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lunes, mayo 16, 2022

La rana Coquí

Eleutherodactylus johnstonei 

Armando Moreno Sandoval

El naturalista Orlando Velásquez Molina no tiene idea qué día llegó el tío Tito a Mariquita. Recuerda que era el año 1983 y que había llegado con una tracalada de familiares. Venían de Barranquilla. Desde hacía 30 años que no tenían contacto con la parentela que vivía en el interior del país. Venían a visitar a María Isabel Molina González, su mamá.

Al año siguiente, María Isabel, empacó maletas y se largó para Barranquilla. Quería devolverle la visita que le habían hecho sus parientes. Tras varias noches barranquilleras pudo percatarse que en el antejardín de la casa de sus parientes un largo cooooooquiiiiiiiií irrumpía los tímpanos del oído.

Supo por boca de sus familiares que se trataba de la rana Coquí, con tilde en la i.  Los escuchó decir que la ranita carga con el mito de morir lejos de su tierra. Que el Coooooo es para espantar a los machos y el quiiiiiiiií para atraer a las hembras. Y ahí el por qué de su sonoro Coooooquiiiiiií.

Los naturalistas han señalado que de la rana Coquí se desprenden dos ramas, una de ellas endémica de la isla de Puerto Rico y que ha sido clasificada como Eleutherodactylus coquí. La otra que fue registrada con el nombre de Eleutherodactylus johnstonei ha vagabundeado por las islas del caribe hasta llegar a las costas de Centroamérica, Venezuela, las Guayanas y a un pueblo del interior de Colombia llamado Mariquita (Tolima).

Como ambas especies a simple ojo no se distinguen la una de la otra, el sentido común de la gente para no enredase con tanta cientificidad ha terminado por llamarlas Coquí.

En Mariquita es muy común escuchar su sinfonía en los solares y antejardines de las casas, y en las calles en medio de los matorrales. También se le escucha cantando hasta en las últimas cuadras del pueblo. La ocupación del territorio se lo han venido ganando con paciencia. En épocas de lluvia es muy común verlas navegando por las acequias agarradas a cualquier hoja o a un pedazo de madera, o simplemente se dejan arrastrar por la corriente del agua hasta encontrar puerto seguro.

A la pata del cerro Lumbí llegó la rana Coquí porque cuando hicieron el centro comercial Los Panches, viajaron como turistas entre las volquetadas de tierra y grama. Allá, al igual que en los jardines y solares, se reprodujeron en un cerrar y abrir de ojos. Y es que la ranita, a diferencia de sus otros parientes, nunca es renacuajo. No necesitan un pozo de agua. Sus huevos los ponen en cualquier hoja o hueco húmedo. Y cuando salen del huevo, es como la mamá. La diferencia está en que al nacer es del tamaño de la uña meñique del pie.

Con solo tocar tierra la ranita desarrolla sus destrezas de insectívora. Con su lengua pegajosa comienza a cazar zancudos y a comerse cuanto bicho se le cruce por delante. A quienes dicen que la ranita cumple un control biológico. En la casa del naturalista Orlando zancudos no hay. Él dice que mejor insecticida como la rana no hay.

Como el sol la quema, el refugio preferido para pasar el día es un hueco con buena oscuridad. Eso sí, al empezar la noche la sinfonía se hace sentir hasta llegar el alba. Cualquier oído pompo puede captar que las ranitas se van turnando con su silbido unas tras otras. Pero cuando su piel detecta cierta humedad su silbido cambia, es continuo, unísono. Están avisando que va a llover.  El agua les estimula el canto, así que cualquier gota de agua les basta para emprender su silbido.

Esta ranita de dedos largos algunos las han llevado a sus cultivos de aguacate para que devoren los bichos que están en los árboles.

Otros al quedar encantados con su silbido las llevan como si fueran sus mascotas. Fue lo que le pasó al médico Arturo Castaño (q.e.p.d) que al llegar de visita a la casa de Orlando al escuchar las ranas en un dos por tres se enamoró de ellas. Sin pensarlo dos veces le dijo, empáqueme unas cuantas que me las llevo para la finca. Media hora después seis ranitas en un frasco de vidrio salían rumbo a la casa del médico. A la mañana siguiente, muy de temprano, como si fueron trofeos, salieron hacia su finca en la vereda de Palenque.

Varias semanas después al preguntársele qué había pasado con las ranas Coquí, el médico atinó a responder que habían desaparecido. No supo cómo. Meses después supo por boca de un vecino que un fulano fastidiado con el silbido de las ranitas había jugado al tiro al blanco con una escopeta de dos cañones. El vecino afirmaba haber escuchado seis disparos. El cooooooquiiiiiiiiiií de las ranitas jamás se volvió a escuchar.  

Pero no todo son disparos. En 1984, el tío Tito, convirtiendo en realidad el deseo de su sobrina María Isabel Molina González le empacaba en un frasco diez ranitas Coquí. Llegaron a Mariquita sin ningún rasguño. Al caer la noche un silbido agudo se esparció por el solar. Las ranitas de escasos dos centímetros de largo tenían un nuevo hogar.

María Isabel Molina G
Las ranitas traídas a Mariquita, quien lo creyera, eran las descendientes de otras ranitas que habían llevado en otro frasco a Barranquilla quince años atrás por Deyanira y Hermelinda, las hijas del tío Tito, en un paseo por Centroamérica.  

Deyanira y Hermelinda, tras varios días escuchando en el antejardín del hotel el silbido, preguntaron al conserje: qué es eso. Señalándole una ranita con el índice vieron que al silbar una bolsa se esponjaba. Enamoradas del silbido y de su tamaño le dijeron al conserje que al regreso a Barranquilla llevarían algunas como recuerdo. El conserje les empacó ocho. 

Dicen que es venenosa, pero nadie lo ha comprobado. Algunas gallinas al confundir las ranitas recién nacidas con granos de maíz salen espantadas y cacareando al verlas saltar. Lo mejor, dejarlas quietas. Aunque su silbido en un comienzo molesta, con el pasar de los días se convierte en somnífero.  

El naturalista Orlando Velásquez Molina dice que en el solar de su casa puede haber unas doscientas Coquí, sino más. Su fácil reproducción ha hecho que se multipliquen por miles. Su silbido agudo se le escucha por doquier.

En un trabajo de campo que se llevó a comienzos del siglo XXI en Mariquita sobre batracios descubrieron que habían cerca de 28 especies, incluyendo la rana Canguro que hasta la fecha no hay noticias de ella. La tala, los insecticidas, la sequía de las quebradas y pantanos, pero sobre todo el ser humano, las han extinguido.  Solo quedan unas pocas especies al borde de la extinción.  

 En un país como Colombia donde la naturaleza es un estorbo, por ahora se salva la rana Coquí que ha hecho de Mariquita su hábitat.

Raro que no le hayan salido enemigos. Ver para creer.

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