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sábado, noviembre 23, 2024

Mariquita y su provincia, nueva publicación

 Armando Moreno Sandoval

Los graduados de los programas de Historia que se imparte en las Universidades los forman en teorías, métodos y fuentes. Sin embargo, no siempre quienes escriben Historia recurren a ese rigor. Es más, es muy común escuchar que a cualquier texto que se refiera al pasado se le encasille como Historia.

¿Debemos condenar dichos esfuerzos por carecer de rigor académico? Personalmente pienso que no. Al contrario, publicaciones como esas son una buena oportunidad para adentrarnos a la crítica de la Historia, ya que nos dice que el interés por dar cuenta del pasado es mucho mayor que lo que creen las autoridades académicas en los programas de Historia de las Universidades.

Mientras las Universidades no traten de llegar a quienes les gusta y quieren escribir Historia, los esfuerzos historiográficos seguirán dándose por montones.

Últimamente en el norte del Tolima han salido un buen número de publicaciones sobre Armero, Honda y Mariquita, escritas, quien lo creyera, por aficionados que quieren dar cuenta del pasado.

La escritura del pasado desde la segunda mitad del siglo XX, y de lo que va del siglo XXI, ha cambiado demasiado. El diálogo con la filosofía y la antropología ha llevado a la Historia por narrativas impensables. Tan así, que sus fuentes ya no se circunscriben a los papeles escritos que nos legaron las generaciones pasadas. Hoy en día es factible no solo hacer Historia del futuro, sino hacerla con fuentes falsas. Incluso hay corrientes historiográficas donde el historiador puede darse el lujo de cambiar el curso de los hechos, es decir, de lo que pudo haber sido pero que no sucedió porque los hechos fueron otros (la llamada Historia fractal).

Este tipo de Historia a muchos se les arruga la frente, incluso escupen en el suelo como señal de desaprobación. Pero el lío no son las rabietas. El lío está en que la Historia académica que se cultiva y se escribe sigue siendo aburridísima y acartonada, donde el lector en vez de quedar atrapado por la narrativa, el libro termina resbalando
de las manos.

El otro lío que se tiene es que el oficio de la Historia por lo general se confunde con la leyenda, el mito, el folclor, la fábula y, de ahí, a que los hechos sean confundidos queda, como dice el dicho, a la vuelta de la esquina.

Esta confusión solo es detectable para los eruditos atrapados en teorías y métodos, pero para el común de la gente la frontera entre los hechos históricos y la ficción (la leyenda o el mito) poco importa.

El nuevo libro que se presentó en días pasados en Mariquita y que tiene por título Mariquita y su provincia del miembro de la Academia de Historia del Tolima, el mariquiteño Arnoldo Vázquez es un buen motivo para reflexionar acerca de la escritura del pasado

Si bien a la mesa fue invitado el presidente de la mencionada academia, el historiador Hernán Clavijo, este en vez de presentar la obra se fue por las ramas dándole a entender al auditorio que él era conocedor de la abundante historiografía mariquiteña, que, a decir verdad, es poco conocida, leída y consultada.

Hecha la aclaración valga señalar que el libro de Vázquez es enorme. De un gran esfuerzo. Que como él mismo dijo su papel fue el del compilador. Confirmación que uno encuentra al auscultar el texto ya que al interior de sus páginas se encuentran diversidad de temas como la edición integra de la Constitución de Mariquita de principios del siglo XIX.

Aunque la mayoría de los temas ya han sido resaltados en otras publicaciones como las del ya olvidado Aníbal Henao, o, en otras más recientes como las de Esther Julia Cárdenas, Carlos “Tita” Hernández, Hernando Ávila o Guillermo Giraldo, lo llamativo del libro de Vásquez  es que existe una nueva lectura sobre Mariquita donde los hechos del pasado mutan  a falta de fuentes documentales que den fe de lo que se escribe.

A mí me parece que esa es la virtud del libro de Vásquez. Que al carecer de fuentes documentales que sustente lo que escribe, él en su libertad crea nuevas interpretaciones del pasado como el relato de la muerte de la princesa Luchima.

El relato de Vázquez me remonta a mi adolescencia en el curso de Prehistoria que impartía el entonces profesor Aníbal Henao a los estudiantes de primero bachillerato. Recuerdo como ayer cuando, al decirnos que la princesa Luchima había pasado corriendo por la calle del colegio Núñez Pedroso hacia el cerro de Santa Catalina de huida de los conquistadores españoles, todos salíamos en tropel hacia las ventanas que daban a la calle preguntando por dónde… por dónde… que no la veo don Aníbal…

Por Dios! Qué manera de ambientar la Historia.

¡Qué grande don Aníbal! ¡Qué grande su imaginación!

La Historia hasta el siglo XIX hacía parte de la literatura. Pero el encanto de narrar el pasado con metáforas se pierde cuando al señor Alfred Rankel le dio por darle estatus científico a la Historia. Y Ahí fue Troya. Narrar el pasado se volvió aburridísimo.

Por fortuna desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del siglo XXI, con la llegada de nuevas corrientes filosóficas alimentadas por la filosofía de Friedrich Nietzsche, el oficio del Historiador se ha reinventado. Filósofos como Hayden White que nos dice que la Historia es un género más de la literatura y que por ello debemos regresar a las metáforas, o, como el filósofo postmoderno Gianni Vattimo que nos dice que el pasado se escribe desde el presente y que, en vez de dar cuenta de una única verdad  a partir de un hecho, lo mejor es interpretar el hecho para dar cuenta de muchas verdades.

Alguna mente perspicaz podría decir que los relatos acerca de la princesa Luchima están por fuera de la verdad. Pienso que ese no es el debate. La cuestión está que con los hechos del pasado se puede recurrir a la imaginación para ambientar ese pasado con otras narrativas como la leyenda, las aventuras, el mito. La cuestión, como dice el historiador italiano Carlo Ginzburg, está en separar la Historia de la ficción.

Me pregunto, ¿acaso es malo recrear el pasado con la ficción?. La respuesta es no. ¿acaso los escritores al hacer literatura histórica no tienen esas licencias?

En fin, el esfuerzo de Arnoldo Vázquez es gigante. Solo vale premiarlo con su lectura.