Elegirme como la única voz que puede dar cuenta de lo que significó Dagoberto Ospitia en el entorno del norte del Tolima es irrespetuoso y banal. Al fin y al cabo cada ser humano en el devenir de su vida deja una estela de recuerdos que cada quien a su amaño interpreta, algunas veces atada a la realidad pero en otras alejada de lo que fue la persona en vida.
Quienes cultivamos su amistad, sabemos, que el “Viejo Dago” —como lo llamábamos sus más íntimos— tuvo diversas facetas en su vida. Como cincuentón que era su gozo mayor fue haber disfrutado la rumba con el jala jala de Richi Ray, las cornetas de la Sonora Matancera, el mambo de Pérez Prado y los boleros de Beny More. Basta recordar las noches de farra de fines de semana en la desaparecida piscina El Virrey o en la Discoteca Chicalá. Despreocupado hasta decir no más, su existencia fue como él mismo la llegó a definir más de una vez: una rumba. Este don lo llevo a que fuera querido por quienes lo conocieron.
Aunque no muy convencido de que había que agitar las masas, comenzado la década de los años ochenta del siglo XX en los pasillos del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional repartía un pasquín de su propia autoría llamado La Mosca. Pocos años después comprendí que ese estilo por difundir su inconformismo no era más que un homenaje clandestino a La Mala Hora de Gabriel García Márquez. Era tal su admiración por esa obra literaria que llegó a pensar que con esa novela se había hecho justicia al memorable pasquín, a la chapola.
Decir que la tradición que tiene Mariquita por el pasquín se deba a Dago es pensar en un exabrupto. Lo que sí es cierto fue que contribuyó a que se consolidara. Hace pocos años, un viejo amigo me decía que había dos pueblos en el Tolima que se caracterizaban por no dejar títere sin cabeza, esos pueblos eran Mariquita y Melgar. El amigo me hablaba entre asombro y admiración cómo Mariquita podía ser la capital mundial del pasquín. Hoy el pasquín o la chapola, como la llaman algunos, hacen parte de nuestra cotidianidad. ¿Quién los escribe? Poco importa. Lo cierto es que Mariquita es único en este género. Solo nos falta que en alguna esquina del pueblo se levante la estatua en honor a Pasquino para que se cuelguen allí los libelos o escritos satíricos.
Dago, además de rumbero, tenía una cualidad única cual era la de cultivar el humor a través de la sátira. A través de sus comentarios ácidos podía uno gozarse el mundo. Además del tiempo para la rumba, el goce y el humor, sí en algo recuerda el norte del Tolima fueron los encuentros culturales que él como integrante ayudó a consolidar. Hoy esos encuentros culturales ya casi están en el olvido, pero fue una experiencia singular donde confluyeron las alcaldías, las iglesias, los gesteros culturales y los amigos del arte y la cultura.
Su amor por la tierra del norte del Tolima —la tierra de Los Panches como él la llamaba— fue tal que a Dago se le puede considerar como un exiliado dentro de su propio país. Mientras algunos marchan al exterior con el dejo de que “aquí no se puede”, este hombre de cabello lacio, de dientes de castor, de piel mestiza,o, el último “panche” —como el mismo se autodefinió— encontró en estas tierras el refugio que otros desechan. Encontró en estas tierras lo que muchos no quieren ver, quizás por esa vanidad empalagosa y hueca que tienen algunos colombianos de pensar que este país lo único que se merece es el desprecio. Pero que no hacen ni aquí, ni allá.
Tenía una forma de actuar que muchos no comprendían, tan así que algunos en una apreciación equivocada lo veían como un ser humano que cayéndosele el mundo no se inmutaba. Pues bien, el Dago que nos dejó fue un hombre comprometido con Colombia. Creía firmemente en el y la muestra fue su compromiso con las diferentes actividades y quehaceres que llevó a cabo en su corta existencia. Tenía un pensamiento telúrico que en vez de generar acción, generaba ideas. Eso fue Dago, un hombre de ideas.
Dago no fue el antropólogo clásico que se conoce en las Departamentos de Antropología de las Universidades. No se casó con los escritos de los teóricos de la antropología como Claude Levi-Strauss, Malinoswki, Radcliffe-Browm. Su teórico de cabecera fue el político, pensador y teórico de la cultura popular el italiano Antonio Gramsci. A Dago solo se le podía entender a través de Gramsci. Dago era gramsciano. De ahí su interés por la cultura popular, por la cultura de masas, por las clases desposeídas, por los poderes hegemónicos, por la culturas dominadas por el poder. En fin, Dago sin haber sido izquierdista, ni comunista, estaba con el desposeído, con el subyugado.
