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miércoles, noviembre 29, 2023

Prólogos, Gabo y el olor de la guayaba

 Armando Moreno Sandoval


El recuerdo más lejano que tengo de Gabriel García Márquez se lo debo a mi hermano Jaime.

Cada vez que llegaba a casa algún fin de semana, traía consigo entre su maleta repleta de ropa, como si viajaran de incognitos, uno que otro libro de García Márquez junto algún ejemplar de la revista Alternativa.

Aunque nunca los leí de pe a pa, si los leía a medias cuando los ojeaba. Debo confesar que me embelesaba las carátulas de los libros y las caricaturas de Antonio Caballero. Muchos años después, esas mismas carátulas, tanto de los libros como de la revista, de vez en cuando las encontraba en las casetas que en el corazón de Bogotá ocupaban la acera de la calle 19 entre la carrera séptima y la Avenida Caracas.

Como cada generación carga con sus recuerdos, la Bogotá de comienzos de la década de los 80 del siglo XX, la que se resistía a lo nuevo, aún conservaba parches arquitectónicos y urbanísticos que aun olían a nostalgia, y alguno que otro café como el Centauro en la plazoletica de Las Nieves. Fue en ese mismísimo café, a unos pocos metros de las casetas de libros, que comencé a devorar las primeras letras de los primeros libros de García Márquez.

Ese encuentro con las carátulas que me remitían a una época, la de mi adolescencia, fue exactamente la misma que sentí al ojear Prólogos (Jaramillo editores, 2023). Un libro que recopila los textos introductorios que escribió García Márquez para diferentes obras de otros autores, como, también, los que escribió para él mismo.

Como me había hecho la idea que me iba a encontrar con un texto cargado de palabras, la sorpresa fue de incredulidad cuando hallé que, acompañando cada prólogo, estaba la carátula del libro en mención. Era como si uno se encontrara con el pasado del libro. Ediciones que, para quién no es experto, genera cierto asombro, pues era como traerlo de nuevo al presente.

La otra curiosidad que tenía era con cuáles prólogos me iba a encontrar leyendo Prólogos. Como era un libro se suponía que era muchos. Pues los pocos que había leído eran los que había escrito para algunos de sus libros. Recordaba el de los Doce cuentos peregrinos, Relato de un náufrago y pare de contar.

Si algo tiene Prólogos,  como el mismo  García Márquez lo dijo, es que lo coge a uno por el cuello y no lo suelta. Lo leí como si fuera una novela, con la particularidad que cada texto anda por su lado con su propio tiempo histórico.

La sensación que sentí era que la tal llamada generación del Boom, tal como el profesor de español nos lo había enseñado en el colegio, eran muchos más que el puñado de escritores que los medios se habían encargado de construir.

Si las novelas de los escritores del Boom eran las que el profesor de español quería que leyéramos, otra idea nos asalta la mente con Prólogos. Pues los prólogos de Prólogos trazan la senda de las lecturas de los libros que al mismo García Márquez lo atraparon.

Rememorar a los grandes de la literatura, sean Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway o Julio Cortázar, sería un acto de injusticia con aquellos otros a quienes García Márquez exaltó con su pluma.

El historiador inglés Peter Burke ha señalado que las fuentes del historiador no pueden reducirse a las escritas. Al referirse a las fotografías decía que éstas daban más información que una montaña de textos escritos. Si alguien quiere encontrar una loa a la fotografía que mejor que el prólogo al libro Cubanos 100% del fotógrafo Gianfranco Gorgoni. Este hombre con su cámara fotográfica más que retratar la soberbia del poder, se dedicó por más de siete años, al decir de García Márquez, a fotografiar “los pequeños asuntos de la vida cotidiana, las alegrías y las penas de los cubanos comunes y corrientes, sus fiestas patrias, sus entierros”. En fin, y es lo que en el mundillo historiográfico a dado en llamarse pomposamente con el nombre de La microhistoria.

