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jueves, diciembre 26, 2019

Fortuna esquiva

Armando Moreno Sandoval

Hijo…. hijo…! se ha acabado el aguardiente! corra al Estanco y traiga una botella para vender por copas — fueron las palabras de su abuela Ana a su nieto.
Como un buen muchacho obediente salió hacia el Estanco.
Mirando hacia los lados, y silbando de vez en cuando, al llegar frente a la agencia de loterías de repente miró hacia el umbral de la puerta principal. Un billete de lotería era sacudido por el viento tenue de finales de diciembre. Hojas de matarratón, mangos y aguacates cubrían ligeramente cinco quintos de la Lotería del Tolima.
Doblando la cérvix, despejó las hojas, alzó el billete de lotería, lo miró, lo dobló y lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón.
Frente al mostrador, y mientras acariciaba el billete de lotería, con su voz imberbe le ordenó al estanquero:
—Manda a decir mi abuela que le mande una botella de aguardiente.

De regreso encontró de visita a Luz de Restrepo. Luego de contar con una sonrisa el hallazgo, y sin decir palabra rasgó un quinto de lotería. Alargándole el brazo, Doña Luz lo tomó y lo guardó.
Aun desvelado por el fortuito hallazgo del billete de lotería, al promediar la mañana del día siguiente tomó camino hacia la peluquería de Julio César Patiño. Ojeando el periódico llegó a la sección de loterías.
Leyó que el premio mayor era idéntico al que albergaba su memoria.
Embriagado de alegría corrió hacia su abuela.

Minutos más tarde en la agencia de loterías relató el por qué de su alegría. Con un mezquino que le colgaba del mentón, frunciendo el entrecejo, la señora del Estanco movió los labios. Señalándolo con el dedo, y después de una cantaleta, le gruñó:
—“…no se le puede pagar…. hay un denuncio por perdida”.
Acongojado por la fatal respuesta, el trayecto de regreso a casa lo acompañó una saliva amarga.

Encontró a la tía Toña soplando el fogón de leña de tres piedras. De los leños cruzados flotaban brazas. Con la voz entrecortada contó su infortunio. Mientras observaba a la tía, la mirada chamuscada por las palabras de la señora del mezquino se fijó en las llamas azuladas. Con sigilo sacó los quintos restantes del bolsillo trasero. Haciendo una bellota del tamaño de la mano, miró fijamente al centro de las llamas. Desde el umbral de la puerta de la cocina, alzó el brazo y lanzó la bellota de lotería. Tras hacer una parábola, rebotó entre las piedras y cayó en el centro de las llamas crujientes.
Mientras los números del premio mayor se consumían por las llamas, una lagrima rodó por las mejillas hasta la comisura de los labios. Un sabor indescriptible bajó por la garganta.

Media hora más tarde llegó la señora Dominga Zabala, la hermana del lotero. Llegó jadeante. Tras cruzar el umbral de la puerta gritó:
—Vamos… vamos…! que le pagan todo…!
Boquiabierto y sin coordinar palabra señaló el fogón.
La tía Toña, aturdida y consternada, señaló de nuevo el fogón. Le narró a Dominga lo acontecido.

Muchas décadas después, botado en el andén de la casa, desvencijado por el paso de los años y la enfermedad que lo arrincona entre las cuatro paredes de su casa, tras narrarle a su amigo y contertulio Heiner Montes el relato, Orlando Velásquez con los ojos llorosos observó una mujer arrugada y encorvada por el paso de los años que, alzándole el brazo, con una voz gangosa y entrecortada, le dijo:
—Feliz Navidad!
Era Luz de Restrepo.
La mismísima del quinto de lotería.





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