Páginas

sábado, marzo 27, 2021

La masacre de Kronstadt

 Armando Moreno Sandoval

Este 2021, se cumple 100 años de la masacre de Kronstadt. Fue el primer crimen de la revolución a nombre de la revolución. Kronstadt ha sido silenciada por simpatizantes, militantes, grupos y partidos de izquierda. Es una vergüenza. Pero el problema no es ese. Lo que en un principio lo sería para dar cuenta de los crímenes de izquierda, con el correr de los tiempos, se fue convirtiendo como un símbolo para cualquier ideología. Hoy masacra cualquier sátrapa que esté en el poder.

Para entender lo dicho vale retomar al olvidado pensador liberal Karl Popper. Odiado tanto por la derecha como por la izquierda, solía afirmar que no se justificaba muerte alguna a nombre de ninguna ideología. El siglo XX sí que nos enseña qué es eso. Ahí están los totalitarismos fascistas, nazistas y comunistas. Sus nombres aun retumban en las mentes del pensamiento libre: Stalin, Mussolini, Hitler. Tras esa estela de nombres le siguen unos dictadorcitos y autócratas menores de sangre putrefacta y negra.

La primera vez que supe de Kronstadt lo leí siendo muy joven en las letras del historiador inglés Paul Avrich. Su libro Los anarquistas rusos, cuya edición en inglés data de 1967, tenía el privilegio de cuestionar la concebida mirada de la Historia desde los vencedores. En dicho libro se relata que los verdaderos protagonistas de las revoluciones de 1905 y la de febrero de 1917 (la llamada revolución de octubre o Bolchevique) fueron los anarquistas rusos, los llamados también libertarios.

Pocos meses después del triunfo de la revolución, el desorden y la guerra civil fue el pan de cada día. Entre tanto, los anarquistas al ver el desbarajuste en que se había convertido la Revolución, ellos por su lado tratarían de llevar su programa de acción directa por la que habían luchado y entregado sus vidas. Fieles al pensamiento anarquista empezaron a llevar a cabo la destrucción de las instituciones estatales, a exigir el traspaso de las tierras y de las fábricas a las manos de los trabajadores, a exigir el control de la producción a los obreros, a exigir la organización de las milicias populares y a exigir la creación de comunas en el campo y en la ciudad.

No obstante, a la par que los Bolcheviques iban haciéndose al control del poder sus dirigentes empezarían a relucir sus colmillos. Quienes habían contribuido con la Revolución comenzarían a presenciar cómo la policía política hacía de las suyas: encarcelamientos, represión y asesinatos de anarquistas y social- revolucionarios; el racionamiento de los alimentos apretaba el estómago del pueblo mientras la jerarquía gozaba de privilegios a sus anchas; la confiscación de cosechas y exacción de alimentos a los campesinos se hacía norma; el cañón frío del fusil en las espaldas era el encargado de recaudar los impuestos; el hambre y la desesperación eran escenas cotidianas. La Revolución por la que habían luchado era otra cosa. La Edad de Oro de la libertad y la igualdad plenas que habían soñado los anarquistas era reemplazado por el terror y el miedo.

¿Pero qué fue lo que pasó en la ciudad de Kronstadt? Entre el 1 y el 18 de marzo de 1921, los marinos de Kronstadt en la isla Kotli fueron masacrados por los líderes que habían ayudado a encumbrar. Los mismísimos Vladimir Lenin y León Trosky —este último que luego sería asesinado por orden de Joseph Stalin y su muerte silenciada por todos los Partidos Comunistas del mundo— habían dado la orden: ¡mátalos!

Los anarquistas rusos que fueron tildados de “contrarrevolucionarios” resistieron como pudieron. Pero la fuerza del Estado Bolchevique que los superaban en armas y en hombres terminarían venciendo. Fueron miles los muertos de lado y lado. Las palabras de León Trosky aun retumban, no por lo que dijo, sino por la hipocresía revolucionaria que encierra. Él sabía muy bien que el triunfo de la Revolución Bolchevique se debía a los anarquistas rusos. Aunque en 1917 lo reconoció al decir que “son el orgullo y la gloria de la revolución”, años más tarde, en 1921, diría: “Los cazaremos como faisanes”. Y así fue.

