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domingo, abril 18, 2021

NADIE SE MUERE LA VÍSPERA

 Raúl Ramírez


Fue durante un fin de semana, recién había sido arrasado el municipio de Armero por la avalancha del cráter arenas del volcán nevado del Ruiz aquel 13 de noviembre de 1985, promediando las once de la noche.  Había pasado tan poco tiempo, que la alegría parecía haber sido secuestrada por la soledad. No obstante, chispazos fiesteros parecían escaparse de una que otra cantina anhelante de los jolgorios del pasado reciente, que habían sido sepultados al tiempo que los 25 mil pobladores armeritas. Una brisa suave y fresca inundaba cada rincón de aquel pueblo vecino, que sentía la necesidad de levantarse nuevamente para recuperar el tiempo y las emociones perdidas. Mi amigo Arlid Rivera “Rivemar” y yo estábamos conversando en compañía de dos cervezas bien frías, en el bailadero “La Carreta”, ubicado en pleno centro de Mariquita, la cuna de la expedición de Mutis. Parroquianos trasnochadores subían y bajaban por el camellón del comercio como aplazando sin fundamento la hora de dormir; ya habían sonado las doce campanadas que daban la bienvenida a aquella madrugada.
Raúl Ramírez

El ambiente estaba amenizado por los aires tropicales de las orquestas amplificadas en los parlantes de “La Carreta” y los minutos transitaban sin afán ni novedades. Bailando sin cansancio estaba “Lito”, quien después de una ardua jornada transportando reses, había llegado en su pequeña camioneta Ford de estacas a la discoteca, para darse un toque de recreación que bien se lo merecía. Mas allá y bastante “entonado” se veía a Marcos el carpero, el hijo de doña María, que no le fallaba a la rumba y a la toma de cerveza junto a varios de sus amigos.

Raudo frente a nosotros paso en su motocicleta Yamaha Calicmatic 175“Estrada”, personaje que se destacaba por su desparpajo, pero también por su gran lealtad con los amigos. Marcos el carpero había llegado en su destartalado Renault 4, rojo descolorido, que le servía para sus conquistas amorosas; aunque para lograr la atención de las damiselas siempre se preparaba al tenor de unos tragos que le hicieran perder el pudor y la timidez que lo caracterizaban.

Estrellando las palmas de las manos “Rivemar” llamo la atención del mesero y ordeno otras dos cervezas bien frías, yo no tenía dinero para corresponderle la invitación, pero aun así “Rivemar” se complacía con mi presencia y yo, por supuesto con la suya. Aunque el pueblo dormía apaciblemente en la penumbra, la música y las luces psicodélicas entorpecían la tranquilidad que contrastaba en el sector residencial. Nadie se ocupaba de los detalles, cada uno vivía en su momento y el licor ya comenzaba a imponer sus alucinaciones.

Rivemar” y yo andábamos en su motocicleta Honda 250, pero no teníamos problemas de alcohol porque solo bebimos 3 cervezas cada uno en todo el rato que estuvimos allí. Un poco más tarde “Estrada” llegó cerca de donde estaba Marcos el carpero, quien de inmediato salió a recibirlo brindándole un trago de bienvenida. Después de cruzar unas palabras fiesteras y recordarle como lo hace todo borracho que “yo a Ud lo quiero mucho”, a la vez que le colgaba un abrazo fraternal.

Terminado el protocolo fiestero entre Marcos y “Estrada”, se pusieron de acuerdo en intercambiar los vehículos; “Estrada” le entrego la motocicleta a Marcos quien la dejó parqueada a un lado del sitio donde estaba y le dio las llaves del carro a “Estrada” que salió cual flecha sin destino.

