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viernes, diciembre 16, 2016

Orquídea con género y sin clasificar: Coryanthes sp.

La flora que no vio el sabio Mutis

Armando Moreno Sandoval

El diciembre del año 2013 fue un mes tejido por días de lluvia y de sol. “La víspera de año viejo”, de Guillermo Buitrago le recordó al botánico autodidacta Orlando Velásquez que el año estaba próximo a expirar. Al cortar las hojas de plátano para los tamales de fin de año le sobrevino a la mente la epífita que había bajado de la copa de un árbol anclado en las vegas del río Ríosucio. Un zumbido le hizo afinar la vista, pero, tal fue la sorpresa al ver que la planta, además de florecida, revoleteaban a su alrededor un enjambre de abejitas. Se percató que no solo estaba la abejita “angelita”, la misma que la sabiduría popular le atribuye poderes para sanar las cataratas de la vista, sino que junto a ella había otro huésped, poco común y conocida, la abeja verde.

La observación detenida de las flores lo llevo a concluir que sus pétalos al estar soldados forman entre sí una copa que ha de servir de recipiente al néctar que produce la planta. Pero el asombro fue mucho mayor al ver que las mismísimas abejas, como si estuvieran ejecutando una danza alrededor de la flor, y como si estuvieran embriagadas, terminaban cayendo extenuadas y atrapadas en el néctar de la flor.

Abeja verde
Casi sin fuerzas por el revoletear constante, en el pozo de néctar, la abejita “angelita” trata de salir de la trampa mortuoria tendida por la flor. Aunque batalla sin cesar, sus fuerzas van aminorándosele hasta quedar inmóvil. Ahogada en el pozo de néctar el zigzaguear de las demás congéneres ha de continuar sin cesar frente a la antesala de la muerte.

Otro tanto hace la abeja verde, pero esta vez es el triunfo de la vida sobre la muerte. Aunque tiene la peculiaridad de no tener colmena, vive revoleteando en grupo de a tres, con la particularidad que para reproducirse tiene el don de poner sus huevos en el envés de las hojas de cualesquier árbol. Ese modo de vida tan sui generis que la hace tan distinta a las demás abejas tiene un precio que la naturaleza la ha de recompensar: polinizar la flor. Pues si no se arrastra por los conductos de la flor, y con el esfuerzo que hace por salvarse de la muerte, es imposible que la flor reinicie su ciclo de vida.

Este drama que nos brinda la misma naturaleza y que, ni el mismísimo dramaturgo inglés William Shakespeare se lo hubiera imaginado, tiene lugar cada vez que la orquídea florece.

Pero otro drama es la historia del hallazgo de la misma orquídea en sí.

A finales de agosto del año 2013 los rayos del sol se filtraban por el techo de la habitación del autodidacta Velásquez. Aun haciendo pereza recordó que tenía una cita pendiente con algunos de sus amigos: ir de pesca al cañón del río Riosucio en busca de la mojarra negra o azul.

A 700 metros sobre el nivel del mar y a la altura de la vereda Puerto Negro, en el municipio de Mariquita, mirando hacia las copas de los arboles pudo observar que una epífita se columpiaba al vaivén de la briza tenue de la mañana. Por su taxonomía no dudo en afirmar que se trataba de una orquídea. Molesto porque sin su flor no se podía determinar su especie se aventuró a pensar que se trataba de la orquídea Góngora, descrita  por el sabio Mutis hace más de dos siglos en honor a su amigo el arzobispo virrey Caballero y Góngora.

Coryanthes sp
La espera paciente durante varios meses para que la planta brotara sus primeras flores terminaría sacándolo de la equivocación. La planta que había traído con demasiado sigilo y cuidado nada tenía que ver con la orquídea Góngora.

“Si no es una Góngora entonces qué es” se preguntó el autodidacta Velásquez. Su intenso color amarillo como los mismísimos rayos del sol le hizo rebobinar los conocimientos adquiridos en el pasado. Al recordarse que entre sus libros había uno que lo podía sacar de su ignorancia voló hacia su biblioteca y tomó entre sus manos el libro del fotógrafo y naturalista Tomás Estévez Bianchini.

Aplicando el método comparativo pudo concluir que la orquídea que tenía en el solar era del género Coryanthes. La duda era su especie. Tenía al frente una flor que nunca antes sus ojos había visto, ni leyendo el diario de campo del sabio Mutis o los textos de botánicos relacionados con orquídeas.

La duda de que podría tratarse de una especie nueva lo llevó a contactarse con su amiga la profesora Marisol Amaya de la Universidad Nacional de Colombia. No solo envío fotos, sino la flor misma. Se está a la espera de que los expertos en el mundo digan si en verdad se trata de una especie que aún no está registrada.

Coryanthes sp
La orquídea del río Ríosucio, y una de las razones del por qué tiene contentos a los expertos en orquídea, es su hábitat. Veamos el por qué. Según algunos autores de las treinta y tres mil especies que están esparcidas por los continentes que tienen costa con el océano pacifico, Colombia cuenta con algo más de once mil especies. Lo curioso del dato es que de toda esa cantidad de especies, Coryanthes en el mundo, y que están esparcidas a lo largo y ancho del océano pacífico, solo hay registradas cincuenta y tres especies.

El territorio colombiano solo alberga dos Coryanthes: la mastersiana y la macrantha; y la que halló el autodidacta Velásquez. Mientras tanto los estudiosos se preguntan el cómo de la travesía de esta semilla en forma de pelusa que surcando las cordilleras occidental y central se asentó en la parte alta del cañón del río Ríosucio en Mariquita (Tolima) y en un país llamado Colombia.

Aunque algunos han dicho que han encontrado Coryanthes en el Magdalena Medio, la verdad es que hasta ahora nadie ha dicho estas son.

Lo cierto es que algunos científicos colombianos, han dicho, que si se trata de una nueva especie no hay duda que debería llamarse Coryanthes velasquezia, como premio al esfuerzo y al conocimiento botánico que posee el autodidacta Velásquez.

miércoles, noviembre 02, 2016

Palo de cruz para engalanar los pueblos de tierra caliente

La flora que no vio el sabio Mutis: Brownea leucanta

Armando Moreno Sandoval

Brownea leucantha
Hasta hace unos pocos años la Brownea leucantha era una especie esquiva a los ojos de los botánicos. No así para la cultura popular que la conoce con el mote de rosa de monte blanca o la flor de palo de cruz. O para el herbolario que atribuyéndole propiedades medicinales considera el zumo de su flor para regular la menstruación. Ni que decir del  campesino que por ser árbol de madera fina de sus ramas sacaba las angarillas para colgárselas al burro o las horquetas para bajar mangas, mameyes o cualesquier otro fruto de tierra caliente.

