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jueves, agosto 27, 2009

Padre rico, hijo pobre

Armando Moreno

Publicado en El Puente, Honda, año 10, No 121, julio de 2009

La dinámica de seres humanos yendo y viniendo es lo que hace que el norte del Tolima sea un interesante laboratorio social. Este deambular permitió que desde del siglo XIX algunas familias que llegaron probando “suerte” amasaran grandes fortunas.

El perfil del individuo que llegó a estas tierras fue por lo general pobre, miserable, y sin nada que perder. Al llegar con una mano adelante y otra atrás, la única alternativa que tuvo fue lanzarse a explorar el mundo de las oportunidades.

Algunos lo consiguieron y otros fracasaron. Los que lo lograron hacerse ricos lo hicieron de diferentes maneras: algunos como comerciantes, empresarios o negociantes. Otros robando, secuestrando, contrabandeando, apropiándose de los ejidos y jalándole al abigeato.

De estos primeros inmigrantes — o sea la primera generación—, algunos, alternaron su poder económico con la política. Pero sus hijos y nietos poco les importaron. Prefirieron, en algunos casos, saborear las mieles que deja el poder y la influencia de sus progenitores: puestos burocráticos y la fama que dejó su antepasado pero con la desgracia de ir en camino a ser pobre.

De esos individuos o familias que lograron hacer fortuna, algunos de sus hijos —o sea la segunda generación— pudieron educarse y otros se quedaron viviendo del cuento del apellido y de la fortuna. De esta segunda generación, los que se educaron no volvieron. Y si llegan, vienen de paseo que no es lo mismo que regresar. Se olvidan del oficio y del entorno donde amasó la fortuna su antepasado. Otros fracasan en el intento de querer imitarlos y algunos medianamente triunfan. Y los que se quedan son unos inútiles, por lo general pobres con un titulo universitario debajo del brazo y sin la fortuna de su antepasado. Algunos de estos inútiles le ladran a la luna, soñando que la sociedad le reconozcan lo que ellos creen que son. En este esfuerzo de reconocimiento se olvidan que el norte del Tolima es y será una tierra de constante inmigración.

La tercera generación, o sea los nietos, no hay nada de qué hablar. Sobreviven.

Por lo general, estas familias que fueron ricas, lo fue la primera generación. La segunda —que son los hijos— trataron de medio conservarla o la despilfarraron; y la tercera generación —que son los nietos— terminaron acabando con la riqueza.

Un problema con los descendientes de la segunda y tercera generación es que se creen “raizales”, con raíces vernáculas, con identidad. Se creen que son los “puros”. La antropología social ha demostrado que los individuos que se encierran argumentado “pureza raizal” terminan mirando de reojo y con desconfianza a quienes quieren impulsar los ideales del progreso. Pues sueñan todavía con el burro atravesando la plaza. Les fastidia que lleguen inmigrantes, o como algunos suelen decir, que lleguen “aparecidos”, que hagan dinero y se vuelvan ricos.

Un ejemplo de una sociedad que ha cambiado aceleradamente es Mariquita. El poeta Rafael Pombo a finales del siglo XIX la describió como una “miserable aldea”. Si Mariquita era miserable ¿cómo explicamos su cambio desde finales del siglo XX? La respuesta es sencilla: la migración.

Con Honda a pasado algo parecido pero al revés. De aquella élite comercial y adinerada solo tenemos razón de ella a través de la nostalgia y en los libros. Algunos hondanos creen que a Honda les falta una nueva élite comercial y adinerada como aquella que floreció a comienzos del siglo XX. Lo que aun no entienden algunos hondanos es que esa elite no era raizal sino inmigrante: árabes, alemanes, ingleses, antioqueños, costeños y cundiboyacenses.

Para saber quienes son los pobres de hoy, solo tenemos que preguntarnos por los ricos de ayer. Veremos que sus descendientes de la segunda y tercera generación algunos sobreviven con una mediana riqueza, otros van a ser pobres o están en la miseria.

La sociología norteamericana ha desentrañado que parte de la pobreza en América Latina radica en que no se supo conservar y multiplicar la riqueza de la primera generación. Estos sociólogos han demostrado que las riquezas se evaporaron porque la segunda y tercera generación desconoce el esfuerzo que hizo la primera generación para amasar la fortuna.

Esta es la explicación del por qué en estas sociedades llamadas del Tercer Mundo se da la paradoja de que los ricos de ayer son los pobres de hoy. Pero también es la explicación del por qué, los pobres de hoy pueden ser los ricos del mañana.

Hoy día no podemos hablar de una colonización dirigida como lo fue la española entre los siglos XVI y XVIII, o la antioqueña y cundiboyacense a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Lo que existe ahora es un proceso de inmigración proveniente de todas partes del país. El norte del Tolima debe abrirse y acoger a la gente que trae riqueza.

