaturas están en sintonía con lo que el estudiante está buscando. Por qué como dice los expertos, la deserción obedece más al hastío que siente el estudiante al enterarse que lo que se imparte en el aula no corresponde con sus propios deseos.

Así como está el modelo educativo para lo único que sirve es para sacar un egresado mal educado, mal entrenado y mal ocupado (es decir, que se va a emplear en algo para lo cual no estudió) y, en el peor de los casos, endeudado.

Pero una revolución en la educación superior se necesitaría del concurso de los expertos. Y no de los pelafustanes de salón.

Así suene feo pareciera que en tema de educación los que salen a las manifestaciones no tienen idea qué es lo que están exigiendo. Y los pocos que lo saben están defendiendo lo que ya tienen.

La inmensa mayoría de jóvenes que están saliendo a la calle, son los que llaman la Generación ni-ni (ni estudian, ni trabajan). Ellos son los que están por fuera del sistema educativo y los está moviendo es la desesperanza, el no futuro. Ellos no tienen nada que perder. Y en eso se parecen a los anarquistas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Que la izquierda y la derecha no se equivoquen. Las masas rebeldes no buscan amos. Ellos, los de la Generación ni-ni, son libertarios. O como decía el benemérito anarquista Mijaíl Bakunin: “Sin Dios y sin Estado”.

miércoles, mayo 19, 2021

El Covid juega contigo

 Raúl Ramírez 

Raúl Ramírez
El pánico me perseguía con obsesión. Un pariente cercano murió irremediablemente dejando dos pequeñas niñas huérfanas. ¡Que dolor!   ¡Que impotencia! El paso demoledor de ese maldito virus nos ataca a todos. Lo más incomprensible es que ya le perdimos el temor. Andamos sin conciencia pavoneándonos en todos los sitios como retándolo a que nos atrape. Eso somos, así somos, desafiando la tragedia.

Vemos y escuchamos las terribles historias del covid-19 como si fueran películas y no vivencias. Todos revueltos, tal vez inducidos por la necesidad o tal vez por la negligencia, abarrotamos los supermercados, los centros comerciales y las calles del comercio. Hasta armamos fiestas familiares donde todos se contagian.  No solo es Colombia, así es en todo el mundo.

De repente una tos premonitoria altera la tranquilidad de mis días, en casa me dicen: “pilas que esa tosecita es sospechosa”. Yo me hago el de las gafas y digo: con pastillas de miel me la quito. Y me chupé dos sobres seguidos y nada. Desde aquel 28 de abril la preocupación crecía; el 1 de mayo me agarró en la calle un aguacero y me “lave” antes de conseguir un taxi. Obviamente la cosa se puso peor, llamamos al médico familiar y ordenó exámenes que me tomé al día siguiente y listo, nada que hacer. El médico anunció: “tienes Covid-19 SARS-CoV-2; aíslate inmediatamente”!

Los síntomas tenían confundido al médico que no encontraba la simetría de las cosas. No me dolía nada, ni coyunturas, ni el cuerpo, ni la cabeza, ni perdí el olfato, ni tenía dificultad respiratoria; fue cuando concluyó que me había atacado tal vez otra variante. Me indicó un tratamiento intravenoso de tres medicamentos más vitamina C. Cinco días continuos. El apetito lo perdí y me acompañaron unas horribles nauseas permanentes y una repugnancia total a la comida, por lo cual duré seis días sin tomar alimentos tradicionales. Lo intente varias veces, pero no me bajaba, además de sentir todo muy salado.  Sentía que al masticar todo se me devolvía por el esófago y no podía comer. Luego al llegar la noche me di cuenta de que tampoco podía dormir, me dio insomnio. ¡Que desespero! La segunda noche igual y va uno perdiendo la paciencia y siente deseos de salir corriendo.

¡Llamé al médico y le dije: ¡ayúdeme, no puedo con esto! No quería hablar con nadie, ni celular, ni mirar televisión, nada.

Me sostuve con jugos de frutos rojos que el mismo Dr. me recomendó y que mi esposa y mi hija con toda la paciencia y el cariño me prepararon; además de brindarme todo su apoyo y su ayuda durante esos días infernales. Me sentía débil hasta para bañarme.

