Raúl Ramírez
Fue durante un fin de semana, recién había sido arrasado el municipio de Armero por la avalancha del cráter arenas del volcán nevado del Ruiz aquel 13 de noviembre de 1985, promediando las once de la noche. Había pasado tan poco tiempo, que la alegría parecía haber sido secuestrada por la soledad. No obstante, chispazos fiesteros parecían escaparse de una que otra cantina anhelante de los jolgorios del pasado reciente, que habían sido sepultados al tiempo que los 25 mil pobladores armeritas. Una brisa suave y fresca inundaba cada rincón de aquel pueblo vecino, que sentía la necesidad de levantarse nuevamente para recuperar el tiempo y las emociones perdidas. Mi amigo Arlid Rivera “Rivemar” y yo estábamos conversando en compañía de dos cervezas bien frías, en el bailadero “La Carreta”, ubicado en pleno centro de Mariquita, la cuna de la expedición de Mutis. Parroquianos trasnochadores subían y bajaban por el camellón del comercio como aplazando sin fundamento la hora de dormir; ya habían sonado las doce campanadas que daban la bienvenida a aquella madrugada.
Raúl Ramírez |
El ambiente estaba amenizado por los aires tropicales de las orquestas amplificadas en los parlantes de “La Carreta” y los minutos transitaban sin afán ni novedades. Bailando sin cansancio estaba “Lito”, quien después de una ardua jornada transportando reses, había llegado en su pequeña camioneta Ford de estacas a la discoteca, para darse un toque de recreación que bien se lo merecía. Mas allá y bastante “entonado” se veía a Marcos el carpero, el hijo de doña María, que no le fallaba a la rumba y a la toma de cerveza junto a varios de sus amigos.
Raudo frente a
nosotros paso en su motocicleta Yamaha Calicmatic 175“Estrada”,
personaje que se destacaba por su desparpajo, pero también por su gran lealtad
con los amigos. Marcos el carpero había llegado en su destartalado Renault 4,
rojo descolorido, que le servía para sus conquistas amorosas; aunque para
lograr la atención de las damiselas siempre se preparaba al tenor de unos
tragos que le hicieran perder el pudor y la timidez que lo caracterizaban.
Estrellando las
palmas de las manos “Rivemar” llamo la atención del mesero y ordeno
otras dos cervezas bien frías, yo no tenía dinero para corresponderle la
invitación, pero aun así “Rivemar” se complacía con mi presencia y yo,
por supuesto con la suya. Aunque el pueblo dormía apaciblemente en la penumbra,
la música y las luces psicodélicas entorpecían la tranquilidad que contrastaba
en el sector residencial. Nadie se ocupaba de los detalles, cada uno vivía en
su momento y el licor ya comenzaba a imponer sus alucinaciones.
“Rivemar” y
yo andábamos en su motocicleta Honda 250, pero no teníamos problemas de alcohol
porque solo bebimos 3 cervezas cada uno en todo el rato que estuvimos allí. Un
poco más tarde “Estrada” llegó cerca de donde estaba Marcos el carpero,
quien de inmediato salió a recibirlo brindándole un trago de bienvenida. Después
de cruzar unas palabras fiesteras y recordarle como lo hace todo borracho que “yo
a Ud lo quiero mucho”, a la vez que le colgaba un abrazo fraternal.
Terminado el protocolo
fiestero entre Marcos y “Estrada”, se pusieron de acuerdo en
intercambiar los vehículos; “Estrada” le entrego la motocicleta a Marcos
quien la dejó parqueada a un lado del sitio donde estaba y le dio las llaves
del carro a “Estrada” que salió cual flecha sin destino.