Marcos Antonio Muñoz "El propio"

No habían pasado más de 10 minutos desde que “Estrada” deambulaba en el destartalado Renault 4 por las soñolientas calles de Mariquita, el reloj mostraba algo más de la una de la mañana. En un instante de euforia, Marcos el carpero corrió hasta la motocicleta y con cierta dificultad la aborda y de ipso-facto le da la primera patada de encendido, el ruido ensordecedor llamo la atención de quienes estaban en la calle disfrutando el sereno veraniego; de repente Marcos acciona la palanca de cambios y suelta de forma imprudente el clocht produciendo una estampida infernal que hizo a la motocicleta literalmente trepar por el grueso árbol de manga que estaba frente al bailadero. El efecto gravitacional hizo que la moto se devolviera con todo y Marcos jineteado cayendo violentamente de espaldas sobre el pavimento, a la vez que el aparato encima. Se sintió un golpe seco provocado por el choque de la cabeza de Marcos contra el piso. La gente quedo perpleja casi que petrificada, al observar cómo se expulsaba por la boca de Marcos el carpero, enormes borbotones de sangre que fueron inundando todo alrededor de su cabeza. La motocicleta se revolcaba a un lado del cuerpo moribundo, que convulsionaba como si estuviera danzando con la muerte.

Rivemar” y yo solo pudimos ponernos de pie y nos dijimos sin hablarnos, ese hombre no puede morirse ante nuestras miradas indiferentes y de una vez saltamos a la calle y convocamos el socorro entre los presentes.

¡Gritamos un carro! un carro! un carro!  Y nadie se ofreció. La escena macabra de Marcos seguía sin parar y sentíamos que los minutos que pasaban eran valiosos para poderle ofrecer una posibilidad de vida. De repente salió “Lito” y con gesto tosco pero solidario dijo: “yo presto el carro, pero échenlo atrás”.  Era la camioneta Ford de estacas cuya carrocería estaba llena de cascarilla de arroz y mierda, pues en ella se transportaban las vacas en el pueblo. “Rivemar” y yo corrimos y tomamos a Marcos de los pies y de las manos y balanceándolo varias veces para coger impulso, esperábamos que “Lito” abriera las compuertas y sin medir palabras lanzamos el cuerpo ensangrentado de Marcos sobre el planchón del vehículo. 

Salimos de inmediato al hospital que estaba a pocas cuadras del lugar del accidente, con el cuerpo de Marcos el carpero revolcándose entre la inmundicia, pero buscando esa ayuda que se anhela cuando no ha muerto la esperanza.  La camioneta ingresó con cierta dificultad al área de parqueo en las urgencias del hospital San José, por las condiciones del terreno ondulado en la portería; aquí dejamos a “Lito” con otros curiosos tramitando la asistencia humanitaria para aquel pobre hombre caído en desgracia.

Arlid Rivera "Rivemar"

Con “Rivemar” salimos en su moto a buscar una ambulancia para trasladar a Marcos para la capital, Ibagué, en vista de la gravedad de su condición. Con las pocas indicaciones sobre el lugar donde pernoctaba el conductor de ese vehículo, lo ubicamos y con nerviosismo y afán le dijimos que viniera para prestar este servicio, a lo cual respondió: “Esa ambulancia no tiene llantas buenas y en esas condiciones yo no voy a ningún lado”. Salimos sin perder tiempo y fuimos a buscar la ambulancia de la defensa civil y una vez en el lugar nos respondieron a nuestra solicitud: “Esta ambulancia está varada”.

Nuestra angustia crecía y no teníamos alternativas que pudieran solucionar esta necesidad de traslado a un hospital de mayor complejidad al agonizante Marcos. Ya eran cerca de las 2 de la mañana y resolvimos ir donde doña María, la mamá de Marcos, para ponerla al tanto de la terrible situación de su hijo. Nos sentíamos impotentes para comunicar esa desconsoladora noticia. Podíamos generar otra tragedia al decirle a doña María que Marcos estaba moribundo en el hospital y sin posibilidades de enviarlo a la capital para que lo auxiliaran con mejor equipo médico y quirúrgico.