Al ver mi angustia el médico reforzó el tratamiento y comencé a dormir mejor y se fueron retirando las náuseas, ¡qué maravilla! Comencé a comer de a poquitos y a dormir despertando solo una vez en la noche.

Todo comenzó un 28 de abril y hoy 18 de mayo, aunque me falta recuperar toda mi vitalidad, siento una gran mejoría. Ahh! ¡No todas las historias tienen finales felices, cuídate! El virus te está buscando y si te atrapa juega contigo a la ruleta rusa… no sabemos qué pasará.

sábado, abril 24, 2021

La casona de los Tehuta

Raúl Ramírez                                                                                                                                   

Cabalgaba en el tiempo la década de los 70s, años dorados de la bonanza marimbera y antesala de la época de terror del narcotráfico en Colombia. Me encontraba estudiando en el colegio San Pio X con el cura Manuel Manolo Cardona; presbítero educador con mano de hierro del cual recibí un par de muendas por indisciplinado.

En la floreciente población de Armero había una vieja casona grande que albergaba a una familia en la que algunos eran hermanos casados con hermanas. A simple vista parecía una comunidad gitana por la algazara en que vivían. La casona había sido diseñada con los albores de la ciudad, que siempre mostró su liderazgo comercial en la región, y su estructura se distribuía en forma de U, con una batería de baños, lavaderos y sanitarios en el centro y amplios pasillos; además contaba con un patio enorme donde a veces jugaban los hijos grandes y pequeños. Yo andaba en los 14 años tal vez y vivíamos en la casa de enseguida, donde don Marcos, el papá de Orlanda la enfermera, una morena servicial de ademanes varoniles.

Al mirar de frente la casona de los Tehuta se destacaban sus tres escaleras piramidales debajo de sendas puertas para ingresar a las habitaciones que daban a la calle y un portón grande que permitía el acceso general. Estaba pintada de blanco con sócalo y puertas color azul cielo y sus pasillos tenían columnas de madera con pisos resquebrajados en cemento. Yo permanecía la mayor parte del día allí para jugar y hacer mandados; la mujer de Benjamín Tehuta, Cecilia, una cuarentona agraciada y peliteñida gustaba que yo le hiciera esos oficios porque no me demoraba.  Cecilia tenía dos hijos el pequeño Leonardo y Victoria una hermosa colegiala adolescente de 17 años que ya tenía de novio a un jugador del equipo de futbol Racing Club de Armero. Benjamín se desempeñaba como pintor latonero y tenía fama de buen trabajador, aunque “muy incumplido”, según decía Alfonso “El Burro”, antiguo administrador de la hacienda “La Vuelta” del millonario don Julio Rebolledo.

En una de esas habitaciones vivía Blanca Tehuta, de estatura mediana y tez blanca, prostituta de profesión, quien atendía un burdel en la salida del pueblo, donde se daban cita parroquianos campesinos para divertirse con el grupo de rameras que ella administraba.  Sus hijos eran Henry, German, Doris y la niña Liliana, muchachos que gozaban de la admiración de todos por ser los más educados y decentes del grupo, pues no se les oía ni una sola palabra soez en el trato con los demás habitantes de la casona; a pesar de que Blanca se destacaba por su lenguaje cotidiano obsceno y mordaz.  

Alberto Tehuta habitaba en otro cuarto, era el soltero de la familia, también pintor latonero que trabajaba al lado de Benjamín. Contiguo pernoctaba Martin Tehuta “El conejo”, quien en ese entonces había llegado de Venezuela donde había dejado su familia. Vaya Ud. a saber qué fantasmas perseguían a este pobre hombre. Él también tenía el mismo oficio que sus hermanos varones.

En el otro extremo de la casona ocupaban habitación Eduardo Tehuta con su mujer Martha “La negra” y sus hijos Marthica de 13 años y Miguel de 6. Igualmente, hacia parte del equipo de trabajo de Benjamín. Unos se movilizaban en motocicletas y otros en bicicletas. Allí se convivía en una rara armonía, que se podía palpar en los juegos y distracciones de los pequeños y los inconvenientes que por naturaleza ocurren entre los adultos. En épocas festivas toda la familia y amigos se aglutinaban para bailar alegremente, alrededor del viejo equipo de tocadiscos marca Sharp que tenía Cecilia en su habitación.