Marcos Antonio Muñoz "El propio" |
No habían pasado
más de 10 minutos desde que “Estrada” deambulaba en el destartalado
Renault 4 por las soñolientas calles de Mariquita, el reloj mostraba algo más
de la una de la mañana. En un instante de euforia, Marcos el carpero corrió
hasta la motocicleta y con cierta dificultad la aborda y de ipso-facto le da la
primera patada de encendido, el ruido ensordecedor llamo la atención de quienes
estaban en la calle disfrutando el sereno veraniego; de repente Marcos acciona
la palanca de cambios y suelta de forma imprudente el clocht produciendo una
estampida infernal que hizo a la motocicleta literalmente trepar por el grueso árbol
de manga que estaba frente al bailadero. El efecto gravitacional hizo que la
moto se devolviera con todo y Marcos jineteado cayendo violentamente de
espaldas sobre el pavimento, a la vez que el aparato encima. Se sintió un golpe
seco provocado por el choque de la cabeza de Marcos contra el piso. La gente
quedo perpleja casi que petrificada, al observar cómo se expulsaba por la boca
de Marcos el carpero, enormes borbotones de sangre que fueron inundando todo
alrededor de su cabeza. La motocicleta se revolcaba a un lado del cuerpo
moribundo, que convulsionaba como si estuviera danzando con la muerte.
“Rivemar” y
yo solo pudimos ponernos de pie y nos dijimos sin hablarnos, ese hombre no
puede morirse ante nuestras miradas indiferentes y de una vez saltamos a la
calle y convocamos el socorro entre los presentes.
¡Gritamos
un carro! un carro! un carro! Y
nadie se ofreció. La escena macabra de Marcos seguía sin parar y sentíamos que
los minutos que pasaban eran valiosos para poderle ofrecer una posibilidad de
vida. De repente salió “Lito” y con gesto tosco pero solidario dijo: “yo
presto el carro, pero échenlo atrás”.
Era la camioneta Ford de estacas cuya carrocería estaba llena de
cascarilla de arroz y mierda, pues en ella se transportaban las vacas en el
pueblo. “Rivemar” y yo corrimos y tomamos a Marcos de los pies y de las
manos y balanceándolo varias veces para coger impulso, esperábamos que “Lito”
abriera las compuertas y sin medir palabras lanzamos el cuerpo ensangrentado de
Marcos sobre el planchón del vehículo.
Salimos de
inmediato al hospital que estaba a pocas cuadras del lugar del accidente, con
el cuerpo de Marcos el carpero revolcándose entre la inmundicia, pero buscando
esa ayuda que se anhela cuando no ha muerto la esperanza. La camioneta ingresó con cierta dificultad al
área de parqueo en las urgencias del hospital San José, por las condiciones del
terreno ondulado en la portería; aquí dejamos a “Lito” con otros
curiosos tramitando la asistencia humanitaria para aquel pobre hombre caído en
desgracia.
Arlid Rivera "Rivemar" |
Con “Rivemar”
salimos en su moto a buscar una ambulancia para trasladar a Marcos para la
capital, Ibagué, en vista de la gravedad de su condición. Con las pocas
indicaciones sobre el lugar donde pernoctaba el conductor de ese vehículo, lo
ubicamos y con nerviosismo y afán le dijimos que viniera para prestar este
servicio, a lo cual respondió: “Esa ambulancia no tiene llantas buenas y en
esas condiciones yo no voy a ningún lado”. Salimos sin perder tiempo y fuimos a
buscar la ambulancia de la defensa civil y una vez en el lugar nos respondieron
a nuestra solicitud: “Esta ambulancia está varada”.
Nuestra angustia
crecía y no teníamos alternativas que pudieran solucionar esta necesidad de
traslado a un hospital de mayor complejidad al agonizante Marcos. Ya eran cerca
de las 2 de la mañana y resolvimos ir donde doña María, la mamá de Marcos, para
ponerla al tanto de la terrible situación de su hijo. Nos sentíamos impotentes
para comunicar esa desconsoladora noticia. Podíamos generar otra tragedia al
decirle a doña María que Marcos estaba moribundo en el hospital y sin
posibilidades de enviarlo a la capital para que lo auxiliaran con mejor equipo
médico y quirúrgico.
