Armando Moreno
Una investigación que estoy efectuando desde la Universidad del Tolima sobre la vida del bandolero “Palomo” Aguirre, me ha llevado a indagar los procesos judiciales de este singular personaje y, de paso a interpretar, sin habérmelo propuesto inicialmente, el proceso de migración del norte del Tolima.
Los pueblos del norte del Tolima, lo dicen quienes investigamos, ha sido el resultado de un proceso de conquista y colonización. El más estudiado ha sido el municipio cafetero de El Líbano, el menos ha sido Mariquita.
Ya lo dijo el poeta Rafael Pombo: Mariquita a finales del siglo XIX no era más que una “miserable aldea”. Juan Esteban Caicedo en su novela Julia lo que hace es describir lo que diría años más tarde Rafael Pombo.
Si Mariquita era una aldea rural en el siglo XIX ¿cómo explicamos su cambio en el siglo XX? La respuesta es sencilla: la migración. Esta respuesta aparentemente sencilla, pues tuve que leerme más de diez mil folios, va a acompañada de otra conclusión: en Mariquita no hay raizales.
Quien lea este escrito puede hacer un ejercicio simple, pregúntese de dónde son sus antepasados (abuelos, bisabuelos) y descubrirán que su raíces ni siquiera son tolimenses. Mariquita es una tierra en constante inmigración.
Este proceso de inmigración tiene una característica importante, que quienes hacen fortuna son, por lo general, la primera generación. La segunda, que son los hijos, la tratan de medio conservar o la desperdician y la tercera generación, que son los nietos, acaba con todo. Por eso es que en las sociedades se da la paradoja de que los ricos de ayer son los pobres de hoy y esa es la explicación del por qué, los pobres de hoy (los que llegan) son los ricos del mañana.
Si nos preguntamos quiénes eran los ricos de ayer en Mariquita, aquellos inmigrantes que hicieron grandes fortunas, veremos que sus descendientes de segunda y tercera generación están, o van a ser, pobres. Algunos están o van rumbo a la miseria.
Esta dinámica de constante inmigración es lo que hace a Mariquita interesante, un laboratorio social. Sin embargo, hay algo que choca en los descendientes de la segunda y tercera generación que se creen raizales, con raíces vernáculas, con identidad. Se creen que son los “mariquiteños puros”. Estos supuestos “mariquiteños puros” odian a una Mariquita moderna, sueñan todavía con el burro atravesando la plaza. Les fastidia que lleguen inmigrantes, o como algunos suelen decir, que lleguen “aparecidos”, que hagan dinero y que se vuelvan ricos.
No entienden que estos nuevos ricos, les va a pasar lo mismo que a los ricos de antaño, sus descendientes posiblemente van a ser pobres. Que no van a tener las fortunas de sus antepasados. Esto que estoy diciendo no es nada nuevo, la antropología ya lo había analizado, estoy corroborando la teoría.
El perfil del inmigrante es un individuo que llega pobre y que, sin nada que perder, se lanza a explorar el mundo de las oportunidades. Los que logran hacer fortuna, a la segunda generación la educan. Algunos se hacen profesionales y no vuelven. Vienen de paseo que no es lo mismo que regresar. Se olvidan del oficio y del entorno donde amasó la fortuna su antepasado. Otros fracasan en el intento de querer imitar a sus antepasados y algunos medianamente triunfan. Y los que se quedan son unos inútiles, por lo general pobres y con un titulo universitario que hoy en día todo mundo tiene y sin la fortuna de sus antepasados. Algunos de estos inútiles le ladran a la luna, soñando que la sociedad le reconozcan lo que ellos creen que son. En este esfuerzo de reconocimiento se olvidan que Mariquita es una tierra de constante inmigración. De la tercera generación, o sea los nietos, no hay nada que hablar. Sobreviven.
Otra característica de estos primeros inmigrantes fue que alternaron su poder económico con la política. Por lo general fue la primera generación que se interesó, sus hijos y nietos no se interesaron en ella. Prefirieron, o prefieren, saborear las mieles que deja o dejó el poder: puestos burocráticos, fortuna y la fama de sus antepasados pero con la desgracia que van en camino a ser pobres.
De estos inmigrantes hay un apellido interesante: el Halima. El primer inmigrante fue un comerciante palestino, no incursionó en política, pero, su segunda generación, uno de sus hijos sí lo hizo. Destronó a una generación de inmigrantes que además de haber hecho fortuna hicieron uso del poder político. El error de ellos fue que se creyeron imprescindibles.
En términos políticos, lo que a Mariquita le está pasando tiene que ver con los descendientes de las primeras generaciones. Hasta 1991 la política fue dominada por unos de sus descendientes, pero a partir de ese año hasta nuestros días se ha dado un fenómeno interesante, el poder se ha venido rotando por descendientes de las primeras generaciones que han venido llegando.
Una conclusión que se puede sacar de los alcaldes de estos últimos años, la que va de William Rubio a Hernán Cuartas, fue que no heredaron inmensas fortunas. Y es lo que explica también que estos alcaldes, a excepción de Hernán Cuartas, que queriendo emular a sus coterráneos de grandes fortunas hicieron del prepuesto municipal una especie de chequera personal. Despilfarraron el presupuesto al igual que los descendientes de las grandes fortunas. He ahí el por qué Mariquita viene arrastrando una deuda aproximada de quince mil millones de pesos y que hoy en día no termina de pagar.
Pensando en el futuro, y con la conclusión que en Mariquita no hay raizales, lo más sano es que no se siga pensando en los descendientes de las primeras generaciones de inmigrantes para alcalde. Debemos pensar en un inmigrante pobre que quiera hacer fortuna social. No una fortuna para su propio bolsillo, sino la que Mariquita necesita: que sea un polo de desarrollo.
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