Mi amigo más próximo era Henry, el hijo de Blanca, con quien frecuentábamos las discotecas y bailaderos y compartíamos el juego a la pelota. Era un muchacho simpático buena onda que gustaba de estar a la moda con sus camisas a cuadros, pantalones de bota ancha en terlenka y zapatos de plataforma. En raras ocasiones nos íbamos de “gotera” con el gordo Danilo, un carnicero vecino que tenía fama de gustarle los hombres y gozaba repartiendo licor entre los jóvenes que departíamos con él en la “piscina playas marinas”, bailadero popular que se mantenía atiborrado todos los fines de semana.

Una tarde solaz llego Henry para que lo acompañara en la moto de su tío Benjamín a comprar unos buñuelos, pero no pude ir porque me habían contagiado con paperas; fue el mismo día que me fui al apartamento del lado por el patio interior donde vivía don Marcos, a ver el “Llanero solitario”: Me lleve tremendo susto porque al sentarme silenciosamente en la puerta entre-abierta para mirar televisión, ya que nosotros no teníamos televisor, encontré a Orlanda la enfermera en agitada faena sexual junto con su amiga la profesora Ligia. Quedé impávido y sin saber qué hacer… al instante me descubre Orlanda al tiempo que estalla en sonora carcajada diciendo: ¡Ay Jueputa y de dónde salió este chino marica! Salí corriendo de allí envuelto con la misma cobija que llegué y no le dije nada a nadie.

Todos los Tehuta varones eran marihuaneros, menos Henry, a pesar de convivir en medio de ese ambiente de viciosos que se reunían en el taller de su tío, no solo a reparar carros sino, para compartir unas bocanadas del pestilente humo del cannabis.

Mercedes Tehuta, y su hijo Jerónimo Pinto vivían en otra casa cercana. En las largas y calientes noches de verano salíamos a jugar al frente en la calle, con el balón de Jerónimo, quien hoy me recuerda a “Kiko" el del "Chavo del Ocho”. Él decía quién jugaba y quién no; era el niño rico de toda esa manada de jovencitos que nos reuníamos a divertirnos. Siempre iba con su impecable uniforme, zapatos tenis costosos y su pelota de cuero. Los demás jugábamos descalzos y descamisados.  Pasábamos horas corriendo tras la pelota hasta que salían las mamás a llamarnos para que fuéramos a dormir.

Esta rutina se vivía todos los días; pero con Henry y otros grandecitos nos íbamos a rondar las discotecas y bailaderos los fines de semana, para bailar con las muchachas o simplemente a plantarnos a mirar el baile de los demás.

Era esa época donde yo hacía tránsito de la pubertad a la adolescencia y exploraba múltiples descubrimientos y experiencias que comenzaron a formar mi personalidad. Nunca quise fumar y cuando me daban aguardiente lo tiraba por debajo de la mesa sin que se dieran cuenta, motivo por el cual me mantenía sobrio mientras los demás se tambaleaban de la borrachera, así cogí fama de verraco para beber.

Disfrutamos de paseos de olla al rio Sabandija, a donde nos trasladábamos en un camión grande que se llenaba con toda la gente de la cuadra, en medio del jolgorio y la música de la grabadora gigante que Alberto se complacía en llevar.

Recuerdo que recién aprendí a montar en bicicleta, Cecilia me mando a llevarle el almuerzo a Benjamín, siempre fui a pie, pero ahora quería ir en bicicleta y a pesar de los cuestionamientos de Cecilia, agarré el portacomidas en una mano y con la otra manejaba. Lógico, no era muy diestro en ello, pero terco sí. Pues fue así como a las pocas cuadras de allí frente al hospital San Lorenzo, con la llanta delantera de la bici pisé una pequeña piedra y perdí el equilibrio cayendo aparatosamente con todo y el almuerzo, el cual quedo esparcido por toda la calle. Ese día por poco me linchan en la casona cuando regrese todo lacerado a contar lo que me había ocurrido.