Lo interesante con la Brownea leucantha es, que, quien relea el diario de campo de Mutis, podría preguntarse cómo es posible que la hermosa flor de este árbol, blanca como un copo de nieve, al sabio y a sus discípulos se le haya pasado por alto.

Hay quienes suponen que, seguramente, las montañas, las vegas de los ríos, las llanuras o los bosques — para los tiempos de Mutis— estaban plagadas de animales peligrosos que hacían imposible su hallazgo. O, simplemente, sí Mutis no tuvo ojos para con la bella flor cuyos pistilos se levantan erguidos sobre sus pétalos fue porque simplemente no existió en los alrededores de Mariquita.

Nikolaus Jacquin
Si la flor le fue esquiva a Mutis, otra sería la suerte del médico, botánico y biólogo  Nikolaus Joseph von Jacquin (Leiden, 1727-Viena, 1817), quien visitó a finales de 1758 y 1759 las regiones costeras de Colombia, pero, sobre todo la de Venezuela pues había desembarcado en esas tierras con el propósito de estudiar su flora. Su búsqueda por encontrar lo nuevo no sería en vano.

Se sabe que además de las colecciones de plantas y animales que  había  enviado a Viena durante su estadía, al regresar a finales de 1759 no solo había llevado consigo animales, semillas y minerales, sino una gran  colección de animales y plantas vivas. Y como lo deja entrever en sus escritos, regresaba también con la dicha inmensa de haber bautizado una nueva flora que llamó Brownea en honor al científico inglés Patrick Brown. Clasificó veinte variedades de Brownea, entre ellas la leucantha; conocidísima hoy día en el  Estado de Miranda en Venezuela por ser su flor emblemática.

Aunque pudiéramos pensar que la Brownea es patrimonio de los venezolanos, ello no es así. Los botánicos colombianos afirman que en el territorio de Colombia existen hasta la luz de hoy  diez variedades de Brownea, El sabio Mutis quien llegó en junio de 1783 a Mariquita para ponerse al frente de la Expedición Botánica, en su correría por el territorio de la Provincia de Mariquita, quedó perplejo al observar la basta y diversa flora del Nuevo Reino de Granada. Es posible que no haya tenido el tiempo, ni tampoco la imaginación para clasificar toda la flora exótica que se le presentaba ante sus ojos.

Brownea leucantha
Una mañana en medio de un fuerte aguacero con truenos y relámpagos, y ante la imposibilidad de salir en la búsqueda de nuevas especies, el sabio Mutis prefirió auscultar la correspondencia recién llegada de Europa, sobre todo, los aportes que habían hecho o hacían los naturalistas y taxonomistas como Carles Linneo. Auscultando la correspondencia en su pequeño estudio, y al amparo de la tenue luz que arrogaba una vela de cebo, pudo auscultar y ojear el estudio taxonómico que había hecho Jacquin en Venezuela. Observando detenidamente los acuarelas y las descripciones pudo recordar que dos de la Brownea que se hallaban en el catálogo las había visto con sus propios ojos esparcidas por los llanos de la Provincia de Mariquita: eran  la Brownea ariza y la Brownea grandiseps.

Pero de la Brownea leucantha nadie daba razón.

Brownea leucantha
En la mañana del martes del 19 de abril de 2011 a la casa del botánico autodidacta Orlando Velásquez llegó el profesor Manuel Bernal de la Universidad del Tolima. Llegaba con estudiantes  que hacían parte de su grupo de investigación en anfibios. Quería que el autodidacta Velásquez lo acompañara como auxiliar de campo. Tenían como meta ir a recorrer las vegas de la quebrada Padilla en los alrededores del municipio de Honda. Querían buscar ranas, sapos.

La noche del martes estaba bastante relampagueante  y presagiaba una posible lluvia.

Brownea leucantha
Haciéndoles el quite a las culebras recorrieron no solo los meandros de la quebrada Padilla, sino también los pequeños caños que aun desembocan en ella. Con la compañía del canto de un currucucú que desde la copa de un árbol miraba con sabiduría lo que acontecía bajo sus garras, pudieron observar en medio del croar de los anfibios cómo una culebra talla equis engullía un sapo. Otra culebra, la cascabel, se deslizaba por entre las hojas y ramas que se descomponían entre los árboles. Un gato de monte le seguía el rastro.

El autodidacta Velásquez, experto también en ofidios, con machete en mano y con su caperuza a la 
Brownea leucantha
altura del ombligo abría camino por entre la arboleda rodeada de maleza. Caminaba cuidadosamente al frente del grupo. De nuevo el currucucú. Al girar la cabeza en busca del origen de su canto sus ojos  tropezaron con algo blanco que sobresalía dentro del follaje obscuro. Caminó sigiloso. Al llegar al frente y al alzar de nuevo la caperuza a la altura de la cabeza, pensó que se trataba de una variedad de flor parecida a la rosa de monte blanca.

La  mirada lela, y la observación a profundidad de la flor por parte del autodidacta Velásquez, lo llevó a la conclusión de que se trataba  de la Brownea leucantha. Los gritos de alegría en medio de la obscuridad despertaron a los animales diurnos. “No era para menos”, dice el botánico y naturalista Velásquez. Pues era el hallazgo de la leucantha y que el mismísimo sabio Mutis en su estadía en Mariquita no había podido ver. Hubo que esperar 252 años para que por fin alguien dijera yo la vi.

Si el sabio Mutis no la vio, valga preguntarnos cómo llegó a Colombia. Varias son las hipótesis. Es posible que la presencia de la leucantha obedezca a la deforestación a que ha sido sometida la cordillera oriental y que los vientos hayan esparcido sus semillas al interior del territorio colombiano, o, que, andariegos hayan trasteado con el árbol o sus frutos para contemplar su flor.

Brownea leucantha
Si bien el científico Jacquin la había registrado en el siglo XVIII, en Colombia es posible que no lo esté. El registro es algo así como la cédula que deben tener las plantas. Pues sin el es difícil saber sobre la historia científica de la planta, o, en el peor de los casos saber si fue o está siendo aniquilada por la mano arrasadora del ser humano.

Aunque algunas variedades de Brownea, como la churima y la guama,  se niegan a desaparecer de las ventas callejeras y los supermercados, ojalá que algún día como un homenaje a la historia de la botánica en América su flor engalane las calles de los municipios de tierra caliente del valle del Magdalena. 

viernes, octubre 21, 2016

Honda: La Subienda del Magdalena.