De las buenas plumas que quedan en el anonimato de eso si que nos puede dar lecciones el mismísimo García Márquez. Lo que le pasó a su gran vallenato, como solía referirse a Cien años de soledad, que fue rechazada por varias editoriales y ninguneada por los críticos del resentimiento, es, guardando las proporciones, lo que nos quiere insinuar con la escritora catalana Mercè Rodoreda. La pena que le había causado su muerte, tras preguntarla en una librería en Barcelona, le hizo rememorar su novela La Plaza del diamante. No entendía cómo una novela que había sido traducida a más de diez idiomas y con veintiséis ediciones en catalán su muerte había pasado inadvertida. Incluso poco les importó la coincidencia de las reseñas publicadas en diarios ingleses y franceses afirmando, por un una parte, su talento narrativo, y por la otra, que era lo más significativo que se había publicado en España en muchos años.

El olvido para con Mercé fue tan exagerado que años después, cuenta García Márquez, al hacerse una encuesta para establecer cuáles eran los diez mejores libros escritos en España después de la Guerra Civil a nadie se le ocurrió mencionar La Plaza del diamante. “Yo la leí en castellano por esos tiempos, y mi deslumbramiento fue apenas comparable al que me había causado la primera lectura de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, aunque los dos libros no tienen en común sino la transparencia de su belleza”.

Y sigue más adelante.

“A partir de entonces, no sé cuántas veces la he vuelto a leer, y varias de ellas en catalán, con un esfuerzo que dice mucho de mi devoción”.

Lo dicho por García Márquez me recuerda lo que escriben algunos críticos literarios respecto al olvido en que cae el autor y su obra. Los criterios, aunque diferentes son divertidisimos. Para algunos sería el tiempo el mejor juez. Para mí, el por qué esta o aquella obra literaria perdura, pienso, que hace parte de la subjetividad de quien lee. Es lo que sucede con la generación que aún sigue atrapada en el Boom. Tienen la idea fija que por fuera del llamado Boom no existen nuevas narrativas, que todo está agotado.

Hay quienes creen que el autor y la obra están atados al tiempo que los vio nacer. Que cada generación de escritores carga con sus propios fantasmas que influenciaron en sus narrativas y que solo el paso del tiempo dará cuenta de su relevancia.Y quien mejor para confirmarlo que el inigualable, incomparable y perdurable escritor mexicano Juan Rulfo.

En una de las pocas entrevistas que, sin ser huraño, dio en su vida, al preguntarle el crítico literario quienes habían sido los autores que lo habían influenciado, recitó una diversidad de autores que el mejor tallerista literario del mundo no tendría la menor idea de que hubiesen existido. Recordaba a un tal Knut Hamsun, a quien había leido en su infancia. De un Boyersen, Jens Peter Jacobsen y Selma Lagerlof, quedé azul. Su gran descubrimiento fue Halldor Laxness. Lo leyó antes de que recibiera el premio Nobel. Lo que sorprende, y quien lo creyera, fue la geografía narrada de estos autores nórdicos quienes influyeron en él para crear ese entorno lúgubre donde los muertos hablan.  

Además de los escritores nórdicos, están sus coterráneos mejicanos. Referenciaba a Rafael F. Muñoz y sus novelas históricas Santa Anna y Se llevaron el cañón para Bachimba. Mencionó sin mayores comentarios a Mariano Azuela González, Martin Luis Guzmán, pero de un tal López y Fuentes dijo haber tenido la mayor influencia con la novela Campamento, más que el resto de su obra.  “Todos han quedado en el olvido”.

Con Prólogos uno puede preguntarse qué hace que el autor y su obra queden en el olvido. A no ser, como en el caso de la entrevista a Juan Rulfo, sea el mismo autor que los reviva. Me atrevería a pensar que hay respuestas para todos los gustos. Pero la que más agrada es la del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quién es hoy por hoy el que mejor comprende el capitalismo de este siglo XXI.

En su último libro La crisis de la narración, Byung-Chul Han cree que hoy día parece existir un desajuste entre las ficciones que se producen y la sociedad en la que se escriben. Si Juan Rulfo o García Márquez gustan fue porque retrataron una época. Relatos que pareciera hubiesen sido contados alrededor de una fogata. Estas narraciones son a las que alude Byung-han, las mismísimas que son transmitidas de generación tras generación y que hoy en día están en su agonía.

