La flora que no vio el sabio Mutis: Cavanillesia platanifolia
Armando Moreno Sandoval
Muchos creíamos que Macondo había sido una creación literaria del escritor y premio
Nóbel Gabriel García Márquez. Él mismo cuenta que se la escuchó desde niño a su
abuelo. Ya de adulto al pasar el tren por el portón principal de una finca
bananera sus ojos se tropezarían con un letrero que decía: Macondo. Dice que le causó curiosidad su sonoridad y de ahí el por
qué la tomó como suya haciéndola inmortal en su novela Cien años de soledad.
Nunca se preocupó por su origen.
Árbol macondo de la serranía de Lumbí |
Lo que no saben la mayoría de los
colombianos es que en el norte del Tolima a una hora y media desde los
municipios de Mariquita y Honda, en la parte sur de la serranía conocida como
Lumbí, el naturalista y botánico autodidacta Orlando Velásquez, por allá por el
año de 2007, caminando por entre los riachuelos pudo percatarse que el árbol
gigantesco donde se abalanzaban los monos araguatos era el mismo que los
“viejos” de antaño llamaban “tambor”. Pero más fue su sorpresa al ver que sus frutos
de un tamaño gigante se parecían a otro fruto llamado carambolo y que sus semillas
tenían el tamaño de una lenteja.
Tenía la certeza de que se
trataba de una ceiba. Lo que no tenía claro era su especie. Como todo
autodidacta husmeó entre sus libros de botánica y vaya sorpresa la que se llevó
al enterarse que, en 1802, el científico Alejandro von Humboldt merodeando por
los alrededores de Cartagena la había avistado clasificándola y registrándola
con el nombre de Cavanillesia Platanifolia.
Se enteró también que le había puesto
Cavanillesia en honor al naturalista y botánico valenciano José Antonio de Cavanilles (1745-1804), quien había hecho los trámites ante la corona española
para que el científico Alexander von Humboldt y su amante, el también científico
Aimé Bonpland, pudiesen viajar, explorar y conocer las tierras ultramarinas del
rey español.
Otra sorpresa que se llevó el
autodidacta Velásquez fue al consultar el Diario del sabio Mutis. Si bien él no
la clasificó, ni la describió, si dio cuenta de su existencia. Todo indica que
cuando llegó a la costa caribe en 1760 y haciendo sus caminatas mañaneras en
los alrededores del cerro de La Popa en Cartagena al ver sus ojos al gigantesco
árbol, sin lugar a dudas, al preguntarle tal vez a un esclavo africano cómo lo
llamaban, a la vez que se lo señalaba con el dedo, de su boca bemba tuvo que
haberle salido el sonoro nombre de Macondo.
Árbol macondo de la serranía de Lumbí |
Cómo así que macondo vocablo
africano, pensaran con sorna los racistas y etnófobos. La compilación que hizo Katherine Ríos sobre los
diferentes significados de la palabra Macondo, nos dice que algunas se refieren a árboles, parajes, lugares y
pueblos de África. En Mozambique un pueblo de origen Bantú es conocido como
Macondo; el escoces David Livingston, médico y misionero, se entera de Macondo en su viaje en 1853 por Uganda y el sur de África. En Tanzania,
existe una artesanía tradicional con diseños abstractos en madera llamada
Makondo. En el idioma kikongo, mankondo quiere decir plátanos, y en
el Atlas Lingüístico del Caro y Cuervo informa que Macondo en el departamento de Córdoba se
usa como “plátano topocho”. Existe también un pez ornamental llamado makondo.
De todos modos el macondo tuvo
que haberle quedado sonando en la mente al sabio Mutis. Tan así que no tuvo la
molestia de clasificar y describir el árbol. Simplemente escribió el nombre en
el Diario de campo con la idea de que después haría la tarea. Cierto es, que
años después, ya estando dirigiendo la Expedición Botánica en Mariquita el
gigantón macondo se le habría de pasar por alto.
Si el sabio Mutis fue olvidadizo
con el macondo porque no lo vio en los alrededores de Mariquita y Honda valdría
entonces preguntarse cómo fue que llegó a la serranía de Lumbí?
Quienes saben de embarcaciones
nos dicen que del macondo se sacan las balsas y canoas para viajar por los
ríos. Los arqueólogos no han encontrado vestigios precolombinos informándonos cómo
eran los medios de transporte que los aborígenes usaban en los ríos antes de la
llegada de los españoles. Lo que sí se sabe es que con la llegada de los
esclavos africanos el paisaje de los ríos comenzaría a cambiar con las canoas, bergantines,
balsas y champanes.
En las fuentes escritas del siglo
XVI que indagué para mi libro Sociedad y
Minería en la jurisdicción de Mariquita. Reales de minas de Las Lajas y Santa Ana: 1543-1651 (Ibagué: 2006) está claro que en la segunda mitad del siglo XVI ya
había esclavos africanos en las minas de plata de Mariquita. Tampoco podemos
olvidar que ya los usaban como bogas en el río Magdalena y uno que otro como sirvientes
en las casas de los encomenderos españoles. Fueron ellos quienes navegando por
el río Magdalena trajeron consigo las semillas del macondo y las esparcieron
por los alrededores de Honda y Mariquita.
Seguramente la sobreexplotación y
la tala discriminada acabaron con los sembradíos de macondo quedando algunos, por fortuna, en la serranía de Lumbí.
Mono araguato |
Hace pocos meses el autodidacta
Velásquez haciendo memoria recordó a los macondos. Se preguntó qué sería de
ellos. Preocupado por los macondos le pidió a sus amigos Gonzalo Téllez y
Álvaro Herrera que fueran a la serranía de Lumbí y les tomaran fotos. Como si
fuera un mandato marcharon hacia el sitio de Garabatos. Al regresar le informaron
que haciendo una correría por los caños y riachuelos habían avistado otros dos
macondos de buena altura y llenos de vida. Se gastaron tres horas en ir y
volver.
Hasta la luz de hoy día han sido
avistados cuatro macondos. Es posible que existan más. Si los hay parece que su
futuro es incierto. La noticia mala que trajeron sus amigos generó congoja.
Encontraron los trazos y las estacas clavadas de lo que será la nueva variante
Honda-Ibagué. Puede ser mortal pues al bordear la nueva carretera la serranía
de Lumbí ríos como el Padilla, al igual que caños y riachuelos, fauna y flora,
serían en pocos años solo recuerdos.
El tigrillo, el venado, la
cascabel y la talla equis, al igual que el gavilán ya no tendría que echarle el
ojo a las crías de araguatos puesto que también desaparecían. En fin, el futuro de
la serranía no es nada halagador.
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