El Puente, Honda. Año II, No 128, marzo de 2010.
Editorial.
Muchos países con régimen presidencialista tienen en sus Constituciones la reelección, comenzando por los Estados Unidos a la cabeza. Lo que no encaja en quienes entienden de lo que debe ser un Estado de Derecho, es que alguien con el poder que da un régimen presidencialista lo utilice para perpetuarse en el poder.
En el caso de Colombia diversas han sido las interpretaciones que se han hecho, sobre todo con el referéndum. Pues algunos argumentan que el presidente si podía alterar las reglas de la Constitución si la voluntad del pueblo así lo quería. Que debía respetarse la voluntad del pueblo. Por eso alegan que la Corte Constitucional no debía haber pasado por alto los 4 millones y pico de firmas.
Algunos analistas piensan que Uribe iba por el camino de la perpetuidad. Otros argumentan que lo que él necesitaba era otros cuatros años para cumplir la tarea que se había propuesto. Cualquiera que sea las razones, la Corte Constitucional en su sabiduría jurídica argumentó que ello estaba mal y que iba en contra de la Constitución y del Estado de Derecho.
Independiente de las discusiones, con el fallo de la Corte donde se declaró inexequible el proyecto de la reelección ganó Colombia y la democracia. También ganó Latinoamérica. Pues el haberse sometido Uribe al imperio de la ley, le dio un mensaje a Latinoamérica de que el Estado de Derecho no se puede mancillar, ni que el mandatario en el poder puede pasarse por alto los veredictos de los jueces.
Cualquier ciudadano con cuatro dedos de frente sabe que mandatarios como Chávez en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador se están limpiando el trasero con la Constitución. Es más, en nombre de “unas mayorías” están haciendo del Estado de Derecho un hazmerreir.
Este fallo es transcendental para Latinoamérica. Pues el mensaje que se le da a los pueblos es que el poder no es para ejércelo al amaño. Que el poder, además de efímero, tiene unas reglas. Y que solo déspotas como Chávez, Evo Morales, Ortega o Correa hacen maromas denigrantes, como las que están haciendo para perpetuarse en el poder. Así Uribe en su encrucijada haya querido perpetuarse en el poder, acató sin chistar el dictamen de los jueces. Y esa actitud es lo que lo hace diferente a un sátrapa como Chávez o a los hermanitos Castro en Cuba.
De todas las razones que argumentó la Corte para declararlo inconstitucional hay una que debe tenerse muy en cuenta: el transfuguismo. O como dice la voz del pueblo: el voltiarepismo. Es una práctica que molesta y que la sociedad mira con recelo, y que después cobra con el voto. Quienes quieres vivir de la política deben entender que a la sociedad no le gusta que cambien de partido político como si estuvieran cambiando las sábanas de la cama.
Lo que se entrevé en el transfuguismo es la ausencia de una ideología política. En Mariquita como en Honda estos saltos de partido se hacen a menudo. Se acuestan siendo del Polo Democrático y amanecen en el Partido Liberal. O anochecen con el Partido Conservador y terminan en el Liberalismo, y así sucesivamente.
Ejemplos para recordar hay muchos. El de Roy Barreras cuando saltó del Cambio Radical a las filas de la U. O la alharaca que hizo el exalcalde Hernán Cuartas desde la cárcel quien habiendo sido elegido por el liberalismo invitó a votar por un candidato de la U. O lo que hicieron los concejales del Partido Liberal en Honda. Personajes estos que sin ningún escrúpulo terminaron aliándose con un Partido que nada tuvo que ver con su elección. Y así como ellos hay muchos. No vale la pena recordarlos, pues, la sociedad tiene muy en claro quienes son.
En este transfuguismo lo que también es chocante es la manera como los políticos se burlan de los electores. Tratarlos como borregos es faltarle al respeto. Pues la idea que transmiten es que los electores marchan al son que el político canta. Ello no es así. Están muy equivocados los políticos si creen que pueden jugar con los electores.
Desafortunadamente no existe fórmula matemática para medir los apoyos de los tránsfugas. Lo que sí está claro es que quienes hacen estas maromas políticas terminan siendo menospreciados por la sociedad.
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