Byung-Chul Han se queja que el sentir “de una época ya no existe”. A cambio de ello, lo que hay son narrativas aligeradas propias de una era que él llama postnarrativa donde las historias que se narran tienen un mero uso empresarial y comercial. Son narrativas cuyo único mensajees generar emoción con el solo fin de vender o publicitar productos e ideologías, estrategias que inevitablemente conduce a que el capitalismo se adueñe de toda narración

Byung-Chul Han con pesimismo cree que las narrativas alrededor de una fogata transmitidas de generación en generación y luego convertidas en literatura ya no volverán. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, El llano en llamas de Juan Rulfo, Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, Agosto de William Faulkner, entre otras, serán cosa del pasado. Ni el siglo XXI con la Inteligencia Artificial, ni las redes sociales contando historias personales serán capaces de encender la fogata. No tienen la capacidad de hacerlo, ya que son meros autorretratos pornográficos o exhibiciones narcisistas que a la gente poco le importa.

Pienso que Prólogos es lo más parecido a la fogata que nos habla Byung-Chul Han. Y que fogata la que nos ha regalado el escritor y académico colombiano Fernando Jaramillo. El mismo autor de Memorabilia, que, según palabras de Julio César Londoño, “el único blog que García Márquez consultaba cuando quería precisar datos que se le estaban olvidando, como esos personajes suyos que se perdían en los laberintos de la senilidad”.

Pienso que sin Prólogos en las estanterías de las bibliotecas las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia estarán huérfanas y los amantes de la obra de Gabo soportar siglos de soledad.

viernes, noviembre 17, 2023

El Karl Marx de Isaiah Berlin

Armando Moreno Sandoval

Karl Marx es el libro más conocido de Isaiah Berlin, publicado por primera vez en 1939 y revisado varias veces después. Es un mamotreto que, si uno se descuida, corre el riesgo de torcerse el brazo.

Los estudiosos de la obra de Marx, más no los marxistas, ni quienes han hecho de ella una doctrina religiosa, dicen que es el análisis más riguroso y serio hasta ahora escrito.

Biografías serias sobre Marx son pocas. Si las contamos teniendo como referencia los dedos de una sola mano, el lector puede sorprenderse de que le sobran dedos.

Terrel Carver quien escribió el postfacio de la 5ta Edición para Alianza Editorial en español, al terminar uno de leerlo se llega a la conclusión que de toda la chapucería que ha salido sobre la vida y las ideas de Marx, solo vale la pena destacar la de Francis Wheen, titulada también Karl Mark (London, 1999). Todo indica que Wheen, periodista, productor y escritor, además de las camionadas de libros que vendió, ganó mucho dinero y demasiados premios. Los entendidos dicen que el Karl Marx de Wheen es muy humano y que lo acercó al común de la gente.

Si Wheen logró este perfil obedece porque obtuvo acceso a una cantidad de material publicado en inglés, alemán y ruso que para la época de Berlin no existía. La otra ventaja fue el de haber accedido a los archivos del propio Marx que se habían resguardado en Amsterdam y Moscú, y que para la época que escribe Berlín eran inaccesibles.

La otra obra según los estudiosos de Marx rescatable es la de David McLellan: The Young Hegelians and Karl Marx (London, 1969), pupilo y discípulo de Berlin. Aunque no contó con las fuentes que tuvo a disposición Wheen, si tuvo a su alcance ediciones impresas en inglés que Berlin no pudo ni soñar. El aporte de McLellan fue alejar a Marx de la lectura chata que en vida y después de su muerte habían hecho sus fans. Digámoslo sin miedo: es un Marx alejado de la ortodoxia marxista. Su Marx es en esencia humanista, es decir, haber rescatado el “primer Marx” que, a decir verdad, ya en el siglo XIX no le caía en gracia a todos aquellos que soñaban con incendiar el mundo.

La grandeza de Berlín sorprende porque para la época que escribe su obra, no había mucha biografía sobre Marx. Lo que tenía a su alcance eran las de Franz Mehring y de Boris Nicolaevski y Otto Maenchen-Helfen, publicadas en 1918 y 1933, como también unos pocos recuerdos de la familia y de sus amigos. Las obras propiamente de Marx que se conocían eran unas pocas, gracias a la generosidad de Engels que las había editado:  El manifiesto (del partido) comunista, Salario precio y ganancia, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, El prefacio de 1859 a La contribución a la crítica de la economía política, el Volumen 1 de Das Kapital  y La guerra civil en Francia.