La Subienda del Magdalena (1972) 16 mm. Directores: Alvaro Cepeda Samudio (escritor) y Luis Ernesto Arocha (fotografo).

Un recorrido por el río Magdalena, desde su desembocadura hasta cuando su caudal se vuelve angosto.

En medio de congolos y atarrayas, recrea con nostalgia lo que fue la llegada de la Subienda al Salto de Honda, un pasado que las generaciones actual aun recuerdan y que seguramente las generaciones venideras no entenderán el significado de Subienda.

jueves, octubre 20, 2016

El zaperoco del postplebiscito

Armando Moreno Sandoval

La democracia como el lenguaje es caprichosa. Es normal escuchar verbalizar un sustantivo sin que ningún profesor de español corrija el horror. Igual está pasando en estos tiempos con la democracia. Pues los gobernantes en aras de fortalecerla someten al veredicto del pueblo asuntos que competen a expertos, académicos o especialistas.

Fue lo que aconteció con el plebiscito el pasado 2 de octubre. Un asunto que era del resorte de expertos, de juristas, de conocedores de la materia fue preguntado a la masa, a la galería, a la guacherna para que se pronunciara de algo que solo conoce de oídas, porque se lo han contado o porque le parece que eso es así.

Cierto es que a la sociedad las Farc no les gusta. Más de medio siglo de conflicto con el Estado, y con una sociedad de por medio que ha tenido que pagar los horrores de la guerra, tiene que dejar muchas secuelas y odios.

Aunque en el plebiscito no se estaba preguntado por el odio, sino de la posibilidad de que la sociedad por más de doscientos años de guerra por fin tuviera un poco de sosiego, de tranquilidad, la democracia optó por el camino equivocado.

Pero más allá de lo planteado hay algo que en Colombia no está funcionando y la pregunta es sí a la sociedad colombiana podría dársele el calificativo de moderna.

Aunque Colombia ha avanzado en el papel, en las leyes, el problema fue que quisimos volverla moderna a las malas y no a través de la educación. Tan así que, pese a que el Estado colombiano es laico, la religión sigue teniendo el monopolio de la educación de los colombianos. Esta manera de educar a la sociedad es lo que permite que su mentalidad siga anclada al siglo XIX. Una sociedad premoderna como la nuestra es un peligro pues sería presa de populismos tanto de derecha como de izquierda.

Fue lo que aconteció el pasado 2 de octubre con el plebiscito para refrendar el Acuerdo de La Habana. El analfabetismo político del pueblo permitió que los comentarios ligeros cruzados por mentiras y engaños de cualquier pastor de iglesia calaran más que los infinitos artículos de jurisconsultos, filósofos e intelectuales expertos en asuntos jurídicos.

Una sociedad que es incapaz de reconocer a sus interlocutores válidos, es una sociedad que está condenada a vivir en el ostracismo, en el oscurantismo de las ideas. Esta es la tragedia por la que está pasando actualmente la sociedad colombiana que, atrapada en un relativismo exagerado de ideas, está convencida que tiene la patente de corzo para expresarse de cualquier modo.

Si así se comporta el pueblo analfabeto, otro es el comportamiento de las elites cuando se sienten excluidas.

Si Colombia no ha conocido la paz seguramente es porque el grueso de su sociedad poco le ha importado. Visto de este modo la paz sería tema del país político y no del grueso de la sociedad, así esta sea llamada para que se exprese en las urnas como sucedió el pasado 2 de octubre.

El siglo XIX  fue un siglo de permanente guerras civiles que nunca conoció la paz. Al grueso de la sociedad nunca le importó el devenir del país. La paz la hacían las elites políticas y guerreristas,  y cuando una fracción de ella no estaba de acuerdo con lo pactado, se armaban de nuevo hasta los dientes para emprender una nueva guerra. Esta fue la tragedia que vivió el siglo XIX.

Podríamos decir que el siglo XX y lo que va del siglo XXI ha sido, y es, un remedo del siglo XIX. Lo pactado en La Habana fue un acuerdo entre elites. Las Farc, por un  lado, y el gobierno, por el otro.

No obstante, diversos sectores sociales que se sintieron excluidos, movieron a sus bases para que se pronunciaran en contra del plebiscito generando más que una opinión jurídica un hecho político. Es decir, el pasado 2 de octubre, el pueblo se expresó políticamente más no jurídicamente.

Ahora bien, si los efectos de este hecho político  son contrarios a la sapiencia jurídica es un deber del Estado someterlo a lo que dice la Constitución. La explicación es muy sencilla. No estamos en los tiempos de Rousseau y de la Revolución Francesa donde la voluntad del pueblo era absoluta. Hoy en día no todo lo que dice el pueblo es palabra de Dios.

Por fortuna la jurisprudencia internacional ha sometido a los Estados a cumplir  con ese ordenamiento jurídico. El Acuerdo de La Habana, dicho por eminentes juristas internacionales, tiene esa virtud. Por tanto lo acordado por el gobierno y las Farc no se puede entender como un desconocimiento de ese orden internacional, sino que está acorde con el.

Por tanto, el Estado y sus poderes que lo conforman —incluyendo esas elites excluidas— deberían acatar y refrendar lo pactado en La Habana. Sin embargo, el hecho político podría dar al lastre con el Acuerdo de La Habana y volver de nuevo al infierno de la guerra.

jueves, septiembre 08, 2016

Era mucho el miedo

Armando Moreno Sandoval

Armero en la narrativa literaria del siglo XXI

Alejada de toda etiqueta feminista, Gloria Inés Peláez, antropóloga y novelista manizalita, nos trae un cuadro poliédrico social del norte del Tolima a través de su segunda novela Era mucho el miedo.

Alejada también, como ella misma lo confiesa, de los mercados editoriales, pues escribe por el placer de escribir y de este modo alejar los fantasmas que lleva dentro, su narrativa ha ido imponiéndose poco a poco dentro de un público lector que cada día la valora más por su calidad literaria que, por los inciensos que se insuflan en las reseñas de libros a merced del mercado.

Es posible que algún despistado lector sin haber leído Era mucho el miedo tilde la novela de provinciana. No debemos olvidar que la tarea de quien se aprecie escritor, es el de crear y dar cuenta de simbolismos universales a partir de lo local.

Ese es el legado y la tarea que nos han dejado los grandes maestros de la literatura. Que sería del maestro de los maestros, el estadounidense William Faulkner sin su aldea Yoknapatawpha o el colombiano Gabriel García Márquez sin su Macondo, o, este otro maestro de maestros, el polaco nacionalizado inglés Joseph Conrad, un grande de la literatura, cuyos tramas y personajes transcurren en espacios cerrados pero, sobre todo, abiertos a la imaginación.