No hay de otra,
dijimos, la viejita tiene derecho a saber la verdad de una vez. Y llegamos
frente a la casa de Marcos el carpero, acompañados por la soledad y el silencio
de la noche. Con premura tocamos la ventana y al ver que nadie abría, voz en
pecho dijo “Rivemar”: “Doña María, es que Marquitos tuvo un accidente y
está muy grave, se está muriendo en el hospital… Y doña María con voz de
matrona trasnochada respondió con fuerza: “Que se muera ese hijueputa que me tiene
aburrida con su vagamundería” … Sorprendidos “Rivemar” y yo hicimos una
mueca desconcertante acompañada de una macabra carcajada.
Regresamos de
inmediato al hospital pensando que tal vez ya Marcos el carpero hubiese muerto,
pero no, ya lo tenían afuera en una camilla, bañado, esperando un transporte
para llevarlo al Hospital Federico Lleras de Ibagué. El médico que salía de
turno era el Dr. Castaño, galeno de gran experiencia, y antes de irse a su casa
después de cumplir su jornada lo miró y vio que de sus dos oídos corrían sendos
hilos de sangre por lo cual dijo en tono pausado y pesimista: “Tiene fractura de
cráneo, no creo que se salve”
La impotencia nos alcanzó
a todos… El silencio se hizo sepulcral.
Repentinamente
como caído del cielo llegó “El Tuso” en el Renault 4, que había recibido
de “Estrada” hacía pocos minutos con el encargo de llevárselo a Marcos
en la mañana siguiente; “El Tuso “que había vivido en carne propia la
angustia de la muerte, pues en la historia de su vida registraba ocho impactos
de bala en su cuerpo en circunstancias que pocos conocían, y acabándose de enterar de la trágica noticia, se bajó con
desespero y al saber que no había ambulancias,
tomó a Marcos entre sus brazos y lo colocó en la parte trasera del
vehículo sin ningún tipo de ayuda clínica como oxígeno o cualquier otro
elemento que permitiera mantenerlo vivo. “El Tuso” salió como un bólido en el vetusto
“cacharro” desde el hospital rumbo a Ibagué; con “Rivemar” salimos
detrás corriendo a mirar cómo se perdía el carro entre la oscuridad y la distancia. Bueno... dijimos. Hicimos todo lo
posible. Y con la sensación del deber
cumplido bajamos por la motocicleta para regresar a nuestras casas. Al tomar la
calle de repente la sorpresa fue aún más grande, “El Tuso” venia muy
veloz de regreso con Marcos moribundo tirado en el asiento trasero del
destartalado Renault 4.
¿Qué pasó? le
gritamos desde la motocicleta cuando lo alcanzamos.
Respondió sin bajar la velocidad y sacando la
cabeza por la ventanilla: ¡Este hijueputa carro no tiene gasolina!!
Después de todas
estas penurias, por fin “El Tuso” en medio de peripecias, pudo llevar a
Marcos el carpero y dejarlo en Lérida, desolado municipio a unos 45 km al sur de
Mariquita, donde encontró una ambulancia que luego lo trasladó al hospital más
importante del Tolima.
Pasaron varios
meses cuando una tarde de caminata por los lados del sector donde se parqueaban
los transportadores de pasajeros; el negro Marulanda, aquel negrito buena gente
que ronda las calles del pueblo como un fantasma, me llamó gritando y agitando
sus brazos. Me acerqué y lo saludé, estaba con un amigo que sonreía
alegremente. Entonces el negro Marulanda le dijo señalándome: ¿Marcos, conoce a
este señor? Le respondió con risa
nerviosa y cogiéndose la cabeza: No, no sé quién es. El negro replicó: fue él
con otro amigo, “Rivemar”, los que lo recogieron del suelo esa noche y
le salvaron la vida.
Marquitos el
carpero, a quien todos le dicen “El propio”, semanas después recobró su
memoria y siguió trabajando muchos años como fabricante de carpas para
vehículos en casa de su mamá, la matrona doña María.
Sentado a la
orilla de estos recuerdos hizo eco en mi memoria un refrán del dominio popular que
tiene más razón que un putas! Me dije: ¡nadie se muere la víspera!
Ibagué, octubre 26 de 2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario