Armando Moreno Sandoval
Es lo que explica por qué durante buena parte del
siglo XX y de lo que va el siglo XXI los grupos armados siguen tan campantes
echando bala y matando a mansalva. Por mucha retórica que echen los políticos,
intelectuales y pazólogos, todo parece indicar que existe un gen en el colombiano
que se niega a aceptar autoridad alguna.
Lo que ha pasado en los últimos setenta años en
Colombia con los grupos armados que vendían la felicidad a punta de secuestros
y bala, así lo confirma. De nada han servido los procesos de paz con el EPL, el
M-19 y las FARC-EP. Pues, gústenos o no, ahí están las famosas disidencias que,
como sucedió en el siglo XIX, desconociendo la autoridad de sus “jefes” prefirieron
desconocer los acuerdos para seguir con las mismas.
Esto que ha pasado con los grupos armados se repite de
igual manera con los partidos y movimientos políticos. Desde cuando el
requetegodo Álvaro Gómez Hurtado con su Movimiento de Salvación Nacional y
décadas más atrás Alfonso López Michelsen con su Movimiento Revolucionario
Liberal le dieron por abrirle tronera a los Partidos Conservador y Liberal, las
disidencias no han dejado de parar. Hay partidos y movimientos políticos para
todos los gustos y disgustos.
Pero lo bueno de este desmadre de grupos políticos es
que el “populacho” echa para donde le da la gana. Aunque en estos días hemos
visto que, mientras los tales “jefes” por lo alto hablan de alianzas, las
llamadas “bases” jalonadas por algunos “subjefes” creyéndose con autoridad
migran hacia otros partidos. Es lo que está pasando con el Partido Liberal o la
Alianza Verde que, sin que los altos “jefes” aún no han decido con cuál
candidato a la presidencia se van a ir, los llamados “subjefes” han decido con
quién irse. Fue lo que pasó en el Tolima con los “subjefes” del Partido Liberal
que, en rebeldía con el gamonal mayor del liberalismo, hicieron rancho aparte.
Pero lo que no saben estos “subjefes” de pacotilla es
que el “rebaño” no es dócil. Estos mismos “subjefes” en su delirio político al
alinearse con tal o cual candidato a la presidencia pretenden hacerle creer al
“rebaño” cuál es el ganador.
Una mirada a las cifras de las elecciones del pasado
14 de febrero para el Senado en Colombia demuestran que quienes trinan en
twitter, whatsapp, facebook, etc, lo hacen siguiendo la alharaca de quienes van
a una manifestación. Son pancartas virtuales que están alejadas de toda
realidad.
Si bien es cierto que en esta era de la Postverdad el
lenguaje al resignificar los hechos engaña y aturde a la gente, otra
cosa es cuando se resignifican esos mismos hechos para cuestionar esa
misma verdad que ciegamente intentan imponer.
En el departamento del Tolima el gran ganador fueron
los votos no marcados, nulos y blancos que sumados dan 73.906 votos. Superados
por el Partido Conservador con sus 178.300 votos, los demás partidos quedaron
en pañales, que, como el Pacto Histórico solo alcanzó la cifra de 48.600 votos.
Una pesquisa aleatoria a tres municipios al norte del
departamento del Tolima (Honda, Mariquita y Armero-Guayabal) indica que sus
electores tienen otros sueños e ideas que no coinciden con lo que dicen los
medios, los analistas convidados de piedra y los fans.
En estos tres municipios de un total de 27.704 electores
potenciales los votos no marcados, nulos y blancos alcanzaron la cifra récord
de 4.502 votos.
Pero lo que más interesa aquí es como se comportaron
sus 24.434 electores con sus votos válidos en dichos municipios. Es curioso cómo
solo tres partidos —el Partido Conservador con 5.640, el Centro Democrático con
6.127 y Cambio Radical con 3.988— alcanzaron la suma de 12.755 votos,
equivalente al 80.58% de los votos válidos. Si contrastamos esta cifra con la
votación del Pacto Histórico en los mismos tres municipios señalados —2.478
votos, equivalente al 19.42%— la pregunta que nos asaltaría es el porqué de
la algarabía triunfalista en las toldas del Pacto Histórico cuando las cifras
están reflejando otra realidad.
Aunque este comportamiento se refleja casi que, en
todo Colombia, entre las muchas conclusiones a que se puede llegar es que, en
tiempos en que se ha instalado la Postverdad en la sociedad, es
sumamente dañino para la salud mental esos aires triunfalistas. Y, como dice el
refrán popular, eso de ensillar la bestia sin haberla comprado no es nada bueno.
Este ejercicio electoral parroquial, pero demasiado
importante porque nos muestra una tendencia, nos lleva a pensar en esos fans
petristas que, al no razonar con cifras, están convencidos que lo que ellos
dicen es la verdad.
Incluso, es muy posible que en el chip mental de los fans
petristas no haya espacio para la derrota. ¡Que peligro!