TRANSLATE

domingo, marzo 31, 2024

El general José María Melo de Darío Ortiz Vidales

 

 Armando Moreno Sandoval

El tolimense chaparraluno José María Melo está de regreso desde que el presidente Gustavo Petro hace unos meses dijo que tocaba repatriar sus restos. Es el único expresidente que no está en suelo colombiano. Las voces en pro y en contra no se han hecho esperar. Hasta en Chiapas (México) donde murió ejecutado la madrugada del 1 de junio de 1860 por un pelotón de fusilamiento han tomado partido. De aquí no lo sacan, han dicho los lugareños. Lo consideran en esas tierras lejanas un héroe.  

Mientras las voces melistas se ponen de acuerdo, cierto es, que la historiografía tampoco lo está en cuanto a su pensamiento. Pues el ilustrísimo general Melo, que se sepa, prácticamente no dejó nada escrito como sí lo hicieron otros contemporáneos suyos como Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Salvador Camacho Roldán, José Manuel Groot, Aníbal Galindo y pare de contar porque la lista es larguísima.

No obstante, existe en el ámbito historiográfico una obra que puede considerársele fundacional ya que fue publicada en mayo de 1980, hace 44 años. Se trata la que escribió el chaparraluno Darío Ortiz Vidales: José María Melo. La razón de un rebelde.

Vidales es de los pocos intelectuales que ha dado el Tolima. Siendo muy joven, recién graduado de antropología en la Universidad Nacional de Colombia, lo conocí en Ibagué en compañía de excombatientes del M-19. Ese mediodía en un restaurante en la mitad de la calle 13 entre carreras 3 y 4 comimos frijoles con pezuña de marrano. De una erudición arrolladora, ese medio día hablaba del futuro del M-19. Con el correr de los tiempos, siendo ya profesor de la Universidad del Tolima, viéndolo bajar por la carrera 3 hacia la calle 15, me preguntaba cómo un hombre de conocimiento tan universales estaba atrapado por el licor.

Ahora que he leído de nuevo su libro, no entiendo cómo diablos para comprender el siglo XIX, este texto de Melo que nos ha dejado para la posteridad no es de consulta obligada por los colombianos, los tolimenses y el mundo.

El Melo de Ortiz Vidales tiene una lectura cadenciosa y tiene la virtud de dejarse leer sin contratiempos. Mas que retratarnos un Melo de carne y hueso, a la manera como se deben escribir las biografías, lo que se encuentra es un Melo que está inserto en la época que le tocó vivir.

Como de Melo no sabemos cuál era su manera de pensar, Ortiz Vidales en vez de especular, lo que hace es contextualizarlo en la época. Por ello, en su primera etapa de su vida, la de sus primeros veinte años, lo ubica peleando al lado o bajo las órdenes de Simón Bolívar en las guerras de Independencia.

Para ubicarlo en la época recurre a terceras personas. Algunas de ellas que estuvieron al lado de él, y otras, que sin haber sido participes en las batallas se atrevieron a dar cuenta de los hechos.

Otra de las épocas de Melo y qué poco da cuenta Vidales por carecer de fuentes escritas es cuando emigra desterrado hacia Europa, viviendo allí ve de primera mano los estragos que estaba causando la revolución industrial. Todo hace suponer que esa cotidianidad lleva a Melo a tomar partido por los desposeídos. Y es cuando uno entiende por qué a mediados del siglo XIX se alía con los artesanos para promover el levantamiento contra el libre comercio que la naciente burguesía neogranadina quería implantar e implementar.  

La manera como Vidales da cuenta de lo que estaba pasando a mediados del siglo XIX, es a mi manera de ver de una síntesis majestuosa. Nos explica cómo el libre comercio contra viento y marea dinamiza la economía, destruye las antiguas formas de producción y, como si fuera poco, da cuenta cómo fue el surgimiento del proletariado.

