Joaquín Arturo Paz MacCausland.
Centenario de su nacimiento
Inteligente y autodidacta
Armando Moreno
Sandoval
Su infancia y adolescencia transcurriría entre
Sogamoso, Duitama y las botellas de la
fábrica de gaseosas de su abuelo paterno. La comodidad de un abuelo empresario
y de un papá ingeniero empírico, y por demás socio del Molino Santa Clara, con
toda seguridad le permitió a la familia Paz MacCausland llevar una vida hogareña,
holgada y cómoda. No obstante, con la muerte del padre el joven
Joaquín entendió que el futuro tendría que reinventarse.
Joaquín Paz recibiendo el titulo de Bachiller |
Entretanto, atraídos seguramente por el
ferrocarril y el cable aéreo que regentaban los ingleses, el linaje materno de los
MacCausland ha echado raíces en Mariquita.
Una tarde obscura de esas que siempre suelen
darse en la sabana de Bogotá como si fuera a llover, madre y abuela intuyen que
el joven Joaquín lleva una vida desdichada y sin futuro. En busca de un nuevo
futuro, le dice en el inglés de sus ancestros: “Let´s go to Mariquita”. Es hora de
marchar a Mariquita.
Lo que nunca pensó el joven Joaquín era que
algún día, por cosas del destino, seguiría los pasos de su abuelo y no de su
padre, quien como ingeniero empírico, poco le importó el mundo de las gaseosas.
Tan así que cuando murió el abuelo, seguramente que con el visto bueno de la
familia, su padre, optó por desarmar la fábrica y llevarla a lomo de mula a
Mariquita.
Ya instalados en Mariquita el fruto que seguramente esperaba recoger la
familia del joven Joaquín sería en vano. A Joaquín se le ve trabajando, tal vez
en 1939 o 1940, en la empresa de
ferrocarriles Doradafer. Aunque el sueldo como trabajador del ferrocarril no
tuvo que haber sido sustancioso, para mejorar la mesa de la familia se le ve
alternando el trabajo en el ferrocarril con la enseñanza del inglés entre Honda
y Mariquita.
El esfuerzo de viajar entre Honda y Mariquita traería su recompensa: terminaría enamorado de
Elisa Valencia Pardo, una de sus alumnas.
Con el paso de los días la haría su esposa. Mientras las vagonetas del cable
aéreo seguían surcando las estribaciones de la cordillera central y los vagones
del ferrocarril traían las gaseosas que se tomaban los habitantes del norte del
Tolima, la fábrica de gaseosas del abuelo seguía intacta y arrumada pero no
abandonada.
La vorágine de la vida por la que estaba pasando
el ya adulto Joaquín y con la fábrica del abuelo que solo le traía recuerdos de
su niñez, el día menos pensado le alumbró la idea del por qué no echarla a
andar.
De nada servía tener un proyecto de empresa si
el dinero en el bolsillo escaseaba. De tanto insistir el adulto Joaquín por
aquí y por allá, llegó el día que algunos de quienes lo escuchaban lo
acompañarían a hacer realidad sus sueños. La incertidumbre dio paso al
optimismo.
Lucas Bernal, benefactor financiero de Glacial |
Quienes dan cuenta de la vida cotidiana del
ayer, afirman, que, sin los amores del auditor general del ferrocarril Lucas
Bernal con Empera Rubio de Duque, seguramente, el apellido Duque nunca podría
haber entrado en los anales de la historia de la futura empresa. La condición
de Lucas como hombre separado había ayudado para que doña Empera, en su papel de amante, hubiese
amasado una aceptable fortuna; pues gracias a ese romance y
alentado por su madre Empera es que el
ya crecido Humberto Duque Rubio, su
hijo, aparece como el socio con pesos
para ayudar a echar andar la empresa.
Entre los
ires y venires para formalizar la empresa por fin llegaría el día del
lanzamiento. Mientras en Bogotá el ministro de obras deliraba con construir un
ferrocarril a lo largo del río Magdalena, en Mariquita, un municipio al norte
del departamento del Tolima, un 17 de julio de 1947, se inauguraba una empresa
de gaseosas que, con el pasar del tiempo, los colombianos y tolimenses
conocerían como Glacial.
Don Francisco “Pacho” Gutiérrez, con sus 87
años, es uno de los pocos que pueden decir en Mariquita “yo fui testigo”.
Recuerda él que a una cuadra de la llamada Plaza Armero, en la carrera 8 entre
calles 9 y 10, una fábrica de pedal de fabricación alemana empezaría a botar a
la calle las primeras gaseosas. Un carromato jalonado por un caballo llamado
“Palomo” y operado por Francisco Flórez Gómez “Pachito” haría las primeras correrías
por el caserío de Mariquita.
Una época de infernal lluvias le daría un golpe
bajo a las ventas callejeras. El pesimismo de que los
pesos invertidos podrían
esfumarse de la noche a la mañana sacaría corriendo a Elio Rubio, otro de los
socios. Un señor apodado “Perruncho” y de nombre Enrique Ávila compraría las
acciones del pesimista Rubio, convirtiéndose en nuevo socio y superando así el
primer tropiezo de decepción y desconfianza.
