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viernes, diciembre 18, 2009

Álvaro Zabala Leal: su travesía continental entre Colombia y Norteamérica

Armando Moreno

Año 1950 y a nadie antes se le había ocurrido atravesar parte del continente americano desde Colombia hasta Canadá. Esa idea la soñaría y la habría de cumplir Álvaro Zabala Leal a sus 25 años de edad.

Con la idea dándole vueltas a la cabeza, el joven Zabala se le apareció el día menos pensado al hacendado Julio Rebolledo —dueño de la hacienda El Puente de Armero— y sin pensarlo dos veces le pidió una licencia de seis meses. Su meta era llegar en bicicleta a EE.UU.

Sabedor que quien le pedía la aventura era un nieto de uno de los tantos hijos no reconocidos, el hacendado, sin chistar, y a sabiendas que se quedaría sin que le llevaran la parte contable de la hacienda, le dió un entusiasmado sí.

El inicio

Zabala —de piel morena y 1.65 de estatura— se marchó de su natal Armero dejando a su mujer en embarazo. El mismísimo 3 de enero, el día que arranca su periplo, se tomaría al frente de la Catedral de Bogotá, una de las tantas fotografías que le servirían de prueba a tan monumental aventura.

Ese mismo día habría de partir de Bogotá, no sin antes equipar su bicicleta marca Raleight con dos confortables alforjas. Una contenía la ropa, la hamaca y un toldillo para cubrirse de los zancudos y, en la otra, cantimploras con café y agua, carne y pescado en lata y cuanto fruto en el camino pudiera hallar.
Llevaba también una cámara fotográfica, un machete que se lo colgaba al cinto cuando las condiciones geográficas lo exigían, y cuanta chuchería y baratija había conseguido para intercambiar con los aborígenes que vivían al lado y lado del Darién.

Del Chocó a Centroamérica

La vorágine por las selvas del Chocó y del Darién duró exactamente dieciséis días. A su paso por los pueblos o en las charlas que frecuentaba dar para dar cuenta de su odisea, y conseguir algún dinerillo para seguir su marcha, al preguntársele cómo había dormido y soportado el inclemente clima solo atinó a decir: que unas veces lo hacía bajo el abrigo de su toldillo, otras veces entre hojas de palma de coco y en otras ocasiones alrededor de un fuego en una choza indígena.

Sabedor que por donde iba a pasar era una de las zonas que albergaba no solo serpientes venenosas, sino que también la malaria hacía de las suyas, no pudo evitar a ninguna de las dos.

En el Darién no escapó a la mordedura de una culebra. Gracias a los servicios de un curandero indígena, entre brebajes y yerbas, pudo sobrevivir a tan temible veneno. A Panamá llegó con malaria tiritando de fiebre y balbuceando palabras. Gracias a los buenos servicios hospitalarios de la ciudad, cogió fuerzas y bríos para emprender de nuevo la ruta que se había trazado.

Al llegar a Costa Rica pasó por Heredia y tuvo tiempo para visitar el Santuario de Lourdes, hablar con policías y pobladores de la ciudad. Tras 69 días de estar pedaleando sin descansar, el lunes 13 de marzo llegaría a Nicaragua. Recorre las calles de Managua, pesca en el Lago de Nicaragua y, seis días después, el 19 de marzo, encontramos a Álvaro Zabala Leal en El Salvador.

Laredo, Detroit, Windsor y Washington

La aventura tiene prisa y no hay tiempo que perder. El 1 de abril llega al Estado de Chiapas en México. Visita Ciudad de México. Se rodea de personalidades como el torero Luis Procuna, el más famoso que ha dado México. Sigue su periplo hacia Estados Unidos. El jueves 27 de abril llega a Laredo (Texas).

Tras cruzar ocho Estados de la Unión Americana en su diario de campo que escribía en horas de la noche, y que guarda celosamente su hermana Diva en Manizales, escribió: “La gente de los Estados Unidos gana mucho dinero porque trabaja con tesón y produce mucho. El que tiene una idea, desea estudiar o quiere llegar hacer algo obtiene ayuda”.


En Detroit (Michigan), ya para dejar por unos días a Estados Unidos, no se marcharía de allí sin conocer la fábrica de automóviles. Antes de cruzar la frontera, en su diario de campo dejó el testimonio de que había quedado sorprendido y maravillado.

En un remolcador cruza el estrecho canal entre Detroit (EE.UU) y Windsor (Canadá). Explora y recorre la provincia de Ontario. Allí visita a Chatham y London. Bordea los lagos Erie y Ontario. Visita las cataratas del Niágara.

De regreso pisa de nuevo suelo americano en Buffalo para dirigirse a la capital del mundo. A la Gran Manzana llegó un domingo 2 de junio. Se hospeda en el Waldorf Astoria Hotel. Pasea sus calles y avenidas en su bicicleta Raleight. En su diario de campo escribió: “Increíblemente hermoso, un tráfico nutrido y peligroso”. Era la New York de los años 50.

Con 14.400 kilómetros a sus espaldas el 23 de junio decide dejar a New York. Se encamina hacia Washington. Le quedaba el último juego de llantas de los tres que había decidido cargar consigo. Alberto Lleras Camargo, secretario general de la OEA, y conocedor de la hazaña, lo recibe como un héroe y lo condecora.

El entonces secretario, convencido de que lo que había hecho debería de quedar para la posteridad, le insinúa donar la bicicleta al prestigioso museo del Smithsonian Institute. Su bicicleta está en una urna y una placa donde consta que Zabala fue quien protagonizó la primera travesía entre América del Sur y Norte América.

Entre guaduales, mangos y aguacates

Seis años después en febrero de 1956, Álvaro Zabala Leal tendría en Armero un percance con una motobomba en la estación de gasolina de su propiedad. Salió envuelto en llamas. Una muchedumbre de armeritas serían testigos atónitos de tan fatal desenlace de su héroe. El traslado del cuerpo en avión hacia Bogotá no se cumpliría. El avión no llegó. Esa misma noche sobre hojas de plátanos el dolor extremo se apoderaría de su cuerpo. Ante la falta de prevención médica una sobredosis de morfina lo llevaría a la muerte.

Le sobreviven tres hombres y dos mujeres. Uno de sus hijos, Carlos Felipe Zabala, el mismísimo que estaba en el vientre de su madre cuando su padre decidió emprender el periplo por una gran parte del continente Americano. Vive en Mariquita en su condominio Baleares rodeado de guaduales, árboles de mangostinos, mangos y aguacates. Además del recuerdo fotográfico de su padre.

Sin olvidar, por supuesto, que allí donde tiene su condominio, era parte de lo que fue hace más de 200 años el laboratorio botánico de José Celestino Mutis.

2 comentarios:

Unknown dijo...

No se si fue el primer cicloviajero y también el primero en cruzar el Darien, pero es inegable que fue un pionero.

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo es un pionero y su azaña motiva a otros a cumplir sus metas y sueños.