Si alguien quiere comprender ese periodo, Vidales, explica, echándole mano al marxismo, cómo la abolición del monopolio del Estanco del Tabaco es la causante de la consolidación de una burguesía y de un proletariado que quiere romper con las cadenas del pasado. Es decir, con las antiguas formas de producción. Ya que al liquidarlas liberó al indígena, al campesino de las relaciones de producción y ya libres de ataduras salen en manada para vender la fuerza del trabajo al mejor postor.

Leyéndolo uno entiende cómo la liberación de los esclavos era una exigencia de la naciente burguesía, ya que al abolirse el monopolio del tabaco da paso al surgimiento de la libre empresa y a la demanda de una mano de obra asalariada. Es lo que explica la necesidad de una sociedad sin esclavos. Igual pasó con la liquidación y la apropiación de las tierras comunales y los ejidos. Era necesario liberar esa mano de obra de esos medios de producción precapitalistas ya que los nuevos entornos productivos los esperaban con los brazos abiertos. Ahí están el comercio globalizado, la navegación a vapor, las fábricas, etc., etc.

Esta revolución que pudiera llamarse burguesa es la que genera a mediados del siglo XIX el inconformismo de quienes querían seguir atados al pasado. Pues las nuevas formas de producción que el libre comercio y la libertad de empresa generó, pues tenía que arrasar y destruir lo antiguo, es que aparece Melo junto a los artesanos para reivindicar exigencias como la de “Pan, trabajo o muerte”. Consigna que tuvo que generarle recuerdos en su pasado andariego por Europa, cuando los tejedores de Lyon (Francia), a decir de Vidales, enarbolaban pendones con el lema “vivir trabajando o morir luchando”. Pues el libre comercio destruía la economía artesanal a cambio de productos importados y, de paso, generando una mano de obra suelta y libre que la naciente burguesía necesitaba

Es en defensa del antiguo modo de producción, y como magistralmente lo explica Vidales en su libro, Melo con los llamados “democráticos” y los artesanos, y ante la falta de decisión del entonces presidente de la República el general José María Obando para salir en defensa de los más débiles, decide deponerlo a través de un golpe de Estado. Interpretado por algunos como una “dictadura social” que arranca con una guerra civil a partir del 17 de abril hasta el 4 de diciembre de 1854.

Vidales cree que Melo por estar defendiéndose con su ejército, los artesanos y los “democráticos” no pudo gobernar. Una situación como la que enfrentó era imposible saber qué pretendía.

Derrotado Melo por las fuerzas militares de la burguesía naciente y de los políticos amangualados a ella es que tiene que salir de nuevo desterrado. Los seis años siguientes que le quedan de vida, por los testimonios de quienes lo vieron o escucharon hablar de él, se le ve participando activamente como militar en los países de Centroamérica.

Vidales dice que de ese periodo se sabe poco. Algo así como titulares de prensa como cuando se le ve tomando bando al lado del presidente mejicano Benito Juárez para luchar contra William Walker, el mercenario gringo que quiso anexar a Centroamérica al naciente imperialismo del norte.

Aparte de las interpretaciones y controversias que genera el general Melo, lo que interesa por ahora es que en menos de dos años han salido dos libros que honran su memoria. Uno de ellos es el de José Evelio Páez Bonilla: General José María Melo. Prócer, Adalid, Precursor, Héroe, editado en el 2023. El más reciente es el de Heladio Moreno Moreno: General José María Melo, el rayo de América. La presencia de la masonería en las guerras de Independencia, editado este 2024.

Libros que, por supuesto, tendrán su espacio en la Feria del Libro de Bogotá.

 

domingo, marzo 17, 2024

Colombia y la vejez

 Armando Moreno Sandoval


Hasta ahora nadie sabe qué va a pasar con la reforma pensional que tanta rasquiña ha generado. No solo a quienes tienen el poder de legislarla (el Congreso), sino a quienes va dirigida (el pueblo). Hasta la fecha (2024) los hombres se jubilan a los 62 y las mujeres a los 58 años.

La ultima reforma que se hizo por decreto la formuló Álvaro Uribe siendo presidente de la República y lo que se le ocurrió fue alargarle las semanas de cotización en un país donde el trabajo formal no existe. Con esa reforma es casi que imposible que alguien asegure una pensión. Solo acceden una minoría privilegiada, por lo general empleados del Estado, ya que la empresa privada y los mismos fondos de pensiones (tanto los privados como el Estatal) hacen hasta lo imposible por incumplir la ley.