El derecho a informar

Editorial
Publicado en El Puente, Honda, año 10, No 121, julio de 2009

La muerte a balazos del hipopótamo “Pepe” demuestra la bajeza a que han llegado algunos sectores de la sociedad. No obstante, el alboroto causado a través de los medios de comunicación pareciera que fuera una cortina de humo encaminada a acallar sabrá Dios qué escándalo.

Se sabe hasta la saciedad que algunos medios —ya sea la radio, la TV o la prensa escrita— manipulan la información. Lo peligroso de ello es que la sociedad termine convencida que lo que consume es lo veraz.

Ya sea que el periodismo esté al servicio del poder o de la sociedad, lo que sí es cierto es que la frontera entre los hechos y la opinión es tan débil que no sabe cuándo comienza la noticia y cuando la interpretación de lo acontecido.

Esta frontera tan débil y el deber del periodista por informar es lo que hace que en algunos sectores de la sociedad —principalmente quien ocasionalmente ejerce el poder—vean al periodismo como una oveja negra descarriada. Esta es la explicación del por qué el poder termina pelando los dientes y afinando las garras contra quien se atreve a opinar o a difundir una noticia que no sea de su agrado.

Valga señalar que no siempre el periodismo está al servicio de la objetividad. O para decirlo de otro modo, existe cierta clase de periodismo que termina arrodillándose al poder. Este periodismo, además de dañino, termina por poner contra la pared a quienes intentan ofrecer un periodismo al servicio de la sociedad. Dos formas de encarar noticias las encontramos en dos pueblos poco distantes entre sí: Honda y Mariquita.

En Honda hace pocos días una noticia causó estupor a nivel nacional. La historia es esta: un indigente que habiendo llegado al mal llamado anfiteatro no hubo autoridad municipal que se apersonara de su funeral. Lo feo del caso está en la manera como los autoridades procedieron. Putrefacto el cadáver las autoridades no tuvieron más remedio que echarlo a una bolsa plástica, recogerlo en el carro de la basura y botarlo como cualquier desecho en un hueco del cementerio.

Las autoridades hondanas se sintieron indignadas no tanto por los hechos en sí que fueron ciertos, sino la manera como se procedió a dar fe de la noticia. Quienes estuvieron en contra de que se hubiera difundida la noticia atacaron con improperios la actuación del periodismo, querían ocultar el hedor del cadáver con las manos.

El argumento central de la rabieta estaba en que el periodismo debía dar cuenta de lo bueno y no de las salvajadas que hace la sociedad. Se olvidan ellos que el deber del periodismo es informar, independiente de lo que algunos sectores de la sociedad quieran escuchar, leer o ver.

En Mariquita algunos sectores de la sociedad se quejaban del por qué el periodismo daba cuenta de la ola de asesinatos, robos y atracos. Quienes se creen estandartes de la moral aullaban diciendo que con tales noticias se le estaba haciendo mala propaganda al pueblo. Pedían que los atracos, robos y asesinatos se quedaran en casa.

Sin embargo, frente a tanta mojigatería, otras voces —por fortuna mayoritarias— se han levantado clamando justicia y protección para el pueblo. Quieren que el alcalde y las autoridades legales actúen y el periodismo denuncie. El hecho que llenó la copa y que ha causado indignación fue la noticia en torno a la muerte del señor Manuel Antonio Ariza Beltrán.

La historia es esta: el pasado domingo después de recolectar dinero para la intervención quirúrgica de su pequeña hija de tres años —afectada por una enfermedad de corazón— fue asaltado, robado y asesinado.

Tanto la historia del indigente como la del padre luchando por salvar a su hija muestran la descomposición del tejido social. Es tal el extremo que el sentido de la piedad está desapareciendo.

Pero, lo más grave de todo, es que los dos hechos muestran dos facetas infames de quienes pasajeramente detentan el poder. El del indigente, bien vale la pena preguntarnos por los fondos económicos que deben tener los municipios para atender estos casos. Y en el del padre asesinado qué hacen las autoridades municipales que no atienden a estos sectores de la sociedad que no poseen recursos y que agobiados por la necesidad se ven obligados a mendigar en las calles.

Causa molestia que algunos mojigatos con su doble moral crean que estos hechos tengan que pasar desapercibidos. Da rabia también que existan sectores retardatarios de la sociedad que quieran decirle al periodismo ¡callen! Una sociedad así deja mucho que desear. Tratar de acallar o de arrodillar al periodismo es una afrenta a la democracia y a la libre expresión. Quienes se portan de esta manera son un peligro para el individuo y la sociedad misma, pues estarían anhelando borrar de un tajo la libre expresión y el derecho a una sociedad a estar informada.