De la casona de los Tehuta no sabía nada desde 1981 cuando salí del pueblo. No sé cuántos Tehuta se salvaron de la terrible tragedia que se llevó a Armero aquel 13 de noviembre de 1985, yo vivía ya en Mariquita donde trabajaba con la radiodifusora local. Después de varios años pasé a laborar con gaseosas Glacial, con una carta de recomendación de lujo que me dio mi exjefe Gustavo Garay. Desde que llegue hice grandes amigos como “El mono Jaramillo” y enemigos; entre ellos Orlando Valencia, su gerente, quien me despidió fulminantemente y sin justa causa, después que le pedí audiencia para contarle confidencialmente que un contratista publicitario amigo suyo se estaba robando descaramente y en cantidades alarmantes los materiales que se les daba para su trabajo.

Cuando estaba leyendo la carta de despido, aquel 13 de noviembre de 1993 a las 11:50 de la noche, después de llegar de una extenuante jornada de trabajo, razoné: ¡uy!  Le conté al mismísimo jefe de la banda.

Me fui a Cúcuta a trabajar con la competencia y obtuve muchos logros, tanto que me ascendieron como  jefe de ventas y me enviaron a la planta de Mariquita, a donde retorné cuatro años más tarde con el dulce sabor del éxito.

Fue en una salida de visita al mercado en la vecina población de Lérida, donde conocía a varios amigos, que me baje del Jeep de la empresa y camine donde uno de ellos para conversar sobre los viejos tiempos cundo estuve por esas tierras laborando con Glacial; al tiempo se acercaron dos personajes hombre y mujer harapientos, mendigos, malolientes y con fuertes rasgos de abandono. Interpelándome me dijo: “Uy!... Ud. es Raúl cierto?... le ha ido bien…, Venga pase pa´ la gaseosita”     

La mujer se quedó más distante desde donde me dijo con tono irónicamente cantado: “Qué hubo Raúl…ya no conoce!, ¡jueputa la plata jode!

Entonces interrumpí lo que estaba haciendo y me concentre en sus caras sucias haciendo un esfuerzo por descifrar esos rasgos que me eran familiares. Con algo de desespero y esforzándose por hacer creíbles sus palabras el hombre fijándome la mirada insistió:

“¡Soy Jerónimo, Raúl, Jerónimo Pinto y ella mi tía Blanca Tehuta!”

 Ibagué, abril 19 de 2021

domingo, abril 18, 2021

NADIE SE MUERE LA VÍSPERA

 Raúl Ramírez


Fue durante un fin de semana, recién había sido arrasado el municipio de Armero por la avalancha del cráter arenas del volcán nevado del Ruiz aquel 13 de noviembre de 1985, promediando las once de la noche.  Había pasado tan poco tiempo, que la alegría parecía haber sido secuestrada por la soledad. No obstante, chispazos fiesteros parecían escaparse de una que otra cantina anhelante de los jolgorios del pasado reciente, que habían sido sepultados al tiempo que los 25 mil pobladores armeritas. Una brisa suave y fresca inundaba cada rincón de aquel pueblo vecino, que sentía la necesidad de levantarse nuevamente para recuperar el tiempo y las emociones perdidas. Mi amigo Arlid Rivera “Rivemar” y yo estábamos conversando en compañía de dos cervezas bien frías, en el bailadero “La Carreta”, ubicado en pleno centro de Mariquita, la cuna de la expedición de Mutis. Parroquianos trasnochadores subían y bajaban por el camellón del comercio como aplazando sin fundamento la hora de dormir; ya habían sonado las doce campanadas que daban la bienvenida a aquella madrugada.
Raúl Ramírez

El ambiente estaba amenizado por los aires tropicales de las orquestas amplificadas en los parlantes de “La Carreta” y los minutos transitaban sin afán ni novedades. Bailando sin cansancio estaba “Lito”, quien después de una ardua jornada transportando reses, había llegado en su pequeña camioneta Ford de estacas a la discoteca, para darse un toque de recreación que bien se lo merecía. Mas allá y bastante “entonado” se veía a Marcos el carpero, el hijo de doña María, que no le fallaba a la rumba y a la toma de cerveza junto a varios de sus amigos.