Desde que se inventó la píldora anticonceptiva Colombia paulatinamente se ha venido convirtiendo poco a poco en un país de viejos. Si, de viejos, a pesar de que la moda neoliberal para engañar la realidad crea eufemismos como de llamar a los que tienen más de 60 años “el adulto mayor”, el que vive en la calle reburujando en las canecas de basura para saciar el hambre, en vez de mendigo, “habitante de la calle”, “trabajadores sexuales” en vez de prostitución.

Pero no solo es Colombia el que se está volviendo viejo. Es el mundo. Según lo han dicho los organismos encargados de llevar estadísticas, de los 700 millones de individuos mayores de 65 años que había en el 2009, en el 2050 sería algo así más de 2000 millones de viejos. Cifra escandalosa que seguirá en aumento, por lo menos en los países llamados del primer mundo, debido al retraso del envejecimiento y al aumento de la calidad de vida. A lo dicho hay que agregarle el conocimiento que tiene la ciencia de cómo retrasar la muerte.

Elizabeth Blackburn, científica y premio Nobel, con sus investigaciones ha demostrado cómo con el cuido de los telómeros, esos herrajes que están al final de los cromosomas, se puede alargar la vida de las personas sin que la vejez sea sinonimia de deterioro.  

Aunque la ciencia en los países del tercer mundo es esquiva ya que no sabemos cómo es que la población llega a vieja, en Colombia el Departamento Nacional de Estadísticas en el informe del año 2021 calcularon que en el año 2020 habría 6.808.641 personas mayores de 60 años. De esa cantidad 22.495 tenían más de cien años y que 14.424 eran mujeres. Y lo que más sorprende es el achicamiento de la población a partir de los 30 años. Dato que indica que Colombia será un país de viejos a la vuelta de la esquina.

Con una población que envejece a pasos agigantados, aparte de cambiarle el nombre a la vejez como dije, el Estado no tiene políticas para esa población. En vez de ello, por lo que se ve en la calle, es que la vejez tiene demasiados prejuicios culturales. Siendo la etapa más larga de la vida, más que la adolescencia y la infancia, se le ve como una etapa oscura, ya que se les tilda de aburridos, deprimidos, solitarios y, para rematar, enfermos.

Hasta el diccionario de la Real Academia Española, y el populacho que no se queda atrás, la palabra viejo es la que tiene más sinónimos y todos ellos indignantes: abuelo, decrépito, senil, rancio, fósil, destartalado, anciano, vejestorio, cucho, arcaico, usado, anticuado, matusalén, deslucido, senil, acabado, y pare de contar.

Es una discriminación etaria producto de la ignorancia atrevida.

Quienes quieren arrumar a la vejez se les olvida que esta es invicta. Es la única que nos espera y, lo más gracioso de todo, es que no sabemos cuándo, ni cómo. Mientras tanto, los gobiernos de turno se suman al coro con leyes o decretos entregando una mínima parte de los ahorros hechos en vida por el cotizante. En Colombia gracias al expresidente Uribe a las generaciones del mañana quien ahorre para su pensión de $ 100 ahorrados al cotizante le han de devolver miseros $ 60. La critica viene porque en Colombia, como en buena parte de los países del mundo, las pensiones son de miseria, haciéndole la vida al viejo más miserable. Los gobernantes tienen la malsana idea de que cuando se llega a viejo, al considerársele como un trasto inservible que debe estar en el cuarto de San Alejo, este ya no necesita ya que, según ellos, no encaja en el mundo salvaje de la sociedad del consumo.

Mientras los gobiernos se ensañan con los viejos quitándoles derechos adquiridos la ciencia y la calidad de vida va por otras sendas. A diferencia de Latinoamérica, en Europa empieza a reivindicarse la vejez con ejemplos de creatividad y fuerza. Goethe el autor más importante de Alemania escribió Fausto a los 80 años. Los Rolling Stones siguen dando “lora” por el mundo a sus más de 80 años. Pablo Picasso uno de los más grandes pintores que dio el mundo seguía pintando a sus 90 años. Aunque la lista es interminable, sería injusto no recordar a Clint Eastwood, Akira Kurosawa o al portugués Manoel de Oliveira quien filmó su última película Um seculo de Energía a sus 105 años.