Alexander Berkman (1870-1936)
¿Pero por qué se dio la masacre? La respuesta está en las memorias La rebelión de Kronstadt del venerable anarquista ruso Alexander Berkman. En el se encuentra el pliego petitorio de 15 puntos que hacían los marinos. Todos giraban alrededor de un mismo tema: libertad. Algo que los intelectuales de izquierda le gustan callar de los socialismos cuando viven bajo el manto de la democracia liberal.

Así como se lee. Eran solo 15 puntos y en ellos los marinos solo pedían elecciones libres y secretas, libertad de manifestación, de reunión, de palabra, de prensa, liberación de presos políticos socialistas, alto a la confiscación de víveres, libertad económica a los campesinos para poseer tierras y ganado, libertad para crear pequeñas industrias domiciliarias, etc, etc.

Los áulicos de la Revolución Bolchevique, utilizando la máxima de que los vencedores tiene el derecho de escribir la Historia, dirían que los marinos buscaban volver atrás. ¡Nada más falso! Estaban lejos de proponer la vuelta al régimen que habían ayudado a derrocar. Lo que pedían era libertad dentro del socialismo.

El sociólogo estadounidense Daniel Bell quien conocería al venerable anarquista alemán Rudolf Rocker, este le contaría cómo los bolcheviques se habían apoderado del discurso anarquista para adueñarse del poder a nombre del pueblo. A la vez que usaban consignas anarquistas como “la tierra para el pueblo”, por otro lado, se dedicaban a destruir la esencia de la teoría anarquista: los sóviets, consejos libres de trabajadores y soldados.

En este siglo XXI donde la postverdad se ha instalado, es decir, de que la verdad no importa, sino lo que la gente cree, valga recordarles a las actuales generaciones (hombres y mujeres) que los hechos son unos y que la interpretación es otra.

Kronstadt existió y fue la primera matanza de proletarios ejecutada por un Estado que decía representar al proletariado.

Kronstadt también enseña que los simpatizantes de cualquier ideología deben quitarse las vendas de los ojos para confrontar la realidad de cualquier régimen. Aunque es irónico decirlo, muchos intelectuales de derecha e izquierda del mundo entero, pero sobre todo latinoamericanos, se niegan a quitarse las vendas.

¡Qué desgracia!


domingo, marzo 14, 2021

Estar enamorado

 Armando Moreno Sandoval

 Helen Fisher autora del best-seller El Primer sexo es en la actualidad la que más sabe sobre el amor. Así como lo lee: sobre el amor.

Me hubiese gustado escribir este texto con un lenguaje cursi. Algo así como si fuera la letra de un bolero. Pero la Fisher lo ha echado todo a perder. Ella es antropóloga con un doctorado en neurociencias. Con esta formación ha desestimado un poco el rollo de las humanidades para tratar de entender el amor por la vía de la ciencia.

Si nos volvemos un poco mundanos, la pregunta del millón, y que nos asalta a diario es por qué nos enamoramos. Por qué esa persona y no otra, respuesta difícil dice Fisher.

Hablar sobre el amor es muy cuqui para estos tiempos que nos asecha el coronavirus. Y que mejor que leer a Fisher para encontrar la respuesta.

Ella nos dice que no basta entender la cultura, la infancia, la experiencia, sino que también hay que entender la biología del comportamiento de cada individuo porque cada uno es un caso particular y así entender cómo ha sido construida la personalidad. Estamos determinados por la biología.

Y es que para explicarnos qué pasa con el amor no lo hace a través de los boleros de Armando Manzanero o de la poesía amorosa del chileno Pablo Neruda sino, quien lo creyera, utilizando máquinas muy sofisticadas y costosas como el escáner con resonancia magnética que desmenuza el cerebro.

Gracias a esas máquinas tan frías como un cubo de hielo, descubrió que en el cerebro existen circuitos cerebrales donde se aloja amor romántico, el deseo sexual y el apego.

De los tres sentimientos el amor romántico es el más guay porque es el que más le encanta a la gente. Si el deseo sexual lleva al Homo sapiens a buscar un abanico de compañeros, en el amor romántico se le gasta energía a una sola persona. Es cuando se resigna a quedarse con uno solo porque hay compromisos de pareja. Como ejemplo, educar a un hijo. O cuidar a la suegra así mate a un gato de un solo grito.