Raudo frente a nosotros paso en su motocicleta Yamaha Calicmatic 175“Estrada”, personaje que se destacaba por su desparpajo, pero también por su gran lealtad con los amigos. Marcos el carpero había llegado en su destartalado Renault 4, rojo descolorido, que le servía para sus conquistas amorosas; aunque para lograr la atención de las damiselas siempre se preparaba al tenor de unos tragos que le hicieran perder el pudor y la timidez que lo caracterizaban.

Estrellando las palmas de las manos “Rivemar” llamo la atención del mesero y ordeno otras dos cervezas bien frías, yo no tenía dinero para corresponderle la invitación, pero aun así “Rivemar” se complacía con mi presencia y yo, por supuesto con la suya. Aunque el pueblo dormía apaciblemente en la penumbra, la música y las luces psicodélicas entorpecían la tranquilidad que contrastaba en el sector residencial. Nadie se ocupaba de los detalles, cada uno vivía en su momento y el licor ya comenzaba a imponer sus alucinaciones.

Rivemar” y yo andábamos en su motocicleta Honda 250, pero no teníamos problemas de alcohol porque solo bebimos 3 cervezas cada uno en todo el rato que estuvimos allí. Un poco más tarde “Estrada” llegó cerca de donde estaba Marcos el carpero, quien de inmediato salió a recibirlo brindándole un trago de bienvenida. Después de cruzar unas palabras fiesteras y recordarle como lo hace todo borracho que “yo a Ud lo quiero mucho”, a la vez que le colgaba un abrazo fraternal.

Terminado el protocolo fiestero entre Marcos y “Estrada”, se pusieron de acuerdo en intercambiar los vehículos; “Estrada” le entrego la motocicleta a Marcos quien la dejó parqueada a un lado del sitio donde estaba y le dio las llaves del carro a “Estrada” que salió cual flecha sin destino.

Marcos Antonio Muñoz "El propio"

No habían pasado más de 10 minutos desde que “Estrada” deambulaba en el destartalado Renault 4 por las soñolientas calles de Mariquita, el reloj mostraba algo más de la una de la mañana. En un instante de euforia, Marcos el carpero corrió hasta la motocicleta y con cierta dificultad la aborda y de ipso-facto le da la primera patada de encendido, el ruido ensordecedor llamo la atención de quienes estaban en la calle disfrutando el sereno veraniego; de repente Marcos acciona la palanca de cambios y suelta de forma imprudente el clocht produciendo una estampida infernal que hizo a la motocicleta literalmente trepar por el grueso árbol de manga que estaba frente al bailadero. El efecto gravitacional hizo que la moto se devolviera con todo y Marcos jineteado cayendo violentamente de espaldas sobre el pavimento, a la vez que el aparato encima. Se sintió un golpe seco provocado por el choque de la cabeza de Marcos contra el piso. La gente quedo perpleja casi que petrificada, al observar cómo se expulsaba por la boca de Marcos el carpero, enormes borbotones de sangre que fueron inundando todo alrededor de su cabeza. La motocicleta se revolcaba a un lado del cuerpo moribundo, que convulsionaba como si estuviera danzando con la muerte.

Rivemar” y yo solo pudimos ponernos de pie y nos dijimos sin hablarnos, ese hombre no puede morirse ante nuestras miradas indiferentes y de una vez saltamos a la calle y convocamos el socorro entre los presentes.

¡Gritamos un carro! un carro! un carro!  Y nadie se ofreció. La escena macabra de Marcos seguía sin parar y sentíamos que los minutos que pasaban eran valiosos para poderle ofrecer una posibilidad de vida. De repente salió “Lito” y con gesto tosco pero solidario dijo: “yo presto el carro, pero échenlo atrás”.  Era la camioneta Ford de estacas cuya carrocería estaba llena de cascarilla de arroz y mierda, pues en ella se transportaban las vacas en el pueblo. “Rivemar” y yo corrimos y tomamos a Marcos de los pies y de las manos y balanceándolo varias veces para coger impulso, esperábamos que “Lito” abriera las compuertas y sin medir palabras lanzamos el cuerpo ensangrentado de Marcos sobre el planchón del vehículo. 