Ernesto Olaya
En Colombia, al norte del departamento del Tolima, mi amigo del alma, el pintor Ernesto Olaya, que el 13 de marzo cumplió 74 años, sigue con el pincel en la mano en Puerto Bogotá, el caserío al lado del municipio de Honda (Tolima). O el hondano Nestor Hernando Parra quien, a sus más de 92 años, viendo y leyendo por un solo ojo, acabó de terminar un doctorado en Valencia (España).

Si hay algo asquiento es la palabra jubilación, ya que se equipará a inutilidad. Y esto sucede en estos países tercermundistas que Donald Trump llama países de mierda. Porque es en estos países donde la vejez es cruel, y lo es más en estas sociedades sumidas en la pobreza y en la miseria, en sociedades donde el destierro y el sufrimiento es el pan de cada día.

En estos países donde la habladera de “paja” quiere reemplazar la verdadera asistencia social, los viejos son pobremente asistidos por el Estado y en el peor de los casos abandonados y maltratados por los núcleos familiares cuando no abandonados.

Estas ideas que he esbozado se las debo al historiador, dramaturgo y psicoanalista argentino Francisco O´Donnel. A sus 82 años quiere enseñarle a la generaciones actuales que la vejez no es deterioro y  lo demuestra regalándonos  un nuevo libro: La nueva vejez.

 

miércoles, febrero 28, 2024

Telómeros, vejez y envejecimiento

 Armando Moreno Sandoval


El paso de los años es impecable. Sin tocar la puerta los achaques llegan como del cielo. Recuerdo la vez que al entrar a una cafetería y mirar hacia todos los lados ninguno de los rostros presentes se me hizo conocido. Al dar media vuelta una voz me llamó. Miré alrededor, de nuevo no reconocí a nadie. Cuando quise marcharme la voz que llamaba por mi nombre me increpó. No te acuerdas de mí. No, no me recuerdo, dije. Creído, respondió la voz esta vez altanera. Era mi compañera de colegio treinta o más años atrás. Segundos después de meditar no quedó más remedio que achacarle el olvido a la mala memoria.


Al terminar de leer el libro La solución de los telómeros de Elizabeth Blackburn, científica y premio Nobel de Medicina 2009, y de Elissa Epel, la sicóloga que estudia los hábitos y el estrés que afecta el envejecimiento, se me vino a la memoria aquel fiasco de mi vida con una de mis compañeras de estudio de mi adolescencia.

Ahora con el peso de los años el libro me ha hecho aterrizar. Pienso que cuando esas imagines que se guardan en el cerebro y que ni siquiera está en la capacidad de recuperarlas es cuando nos preguntamos y esto qué, qué pasa. Para entender de qué estamos hablando, solo basta comprender que el ciclo de nuestra existencia, desde el nacer hasta el morir, se lo debemos al estado de salud de las células.

No obstante, cuando no reconocí a mi compañera de curso, pero ella sí a mí, lo que nos dice el devenir de los días es que no todos envejecemos de la misma manera. Lo decimos cuando rumoramos alrededor de un tinto, y al referirnos a fulano no queda sino la frase suelta, como dejada en el aire, de que su apariencia física no corresponde con la edad. A lo mejor, decimos jocosamente, se ha quitado los años!

Entonces es cuando nos despertamos en medio de las carcajadas por las canas, las arrugas, la desmemoria, el exceso de panza, etc. Es en ese cotilleo cuando salta la curiosidad popular y se pregunta qué pasó.

Son estas reflexiones las que Elizabeth Blackburn y Elissa Epel en su libro nos quieren dilucidar, aclarar, explicar, del por qué de dichos cambios.