Su bagaje intelectual nutrido por el pensamiento gramsciano le permitió hacer del norte del Tolima un laboratorio para sopesar sus ideas. Tan así que cuando muchos aun no entendían lo que había significado para el norte del Tolima el legado de José Celestino Mutis y la Expedición Botánica, Dago lo hacia a través de una monografía de grado hoy inédita pero que reposa para su consulta en los anaqueles de la biblioteca de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional.
Con el correr de los tiempos la amistad que había cultivado con sus amigos de aula en la carrera de antropología se fue desgranando poco a poco. Mientras tanto, Dago sin ser mariquiteño de nacimiento se refugiaba cada vez más en el pueblo que lo adoptaba como suyo. Y este refugio en el pueblo de los mariquiteños Francisco Antonio Moreno y Escandón, de José León Armero o de Gaspar de Figueroa hace que Mariquita por obligación se convierta en el centro de encuentro con sus viejas amistades de Universidad.
Un paseo al cerro de Santa Catalina, un peregrinaje entre Fresno y Mariquita en nombre del Señor de la Ermita, un recorrido por la Honda colonial, una visita a los socavones de plata de Falán, una noche de camping en la Laguna del Silencio, un aniversario más de la fundación de Mariquita, era el mejor detalle que Dago le ofrecía a sus amistades. Y fue así que Dago, poco a poco, le fue ofreciendo la idea al mundo de que el sitio ideal para encontrar la paz y la calma era la tierra que lo había adoptado. «Mariquita tierra de paz y de remanso» como él la llamaba.
No obstante, a pesar de que su Mariquita era tierra de paz y de remanso, su vida también fue una montaña rusa. Como ser humano tuvo sus contradicciones, sus desencantos y engaños. La peor pesadilla de su vida —que ni siquiera fue la política—fue haber pertenecido a la Academia de Historia de Mariquita. Con su espíritu gramsciano, no hallaba lugar allí. Su comprensión e inclinación por la cultura popular, lo llevó no tanto a odiarla pero sí a menospreciarla, pues, la veía como ente frío, sin ideas y acartonada que solo tenía interés en fechas y en personajes. O como él mismo me lo decía: «un ente ocupado en baboserías de poca monta».
No existe cultura en el mundo que no dé cuenta de la memoria de los muertos. Si señalo estas intimidades es porque tengo la obligación moral de dar cuenta de su memoria. El haber pertenecido a un ente en contra de su voluntad, de pertenecer a algo que no quería, el de haber carecido de fuerza para decir ¡basta!, muestra en si la faceta más humana de Dago: el de haber tenido contradicciones.
Después de la muerte de su primera esposa se resignó a vivir solo. No obstante, no le faltaron sus amores casuales y veloces como lo vientos del mar que añoraba con nostalgia.
«Dago gozó la vida y fue feliz a su manera», así me lo describió compungida y solloza Marglori, una de sus tantos amores que tuvo en vida. Aunque puede ser una de las tantas interpretaciones, que mejor que la voz de ella para describirlo.
El 1 de julio de 2009, pocos minutos después de fallecido, algunos de sus amigos más cercanos quisimos hacerle un homenaje a su memoria. No fue posible. Queríamos respetarle su memoria recordándolo tal como él fue y como él mismo me dijo una noche, de la tantas que tuvimos cuando hablábamos del significado de la muerte: una muerte libre de todo hastío. Hubiese querido que lo recordaran tal como él había sido: descomplicado, chévere, sonriendo, burlándose de la cotidianidad y de la existencia misma. Estaba convencido que su muerte debía ser una tertulia, un festín, un goce. No el retrato falso y maquillado en que suelen caer las voces muecas, frías y acartonadas de quienes hacen de un cadáver un trofeo.
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domingo, julio 12, 2009
Dagoberto Ospitia, in memóriam
Por: Armando Moreno
Una buena interpretación de lo que El viejo Dago fue y representó para ésta región; ojalá que su grupo de amigos se acerquen a este blog para llevar a cabo lo que Daguito queria, fuera su partida: una tertulia sobre la libertad, sobre su idealismo y su forma bacana de ver el paso del tiempo. Extiendo un ramillete de flores con los colores de la paz, la hospitalidad y la irreverencia que que nuestro amigo enarboló. Paz en su memoria.
ResponderBorrarHola Armando, aunque no te conozco, te agradezco este lindo homenaje de quien fue además de colega gran amigo y con quien compartimos horas de tertulia antropológica y de el trasegar de la vida diaria en la U.N. Usted ha hecho una semblanza cercana del viejo Dago.
ResponderBorrarEspero que podamos tener una amistad en memoria de Dago quien siempre fue incondicional con la amistad.Mi correo es : miganber04@yahoo.com.
Cordial Saludo