No hay de otra, dijimos, la viejita tiene derecho a saber la verdad de una vez. Y llegamos frente a la casa de Marcos el carpero, acompañados por la soledad y el silencio de la noche. Con premura tocamos la ventana y al ver que nadie abría, voz en pecho dijo “Rivemar”: “Doña María, es que Marquitos tuvo un accidente y está muy grave, se está muriendo en el hospital… Y doña María con voz de matrona trasnochada respondió con fuerza: “Que se muera ese hijueputa que me tiene aburrida con su vagamundería” … Sorprendidos “Rivemar” y yo hicimos una mueca desconcertante acompañada de una macabra carcajada.

Regresamos de inmediato al hospital pensando que tal vez ya Marcos el carpero hubiese muerto, pero no, ya lo tenían afuera en una camilla, bañado, esperando un transporte para llevarlo al Hospital Federico Lleras de Ibagué. El médico que salía de turno era el Dr. Castaño, galeno de gran experiencia, y antes de irse a su casa después de cumplir su jornada lo miró y vio que de sus dos oídos corrían sendos hilos de sangre por lo cual dijo en tono pausado y pesimista: “Tiene fractura de cráneo, no creo que se salve”

La impotencia nos alcanzó a todos… El silencio se hizo sepulcral.

Repentinamente como caído del cielo llegó “El Tuso” en el Renault 4, que había recibido de “Estrada” hacía pocos minutos con el encargo de llevárselo a Marcos en la mañana siguiente; “El Tuso “que había vivido en carne propia la angustia de la muerte, pues en la historia de su vida registraba ocho impactos de bala en su cuerpo en circunstancias que pocos conocían,  y acabándose de enterar de la trágica noticia,  se bajó con desespero y al saber que no había ambulancias,  tomó a Marcos entre sus brazos y lo colocó en la parte trasera del vehículo sin ningún tipo de ayuda clínica como oxígeno o cualquier otro elemento que permitiera mantenerlo vivo.  El Tuso” salió como un bólido en el vetusto “cacharro” desde el hospital rumbo a Ibagué; con “Rivemar” salimos detrás corriendo a mirar cómo se perdía el carro entre la oscuridad y la distancia.  Bueno... dijimos. Hicimos todo lo posible.  Y con la sensación del deber cumplido bajamos por la motocicleta para regresar a nuestras casas. Al tomar la calle de repente la sorpresa fue aún más grande, “El Tuso” venia muy veloz de regreso con Marcos moribundo tirado en el asiento trasero del destartalado Renault 4.

¿Qué pasó? le gritamos desde la motocicleta cuando lo alcanzamos.

 Respondió sin bajar la velocidad y sacando la cabeza por la ventanilla: ¡Este hijueputa carro no tiene gasolina!!

Después de todas estas penurias, por fin “El Tuso” en medio de peripecias, pudo llevar a Marcos el carpero y dejarlo en Lérida, desolado municipio a unos 45 km al sur de Mariquita, donde encontró una ambulancia que luego lo trasladó al hospital más importante del Tolima.

Pasaron varios meses cuando una tarde de caminata por los lados del sector donde se parqueaban los transportadores de pasajeros; el negro Marulanda, aquel negrito buena gente que ronda las calles del pueblo como un fantasma, me llamó gritando y agitando sus brazos. Me acerqué y lo saludé, estaba con un amigo que sonreía alegremente. Entonces el negro Marulanda le dijo señalándome: ¿Marcos, conoce a este señor?  Le respondió con risa nerviosa y cogiéndose la cabeza: No, no sé quién es. El negro replicó: fue él con otro amigo, “Rivemar”, los que lo recogieron del suelo esa noche y le salvaron la vida.

Marquitos el carpero, a quien todos le dicen “El propio”, semanas después recobró su memoria y siguió trabajando muchos años como fabricante de carpas para vehículos en casa de su mamá, la matrona doña María.

Sentado a la orilla de estos recuerdos hizo eco en mi memoria un refrán del dominio popular que tiene más razón que un putas! Me dije: ¡nadie se muere la víspera!

Ibagué, octubre 26 de 2020

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