Era mucho el miedo es una novela conmovedora, bellamente escrita, pero, sobre todo, excesivamente actual. A través de Adelita, su personaje central, la escritora va desempolvando un cuadro social que, sin caer en la cursilería y el lloriqueo, nos trae a cuenta las violencias, los desasosiegos del alma humana, los fantasmas recurrentes del inconsciente como la que encarna su madre que, en una perenne evocación de su Armero amado, se niega a borrarlo de su memoria.

Este cuadro de la memoria representada en su madre que se niega a enterrar a Amero, contrasta con el tiempo antropológico de su hija y de su media hermana —la prostituta avalanchera salida de la Casa de la Muñecas—, que, asumiendo el desplazamiento como opción de vida y de sobrevivencia terminan recorriendo las calles del Barrio Santafé en Bogotá en medio de burdeles, transexuales, gays, putas de mala leche y ladrones.

Aunque el norte del Tolima después de la avalancha de Armero en 1985 ha dado origen a una narrativa que podríamos llamar “avalanchera” y oportunista, es, con esta novela, Era mucho el miedo, que, sin lugar a dudas, el norte del Tolima, adquiere una nueva factura narrativa.

En esta novela la escritora también nos recrea las relaciones de poder que genera una institución como la familia, la política premoderna como el gamonalato, el caciquismo y el favor, o, el poder de las relaciones sexuales dominantes y dominadas; y que decir de las familias disfuncionales como la que representa la misma progenie de Adelita y la de su padre rico y terrateniente mujeriego venido a menos.

Más allá de este cuadro social que aún persiste a caballo entre la modernidad y premodernidad está también la cultura popular. Es el caso del “Toro de Oro” que comandó la avalancha para arrasar con Armero pero, sobre todo, la lectura que nos hace del tiempo rural del norte tolimense con una mentalidad lenta y premoderna atada a las creencias populares, al folclor mágico y a los maleficios; y que contrasta con un tiempo veloz que genera la urbe como sinónimo de modernidad. De una ciudad que no se detiene, que cambia día a día, pero, que para sobrevivir, hay que empeñar el alma. Cuadro desgarrador y contradictorio que es el signo o la marca de millares de familias colombianas.

Es en este contraste premoderno y moderno donde el lector podrá encontrar con sabia maestría los ritmos sociales, temporales y espaciales en que siempre se encuentran atrapadas las sociedades.

En un país donde la narrativa de los hombres es más visibilizada que la de las mujeres, bien vale tener en cuenta y leer Era mucho el miedo. Pues, como dice la misma escritora, lo que hizo fue ficcionalizar los hechos que transcurren en el último cuarto del siglo XX y que arranca precisamente desde la avalancha que sepultó Armero en noviembre de 1985.

jueves, agosto 11, 2016

Mariquita: 25 siglos de Historia

Armando Moreno Sandoval (Compilador)

Introducción

Mariquita: 25 siglos de Historia es una monografía sui generis pues rompe con las maneras tradicionales de concebirlas. Lo más sencillo hubiese sido que, con la formación académica que poseo y con el oficio de investigador que he ejercido durante décadas, y con el acervo documental que existe sobre Mariquita, me sentara y la escribiera en unos cuantos meses. O que alguien la escribiera dando su propia versión sobre lo que ha sido Mariquita en la historia.

Pero con el paso de los años, y con los nuevos aportes teóricos en el campo de la filosofía y de la teoría histórica, me llevaron a dudar que lo más indicado no era hacer una monografía tradicional. Entonces la vieja idea que tenía en mente fue cambiada por una nueva. Pensé, entonces, que la historia de Mariquita no podía ser la versión de una sola persona, sino que esta debía construirse con la participación de todo aquel que había tenido alguna relación con Mariquita. Que debía darle participación a quienes la habían historiado.

Por eso el lector debe entender que lo que tiene es una selección documental que, a mi parecer, fueron los que más se ajustaron al propósito que tenía en mente: cual era el de hacer una monografía partiendo de lo que los antropólogos llaman los géneros de la memoria.

Esta es la explicación  del por qué el lector podrá encontrar... (continúa)




miércoles, junio 29, 2016

Milciades Garavito Wheeler: compositor prolífico

Armando Moreno Sandoval

Creador de la Rumba Criolla y autor de la Mariqutieña
Fresno (Tolima), julio 25 de 1901 - Bogotá, abril 23 de 1953

Ha llegado la hora que en el norte del Tolima, bien sea en el Fresno, Mariquita u Honda, erijan una estatua a uno de los más grandes compositores que ha dado Colombia y el Tolima: Milciades Garavito Wheeler.

Los datos biográficos sobre la familia Garavito es confusa. La mayoría de los escritos se reproducen sin aportar nada nuevo y, como si no bastara con lo anterior, también se contradicen.  Una corroboración a lo mencionado son los textos de Helio Fabio González Pacheco y la reseña  que se encuentra en el libro Músicos del Tolima Siglo XX editado por el escritor Carlos Orlando Pardo.

No obstante, de la familia de Milciades Garavito Wheeler se sabe que sus progenitores Milciades Garavito Sierra y doña Inés Wheeler vivieron en Fresno y Mariquita. En 1906 Garavito Sierra siendo personero en Mariquita es, junto con Carlos Arturo Hutchings —Superintendente de los trabajos del ferrocarril de La Dorada—, los gestores del actual ordenamiento urbano en Mariquita.

La otra familia Garavito Wheeler que vivió en Mariquita fueron Luis D. Garavito y su esposa Lila Wheeler, quienes en la década del 30 del siglo XX fundarían y dirigirían el Instituto Comercial ubicado en el barrio La Estación.

Milciades Garavito Wheeler
Milciades Garavito Wheeler nació en Fresno (Tolima) el 25 de julio de 1901. A los 19 años fue nombrado Director de La Banda de La Palma, (Cundinamarca). La agrupación más buscada, contratada y apetecida por la ejecución brillante de los aires más alegres de la época, como el bambuco y e1 pasillo.

En 1921 la familia Garavito, en cabeza de su padre,  se traslada a Honda con motivo de su nombramiento como Director de la Banda de esa municipalidad. En Honda conforman el Cuarteto de Los Garavito. Con el padre en el piano, Milciades en la flauta, Alfonso en el violín y Julio en el contrabajo al poco tiempo darían paso a la afamada, por ese entonces, Orquesta Garavito.

Milciades Garavito Wheeler fue un compositor prolífico. Con la Mariquiteña acuñó el ritmo  la Rumba Criolla quien fue su inventor. Estando la Rumba Criolla en su máximo esplendor, en 1934 se trasladan a Bogotá.

