Armando Moreno Sandoval
Muchas generaciones crecieron,
y siguen creciendo, alrededor de Cantinflas, El Chavo y Chespirito.
Lo bueno de estas producciones por capítulos es que muestran un lado amable de
la pobreza. Curioso que, tanto Mario Moreno Cantinflas como Roberto Gómez
Bolaños El Chavo, hayan sido quienes escribieron los guiones. El mensaje
que daban era recordarle a la sociedad que había pobres.
El lío está en que no
todas las culturas con sus idiomas tienen palabras para referirse a los pobres.
Hay culturas que ni siquiera tienen un equivalente. Si bien es cierto que pobre
viene del latín pauperis que significaba el “que produce poco”, su significado
fue cambiando a través del tiempo hasta llegar a la connotación que le damos
hoy día: un ser despreciable, desagradable, asquiento, al que toca hacerle el
quite, etc., etc.
Por fortuna los
lingüistas y los filósofos del lenguaje, en la segunda mitad del siglo XX, llegaron
a la sabia conclusión que no era la realidad la que construía el lenguaje, sino
que era al revés: era el lenguaje el que construía la realidad.
Con este aporte de los
filósofos del lenguaje, la filósofa española Adela Cortina durante más de 20
años se dio a la tarea de explicarse el por qué el rechazo hacia los pobres. El
otro lío era que no había una palabra en español para explicar ese asco, ese
rechazo, ese fastidio que genera la pobreza, que, hoy en día, sienten algunos
que se creen “de dedo parado”, “gente de bien”. Encontrar la palabra le valió
años de dedicación, hasta que le llegó por el lado del griego aporos que
significa el rechazo al pobre, el que no tiene nada. Y que mejor que aporofobia
para designar ese rechazo al que está jodido.
No obstante, el contraste
está, y es lo que sucede en Europa o en Estados Unidos, cuando el extranjero llega
con bultos de dinero o es rico, pues lo que se ve es que se le tiende la
alfombra roja. Al fin y al cabo, lo que importan son los dólares. Ni siquiera
importa su procedencia. Por la biblia sabemos que por el dinero baila el perro,
sino que le pregunten a Judas que vendió a Jesucristo por unas cuantas monedas.
El dinero, ya lo sabemos, es el vector que altera la escala social. Entonces lo
que se rechaza no es al extranjero, sino su condición: el de ser pobre,
miserable, y es lo que sucede con el inmigrante, el refugiado.
El ejemplo más grotesco
es cuando los europeos le hacen la venía a los jeques árabes musulmanes forrados
de dólares. Se pueden instalar con sus yates frente a las costas del
mediterráneo y no pasa nada. Pero cuando son los africanos árabes musulmanes lo
que intentan en sus pateras tocar las playas del mediterráneo, esos mismos que
le hacen la venía a los jeques les importa un rábano dejarlos ahogar en medio
del mar.
Otro ejemplo aberrante es
del presidente estadounidense Donald Trump. El muro es para los mejicanos que
son pobres, no para los canadienses que son ricos.
La aporofobia más
desdichada es cuando se rechaza a la gente pobre en su propia casa, en su
propio país. Si en algo tenemos que agradecerle al covid-19 fue el de haber desnudado
ese comportamiento social aporofóbico que muchos no quieren reconocer
pero que lo llevan escondido.
Sin embargo, existe una aporofobia
que es hipócrita, de doble moral. Es la reacción de “la gente de bien”, “de
dedo parado”, o, de los que se creen “de mejor familia”, cuando la aporofobia
se manifiesta en las entrañas de sus propios pueblos. La odian tanto que terminan queriendo linchar
al que la denuncia.
En todo caso las escenas
que salen por las redes sociales o la tele señalando comportamientos aporofóbicos
son espeluznantes. La llamada “limpieza social”, la más horrible de todas, es
una de ellas. O a quienes llaman “desechables”, para referirse a los que
deambulan por las calles buscando sobras de comida en los basureros para calmar
por un rato el hambre.
Cantinflas, El Chavo o Chespirito encarnan
la compasión y la empatía hacia el pobre. El Estado de Bienestar que se
construyó después de la II Guerra Mundial en el siglo XX y que tenía como meta
reducir la pobreza fue aniquilado por el modelo neoliberal de Ronald Reagan y
Margareth Teacher. Hoy día el neoliberalismo está desbocado. Los ricos son más
ricos y los pobres más pobres. La pobreza ahora genera miedo, tan así que la
empatía y la compasión se perdió.
Escuchar a los que se creen
“de dedo parado” da risa. Su cerebro se volvió tan miserable que la caridad ya
no cabe en ellos, sin embargo, hipócritamente dicen creer en el Dios cristiano.
Les pudo más la ideología del neoliberalismo que explicarse el porqué de la
pobreza. Prefieren odiarla. Convencidos que los pobres son los culpables de su
pobreza no entienden que esta es el resultado de unas condiciones estructurales
que dejan a muchos en el asfalto, en el suelo, en la miseria. Más bien creen
que ser pobre es fruto de un error individual o de una culpa personal; y es
cuando la gente al anular la empatía comienza a percibirlos como una amenaza.
Amén de ignorarlos y por qué no justificar que se les persiga o se les mate.
Solo basta ojear las redes sociales, los medios escritos y televisivos para cerciorarnos que la aparofobia junto con el racismo es más común de lo que la gente cree. Tan así que se tiende a creer que siempre ha sido así.
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