Con ese escaso material, Berlin se las amaña para hacer una biografía intelectual, haciendo énfasis de dónde y cómo habían surgido sus ideas sobre la historia, la economía, la política y la sociedad. Lo que en el mundo académico se conoce como la Historia de las ideas.

Berlin más que tratar de mostrar las contradicciones, las ambigüedades y los errores de Marx, lo que se propone es ofrecer un cuadro lo más objetivo posible. Muy distinto a lo que hace los hagiógrafos o los contradictores de Marx.

Otro de los aportes de Berlin está en desmontar los dogmas y las simplificaciones del marxismo. O sea, ese marxismo rocambolesco que recitan de memoria los militantes, profesores y políticos de izquierda. Gentecita que tienen en mente que recitar es comprender.

Fiel al pensamiento de Berlin, la obra no está cuadriculada para que el lector la trague sin masticar. Pese a su lectura amena, sin rigidices idiomáticas, obliga al lector a tener una lectura atenta ya que sería difícil disfrutar de ese Marx humanista, bonachón, chistoso, que, por mucho tiempo se desconoció debido al dogmatismo mental de los militantes de los partidos de izquierda. No sobra decir que el perfil de un Marx aburrido que solo se la pasaba encerrado en un cuarto, sin ver la luz del sol, obedece a la imagen que le crearon los ortodoxos doctrinarios marxistas después de su muerte en 1883.

Esta debe ser la explicación del por qué en Latinoamérica en los países donde la Revolución triunfó con el correr de los días terminó pareciéndose a un manicomio. Pues lo que tenían en mente no era ese Marx que tenía tiempo para pasear con su familia y amigos, y que después de unos tragos recitaba poemas, cantaba y gritaba abrazado con sus amigos a cuatro vientos, sino el que construyó su amigo del alma Federic Engels: un Marx frío, aburrido, rígido e intransigente.

Leer el Karl Marx de Berlin es demasiado placentero. Dan ganas de que el libro no se agote nunca.

Como cada quién es libre de comprender a su manera lo que lee, al terminar y al respirar hondamente la última página del libro, uno termina convenciéndose que los temas que le da vida al libro están entremezclados en sus 346 páginas. Algo así como el Materialismo histórico que desarrolla Marx, que, para entenderlo, es necesario rastrearlo en toda su obra. No hay un texto que lo explique con pelos y señales qué es eso del materialismo histórico como si hizo Albert Einstein con la teoría de la relatividad.

A riesgo de equivocarme, intuí cuatro grandes temas que están a lo largo del libro. El primero trata de la vida de Marx, desde su nacimiento en Tréveris en 1818 hasta su muerte en Londres, pasando por su formación filosófica, su actividad periodística, su participación en la Revolución de 1848, su exilio y su trabajo en Das Kapital.

El segundo tema se ocupa de la teoría de Marx sobre la historia, basada en el materialismo histórico, la dialéctica y la lucha de clases.

El tercero examina la teoría económica de Marx, centrada en el concepto de plusvalía, la explotación del trabajo, la ley del valor y la crisis del capitalismo.

El cuarto tema que trata es la teoría política de Marx, que propone la abolición del Estado, la dictadura del proletariado y la sociedad comunista.

Berlin reconoce que Marx fue un pensador original y creativo, que anticipó algunos de los problemas y desafíos del mundo moderno, como la globalización, la alienación, la desigualdad y la opresión.

Sería cosas de tontos pensar que Berlin no les hubiese hecho reparos a las ideas de Marx. ¡Pero ojo! Son reparos que están enmarcados en las mismas correcciones que haría en vida el mismo Marx a su propia teoría.

Quienes atropellan a Marx y creen comprender su teoría de oídas suelen afirmar que uno de los grandes pecados haya sido su apego furibundo al determinismo histórico. Cierto es que en ninguna de sus obras se encuentra una crítica al determinismo, pero en su correspondencia con líderes y amigos si da señales de que la historia no tiene por qué ser unilineal, evolutiva, y tampoco no tiene por qué la sociedad pasar por estadios sucesivos hasta llegar al comunismo.