La Mariquiteña por un Acuerdo del concejo municipal de Mariquita —el 014 de 1997 de junio 16— le dieron estatus de himno.

Respecto al origen de la Mariquiteña cada quien quiere dar su versión generando alguna confusión. Aunque sus críticos musicales no señalan las fuentes de dónde provienen sus afirmaciones, existe, eso sí, la versión de Henry Patiño Pulido mucho más creíble que lo que dicen sus biógrafos de tinta y papel.

La Rumba Criolla la Mariquiteña tiene que ver con Demetrio Viana llamado algunas veces, a consecuencia de una inyección mal aplicada, “El Cojo” y en otras ocasiones “Chispa”, seguramente por su forma de ser y por tener una lengua versátil en apuntes y de buen humor. Tal fue la amistad de Demetrio con Milciades Garavito Wheeler  que en honor a ese afecto le compuso “Chispa”.

Los lectores se preguntaran a qué viene el nombre de Demetrio Viana. La
Facsímil de La Mariquiteña
historia es esta: “El Cojo” Viana le relató a Henry Patiño,  su amigo íntimo de tragos y parrandas que, por los años de 1964-1965, en una tarde de esas obscuras que se dan en Ibagué, tomando tinto en un café de los alrededores del parque Murillo Toro, el entonces diputado Patiño le preguntó al “Cojo” Viana si él sabía algo sobre el origen de la Mariquiteña.

Relata Henry Patiño que la amistad del “Cojo” Viana con Milciades Garavito era tal que, una noche de esas que presagian aguacero, Milciades le dijo al “Cojo”: acompáñame  a darle una serenata a mi “traga maluca”. Compraron el aguardiente llamado “tapetusa” y juntos caminaron a la morada de la “traga maluca”. El “Cojo” Viana no tenía idea de lo que momentos después habría de suceder.

La vía hacia Armero, en vez de la actual carretera, salía por los sitios de Pantanogrande y La Puerquera. Era un callejón bordeado a ambos lados por árboles de matarratón. Caminando bajo goterones y entre trago y trago llegaron a donde la “traga maluca” en La Puerquera.  Milciades Garavito, en medio de un torrencial aguacero y con los tragos ya subidos a la cabeza, y mientras sus dedos rasgaban las cuerdas de su guitarra  iba entonando los versos de la canción que dice así:

“Eres mi princesita linda Mariquiteña
con hermosos ojos y garboso andar,
resaltan tus gracias como si fuera limeña
y eres tan picante, ardiente cual rayo solar.

No podré dejar de quererte con ardor
tu no sabes cómo despierta mi pasión
y si tu no quieres mirarme con amor
tus divinos ojos serán mi perdición

Eres mi princesita linda… (bis)!

Mientras tanto, la muchacha, al ritmo de la Rumba Criolla iba abriendo lentamente una de las hojas de la ventana.

Así fue naciendo la Mariquiteña, diría Henry Patiño. Y agregándole otro dato, señaló:

—“Él estaba enamorado de la muchacha, y la inspiración fue esa misma noche”.

Dice Patiño  que así fue como se lo relató el “Cojo” Viana.

Milciades Garavito Wheeler murió el 23 de abril de 1953 en Bogotá. Un aniversario más de su muerte que pasó desapercibido y qué bueno sería no volver a olvidar.

miércoles, junio 01, 2016

El moribundo bosque del sabio José Celestino Mutis

Armando Moreno Sandoval

Transcurría el año de 1925 cuando la alcaldía de Mariquita tomó la iniciativa de adquirir las fincas Constanza y El Horizonte. El propósito preservar los nacimientos de las quebradas El Peñón y San Juan —el acueducto municipal dependía de esas quebradas—

Décadas después, el 19 de diciembre de 1960, el entonces Ministerio de Agricultura sacaría la resolución 1240, cuyo título “…reserva forestal protectora de las quebradas El Peñón y San Juan” pareciera que hubiese sido pensado para otros tiempos.

La resolución tenía como fin conservar las especies y proteger el territorio que a finales del siglo XVIII había tenido como laboratorio vivo en Mariquita (Tolima) el naturalista José Celestino Mutis. La intención terminaría siendo loable en el papel. Pues con el correr de los tiempos de las 637 hectáreas que habían sido demarcadas a punta de compas y regla, serían lentamente cercenadas hasta llegar a la cifra de 90 hectáreas.

José Orlando Velásquez
José Orlando Velásquez, autodidacta en Ciencias Naturales, y conocedor de lo que ha pasado con la reserva y lo que está pasando con el bosque, sin tapujos en la lengua, afirma que la tala de árboles, la invasión humana a causa de la violencia y los desplazamientos forzados, la pobreza, el deseo de tener rancho propio y los políticos que quieren obtener votos, han hecho del bosque una piñata con un costo muy alto para su sobrevivencia.

Quebradas como la Ínsula, Cristogalopes, La Figueroa, El Peñón y San Juan, que nacen dentro de la reserva, prácticamente son un recuerdo. Son hilillos que arrastran aguas muertas nauseabundas. El ave Corocola que buscaba caracoles y cangrejos no ha vuelto. La mojarra, la sardina, el jacho, el tuso y el cucho solo existen en los informes de antaño. Al igual que la fauna ictiológica también han desaparecido el oso hormiguero, el cuerpo espín, las culebras, las lagartijas, ranas y sapos; solo se resisten a desaparecer las hormigas y uno que otro pájaro que de vez en cuando le da por posarse en la copa de algún árbol también moribundo.

“El futuro del Bosque Húmedo Tropical (Bh-t) es incierto”, dice con su voz cansada el naturalista Velásquez. Y no es para menos. El mico tití y el mico de noche con sus gestos, expresiones y señales sonoras son cosas del ayer. El almendrón, el arrayán colorado y blanco, al igual que el gualanday, árboles nativos del bosque, están siendo derribados por el machete y el hacha del invasor

Pasiflora mariquitensis

Aunque los quebrantos de salud al naturalista Velásquez lo están alejando poco a poco del bosque, entre los  recuerdos más gratos como cazador de especies en extinción está la mañana del mes de abril de 2004 cuando científicos del Centro Interamericano  de Agricultura Tropical, que andaban haciendo estudios cromosomáticos de especies vegetales para elaborar una nueva taxonomía mundial, llegaban a Mariquita en busca de la Pasiflora mariquitensis.

Para los hombres de ciencia las referencias de la Pasiflora mariquitensis eran históricas. Se remontan a finales de septiembre de 1783 cuando un herbolario bajo las órdenes de Eloy Valenzuela se le apareció con un bejuco que sus ojos nunca antes había visto. En el Diario personal de Valenzuela se lee que la descripción que hizo del bejuco el 1 de octubre de 1783 fue un poco despectiva, pues se refirió como un “varejón reclinado en el suelo”.