Salimos de inmediato al hospital que estaba a pocas cuadras del lugar del accidente, con el cuerpo de Marcos el carpero revolcándose entre la inmundicia, pero buscando esa ayuda que se anhela cuando no ha muerto la esperanza.  La camioneta ingresó con cierta dificultad al área de parqueo en las urgencias del hospital San José, por las condiciones del terreno ondulado en la portería; aquí dejamos a “Lito” con otros curiosos tramitando la asistencia humanitaria para aquel pobre hombre caído en desgracia.

Arlid Rivera "Rivemar"

Con “Rivemar” salimos en su moto a buscar una ambulancia para trasladar a Marcos para la capital, Ibagué, en vista de la gravedad de su condición. Con las pocas indicaciones sobre el lugar donde pernoctaba el conductor de ese vehículo, lo ubicamos y con nerviosismo y afán le dijimos que viniera para prestar este servicio, a lo cual respondió: “Esa ambulancia no tiene llantas buenas y en esas condiciones yo no voy a ningún lado”. Salimos sin perder tiempo y fuimos a buscar la ambulancia de la defensa civil y una vez en el lugar nos respondieron a nuestra solicitud: “Esta ambulancia está varada”.

Nuestra angustia crecía y no teníamos alternativas que pudieran solucionar esta necesidad de traslado a un hospital de mayor complejidad al agonizante Marcos. Ya eran cerca de las 2 de la mañana y resolvimos ir donde doña María, la mamá de Marcos, para ponerla al tanto de la terrible situación de su hijo. Nos sentíamos impotentes para comunicar esa desconsoladora noticia. Podíamos generar otra tragedia al decirle a doña María que Marcos estaba moribundo en el hospital y sin posibilidades de enviarlo a la capital para que lo auxiliaran con mejor equipo médico y quirúrgico.

No hay de otra, dijimos, la viejita tiene derecho a saber la verdad de una vez. Y llegamos frente a la casa de Marcos el carpero, acompañados por la soledad y el silencio de la noche. Con premura tocamos la ventana y al ver que nadie abría, voz en pecho dijo “Rivemar”: “Doña María, es que Marquitos tuvo un accidente y está muy grave, se está muriendo en el hospital… Y doña María con voz de matrona trasnochada respondió con fuerza: “Que se muera ese hijueputa que me tiene aburrida con su vagamundería” … Sorprendidos “Rivemar” y yo hicimos una mueca desconcertante acompañada de una macabra carcajada.

Regresamos de inmediato al hospital pensando que tal vez ya Marcos el carpero hubiese muerto, pero no, ya lo tenían afuera en una camilla, bañado, esperando un transporte para llevarlo al Hospital Federico Lleras de Ibagué. El médico que salía de turno era el Dr. Castaño, galeno de gran experiencia, y antes de irse a su casa después de cumplir su jornada lo miró y vio que de sus dos oídos corrían sendos hilos de sangre por lo cual dijo en tono pausado y pesimista: “Tiene fractura de cráneo, no creo que se salve”

La impotencia nos alcanzó a todos… El silencio se hizo sepulcral.

Repentinamente como caído del cielo llegó “El Tuso” en el Renault 4, que había recibido de “Estrada” hacía pocos minutos con el encargo de llevárselo a Marcos en la mañana siguiente; “El Tuso “que había vivido en carne propia la angustia de la muerte, pues en la historia de su vida registraba ocho impactos de bala en su cuerpo en circunstancias que pocos conocían,  y acabándose de enterar de la trágica noticia,  se bajó con desespero y al saber que no había ambulancias,  tomó a Marcos entre sus brazos y lo colocó en la parte trasera del vehículo sin ningún tipo de ayuda clínica como oxígeno o cualquier otro elemento que permitiera mantenerlo vivo.  El Tuso” salió como un bólido en el vetusto “cacharro” desde el hospital rumbo a Ibagué; con “Rivemar” salimos detrás corriendo a mirar cómo se perdía el carro entre la oscuridad y la distancia.  Bueno... dijimos. Hicimos todo lo posible.  Y con la sensación del deber cumplido bajamos por la motocicleta para regresar a nuestras casas. Al tomar la calle de repente la sorpresa fue aún más grande, “El Tuso” venia muy veloz de regreso con Marcos moribundo tirado en el asiento trasero del destartalado Renault 4.