Marx llega a esta conclusión ya finiquitando su vida cuando ya había perdido toda  esperanza de que la Revolución estallara en el algún país industrializado europeo. Pese a que se seguía dando golpes de pecho del por qué el país más industrializado de Europa, Inglaterra, por ningún lado daba asomos de Revolución, se le aparece como arte de magia Rusia. Al prestarle atención a los acontecimientos que estaban sucediendo en Rusia comienza a convencerse que en ese remoto país aún feudal y sin pizca alguna de haber desarrollado la industrialización podía albergar la Revolución. Y así fue. La vida no le alcanzó para verla triunfar, ni para corroborar lo que le había dicho por escrito a sus amigos: que para que se diera la Revolución no era necesaria la existencia de una burguesía, ni la industrialización.

Quienes critican a Marx por su visión determinista, totalitaria y utópica, que ignora la diversidad, la libertad y la responsabilidad de los seres humanos son los antimarxistas de cafetín, güisqui y caviar que por lo general deambulan como animas en las facultades de humanidades de las universidades. El lío está en que detractores y defensores están equivocados. Y la explicación es sencilla, las fuentes que usan por lo generan corresponden a un marxismo ñato, vulgar, escrito por terceras personas.

Por otro lado, están los que creen que Marx se equivocó al predecir el colapso del capitalismo, la revolución proletaria y la armonía comunista. Y por esa misma vía están quienes dicen que sus seguidores se equivocaron al aplicar sus ideas de forma dogmática y violenta. Estos análisis por lo general son de impostores marxistas que tienen un conocimiento a medias. De lo dicho solo mencionaré que el mismo Marx, en cuanto a la Revolución proletaria, pensó que no tenía por qué darse en todos los países, y ponía como ejemplo Inglaterra. Su explicación era que el capitalismo industrializado al mejorarle las condiciones de vida a los obreros los había aburguesado. Por tanto, era difícil que un país con unos obreros sin afugias económicas liderase la Revolución.

Alguien podría atreverse a pensar qué importancia tiene en este siglo XXI, y en pleno auge de la Inteligencia Artificial, gastarle tiempo a un personaje que vivió en el siglo XIX como si en los últimos cien años la humanidad hubiese estado huérfana de pensadores. Por supuesto que sí los hay. Ahí están, entre muchos, Karl Popper, Michael Foucault, Gianni Vattimo, etc.

El lio no es ese. Solo diré que así existan otros pensadores, Marx es, junto a Jesucristo, lo más relevante que ha dado la historia de occidente.

Uno de los aportes más universal es el de haber concebido que para explicar la naturaleza y la sociedad era necesario concebir diferentes leyes. Aunque hoy se sabe que las humanidades en nada se parecen a las ciencias naturales, ya que el mundo que recrea un pintor en su taller y lo que hace un biólogo en un laboratorio en nada se parecen, es, gracias a Marx que las humanidades tienen sus propias narrativas.

Valga traer a cuento que cuando en el siglo XVIII el triunfo de las leyes físicas para explicar la naturaleza no tenía contradictor alguno, aparece un filósofo llamado Hegel que se pregunta si la sociedad podía explicarse con esas mismas leyes como lo hacen los biólogos, astrónomos, botánicos o físicos con la naturaleza, el universo. La respuesta de Hegel es no. Habría que inventar otras leyes que dieran cuenta de esa naturaleza humana. Pues leyes como las que había inventado Newton para explicar el universo nada tenían que ver para comprender los conflictos sociales, la política, etc.

Aunque Hegel fue quien sentaría las bases, es Marx quien logra crear una teoría para explicar la sociedad. Y esa teoría es nada más, ni nada menos que el Materialismo histórico.

No sobra reseñar, además, que el legado de Marx está aún por escudriñarse. Las instituciones que están al frente aún no han terminado la tarea de catalogar y poner a disposición el archivo dejado por Marx. Quienes están al frente de tan monumental tarea han calculado que todo el material comprendería unos 160 volúmenes. Hasta ahora van 50 volúmenes, pero el dato interesante es el pistoletazo de partida que comenzó en la década de los años 50 del siglo XX.

El propósito de Berlin no fue discutir si el pensamiento de Marx tiene validez o no. Fue el de dar a conocer desde ese campo de la historiografía llamado Historia de las ideas el origen de su pensamiento. De dónde se nutrió para haber creado semejante teoría que en pleno siglo XXI sigue dando de qué hablar.

Todo indica que habrá Marx por bastante tiempo.