El amor romántico es por lo general empalagoso. Cuando se enamora las babas caen por las comisuras de los labios. Pero este amor es peligroso, se centra en lo que gusta. No tiene defectos. Todo es un encanto. Es obsesión pura. Es lo más parecido a tener mariposas en el estómago. Lo que dice la pareja es todo un suspiro.

Con el amor romántico todo marcha bien, todo es euforia. Pero cuando se acaba, vienen los problemas. Saltan los defectos y es cuando viene la bala, la puñalada trapera, la traición, el suicidio. El ya no te quiero.

La fuerza del amor romántico tiene una explicación en la teoría de la evolución de Charles Darwin. Que la búsqueda de pareja tiene como fin el de reproducirse para evitar su extinción. Si no es así, entonces, para qué el amor. Suena paradójico que así sea ya que el 97% de los mamíferos no se emparejan para criar sus hijos. Cosa curiosa que esto suceda en el Homo sapiens.

Para comprender a los enamorados, y aquí viene lo bueno, Fisher los ha venido sometiendo al escáner cerebral. Lo que en lenguaje coloquial llamamos el flechazo, la “química” de pareja. Ella afirma que en el cerebro encontró cuatro sistemas relacionados con los rasgos de la personalidad. Ellos son: la dopamina, la serotonina, la testosterona y los estrógenos.

Para explicar cómo se conectan los rasgos de la personalidad con la dopamina, la serotonina, la testosterona y los estrógenos aplicó una encuesta a más de 14 millones de personas en 40 países. A los que quienes tienen dopamina muy alta los llamó exploradores. Son personas que buscan novedades y corren riesgos, son curiosas, creativas, espontáneas, enérgicas, flexibles y que se sienten atraídas por personas como ellas. Las personas con serotonina alta, las denominó constructoras. Son tradicionales, convencionales, normativos, respetan la autoridad, planifican hasta los horarios y sus rutinas. Son religiosas y les atraen personas como ellas. A la gente con testosterona alta los denominó directores. Suelen ser analíticos, lógicos, directos, decisivos, tenaces, escépticos. Se les dan bien cosas como las matemáticas, la ingeniería o la música. Tienden a buscar a su contrario. A los de estrógenos altos los denominó negociadores. Tienen imaginación, piensan en contexto y a largo plazo. Por lo general se da entre las mujeres y buscan a su contrario.

Dos sentimientos relacionados con estos rasgos de la personalidad es el amor a primera vista y el amor ciego.

El amor a primera vista es muy difícil de explicar. La dopamina la encargada de este amor se activa fácil en el cerebro. Es una ruta muy primitiva que atraviesa el cerebro. La dopamina que da esa sensación está justamente al lado del circuito cerebral que produce el hambre y la sed y que curiosamente son los que lo mantienen a uno vivo. De ahí el por qué el amor alimenta la supervivencia del Homo sapiens. Si nos enamorarnos es porque queremos reproducirnos. Es lo que nos permite existir.

Otra cosa es el amor ciego. Está localizado detrás de la frente. Cuando se está en ese modo esa parte del cerebro se desactiva. Es cuando el enamorado no escucha a nadie y la gente dice: está perdido. O cuando la mamá le dice a la hija que el hijo del vecino no es un buen partido y calla como una tumba. La historia del morocho trompetista y la rubia en Ligia Elena del salsero Rubén Blades es un buen ejemplo. Es cuando toca darle tiempo al enamorado.

Cosa contraria sucede con los circuitos cerebrales del apego que tardan mucho más tiempo en asentarse. Es necesario conocer a la persona. Por algo será que la región cerebral relacionada con la sensación de apego no se activa en absoluto. Es lo que explica el rompimiento y el olvido fácil cuando al estar enamorado, él o ella, miente o engaña. Se puede estar loco por alguien y no sentir ningún apego.  El olvido es fácil y es cuando el vecindario se pregunta: acaso no estaban enamorados.

A pesar de que el amor es biología pura, quien mejor lo describió, según Fisher, fue el escritor Stendhal quien dijo: el amor es como la fiebre, va y viene.