¿Qué pasó? le gritamos desde la motocicleta cuando lo alcanzamos.

 Respondió sin bajar la velocidad y sacando la cabeza por la ventanilla: ¡Este hijueputa carro no tiene gasolina!!

Después de todas estas penurias, por fin “El Tuso” en medio de peripecias, pudo llevar a Marcos el carpero y dejarlo en Lérida, desolado municipio a unos 45 km al sur de Mariquita, donde encontró una ambulancia que luego lo trasladó al hospital más importante del Tolima.

Pasaron varios meses cuando una tarde de caminata por los lados del sector donde se parqueaban los transportadores de pasajeros; el negro Marulanda, aquel negrito buena gente que ronda las calles del pueblo como un fantasma, me llamó gritando y agitando sus brazos. Me acerqué y lo saludé, estaba con un amigo que sonreía alegremente. Entonces el negro Marulanda le dijo señalándome: ¿Marcos, conoce a este señor?  Le respondió con risa nerviosa y cogiéndose la cabeza: No, no sé quién es. El negro replicó: fue él con otro amigo, “Rivemar”, los que lo recogieron del suelo esa noche y le salvaron la vida.

Marquitos el carpero, a quien todos le dicen “El propio”, semanas después recobró su memoria y siguió trabajando muchos años como fabricante de carpas para vehículos en casa de su mamá, la matrona doña María.

Sentado a la orilla de estos recuerdos hizo eco en mi memoria un refrán del dominio popular que tiene más razón que un putas! Me dije: ¡nadie se muere la víspera!

Ibagué, octubre 26 de 2020

sábado, marzo 27, 2021

La masacre de Kronstadt

 Armando Moreno Sandoval

Este 2021, se cumple 100 años de la masacre de Kronstadt. Fue el primer crimen de la revolución a nombre de la revolución. Kronstadt ha sido silenciada por simpatizantes, militantes, grupos y partidos de izquierda. Es una vergüenza. Pero el problema no es ese. Lo que en un principio lo sería para dar cuenta de los crímenes de izquierda, con el correr de los tiempos, se fue convirtiendo como un símbolo para cualquier ideología. Hoy masacra cualquier sátrapa que esté en el poder.

Para entender lo dicho vale retomar al olvidado pensador liberal Karl Popper. Odiado tanto por la derecha como por la izquierda, solía afirmar que no se justificaba muerte alguna a nombre de ninguna ideología. El siglo XX sí que nos enseña qué es eso. Ahí están los totalitarismos fascistas, nazistas y comunistas. Sus nombres aun retumban en las mentes del pensamiento libre: Stalin, Mussolini, Hitler. Tras esa estela de nombres le siguen unos dictadorcitos y autócratas menores de sangre putrefacta y negra.

La primera vez que supe de Kronstadt lo leí siendo muy joven en las letras del historiador inglés Paul Avrich. Su libro Los anarquistas rusos, cuya edición en inglés data de 1967, tenía el privilegio de cuestionar la concebida mirada de la Historia desde los vencedores. En dicho libro se relata que los verdaderos protagonistas de las revoluciones de 1905 y la de febrero de 1917 (la llamada revolución de octubre o Bolchevique) fueron los anarquistas rusos, los llamados también libertarios.

Pocos meses después del triunfo de la revolución, el desorden y la guerra civil fue el pan de cada día. Entre tanto, los anarquistas al ver el desbarajuste en que se había convertido la Revolución, ellos por su lado tratarían de llevar su programa de acción directa por la que habían luchado y entregado sus vidas. Fieles al pensamiento anarquista empezaron a llevar a cabo la destrucción de las instituciones estatales, a exigir el traspaso de las tierras y de las fábricas a las manos de los trabajadores, a exigir el control de la producción a los obreros, a exigir la organización de las milicias populares y a exigir la creación de comunas en el campo y en la ciudad.

