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lunes, junio 05, 2017

Macondo: gigante y frondoso

La flora que no vio el sabio Mutis: Cavanillesia platanifolia

Armando Moreno Sandoval

Muchos creíamos que Macondo había sido una creación literaria del escritor y premio Nóbel Gabriel García Márquez. Él mismo cuenta que se la escuchó desde niño a su abuelo. Ya de adulto al pasar el tren por el portón principal de una finca bananera sus ojos se tropezarían con un letrero que decía: Macondo. Dice que le causó curiosidad su sonoridad y de ahí el por qué la tomó como suya haciéndola inmortal en su novela Cien años de soledad. Nunca se preocupó por su origen.

Árbol macondo de la serranía de Lumbí

Lo que no saben la mayoría de los colombianos es que en el norte del Tolima a una hora y media desde los municipios de Mariquita y Honda, en la parte sur de la serranía conocida como Lumbí, el naturalista y botánico autodidacta Orlando Velásquez, por allá por el año de 2007, caminando por entre los riachuelos pudo percatarse que el árbol gigantesco donde se abalanzaban los monos araguatos era el mismo que los “viejos” de antaño llamaban “tambor”. Pero más fue su sorpresa al ver que sus frutos de un tamaño gigante se parecían a otro fruto llamado carambolo y que sus semillas tenían el tamaño de una lenteja.

Tenía la certeza de que se trataba de una ceiba. Lo que no tenía claro era su especie. Como todo autodidacta husmeó entre sus libros de botánica y vaya sorpresa la que se llevó al enterarse que, en 1802, el científico Alejandro von Humboldt merodeando por los alrededores de Cartagena la había avistado clasificándola y registrándola con el nombre de Cavanillesia Platanifolia. Se enteró también que le había puesto Cavanillesia en honor al naturalista y botánico valenciano José Antonio de Cavanilles (1745-1804), quien había hecho los trámites ante la corona española para que el científico Alexander von Humboldt y su amante, el también científico Aimé Bonpland, pudiesen viajar, explorar y conocer las tierras ultramarinas del rey español.

Otra sorpresa que se llevó el autodidacta Velásquez fue al consultar el Diario del sabio Mutis. Si bien él no la clasificó, ni la describió, si dio cuenta de su existencia. Todo indica que cuando llegó a la costa caribe en 1760 y haciendo sus caminatas mañaneras en los alrededores del cerro de La Popa en Cartagena al ver sus ojos al gigantesco árbol, sin lugar a dudas, al preguntarle tal vez a un esclavo africano cómo lo llamaban, a la vez que se lo señalaba con el dedo, de su boca bemba tuvo que haberle salido el sonoro nombre de Macondo.
Árbol macondo de la serranía de Lumbí

Cómo así que macondo vocablo africano, pensaran con sorna los racistas y etnófobos. La compilación que hizo Katherine Ríos  sobre los diferentes significados de la palabra Macondo, nos dice que algunas se refieren a árboles, parajes, lugares y pueblos de África. En Mozambique un pueblo de origen Bantú es conocido como Macondo; el escoces David Livingston, médico y misionero, se entera de Macondo en su viaje en 1853 por Uganda y el sur de África. En Tanzania, existe una artesanía tradicional con diseños abstractos en madera llamada Makondo. En el idioma kikongo, mankondo quiere decir plátanos, y en el Atlas Lingüístico del Caro y Cuervo informa que Macondo en el departamento de Córdoba se usa como “plátano topocho”. Existe también un pez ornamental llamado makondo.

De todos modos el macondo tuvo que haberle quedado sonando en la mente al sabio Mutis. Tan así que no tuvo la molestia de clasificar y describir el árbol. Simplemente escribió el nombre en el Diario de campo con la idea de que después haría la tarea. Cierto es, que años después, ya estando dirigiendo la Expedición Botánica en Mariquita el gigantón macondo se le habría de pasar por alto.

Si el sabio Mutis fue olvidadizo con el macondo porque no lo vio en los alrededores de Mariquita y Honda valdría entonces preguntarse cómo fue que llegó a la serranía de Lumbí?

Quienes saben de embarcaciones nos dicen que del macondo se sacan las balsas y canoas para viajar por los ríos. Los arqueólogos no han encontrado vestigios precolombinos informándonos cómo eran los medios de transporte que los aborígenes usaban en los ríos antes de la llegada de los españoles. Lo que sí se sabe es que con la llegada de los esclavos africanos el paisaje de los ríos comenzaría a cambiar con las canoas, bergantines, balsas y champanes.

En las fuentes escritas del siglo XVI que indagué para mi libro Sociedad y Minería en la jurisdicción de Mariquita. Reales de minas de Las Lajas y Santa Ana: 1543-1651 (Ibagué: 2006) está claro que en la segunda mitad del siglo XVI ya había esclavos africanos en las minas de plata de Mariquita. Tampoco podemos olvidar que ya los usaban como bogas en el río Magdalena y uno que otro como sirvientes en las casas de los encomenderos españoles. Fueron ellos quienes navegando por el río Magdalena trajeron consigo las semillas del macondo y las esparcieron por los alrededores de Honda y Mariquita.

Seguramente la sobreexplotación y la tala discriminada acabaron con los sembradíos de macondo quedando algunos, por fortuna,  en la serranía de Lumbí.

Mono araguato
Entretanto, el macondo le había sido esquivo al autodidacta Velásquez. En el año 2010 recorriendo la serranía Lumbí en el sitio de Garabatos, por los lados de la quebrada Padilla, tropezaría con otro macondo. De nuevo los monos araguatos balanceándose en los frondosos brazos de la ceiba. Un gavilán con sus alas desplegadas le echaba el ojo a un araguato de pocos días de nacido. El autodidacta oteando el suelo, vio, además de semillas muertas, un arbolito macondo que se erguía en solitario. Tenía aproximadamente 15 cms de alto. Al pensar que podía trasplantarlo en la plaza principal de Mariquita sacó su peinilla, lo bloqueó, y lo trajo con el mayor sigilo hasta el solar de su casa. Lo cuidó hasta donde más pudo. Un verano intenso, de esos que está comenzando a padecer la humanidad por el cambio climático, mató al arbolito.

Hace pocos meses el autodidacta Velásquez haciendo memoria recordó a los macondos. Se preguntó qué sería de ellos. Preocupado por los macondos le pidió a sus amigos Gonzalo Téllez y Álvaro Herrera que fueran a la serranía de Lumbí y les tomaran fotos. Como si fuera un mandato marcharon hacia el sitio de Garabatos. Al regresar le informaron que haciendo una correría por los caños y riachuelos habían avistado otros dos macondos de buena altura y llenos de vida. Se gastaron tres horas en ir y volver.

Hasta la luz de hoy día han sido avistados cuatro macondos. Es posible que existan más. Si los hay parece que su futuro es incierto. La noticia mala que trajeron sus amigos generó congoja. Encontraron los trazos y las estacas clavadas de lo que será la nueva variante Honda-Ibagué. Puede ser mortal pues al bordear la nueva carretera la serranía de Lumbí ríos como el Padilla, al igual que caños y riachuelos, fauna y flora, serían en pocos años solo recuerdos.

El tigrillo, el venado, la cascabel y la talla equis, al igual que el gavilán ya no tendría que echarle el ojo a las crías de araguatos puesto que también desaparecían. En fin, el futuro de la serranía no es nada halagador. 

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