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jueves, noviembre 15, 2018

Colombia, las ilusiones, los sueños y la culebra que se traga así misma

Armando Moreno Sandoval
Virginia Wolf la escritora inglesa, dijo: “Cada uno tenía su pasado encerrado dentro de sí mismo, como las hojas de un libro aprendido por ellos de memoria; y sus amigos podían sólo leer el título”, fueron las frases que me saltaron a la mente al terminar de leer el libro del hondano Jaime Cedano Roldan: Paz en Colombia. Crónicas de ilusiones, desencantos y viceversas.
A medida que fui pasando las yemas de los dedos por la pantalla de mi tablet me fui construyendo una versión de un pasado muy parecido al de los individuos en estado de coma. Eran filminas que mi cerebro fue desempolvando, pues a medida que avanzaba en zigzag, era la misma historia pero narrada a través de otra voz.
En efecto comprendí que el pasado es poliédrico  y que los hechos como tales están amarrados a las interpretaciones; y que dar cuenta del pasado desde el presente nos puede llevar por otros caminos así se haya vivido, sentido y conocido los hechos de ese pasado. Fue exactamente lo que aprendí al leer los textos de Cedano.
Lo que quiero afirmar es que los hechos están en el recuerdo, la memoria, la imagen, el texto. Lo que se discute es su interpretación que, en últimas están mediados por la ideología, los sentimientos y por qué no esa mirada que se hace desde el presente. Porque si ello no es así, entonces qué sentido tendría escribir sobre el pasado, pues lo estaríamos pensando como un axioma ya que las preguntas sobre ese pasado sobrarían.
Pienso que la generación que nació a mediados del siglo XX fue una generación atrapada por los fanatismos de los metarrelatos de la primera mitad del siglo XX (fascismo, nazismo, falangismo, estalinismo, maoísmo, sovietismo). Metarrelatos que luego hicieron tránsito a la segunda mitad del siglo XX para asaltar las mentes de una generación que más que brindarle rebeldías oníricas, les ofreció fueron pócimas de odio y muerte.
La generación que creció en la segunda mitad del siglo XX, y que empezó a envejecer con el siglo XXI, además de ser la del estado de sitio, es la misma que escuchó hablar de los cortes “franelas” de  liberales y conservadores en la años de la violencia bipartidista, la que luego años más tarde cabalgaría junto al humo de los cañones de los comunistas, paracos, narcos y ohhhhhh que vergüenza la misma de  la de los corruptos. Es la generación que solo vivió el amor en los versos de los poemas, pero que si hizo mucho para odiar. Es la generación que niega al otro, porque ese otro solo es posible si piensa y es igual a mí.
Si la generación que nació a mediados del siglo XX le hubiese hecho el quite a los metarrelatos del fanatismo ideológico (llámese nazismo, fascismo o comunismo en todas sus vertientes) quizás hubiésemos construido otros caminos con menos cruces, con menos filos de machetes, con menos casquillos regados por doquier, con menos fosas, con menos muecas, con menos gritos de dolor al enfrentar las diversas máscaras que tiene la muerte.
Pero no. Esos otros caminos fueron imposibles. En los metarrelatos —esas grandes construcciones teóricas que le trazaron y aún le trazan el camino a la humanidad (desde el cristianismo hasta el marxismo, pasando por los grandes sistemas filosóficos herméticos y cerrados) — no hay espacio para los débiles. Solo así podemos entender los horrores de Auschwitz o los Gulag de las estepas rusas.
El filósofo de la ciencia, Karl Popper, en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, publicada en 1945 poco después de culminada la Segunda Guerra Mundial, escribió, que era ignominioso que ideología alguna a nombre de ella justificara la muerte. Sin embargo, no se entiende cómo una buena proporción de intelectuales, académicos, escritores y poetas condenaran las atrocidades ignominiosas de los totalitarismos de derecha e hicieran caso omiso de las atrocidades de los totalitarismos del “socialismo real”. Hechos indefendibles que solo ahora aún siguen siendo alimentadas desde la izquierda o de la derecha desde las posturas de la post verdad.
La obra de Popper, ninguneada tanto por la derecha como por la izquierda, pasó desapercibida. Aunque solo es leída en seminarios universitarios especializados, el legado de este filósofo para reinventar la democracia liberal ha sido arrojado al cuarto de San Alejo. Es una obra inconmensurable para comprender la democracia liberal. Solo los demócratas se atreven a leerla y a consultarla. No es sino recordar la respuesta a aquella entrevista cuando le preguntaron al viejo Popper qué era la democracia. Como todo un sabio respondió. La democracia no tiene definición, pues ella en sí misma es una construcción permanente. Será la misma sociedad quien la proteja cuando lleguen los totalitarismos de cualquier cuño ideológico  a torcerle el cuello para ponerla a su servicio bien sea por la vía de las leyes o de los cañones.
Ahhhh…! que frases tan sabias y qué desgracia la de Latinoamérica cuando las ideologías que venden ilusiones y sueños amañados llegan para perpetuarse en el poder. Esa es la desgracia de Latinoamérica desde la frontera de Méjico con Estados Unidos hasta la frontera de la Patagonia con la Antártida.
Ayer fueron las dictaduras militares de derecha, ahora en este siglo XXI son las dictaduras constitucionales de izquierda. En esta borrachera de ideas que solo saben hacerle loa a los cadáveres, está Colombia. Pero quien lo creyera! Aún hay generaciones, algunas jóvenes otras ya muriéndose, que todavía creen que la democracia hay que construirla a la manera de los versos del poeta Vladimir Maiakovski: “¡Enderecen la marcha! Para palabrerías no hay sitio. ¡Silencio, oradores! Es suya la palabra, camarada máuser. Basta de vivir con leyes dadas por Adán y Eva”.
La tragedia de Latinoamérica no es la metáfora del coronel Aureliano Buendía de García Márquez. Ni tampoco es el lloriqueo que retrata Eduardo Galeano en su obra Las venas abiertas de América Latina, ni tampoco es el volar del cóndor en los labios de la canta autora Mercedes Sosa. Es más simple: es una culebra que permanentemente se traga así misma por la cola. La culebra son esas ideologías tanáticas y fanáticas que deciden por otros en medio de la indiferencia, es la culebra que hace oídos sordos a los llantos de los niños y de las niñas huérfanos de padre y madre.
Los símiles para describir a Colombia son variadísimos, podría uno pensar que nuestro país es un palimpsesto de odio y muerte que repite el mismo guion con diferentes actores dependiendo la época que les tocó vivir. Así ha sido desde Bolívar y Santander. Y este siglo XXI cuando creíamos que las ideologías de la muerte habían dado paso al respeto por la diferencia nos vemos de nuevo atrapados por el odio que emana de las fauces de los señores de la muerte.
De lo que tal vez no nos podemos quejar es que Colombia es una construcción hecha con metáforas, ya sea  por aquellos que dicen pensar el país —al estilo de William Ospina con su Franja Amarilla—, o por quienes tomándose el ultimo cuncho de la cerveza en una cantina de mala muerte, al ver flotar cadáveres río abajo se jactan y alardean —como cualesquier político— de tener la fórmula de salvación de este país.
En este siglo XXI cuando se pensaba que la democracia liberal y sus diversas formas de gobierno estaban libres de los fanatismos ideológicos, es cuando menos lo está. El surgimiento de los nacionalismos y los populismos tanto de derecha como de izquierda están lanzando dardos envenenados contra la democracia liberal y el legado heredado a partir de la Ilustración. Pues mientras la culebra de los fanatismos ideológicos se siga engullendo así misma, la democracia liberal correrá el peligro de estar herida de muerte.
Mientras estaba finiquitando el libro de Jaime Cedano llegó a mi mente los recuerdos de mis viejos amigos, quienes convencidos por una causa no pudieron terminar el ciclo de sus vidas como corresponde: morir de viejos. Pienso en Honorio Moreno y en mi viejo amigo de pupitre y de colegio Fabio Pescador. El recuerdo de ellos volvieron a vivir en mí.
A Honorio Moreno, sindicalista y militante del Partido Comunista, el Estatuto de Seguridad le arrebató de la manera más vil su vida. Torturado hasta decir no más! fue hallado a la vera del camino entre Mariquita y el río Guarinó. En Mariquita un barrio lleva su nombre en memoria del aguerrido luchador sindicalista. En vano he buscado su tumba, nadie da razón de él.
Fabio Pescador después de estar preso varios años en la base de Palanqueros en Puerto Salgar terminó orate y deambulando por las calles de Mariquita. Como si su hogar fuera uno de los círculos del infierno de la Divina Comedia de Dante, solía hablar y comentar los encuentros en el purgatorio con sus viejos camaradas de lucha. En medio de sus delirios solía relatar que con el camarada Honorio Moreno hablaban mucho de esto y de aquello, y que a la tertulia llegaban esos otros que también había sido desaparecidos. Poco hablaban de la revolución, hablaban de lo bonito que era la vida. Y así murió.
Hoy están en el olvido.
Me alegro sí por el viejo Cedano que en entre sevillanas y los olés siga sonriéndole a la vida por muchos años más.