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domingo, marzo 14, 2021

Estar enamorado

 Armando Moreno Sandoval

 Helen Fisher autora del best-seller El Primer sexo es en la actualidad la que más sabe sobre el amor. Así como lo lee: sobre el amor.

Me hubiese gustado escribir este texto con un lenguaje cursi. Algo así como si fuera la letra de un bolero. Pero la Fisher lo ha echado todo a perder. Ella es antropóloga con un doctorado en neurociencias. Con esta formación ha desestimado un poco el rollo de las humanidades para tratar de entender el amor por la vía de la ciencia.

Si nos volvemos un poco mundanos, la pregunta del millón, y que nos asalta a diario es por qué nos enamoramos. Por qué esa persona y no otra, respuesta difícil dice Fisher.

Hablar sobre el amor es muy cuqui para estos tiempos que nos asecha el coronavirus. Y que mejor que leer a Fisher para encontrar la respuesta.

Ella nos dice que no basta entender la cultura, la infancia, la experiencia, sino que también hay que entender la biología del comportamiento de cada individuo porque cada uno es un caso particular y así entender cómo ha sido construida la personalidad. Estamos determinados por la biología.

Y es que para explicarnos qué pasa con el amor no lo hace a través de los boleros de Armando Manzanero o de la poesía amorosa del chileno Pablo Neruda sino, quien lo creyera, utilizando máquinas muy sofisticadas y costosas como el escáner con resonancia magnética que desmenuza el cerebro.

Gracias a esas máquinas tan frías como un cubo de hielo, descubrió que en el cerebro existen circuitos cerebrales donde se aloja amor romántico, el deseo sexual y el apego.

De los tres sentimientos el amor romántico es el más guay porque es el que más le encanta a la gente. Si el deseo sexual lleva al Homo sapiens a buscar un abanico de compañeros, en el amor romántico se le gasta energía a una sola persona. Es cuando se resigna a quedarse con uno solo porque hay compromisos de pareja. Como ejemplo, educar a un hijo. O cuidar a la suegra así mate a un gato de un solo grito.

El amor romántico es por lo general empalagoso. Cuando se enamora las babas caen por las comisuras de los labios. Pero este amor es peligroso, se centra en lo que gusta. No tiene defectos. Todo es un encanto. Es obsesión pura. Es lo más parecido a tener mariposas en el estómago. Lo que dice la pareja es todo un suspiro.

Con el amor romántico todo marcha bien, todo es euforia. Pero cuando se acaba, vienen los problemas. Saltan los defectos y es cuando viene la bala, la puñalada trapera, la traición, el suicidio. El ya no te quiero.

La fuerza del amor romántico tiene una explicación en la teoría de la evolución de Charles Darwin. Que la búsqueda de pareja tiene como fin el de reproducirse para evitar su extinción. Si no es así, entonces, para qué el amor. Suena paradójico que así sea ya que el 97% de los mamíferos no se emparejan para criar sus hijos. Cosa curiosa que esto suceda en el Homo sapiens.

Para comprender a los enamorados, y aquí viene lo bueno, Fisher los ha venido sometiendo al escáner cerebral. Lo que en lenguaje coloquial llamamos el flechazo, la “química” de pareja. Ella afirma que en el cerebro encontró cuatro sistemas relacionados con los rasgos de la personalidad. Ellos son: la dopamina, la serotonina, la testosterona y los estrógenos.

Para explicar cómo se conectan los rasgos de la personalidad con la dopamina, la serotonina, la testosterona y los estrógenos aplicó una encuesta a más de 14 millones de personas en 40 países. A los que quienes tienen dopamina muy alta los llamó exploradores. Son personas que buscan novedades y corren riesgos, son curiosas, creativas, espontáneas, enérgicas, flexibles y que se sienten atraídas por personas como ellas. Las personas con serotonina alta, las denominó constructoras. Son tradicionales, convencionales, normativos, respetan la autoridad, planifican hasta los horarios y sus rutinas. Son religiosas y les atraen personas como ellas. A la gente con testosterona alta los denominó directores. Suelen ser analíticos, lógicos, directos, decisivos, tenaces, escépticos. Se les dan bien cosas como las matemáticas, la ingeniería o la música. Tienden a buscar a su contrario. A los de estrógenos altos los denominó negociadores. Tienen imaginación, piensan en contexto y a largo plazo. Por lo general se da entre las mujeres y buscan a su contrario.

Dos sentimientos relacionados con estos rasgos de la personalidad es el amor a primera vista y el amor ciego.

El amor a primera vista es muy difícil de explicar. La dopamina la encargada de este amor se activa fácil en el cerebro. Es una ruta muy primitiva que atraviesa el cerebro. La dopamina que da esa sensación está justamente al lado del circuito cerebral que produce el hambre y la sed y que curiosamente son los que lo mantienen a uno vivo. De ahí el por qué el amor alimenta la supervivencia del Homo sapiens. Si nos enamorarnos es porque queremos reproducirnos. Es lo que nos permite existir.

Otra cosa es el amor ciego. Está localizado detrás de la frente. Cuando se está en ese modo esa parte del cerebro se desactiva. Es cuando el enamorado no escucha a nadie y la gente dice: está perdido. O cuando la mamá le dice a la hija que el hijo del vecino no es un buen partido y calla como una tumba. La historia del morocho trompetista y la rubia en Ligia Elena del salsero Rubén Blades es un buen ejemplo. Es cuando toca darle tiempo al enamorado.

Cosa contraria sucede con los circuitos cerebrales del apego que tardan mucho más tiempo en asentarse. Es necesario conocer a la persona. Por algo será que la región cerebral relacionada con la sensación de apego no se activa en absoluto. Es lo que explica el rompimiento y el olvido fácil cuando al estar enamorado, él o ella, miente o engaña. Se puede estar loco por alguien y no sentir ningún apego.  El olvido es fácil y es cuando el vecindario se pregunta: acaso no estaban enamorados.

A pesar de que el amor es biología pura, quien mejor lo describió, según Fisher, fue el escritor Stendhal quien dijo: el amor es como la fiebre, va y viene.

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