Casi un año después, en septiembre de 1784, nuevos bejucos llegarían a las manos del sabio y naturalista José Celestino Mutis. La primera impresión que tuvo fue que se parecía a la “planta de caprafayle” que había conocido y estudiado años antes cuando había estado en las minas del Real del Sapo, cerca de Ibagué.

Mutis al estudiar cuidadosamente los bejucos que le había recogido su herbolario y, después de una confrontación minuciosa con los caracteres de las demás pasifloras que hasta entonces habían descrito, el 11 de octubre de 1784 llega a la conclusión de que se trataba de una nueva especie, la llamó Pasiflora mariquitensis.

La llegada de los botánicos y científicos, al naturalista empírico Velásquez  le llenó de alegría. Pues él, como muchos otros, había estado a la caza de la mariquitensis sin ningún éxito.

En primer lugar, porque la única referencia de su existencia eran los dibujos que había hecho Francisco Javier Matiz el 5 de octubre de 1784 y que solo fueron dados a conocer al público en 1955 cuando se publicó el tomo XXVII correspondiente a las pasiflora y begoniaceas. En segundo lugar, siendo la planta endógena de los alrededores de Mariquita, era muy posible que la tala desaforada de bosques la hubiesen llevado a su extinción. Por último, a diferencia de otras pasifloras cuyo fruto tienen nombre vulgar, como la badea o la gulupa, el fruto de la mariquitensis aún no tiene. Situación ésta que, seguramente, la llevó a ser vista como una maleza a desyerbar y sin ningún valor nutritivo para el consumo humano.

No obstante, ese abril de 2004 la suerte estaría a su lado. Después de varios días de exhaustiva búsqueda por los bosques que rodean las riberas del río Magdalena, desde Ambalema hasta Honda, y de rastrear el bosque de Mariquita y las vegas del río Gualí por fin se toparía con la Pasiflora mariquitensis.

Su redescubrimiento no fue del todo visto con buenos ojos. Entre consternación y alegría,  la mariquitensis era una especie en vía de extinción, solo habían hallado cuatro bejucos. No obstante, la ciencia y la tecnología están a favor de la Pasiflora mariquitensis. Sus cromosomas fueron conservados en los laboratorios del Centro Interamericano de Agricultura Tropical. Si algún día llegara a desaparecer estaría la posibilidad de una reproducción in vitro.

Existe la esperanza que algún día el fruto de la mariquitensis comparta vitrina en los supermercados y tiendas con otras frutas. Aún queda el reto de darle nombre vulgar al fruto que, por cosas de la vida, aún no tiene.

Meses después, el 6 de agosto de 2004, rayando el alba, el botánico Velásquez salió de su casa rumbo a la serranía de Lumbí. Caminando por la margen derecha de la quebrada Caimital tuvo la suerte de toparse con una flor blanca. Al observarla lelamente pudo percatarse que tenía un morado suave en su cáliz en forma de encaje. Sintió que su corazón se llenaba nuevamente de alegría. Había redescubierto, sin quererlo, dos ejemplares de la Pasiflora foetida que Mutis había descubierto en suelo mariquiteño en 1790, es decir, unos pocos meses antes de partir para Bogotá,  y que en Colombia se creía que había desaparecido porque nadie había vuelto hablar de ella.

Con semejante hallazgo tomó uno de los bejucos, lo desenterró y cargó con el desde la pata del cerro de Lumbí hasta el solar de su  casa, en el centro de Mariquita, donde lo trasplantó. Con tan mala suerte que al cabo de pocos días la planta moriría.

Cuando le preguntan por la Pasiflora foetida, recuerda que  está resguardada con otras 32 especies de foetidas. Cree él que, a lo mejor, los científicos colombianos que en ese entonces se ocupaban en clasificarlas taxonómicamente a través de la química y de la biología molecular se les haya ocurrido una reproducción in vitro y la tengan viva y florecida.

Bosque sin dolientes

El tiempo pasa y el bosque ya no tiene dolientes como ayer. El botánico Velásquez, Anita Machado y Esther Julia Cárdenas, quienes lucharon por su conservación por décadas, sus fuerzas con el paso de los años han empezado a  menguarse. Por ahora, no hay quién los reemplace.

Seguramente las generaciones del futuro tendrán que contentarse con el Herbario Fotográfico que compiló con paciencia el botánico Velásquez. Pero sí alguien quiere enterarse que en el siglo XX hubo un bosque en los alrededores de Mariquita tendrá que recurrir al archivo que celosamente conserva Esther Julia Cárdenas o las notas de auxilio que reseñaba Anita Machado en su periódico La Caldera del Diablo.

Así a lo mariquiteños  le retumbe todo a Mutis: plaza Mutis, escuela Mutis, panadería Mutis o parque Mutis, es una evocación de profunda hipocresía.

A las instituciones del gobierno nacional y las alcaldías municipales, el bosque les ha importado un bledo. Y qué mejor que el siglo XX como testigo de los vejámenes cometidos contra el bosque.

Bosque Municipal de Mariquita
La tradición oral recuerda que en la década del 70, un individuo chiquito y regordete con lentes de “culo” de botella llamado Alfredo Fernández, y por ese entonces personero, le da la primera estocada al bosque. A una fulana apodada María la Brava, el personero, en un gesto de gratitud por los favores prestados le concede el permiso de instalación de una caseta de baratijas al lado de una ceiba centenaria. El futuro del bosque empezaría a estar en entredicho. María la Brava se convertiría en una especie de matrona de los posteriores devastadores del bosque.

Se dice que como homenaje a tan semejante atentado ecológico, el tugurio en ciernes llevaría el apellido de su promotor: Barrio Fernández. Aunque años después sus pobladores fueron reubicados en la zona  plana del municipio, los mismos beneficiados venderían sus tugurios a otros necesitados, frustrándose así la preservación del bosque.

Con este ejemplo a seguir las invasiones proseguirían. La desgracia para el bosque no solo vendría de quienes viendo la oportunidad de hacerse a un pedazo de tierra lo tomaban, sino de la misma administración municipal.

En 1976 la alcaldía, con la venía del concejo y de los gamonales de la época, haría del bosque un botín político al otorgar permisos para  talar el bosque e instalar de nuevos tugurios.