Abordar la vejez y el proceso de envejecimiento no es cosa de ahora. Desde hace miles de años han sido temas que han estado presente en todas las culturas. Desgraciadamente no sabemos cómo pensaban de ella las sociedades precolombinas antes de Cristóbal Colón. Pero en Occidente, por el legado escrito que han dejado se sabe que dichas culturas buscaron las claves para curar las dolencias y alargar la vida. Lo que pomposamente se conoce como el elixir de la eterna juventud. En la mitología griega, Hebe, la diosa de la juventud, era la encargada de darles el néctar a los dioses que los hacia inmortales. En la edad Media serian seres de carne y hueso, los llamados alquimistas que se desvanecerían los sesos buscando el tal “elixir de la vida”.

Ahora, en estos tiempos de cambios vertiginosos, no son los dioses, ni los alquimistas, sino los científicos que en sus laboratorios rebosantes de tecnología y conocimiento quieren desenredar los entresijos genéticos y moleculares que desencadenan ese proceso irremediable que son el envejecimiento y la vejez.

Lo bello del libro de Blackburn y Epel es que, en vez del “elixir de la vida”, los temas que abordan es el envejecimiento y la vejez.

Partiendo de las investigaciones científicas, y de la infinidad  de ensayos clínicos que se han llevado en humanos y ratones, Blackburn y Epel nos explican en un lenguaje sencillo que todo lo que al cuerpo humano le sucede está atado a las células.  Pero, sobre todo, lo que acontece en ese mundo microscópico que está al interior del núcleo de las células y que en lenguaje científico se conoce como cromosomas.

Elizabeth Blackburn, quien recibió el nobel de Medicina por haber descubierto la telomerasa y el papel que desempeñan los telómeros, explica sin tanto rodeo que el proceso de envejecimiento y de la vejez  obedecen a los cambios de la célula.

Para entender lo dicho es necesario saber qué le pasa al telómero, que está al final del cromosoma como un guardián de la información de este pero que, en el proceso de división celular tiende a acortarse generando un deterioro del mismo.

Una parte interesante del libro es cuando hacen referencia a la telomerasa, la enzima que contiene el deterioro de los telómeros encargados a su vez de proteger nuestra herencia genética (ADN). La telomerasa es clave para entender el envejecimiento celular, ya que cuando los telómeros se quedan tan pequeños a causa de la división celular, estos ya no pueden proteger el ADN, y las células dejan de reproducirse alcanzando un estado de senectud o vejez. Las autoras dicen que los telómeros son como los herrajes protectores de los extremos finales de los cordones de los zapatos que evitan que estos se deshilachen.

 Gracias a su descubrimiento y comprensión sabemos que el acortamiento de los telómeros son la causa de las enfermedades y del por qué nos volvemos viejos.

Erick Kandel el científico que ganó el Nobel en Medicina por haber desentrañado el lugar donde los recuerdos se anidan en el cerebro, señaló, que las autoras del libro nos “demuestran que nuestra manera de vivir el día a día ejerce un intenso efecto no solo en nuestra salud y nuestro bienestar, sino también cómo envejecemos».

El lector encontrará en el libro que además de explicarnos la vejez y el envejecimiento, también nos dicen cómo cuidar los telómeros. Por que si en algo nos dejan en claro es que de la longitud y la salud de los telómeros depende la salud de nuestra mente y del cuerpo. Y para ello solo hay que revisar qué tan calidoso es el sueño, el ejercicio físico, la comida que comemos, cómo usamos los productos químicos que cada vez nos asaltan nuestra existencia, qué tal el nivel de estrés y de pensamientos negativos, si tenemos relaciones tóxicas, o si la manera como nos insertarnos dentro de la sociedad es un acto de hipocresía igual que la letra de los tangos de arrabal de la Argentina de comienzos del siglo XX.

