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jueves, diciembre 11, 2008

Mariquita, en las garras de la oclocracia

Armando Moreno Sandoval

Publicado en El Puente, Honda, año 10, No 113, agosto-septiembre de 2008, p. 4

Es posible que algunos actores de la política no tengan idea de lo que significó para el desarrollo de la democracia el filósofo italiano Norberto Bobbio. Esta anotación valga señalarla porque un estudio reciente que indagaba cómo era la formación intelectual de los políticos concluía que algunos no sabían para qué habían sido elegidos. Este vacío intelectual de quienes ejercen la política ha llevado en los últimos años a las instituciones del Estado a estar en manos de los menos idóneos. Esta situación ocurre porque los ciudadanos tampoco entienden para qué sirve la democracia, situación ésta que permite elegir al que más prebendas y demagogia ofrece.
Lastimosamente donde más se observa esta situación es en los municipios donde la abstención es visible. A pesar de que la mayoría no participa electoralmente, esta misma ciudadanía está cansada que los encargados de manejar los dineros de los contribuyentes (léase alcaldes, concejales y funcionarios) no sean los más indicados y sean individuos que llegan a los puestos a pelechar del erario público y no a servirle a la comunidad.
En sociedades donde la democracia ha alcanzado una mayoría de edad, como en Europa o en Estados Unidos, existe un empleado que es visto con malos ojos y ese es el funcionario público. La bronca tiene una explicación: pues los ciudadanos consideran que es un “vago” que vive a la expensa del trabajo de los otros, es decir, del dinero de quienes pagan impuestos.
Esta bronca que aun no ha llegado a estas sociedades que llaman subdesarrolladas o del Tercer Mundo tiene una explicación: los ciudadanos creen que los funcionarios se ganan el sueldo con los dineros que les gira el Estado. Lo que no saben los ciudadanos es que los sueldos y los viáticos que se ganan los funcionarios es el resultado de los diversos impuestos que se deben pagar con el sudor del trabajo.
Esta ineficiencia de algunos funcionarios públicos es la responsable que un alcalde con buenas intenciones de servirle a la comunidad termine gastando su popularidad en menos de que cante un gallo. Tan así que a unos cuantos meses del ejercicio del poder la popularidad que tuvieron para ganarse la alcaldía comienza a quedar en entredicho.
Si hay un funcionario en el norte del Tolima que sus amiguetes le están desgastando su popularidad, sin lugar a dudas, es al alcalde Juan Carlos Acero del municipio de Mariquita. Sintomático que no sean sus detractores políticos quienes lo estén desgastando, sino quienes estuvieron en la misma tolda de campaña.
Aunque no tengo pena en confesarlo, vote por Juan Carlos Acero y aun no estoy arrepentido. Vote por él porque me pareció interesante la visión que tenía sobre la administración pública: cual era de hacerla eficiente, desburocratizada y ajena de todo clientelismo. Entre las críticas que le hacen a la administración es la excesiva burocracia, amén de un equipo de trabajo que según los entendidos está dando mucho de que hablar por ser bastante nulo en el manejo de lo público.
El oráculo de la democracia como lo fue Norberto Bobbio, concebía la política como una ola. Señalaba Bobbio que el deber de un líder era permanecer en lo posible en la cresta de la ola y que cuando iba en picada lo mejor era cambiar de colaboradores para enfrentar nuevos retos.
Cuando le preguntaron al matemático inglés Isaac Newton cómo había concebido la ley de la gravedad, solo atinó a sugerir con humildad que se había parado sobre los hombros de los hombres de mentes más gigantes que la de él. Este consejo de Newton deberían de seguirlo los alcaldes. En vez de rodearse de individuos carentes de ideas, deberían de rodarse de individuos con mentes más gigantes que la de ellos mismos. No obstante, el miedo de un alcalde o de un político de enfrentarse a sus colaboradores cuando su propia popularidad va en picada es la razón por la cual termina, para desgracia de los pueblos, entregando la administración pública a las garras de la oclocracia.

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