No contento con lo hecho, la  mismísima alcaldía en el año de 1977 cede casi que la mitad de la reserva a una familia —304 hectáreas para ser exactos—, el pretexto impulsar una industria apícola. Ayer como hoy, la corrupción hace figurar cuatro hectáreas y tras esa triquiñuela administrativa, la familia vende y los terrenos cambian de dueño con sentido comercial.

Como sucede siempre en Colombia, que los gobernantes se creen dueño de lo público, en un acto carnavalesco y macondiano, el concejo municipal para no quedarse atrás, eleva a ejido la reserva forestal y de este modo legalizar su venta.

Si el gobierno municipal ha sido promotor de la destrucción del bosque, las iniciativas por parte del gobierno nacional han sido frustrantes. El embeleco de la II Expedición Botánica en 1983, patrocinada por el gobierno del expresidente Belisario Betancur, solo sirvió para remodelar una casa colonial que hoy día tiene una misión diferente al legado de Mutis.

Otro engaño ha sido la Ruta Mutis, se gastaron millones de pesos por camionadas y de eso solo queda vallas desteñidas.

Los canelos de Mutis

Hasta los esfuerzos individuales dejados desde los tiempos de Mutis también han sido en vano. Los 12 canelos que plantó  antes de partir para Bogotá, y que llegaron a vivir más de 100 años, de ellos no existe ningún vestigio.

Ricardo Galvis y el árbol de Canelo
Otro grupo de canelos que fueron plantados a comienzos del siglo XX por un tal Moisés Pacheco en 1934 fueron destruidos por el alcalde de la época. De no ser porque Ricardo Galvis a comienzos del siglo XX le pico el bicho de recoger cuanta semilla de canelo encontrara, la estirpe de los arbolitos de Mutis hubiese desaparecido.

De esas semillas de canelo que protegió Galvis, son las que don Francisco Ávila sembró en su casa. Y son de la misma estirpe que plantó Hernando, su hijo, en la Granja Municipal para conmemorar los 200 años de la muerte de Mutis, pero que las hormigas arrieras  arrasarían ante la mirada cómplice del alcalde de turno.

Ante tanta desidia y un pasado que se parece más a la sombra de la muerte, el forastero o transeúnte desprevenido que esté en el atrio del Señor de la Ermita, al mirar hacia el poniente podrá toparse con un cerro aun verde en forma de cono y un camino sinuoso que se estira bordeado de casuchas, casas a medio hacer, casaquintas, peladeros, motos, carros, ciclas o cualesquier transeúnte arrastrando un par de chancletas. Ese es el cerro de Santa Catalina coronado por una cruz y que la tradición oral lo llama  a secas el Bosque Municipal.

A pesar de que  la tradición cuenta que, por ese cerro que va de un relieve ondulado a uno  quebrado, y con una altitud que va de los 600 a 950 msnm caminó el naturalista José Celestino Mutis, quienes conocieron y anduvieron por el bosque  hace 40 años coinciden en afirmar que el frío y la obscuridad desaparecieron.

Esther Julia Cárdenas
El bosque de hoy día es desvencijado y caliente. La tala desaforada ha secado las quebradas y consigo la humedad de los suelos, acabando de un tajo con el hábitat del higuerón,  las piñuelas, el yarumo y los bejucos donde pende la Aristolochia mariquitensis

Pues al Museo viviente del sabio Mutis como lo llaman algunos, o, quienes dicen que es un Patrimonio Cultural, Histórico y Ambiental, seguramente, si no se hace algo, en un futuro no muy lejano solo se hablará del Bosque Municipal a través del recuerdo de quienes fueron sus dolientes y custodios más cercanos: José Orlando Velásquez, Anita Machado y Esther Julia Cárdenas.

A pesar de que el bosque tiene camionadas de investigaciones e informes, la realidad es que el bosque se está muriendo. Solo se salva si lo dejan quieto y sacan al ser humano de sus predios.

miércoles, mayo 11, 2016

La Plaza Mayor de Mariquita

Armando Moreno Sandoval

En Mariquita coinciden en afirmar que fue en la administración de Juan Carlos Acero (2008-2011) que se consiguieron los recursos para remodelar la Plaza Mayor, hoy Plaza de Armas José Celestino Mutis y que nadie sabe cuáles fueron las razones para cambiarle de nombre.

No obstante, fue necesario que funcionarios del Ministerio de Cultura vinieran a Mariquita, hicieran reuniones con la comunidad y les preguntaran cómo querían que  quedara su Plaza Mayor.

Plaza Mayor de Mariquita. Iglesia San Sebastián
Y así fue, que, después de varias reuniones y con los apuntes que hicieron en sus libretas, y después de varios meses de trabajo en Bogotá, llegarían con una maqueta cuyo diseño gustó a unos y disgustó a otros. La maqueta fue socializada y con el correr del tiempo y sin ninguna objeción el diseño fue aceptado.

Con más de 1.000 millones de pesos guardados en alguna cuenta oficial solo faltaba que llegaran los obreros, las volquetas, los taladros, las palas, las picas y cuanta herramienta se necesitara para que arrancara la obra.

Los rumores sobre el inicio de la obra iban y venían. La población estaba contenta y dichosa, pues por fin le iban a dar una nueva cara a la entonces Plaza Mayor, y que años atrás había sido un muladar hediendo adornada por la caca de mariquiteños, forasteros y transeúntes.

El exalcalde Bohórquez

Como en Colombia la gestión de lo público es lento y engorroso, tocó esperar hasta el último año de la alcaldía de Álvaro Bohórquez para ver las primeras volquetas atravesar la Plaza Mayor.

El ruido de volquetas, cargadores y motoniveladoras presagiaba que la obra estaría terminada en un dos por tres, como dicen los colombianos cuando tienen afán y quieren que una obra se termine así sea a las patadas.

El hoy exalcalde Bohórquez con su caminar campechano se frotaba las manos y con una sonrisa de oreja a oreja mandó a colgar un pendón en el mismísimo ventanal del despacho de la alcaldía. Quería demostrarle a sus contradictores, principalmente al periodista Iván Vega, que con él las cosas no era echando paja, sino haciendo. Quería callarles la boca a sus críticos, a quienes decían que su gestión había sido de una ineptitud e incapacidad descomunal.

Plaza Mayor, un día domingo
Lo escrito en el pendón tendría un efecto bumerán. En las calles se comentaba que ese no era el lenguaje que debía utilizar un alcalde. Si la oposición, o sus enemigos como él los llamaba, se habían equivocado en las críticas, esa no era la manera de responderles.  

