Armando Moreno Sandoval ©
Bill Gates y el historiador Yuval Noah Harari
habían dicho que la pandemia del coronavirus a los países que llaman del Tercer
Mundo llegaría poco a poco. Por supuesto, que los países que conforman ese
exclusivo club de pobres son Latinoamérica, África, países del Medio Oriente y algunos
de Asia.
Según ellos, estos países debían ir
preparándonos para cuando llegara el peor de los escenarios, cual es el de ver
un reguero de muertos al estilo de Guayaquil en el Ecuador o el cuadro dantesco
de los cadáveres putrefactos amontonados en New York.
A pesar de las torpezas de los políticos en el
mundo entero, la ciencia ha seguido avanzando. Con el conocimiento científico y
el desarrollo tecnológico alcanzando de lo que va del siglo XXI la vacuna se
logrará, de eso no hay duda. Los soñadores que no han de faltar, y que creían
que con el covid-19 la humanidad iba cambiar, ahora, podemos decir, ¡cómo
estaban de equivocados!
Con o sin vacuna, y como se ha visto por la TV,
el ser humano ha seguido tan campante como si nada hubiese pasado. Los biólogos
evolucionistas, etólogos y antropólogos culturales y evolutivos saben que el
homo sapiens es un ser que encarna destrucción y muerte. Este comportamiento está
en sus genes. Que no se equivoquen quien crea que el covid-19 lo va a volver un
bicho buena gente.
El triunfo de la muerte |
Aunque el mensaje que nos da el pintor flamenco renacentista Pieter Brueghel, en su obra de arte El triunfo de la muerte de finales del siglo XVI, es la de una humanidad claudicando frente a esta, no obstante, hoy en el siglo XXI podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el ser humano esquivará la muerte por otros caminos: ahí están los ciborgs, los cromosomas y genes editados y el hibrido incipiente entre inteligencia artificial y cerebro.
El antropólogo cultural Clifford Geertz ha argumentado
persuasivamente que el humano hace rato se distanció de la naturaleza. Desde
que apareció sobre la tierra lo único que ha hecho es acomodar la naturaleza a
sus fines. Para que el lector no se complique mucho, piense por ejemplo en la
palabra transgénico. Esto quiere decir que el humano, en vez de que la
naturaleza haga sus propios cambios evolutivos, el ser humano es quien se
encarga al modificar genes y cromosomas en un laboratorio. El ejemplo más
patético ha sido la oveja Dolly, no hizo falta el ovejo y la oveja.
La discusión si el covid-19 es natural o creado
en un laboratorio es una discusión de tontazos. A la humanidad se le olvidó que
el gas mostaza fue utilizado en la guerra contra el Irak de Hussein. Y que en
el año 2018 el presidente Al Asad de Siria para derrotar a los rebeldes utilizó
el gas sarín causando cientos de muertos.
Los mensajes de las obras de artes esparcidas
por el mundo, al igual que los libros que relatan pandemias son por montones. El
sustrato en común es el miedo y el deseo de aniquilar al otro. La idea es que así
se salvan de la pandemia.
Los historiadores urbanos han investigado que
este modelo de vivir en pueblos o ciudades es una herencia medieval y que tenía
como fin el aislamiento y el miedo al otro. Las películas y series sobre la
Edad Media representan muy bien para qué era el encerramiento. Este legado medieval
actualmente se está dando en este siglo XXI con el covid-19.
A los municipios que no les ha llegado el covid-19
sus pobladores están confiados que el virus no llegará, tan así que nadie se
atreve a afirmar que llegará. No lo dicen por miedo a que lo linchen. Los
ejemplos de linchamientos por sospecha o por bocazas no hace falta enumerarlos.
Han sido registrados en la TV y en las redes sociales.
Aunque la paranoia de los habitantes urbanos es
comprensible, las autoridades en vez de transmitir confianza lo que han hecho
es gobernar con el miedo del otro. Toques de queda, cuarentena, restricciones,
horarios restringidos, encerramientos, multas, cárcel, etc. Es un escenario casi
que calcado de lo que hacían los lacayos en la Edad Media en nombre del rey.
Aunque la gente quiere volver a la cotidianidad
la espada de Damocles sobre la nuca es persistente. No obstante, y aquí está lo
contradictorio, el individuo en aras de querer ser dueño de su libertad se
vuelve irresponsable de sus propios actos.
Por supuesto que no tenemos por qué parecernos
a la ultraliberal Suecia, donde el Estado dejó al ciudadano a su libre albedrio
para enfrentar al covid-19.
En Colombia a ningún gobernante se le ocurrió
hacer pedagogía ciudadanía. Haber impulsado el buen comportamiento frente al covid-19
hubiese sido un buen ejercicio de aprendizaje. El individuo tiene que entender
que vacuna no hay y que la responsabilidad de un contagio recae exclusivamente
en él. Es más, es un azar por su fácil contagio. Haberles hecho entender que solo toca esperar
a que los científicos hagan la vacuna. Que las únicas armas son:
a) Decirle al ciudadano que aplique el
distanciamiento social, b) que use la mascarilla y c) que sea excesivamente
higiénico (sobre todo con las manos).
La gran prueba de fuego para el gobernante es
cuando aparezca el primer contagio o muerto por covid-19.
Tiene dos alternativas: a) regresar a la Edad
Media con medidas draconianas, o, b) tener la serenidad y la inteligencia de
entender que mientras no exista vacuna tocará que convivir con el virus. La
pregunta es cómo, si aún los gobernantes no se han atrevido a pensar en ese
cómo.
Lo que se aprecia son gobernantes aferrados al
pasado. ¡Les cuesta pensar el futuro!