La cereza en el ponqué está al final del libro. Ese capítulo como lo describen es lo que exactamente le pasa a una sociedad con desigualdades tan abismales como la Latinoamérica, africana y algunos países asiáticos. Con la violencia en todas sus manifestaciones y el hambre que maltrata todos los días, el reto para estas sociedades es cómo propiciar una vida sana más allá del perímetro de la casa, de un entorno donde prime la confianza, un respirar saludable libre de contaminación y ruidos. Pues el solo de hecho de vivir en un entorno malsano, de relaciones sociales forzadas, de pensar cómo será el día siguiente, o, el engaño junto al mal uso que a diario vive la sociedad en ese estercolero de las mal llamadas redes sociales, hacen que el telómero enferme a causa de las preocupaciones y necesidades del ser humano .

Desigualdades que ya no son propias de estas sociedades desbaratadas, sino también de las tal llamadas sociedades post industrializadas como Estados Unidos y la Unión Europea.

Ya para despedirme, solo tengo que recordarle al lector que el libro escrito con un lenguaje ameno como ningún otro, es la combinación perfecta entre biología, psicología y medicina.

Que es un deleite pasar por sus páginas, ya que nos hace reflexionar acerca del transito de nuestra existencia en este mundo. No se trata de desear un encuentro con  la diosa Hebe para beber el brebaje de la eternidad, sino explorar la posibilidad de tener una vida y una vejez más relajada.

martes, enero 30, 2024

El tema era la paz.

Armando Moreno Sandoval


El viernes en la tarde, a escasos dos días para elegir presidente viajé a Mariquita, el pueblo donde nací. Mi papá, Pioquinto Moreno, que en ese entonces ya había cumplido 94 años, con una salud que desde comienzos del año había empezado a deteriorarse, le llegué de sorpresa cuando los últimos rayos del sol se negaban a desaparecer. Por motivos de salud mi papá no había votado en la primera vuelta presidencial. Ese domingo, 25 de mayo de 2014, me había sugerido que lo llevara a votar: su tema era la paz. A
l verlo que tenia una voz queda y con un andar donde el tranco de sus piernas no daba, opte por decirle que lo mejor era esperar la segunda vuelta.

Mientras mi papá rememoraba en voz baja la masacre perpetuada por las Farc-EP a su familia un cuarto de siglo atrás, por los debates y los comentarios que a diario se llevaban en la tele, en las universidades, en los cafés, en las plazas de mercado, las voces coincidían que por los acontecimientos que estaban acaeciendo, 1989 terminaría como el año más violento hasta la fecha. Y no era para más. Todo mundo andaba con los pelos de punta, como dice el dicho cuando una sociedad está atemorizada. El 18 de agosto las balas habían ahogado las palabras de un candidato a la presidencia. Soacha, un municipio adyacente a Bogotá, en plena campaña electoral habían asesinado a tiros el candidato Luis Carlos Galán. La tele difundió la noticia y el mundo fue testigo de un Estado arrodillado por las mafias del narcotráfico y de la política.

En ese entonces, como hoy día, los asesinatos y las masacres eran de nunca acabar. Los medios escritos y hablados no daban tregua narrando los hechos. Pero la desgracia tocó las puertas de la casa de mi papá. A través de la radio, a eso del medio día, mientras almorzaba, los platos de la sopa y del seco volaron por los aires. Mi papá quedó estupefacto: en la vereda El Recreo, municipio de La Palma (Cundinamarca), algunos miembros de la familia, la noche anterior, los habían acribillados a balazos.

Por esos años las regiones cambiaban de bando como cambiar de ropa. Dependiendo de las circunstancias, unas veces estaban bajo el poder de las armas del narcotráfico conocidas como paramilitares, otras veces bajo el poder de la guerrilla y otras veces bajo el control de los fusiles del Estado. Quienes vivieron bajo la amenaza de los cañones de los fusiles testimonian que ese mes de septiembre la región estaba en manos de la guerrilla: el XXII frente de las Farc-EP.

La noche del 9 de septiembre de 1989 el ladrido de los perros despertó a la familia. Desde el interior de la casa se dieron por enterados que uno de los perros había sido acallado para siempre. Hombres y mujeres uniformados de color oliva con sus armas incursionaron a la casa. Con las culatas de los fusiles fueron empujados hasta la enramada que cubría el trapiche. Las niñas a medio despertar con sus manitas asidas a los pliegues de la pijama de la mamá no paraban de llorar.

