Armando Moreno Sandoval
Recuerdo la vez que, en un curso que impartí en
el programa de Historia de la Universidad del Tolima, un estudiante inquieto
que no tragaba entero, me inquirió diciéndome por qué la bibliografía que se
leía en las asignaturas solo existía referencias de autores europeos. Le
respondí que más que un problema de colonialismo mental y académico era la
incapacidad que tenían las Ciencias Sociales para comprender nuestras
mentalidades que, a decir verdad, son diversas.
Y es lo que explica en parte por qué los profesores que laboran en las universidades estatales lavan sus títulos académicos yéndose a cursar doctorados en universidades gringas o europeas. Y lo que es peor, cuando regresan y hablan, lo suelen hacer con un lenguaje enredado entre la lengua materna y la lengua en que adquirieron el doctorado. Este arribismo pequeño burgués por lo general se da entre los postgraduados en Ciencias Sociales. Es muy raro escuchar a un científico (en el campo de la física, biología, química o matemáticas, etc.) en estas nimiedades.
Esto no sucede solo en Colombia. Sucede en Latinoamérica,
Asia, etc. Es el predominio del pensamiento europeo. Razón tenía el profesor
Germán Colmenares cuando dijo en un curso de la Maestría en Historia Andina en
la Universidad del Valle, que la historiografía colombiana era una extensión de
la europea.
Aunque esta deuda por comprender nuestra
realidad se ha venido saldando de vez en cuando con uno u otro texto, aún sigue
siendo difícil hallar reflexiones que exploren el por qué Latinoamérica sigue dando
vueltas como corcho en remolino. Por qué Latinoamérica sigue empantanada.
Incluso uno podría atreverse a pensar para qué Ciencias Sociales si son
incapaces de comprender nuestra forma de ser, de pensar, de actuar, esas maneras
particulares de ver el mundo.
Alguien desde su propia orilla ideológica podría
reprocharme que estoy pecando de arrogante. Respondería sin temor a equivocarme
que, si en algo está fallando las Ciencias Sociales, es que quienes han
encontrado en ellas un quehacer no son muy dados a la controversia, a disentir.
Por el contrario, les gusta alimentar verdades absolutas.
Pienso que el libro Miguel Samper
Agudelo. Un economista a contracorriente (Unión Editorial
Colombia, 2022) de Mario Jaramillo que se presentó el pasado 3 de julio
en la feria del libro de Honda (Tolima) es un abrebocas para reflexionar en
torno del por qué Colombia no ha podido encontrar una buena brújula que la
lleve a un buen puerto.
Más allá de caer en el cliché de que don Miguel
Samper Agudelo vivió en Honda y tuvo sus negocios allí, la biografía tiene la
particularidad de haber sido construida en una línea de tiempo que va desde la
procedencia del apellido Samper hasta la muerte de don Miguel a finales del
siglo XIX, exactamente en el año que comienza la Guerra de los Mil Días.
Una de las particularidades que tiene esta
biografía es que fue escrita en contravía de las corrientes historiográficas
que surgieron a partir de la década de los 80 del siglo XX, lo que se ha dado
en llamar cultura popular, voces subalternas, etc.
Cuando digo contravía es porque, a mi manera de
entender, Jaramillo le sirve en bandeja de plata al lector cómo pensaba la
elite intelectual del siglo XIX.
Para escudriñar las ideas de don Miguel Samper,
Jaramillo no solo se vale de los escritos del mismo biografiado, sino que recurre
a fuentes secundarias tanto de la época como de quienes se han ocupado de
comprender el siglo XIX, y así brindarnos una pintura de lo que fue dicho
siglo.
Pero lo que más llama la atención es la manera
como Jaramillo juiciosamente nos señala de quiénes fue que don Miguel Samper se
nutrió intelectualmente para forjar luego sus propias ideas. Y por qué pensó
así y no de otra manera. Brillante síntesis que nos hace Jaramillo ya que nos
lleva a recrearnos a través de don Miguel Samper cuál eran las ideas que
estaban en boga para la época. Es así como, a través del pensamiento de don
Miguel Samper nos lleva a tropezarnos con las ideas de Ezequiel Rojas, Manuel
Ancizar, François Quesnay, Adam Smith, Richard Cobden, William Gladstone, Juan
de Mariana, Pierre Paul Leroy-Bealieu, John Stuart Mill y Alexis Tocqueville, entre
otros.