No obstante, a la par que los Bolcheviques iban haciéndose al control del poder sus dirigentes empezarían a relucir sus colmillos. Quienes habían contribuido con la Revolución comenzarían a presenciar cómo la policía política hacía de las suyas: encarcelamientos, represión y asesinatos de anarquistas y social- revolucionarios; el racionamiento de los alimentos apretaba el estómago del pueblo mientras la jerarquía gozaba de privilegios a sus anchas; la confiscación de cosechas y exacción de alimentos a los campesinos se hacía norma; el cañón frío del fusil en las espaldas era el encargado de recaudar los impuestos; el hambre y la desesperación eran escenas cotidianas. La Revolución por la que habían luchado era otra cosa. La Edad de Oro de la libertad y la igualdad plenas que habían soñado los anarquistas era reemplazado por el terror y el miedo.

¿Pero qué fue lo que pasó en la ciudad de Kronstadt? Entre el 1 y el 18 de marzo de 1921, los marinos de Kronstadt en la isla Kotli fueron masacrados por los líderes que habían ayudado a encumbrar. Los mismísimos Vladimir Lenin y León Trosky —este último que luego sería asesinado por orden de Joseph Stalin y su muerte silenciada por todos los Partidos Comunistas del mundo— habían dado la orden: ¡mátalos!

Los anarquistas rusos que fueron tildados de “contrarrevolucionarios” resistieron como pudieron. Pero la fuerza del Estado Bolchevique que los superaban en armas y en hombres terminarían venciendo. Fueron miles los muertos de lado y lado. Las palabras de León Trosky aun retumban, no por lo que dijo, sino por la hipocresía revolucionaria que encierra. Él sabía muy bien que el triunfo de la Revolución Bolchevique se debía a los anarquistas rusos. Aunque en 1917 lo reconoció al decir que “son el orgullo y la gloria de la revolución”, años más tarde, en 1921, diría: “Los cazaremos como faisanes”. Y así fue.

Alexander Berkman (1870-1936)
¿Pero por qué se dio la masacre? La respuesta está en las memorias La rebelión de Kronstadt del venerable anarquista ruso Alexander Berkman. En el se encuentra el pliego petitorio de 15 puntos que hacían los marinos. Todos giraban alrededor de un mismo tema: libertad. Algo que los intelectuales de izquierda le gustan callar de los socialismos cuando viven bajo el manto de la democracia liberal.

Así como se lee. Eran solo 15 puntos y en ellos los marinos solo pedían elecciones libres y secretas, libertad de manifestación, de reunión, de palabra, de prensa, liberación de presos políticos socialistas, alto a la confiscación de víveres, libertad económica a los campesinos para poseer tierras y ganado, libertad para crear pequeñas industrias domiciliarias, etc, etc.

Los áulicos de la Revolución Bolchevique, utilizando la máxima de que los vencedores tiene el derecho de escribir la Historia, dirían que los marinos buscaban volver atrás. ¡Nada más falso! Estaban lejos de proponer la vuelta al régimen que habían ayudado a derrocar. Lo que pedían era libertad dentro del socialismo.

El sociólogo estadounidense Daniel Bell quien conocería al venerable anarquista alemán Rudolf Rocker, este le contaría cómo los bolcheviques se habían apoderado del discurso anarquista para adueñarse del poder a nombre del pueblo. A la vez que usaban consignas anarquistas como “la tierra para el pueblo”, por otro lado, se dedicaban a destruir la esencia de la teoría anarquista: los sóviets, consejos libres de trabajadores y soldados.

En este siglo XXI donde la postverdad se ha instalado, es decir, de que la verdad no importa, sino lo que la gente cree, valga recordarles a las actuales generaciones (hombres y mujeres) que los hechos son unos y que la interpretación es otra.

Kronstadt existió y fue la primera matanza de proletarios ejecutada por un Estado que decía representar al proletariado.

Kronstadt también enseña que los simpatizantes de cualquier ideología deben quitarse las vendas de los ojos para confrontar la realidad de cualquier régimen. Aunque es irónico decirlo, muchos intelectuales de derecha e izquierda del mundo entero, pero sobre todo latinoamericanos, se niegan a quitarse las vendas.

¡Qué desgracia!