Una mujer con voz de mando ordenó: “mujeres adentro…!”. Apretujados en la cama, temblando ante el infortunio de la noche, escucharon la detonación seca de varios disparos. El silencio absoluto se tomó el interior de la casa por varios minutos. De nuevo la voz de mando de la mujer: “mujeres afuera…!”

Los cuerpos convertidos en cadáveres de José Antonio Moreno de 40 años y de sus hijos Fidel de 17 y José Hugo Moreno Palacios de 25 años yacían tronchados, desgonzados. Los gritos de dolor de los sobrevivientes toco las puertas del vecindario. Nadie acudió. El miedo se había apoderado de la noche. Observaron los cuerpos apilados y manchas de sangre esparcidas por doquier. La pared como paredón había sido testigo del fusilamiento y de los gritos convertidos en una sola voz clamando: “no nos maten!”. ¡El lamento y el grito de dolor fueron más fuertes que el cállese! La voz de mando de la mujer dirigiéndose a la madre de sus hijos gritó: “váyanse y no vuelvan! Si regresan los mato!”.

Ciento dieciséis días después, el apego a la tierra pudo más que la advertencia de amigos y familiares del peligro que corrían. Regresaron. El 3 de enero de 1990 en horas de la mañana salieron del municipio de Pacho hacia La Palma. En un bus que llaman de escaleras viajaban la viuda Roseida Palacios Ocaña junto a sus hijas Rebeca y Sandra Carolina Moreno Palacios. Quienes viajaban colgados como racimos de plátanos en la parte trasera del bus vieron que al descender la mamá y sus dos hijas sus pertenencias no eran mayor cosa. Los alijos eran llevados bajo el brazo.

Tomaron el callejón que atravesaba varias de las fincas de la vereda. Pasaron por el cementerio que albergaba las tumbas de los antepasados familiares para luego tomar de nuevo un camino enrastrojado que los llevaría a la casa. Los cafetales y el platanal enmontados. No había rastros ni de gallinas, perros, caballos, burros y vacas. Era el medio día y el sol resplandeciente lo hacía caluroso.

Mientras le indagaban al pasado por sus pertenencias que habían dejado escucharon un tropel en medio del cafetal enmontado. No habían pasado 15 minutos. “Eran muchos hombres”, recordaría Sandra Carolina.

“Se lo advertimos…!”, dijo la voz de mando a manera de retaliación. Era la mismísima mujer que había incursionado en las altas horas de la noche pocos días atrás.

Sandra Carolina la menor yacía boca abajo en la explanada de la enramada. Encubría la cara con sus manitas. Dejando una rendija entre sus dedos, observaba y sentía cómo el ruido de las botas envolvía su cuerpo. Manoteándole a la cara de su madre, observó cuando la mujer con voz de mando la arrastró a la pared que hacia las veces de paredón. Alcanzó a oír de nuevo la advertencia. Contuvo el llanto al ver que uno de los hombres desenfundaba un arma que llevaba al cinto. Los gritos de su hermana y de su madre clamando que no las mataran fueron en vano. Un sollozo tenue se le escapó al ver que el hombre con el arma desenfundada levantaba la mano a la altura de la cabeza de su madre. Un disparo a quemarropa la estremeció, milésimas de segundos después vio el cuerpo de su mamá caer desmadejado. De nada valieron los gritos de su hermana en medio de las lágrimas pidiendo clemencia. Otro disparo a quemarropa ahogaba para siempre el clamor.

Cuando quiso correr hacia los cuerpos yermos de su madre y hermana, una mano de mujer la detuvo. Llevándose el dedo índice a la boca le dio a entender que guardara silencio. Tomándola de la manita la llevo hasta el borde de un cañaduzal.

“Corra y no mire atrás”, fueron sus únicas palabras.

Al terminar de rememorar las masacres de su hermano, su cuñada, sus sobrinos y de su sobrina guardó silencio por unos instantes.  Con los ojos lelos miró alrededor. Al levantarse trastrabillo, sus piernas le flaqueaban.