Como en Colombia es muy dado que quien hace un
comentario de un libro, una reseña, una crítica, más que a valorar el esfuerzo
es a destruir, o, en el peor de los casos, a ningunear por qué no dijo esto o
aquello, esta biografía tiene la particularidad de que al lector le instala la
idea que para encontrar la brújula que antes mencioné, es necesario estudiar y
comprender cómo fue que las elites pensaron a Colombia en el siglo XIX.
A medida que se lee el libro, Jaramillo deja unas
rendijas que permite ir rumiando ideas halladas en otros libros. Piénsese para
el caso nuestro El Pensamiento colombiano del siglo XIX de Jaime
Jaramillo Uribe o este otro que las generaciones actuales poco han leído: Las
ideas de Laureano Gómez de James D. Henderson.
Una de las tantas ideas que hay en el libro, y
que es una enfermedad que aún existe en Colombia, es la afirmación que hacía
don Miguel Samper a mediados del siglo XIX de la excesiva reglamentación y la
exagerada desconfianza que tenía los dirigentes de los partidos políticos de
las aptitudes ajenas.
Afirmación esta de don Miguel Samper que luego
desarrollaría a mediados del siglo XX el historiador mejicano Edmundo O´Gorman
en su libro La invención de América. Texto que curiosamente ha pasado
desapercibido en las aulas de las universidades y que uno se pregunta por qué. ¿Mediocridad
intelectual de los profesores? Vaya uno a saber…
Creo que Jaramillo sintetiza muy bien lo que O´Gorman
da cuenta en su libro: que lo que hicieron las elites a través de las leyes,
los códigos, los reglamentos, etc, etc, no tenía nada que ver con la realidad
de la sociedad. Es decir, que los
Estados que surgieron estaban concebidos en el papel, pero que la sociedad iba
por otro lado. Fueron Estados republicanos que se concibieron en el escritorio
donde el grueso de la sociedad quedó excluida. Es lo que explica por qué a la
muchedumbre poco le importó que era lo que esas elites estaban concibiendo.
Pero lo que da cuenta O´Gorman no es
precisamente el pensamiento de don Miguel Samper. Fue la manera como las elites
de mentalidad conservadora construyeron a Colombia. Que, a decir verdad, — y a excepción
de las presidencias de Alfonso López Pumarejo— son las mismas mentalidades que
se han instalado hasta este siglo XXI en el manejo del Estado.
Quienes han estudiado el pensamiento de don
Miguel Samper dicen de él, que fue el precursor del republicanismo en Colombia.
A pesar de que siempre estuvo a caballo entre su actividad empresarial y la
política, pensaba que se debía construir un Estado donde este no se entrometiera
en la vida privada de los ciudadanos. Un Estado liviano que no asfixiara al
ciudadano con impuestos. Un Estado libre de los vericuetos de la reglamentación
normativa. Un Estado que fuera garante de la creación de empresa, del libre
mercado. Un Estado que garantizara la educación gratuita y la libertad de
culto. Un Estado garante de la libertad política y el pensamiento.
Por supuesto que, en un siglo tan turbulento como
fue el siglo XIX atrapado en guerras y en pasiones ideológicas, no siempre las
ideas de don Miguel Samper catalogadas de revolucionarias triunfaron. Diversas
fueron las leyes que él impulsó, pero vale una en particular cuando habiendo sido
elegido a la Cámara de representantes por el Cantón de Mariquita, y siendo vicepresidente, se aprobó: la ley que abolió la esclavitud y que entró a regir a partir del 1 de
enero de 1852.
Que no se equivoquen la dirigencia política de
estos tiempos turbulentos del siglo XXI atrapados en los populismos de
izquierda y derecha. La desgracia es que estos dirigentes siguen pensando la
sociedad, el Estado y sus instituciones, exactamente como lo hacían las elites
políticas retardatarias, reaccionarias y conservadoras que se opusieron a las
ideas de don Miguel Samper en el siglo XIX. En nada hemos cambiado.
Seguimos dando tumbos…