Pasaron los días y el ruido de las volquetas y excavadoras seguían con su ritmo veloz y desaforado. Cuanto antes había que terminar la obra, o, si por cosas del destino no se podía entregar, por lo menos que estuviese bien avanzada pues había un motivo mayor: se avecinaba las elecciones del 25 de octubre. Había que ganarlas fuera como fuera, necesitaba tener un fortín político, pues, el exalcalde Bohórquez se distanciaba políticamente del representante a la cámara Jaime Yepes.

Hecho el divorcio con el representante Yepes, y al quedarse solo ladrándole a la luna se ve en la obligación de apoyar a Juan Carlos Castaño, y que en círculos cerrados y en palabras de él lo llama el “candidato prestado”.

No confiando en el triunfo del “candidato prestado” lo único que le quedaba para mostrar en el futuro era la nueva cara de la Plaza Mayor.

Arqueología preventiva

Mientras tanto el rumor se apodera de las calles dando cuenta de las mil versiones que se tiene sobre la obra. El ruido del parque automotor y los gritos de los trabajadores se escuchan sin cesar. No obstante los  mariquiteños desconocían la existencia de una ley que ordena que cuando se hacen obras civiles, el Estado, y si ello lo amerita, debe hacerse arqueología preventiva y que por principio debe hacerse antes de emprender la obra.

Preocupados los ingenieros corren a la Universidad del Tolima y preguntan quién puede ayudarles. Se les olvida que en Colombia quienes hacen arqueología son los antropólogos, y que en Mariquita uno está muerto y el otro vivo, y terminan contratando a Daniel Ramírez, un Magister en Conflicto, Territorio y Cultura.

Contratado por los ingenieros de la obra y pagado con dineros del proyecto, y tras unos días de espera, el señor Ramírez llega a la Plaza de Mariquita. Entre el 20 y 28 de septiembre de 2015 los transeúntes ven trabajadores ajenos a la obra. Los ven con el rabo levantado sacando tierra de unos huecos que llaman pozos de sondeos. Los ven recogiendo pedazos  de vidrios, de botellas, y de tejas, etc, etc, y que en el lenguaje de la gente llaman chucherías pero que, para el  arqueólogo, seguramente son muy importantes.

Pero lo que los mariquiteños y los ingenieros encargados de la obra  no saben es que el encargado de llevar a cabo la arqueología preventiva, mientras recoge los vestigios materiales, puede paralizar la obra. Y así sucedió.

Plaza con toldos
Las volquetas, las retros y excavadoras se silencian. Los obreros no vuelven a la obra. La Plaza Mayor se torna en un cementerio, las campanas de la iglesia San Sebastián dejan de tañer, y la voz del párroco de vez en cuando se escucha. Solo los funcionarios de la alcaldía de cuando en cuando salen y miran. Atónitos se preguntan qué ha pasado.

Cuando la gente se pregunta qué pasa, la respuesta de los medios entendidos en el asunto es simple: están esperando la respuesta del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, conocido como el Icanh.

Aunque vieron al señor Ramírez hablando con transeúntes de la Plaza, nadie sabe qué escribió en el informe que envió al Icanh. Algunos afirman que ese informe que tenía que haberse socializado con la comunidad es pasado de agache; y que solo el Icanh y los ingenieros saben qué fue lo que  encontró y qué fue lo que escribió. En todo caso, la socialización con la comunidad no se dio.

Los meses pasan y la gente entretanto comienza hacerle rotos al enmallado verde que bordea los cuatro costados de la Plaza. Miran hacia adentro y ven que está hecha un revoltijo, la han patasarribiado. Lo único que ven es la frondosa ceiba y el obelisco hecho con las piedras de la casa donde murió Gonzalo Jiménez de Quesada.

La sabiduría popular comienza a murmurar que la obra se paralizó porque los responsables de la obra, comenzado por el exalcalde, posiblemente se guardaron las morrocotas de oro halladas en una excavación.

Lo que no sabían los mariquiteños y los ingenieros encargados de la obra era que el arqueólogo podía alargar el “chico” de las excavaciones. Pues tiene la potestad de sugerir al ente que valora el informe —en este caso la sección de arqueología del Icanh—, una excavación más exhaustiva que llaman de salvamento.

Informes aislados y parcializados

Algunos insisten que la escritura de esos informes debería  haber salido de un consenso con la comunidad, tal como hoy en día sugiere algunas corrientes de las Ciencias Sociales como la Antropología Dialógica, que pone en entredicho el escrito y la voz de quien se aboga el derecho de representar la comunidad.

Lo más grave de los informes consiste de que se escribieron sin tener en cuenta el conocimiento que sobre la Plaza tiene la tradición oral y la “sabiduría” popular; es decir pasó de agache las observaciones de la comunidad.

Tras más de seis meses de parálisis de la obra —desde septiembre de 2015 a abril de 2016— y con la “malicia indígena” que caracteriza a nuestro pueblo, varias preocupaciones han comenzado a surgir. Que si el retraso de la obra implica replantear el presupuesto inicial, y si ello es así, quién lo va a pagar: el Ministerio de Cultura, el municipio de Mariquita, la Gobernación del Tolima, el gobierno del presidente Santos, o quién.

Otra preocupación es sobre el diseño original. Pues una excavación como la gente cree que van a hacer implicaría cambiar el diseño original. Lo que le choca a la gente es que sería una decisión unilateral pues el diseño con que arrancó la obra fue de consenso con la comunidad, por tanto, sería un exabrupto desconocerla.

La obra está paralizada y, hasta el día de hoy, ni el exalcalde Bohórquez, ni el encargado de la obra, ni el que hizo los pozos de sondeo han tenido la entereza de informarle a la comunidad qué fue lo que pasó con la Plaza Mayor. Mucho menos el interventor.

Los concejales que son los representantes de la comunidad no han dicho ni pío. El concejal Carlos Julio Díaz ha dicho con cara de bravo que él si va a actuar. Amparado en la Constitución dice que enviará un derecho de petición a las personas y entidades que, hasta al momento, han hecho mutis de lo que está sucediendo con la Plaza Mayor. Esperemos que pasen los días y que demuestre de  lo que es capaz.

Los mariquiteños creen que a la Plaza Mayor le podrá pasar lo mismo que al Panóptico de Ibagué, pues desde que el entonces presidente Andrés Pastrana  avaló y dio los recursos aun las obras no se han podido terminar. Eso fue en el siglo XX.

En Mariquita, preocupados de que se convierta en un segundo Panóptico, hay quienes señalan como el responsable del atraso de las obras al señor Daniel Ramírez; pues creen que la demora está asociada a los informes que presentó ante el Icanh; pero lo que más les preocupa es que no saben qué hizo, qué encontró y qué escribió.


Ahora la gente tiene guardadas las esperanzas en su nuevo alcalde: el señor Alejandro Galindo. Esperemos…