El domingo de las elecciones el ambiente estaba caldeado. Quienes estaban a favor de la reelección de Juan Manuel Santos argumentaban el regreso de Álvaro Uribe a la presidencia a través Óscar Iván Zuluaga. Su triunfo supondría que el proceso de paz quedaría hecho trizas. Quienes estaban en contra del proceso de paz, uno de los argumentos era el de que el gobierno estaba entregando el país a las Farc-EP. El eslogan para ganar votos a favor del candidato de Álvaro Uribe era simple, engañoso y contundente: con la paz sí, ¡pero con el candidato de la reelección… no!

Mientras Colombia estaba dividida, la salud de mi papá se caía a pedazos. La promesa de llevarlo a las urnas para que depositara su voto se me había convertido en un cargo de conciencia. Al promediar la mañana toqué las puertas de su médico amigo. Conocedor de la salud de mi papá le comenté el deseo que tenía de cumplirle con el voto. Antes del mediodía estaba ya auscultándolo con su estetoscopio. El paso de los años no tiene vuelta atrás. Tomándome del brazo me susurro al oído: “no está saturando”. Recomendó llevarlo con precaución y que estuviese al tanto de cualquier percance. “Respirar aire fresco le hace bien”.

Supuse que al mediodía sería la hora indicada para llevarlo a votar, ya que la gente almuerza y hace la siesta. Solicité un servicio de taxi. La sorpresa fue de incredulidad. Los electores estaban ejerciendo el derecho a decidir por la paz. Largas filas. Mientras la gente esperaba pacientemente el tarjetón, me dirigí directamente a la mesa de votación donde tenía inscrita su cédula. Con el tarjetón en mi mano, tomándolo del brazo lo llevé con su caminar lento hasta el cubículo. Como pudo tomó el lapicero entre sus dedos para luego con su mirada perdida decirme que le era difícil marcar el candidato de la reelección.  Comprendí que sus dedos habían perdido sus fuerzas. Al ver su impotencia tomé el lapicero. Mientras marcaba por él el candidato de su preferencia, sentí nostalgia. La hora de partir de este mundo se estaba acercando. Lágrimas rodaron por mis mejillas.

Al empezar la noche del 15 de junio los medios de comunicación informaban del triunfo del candidato de la reelección y de la paz.

El 29 de septiembre de 2014 mi papá moriría convencido de que la paz había llegado por fin. 

Ahora, en este 2024, diez años después, la paz es solo un discurso que está en el papel y en los labios de quienes viven a costillas de ella. La violencia en todas sus formas e ideologías se ha recrudecido, da miedo que la sociedad mire hacia los lados. Las ideologias totalitarias y fanáticas, sean del lado de la derecha o de la izquierda, están imponiéndose donde están acallando la voz del otro.  La resignificación de los hechos según mi parecer, la cultura de la cancelación y la corrección política es la nueva narrativa de la derecha y de la izquierda. Lo miedoso es que la gente, hasta los más ilustrados, aplauden. Les parece normal que haga parte de su diario vivir. Solo le creen al mesías. La razón y el consenso a través de la diferencia ha muerto.

La masacre de la familia de Don Pioquinto Moreno ha quedado impune. Conservo el archivo que da testimonio de esa masacre y de cómo un Estado kafkiano con su burocracia inútil fue incapaz de dar con los perpetradores del crimen a sabiendas de quiénes eran. Hace poco consulté el informe de la Comisión de Paz. No encontré rastros de las masacres de la vereda El Recreo, municipio de La Palma. Para esa burocracia esas masacres no existieron.

Siempre me he preguntado cuál es el gusto que siente la gente por la violencia. Los siquiatras dicen que la colombiana es una sociedad mentalmente enferma. Y razón deben tener si se lee al historiador cultural estadounidense David J. Skal, quien se dedicó toda su vida a entender el terror y el miedo a través del cine. En su libro “Screams of reason: Mad Sciencie and Modern Culture” (1988) este historiador plantea que una sociedad muestra sus entrañas por lo que le teme.

Y a qué le teme, preguntaría cualquier lector despistado. La respuesta es simple: ¡a vivir en paz!