Antigua instalaciones de Glacial |
Mientras liberales y conservadores seguían matándose
por un trapo de color azul o rojo, la empresa de gaseosas seguía avante. El
consumo y aceptación del producto les permitió pensar en una nueva sede para la
fábrica. Entre 1958 y 1960 la empresa hace su traslado a las afueras de
Mariquita a un lado del tendido del ferrocarril y de la carretera que va hacia
Honda. En mayo de 1964 llega Coca-Cola y consigo la época de esplendor y
felicidad de la empresa.
Entre tanto el visionario Joaquín veía como el
recuerdo de su niñez echaba raíces cada día más y más.
Los tropiezos que había tenido que enfrentar y
superar de joven con la muerte de su padre serían cosa del pasado. Con la
empresa dando frutos por doquier, le permitió en sus ratos libres alternar la
escritura de la poesía con la política. Como militante del Partido Liberal se le
ve, en 1957, haciendo campaña por el plebiscito para ponerle punto final al
reguero de muertos que había dejado la violencia liberal conservadora tras la
muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
Como si sus ocupaciones como empresario no le
bastaran, en un gesto altruista para con el pueblo que lo había acogido, se le
ve también como concejal y personero. No contento con los compromisos que tenía
pensó de un momento a otro en hacerse bachiller. Sus aulas no fueron de
ladrillo, tablero y tiza. Ya adulto, cruzando ya los cincuenta años de edad, se
le ve recibiendo el grado de bachiller que le otorgaría Radio Sutatenza de las
manos del entonces presidente Misael Pastrana Borrero y de su ministro de
educación Luis Carlos Sarmiento Ángulo.
Un acto que seguramente le llenó de orgullo fue
el que se llevó a cabo el 16 de diciembre de 1975. La calle, los bares, la
plaza, los parques y los prostíbulos dejarían de ser los receptores y difusores
de las noticias locales y nacionales. La modernidad entra a los hogares: se
inaugura Radio Lumbí. De nuevo uno de sus gestores es el adulto Joaquín.
Joaquín Paz inaugurando Radio Lumbí |
Aunque hay quienes creen que los títulos
académicos colgados de las paredes de las oficinas o de los consultorios no
hacen el oficio, el adulto Joaquín atribulado porque la ciencia había
desahuciado a su hija de caminar emprendería él mismo en su soledad el estudio
de la química del cerebro. Aunque no dejó apuntes qué fue lo que investigó lo
cierto fue que, gracias al conocimiento que había construido, logró lo que los
médicos no pudieron: desarrolla un tratamiento para que su hija recupere el
caminar. La dicha de ver su hija caminando duraría poco. Una meningitis la
postraría por el resto de sus días. Moriría a los 24 años.
Las décadas de los años ochenta y noventa del
siglo XX, son décadas de sangre, narcotráfico, violencia, bombas, guerrillas y paramilitares.
La ética y la moral de los individuos que se dicen llamarse a sí mismos dizque,
“gente de bien”, se postran ante el dinero fácil. Colombia, dicen los
entendidos, es un Estado fallido. Pareciera que la empresa fuera inmune a la zozobra
y al estercolero en que se encontraba el país. Pero el día menos pensado la
empresa fue tocada por una sombra maligna que empezaría a empujarla poco a poco
hacia un abismo sin fondo.
El golpe que deja grogui a la empresa lo da
Coca-Cola en 1996. A Glacial le quitan la potestad de seguir embotellando la
“Chispa de la Vida”. Durante los años siguientes un pleito entre el único socio
apodado “El Cenizo”, Coca-Cola y los trabajadores terminaría a favor de
Coca-Cola y los trabajadores. Al no obligar a Coca-Cola a reconocer el pasivo pensional
y con una empresa ilíquida y en quiebra, y sin cómo responderles a los trabajadores
estos terminarían como sus únicos dueños.
La profecía del comunismo, de que los medios de
producción (léase empresas, tierras, etc.) son de quienes se emplean por un
salario se haría realidad. Cierto es, que en Mariquita, ese experimento sería
un desastre de proporciones diluvianas. La empresa en vez de salir adelante de
las manos de los obreros terminó moribunda, en cuidados intensivos. Por muchos años
la empresa Glacial estuvo agonizando. Así como el ave fénix que renace de las
cenizas, otros dueños la echaron a volar que, como paloma mensajera,
llevaba la noticia de que una nueva empresa había nacido.
Don Joaquín no alcanzó a ver la caída en picada
de Glacial. Pero sí estando ya setentón el destino le había dicho que no tenía
por qué ser testigo de la catástrofe de la empresa. Sin embargo, sí alcanzó a intuir
lo que se avecinaba. Cuatro años después de haber hecho aparición “El Cenizo”, es decir, en 1988, una Junta de
socios reunida en la ciudad de Pasto (Nariño) para dar cuenta de los malos manejos que se
estaban presentando en la sucursal de Glacial en esa ciudad le generó
preocupación y disgusto. Seguramente lo que estaba aconteciendo iba en contra de
su ética y de su moral.
Atrapado por la preocupación de lo que estaba
pasando allá en Pasto llegó a Bogotá el viernes 21 de agosto en las horas de la
noche. El aíre que arrojaba las hélices del avión hacía la noche más fría. A su morada en Fusagasugá llegó atribulado. A
la madrugada del sábado 22 de agosto de 1987 un infarto fulminante le segó la
vida.
Juancho Halima, compadre de Joaquín, uno de sus
hijos, y quien conoció en su juventud a Joaquín Arturo Paz MacCausland, dijo de
él: “hombre inteligente y autodidacta por excelencia. Por eso hizo lo que
hizo”.