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jueves, septiembre 08, 2016

Era mucho el miedo

Armando Moreno Sandoval

Armero en la narrativa literaria del siglo XXI

Alejada de toda etiqueta feminista, Gloria Inés Peláez, antropóloga y novelista manizalita, nos trae un cuadro poliédrico social del norte del Tolima a través de su segunda novela Era mucho el miedo.

Alejada también, como ella misma lo confiesa, de los mercados editoriales, pues escribe por el placer de escribir y de este modo alejar los fantasmas que lleva dentro, su narrativa ha ido imponiéndose poco a poco dentro de un público lector que cada día la valora más por su calidad literaria que, por los inciensos que se insuflan en las reseñas de libros a merced del mercado.

Es posible que algún despistado lector sin haber leído Era mucho el miedo tilde la novela de provinciana. No debemos olvidar que la tarea de quien se aprecie escritor, es el de crear y dar cuenta de simbolismos universales a partir de lo local.

Ese es el legado y la tarea que nos han dejado los grandes maestros de la literatura. Que sería del maestro de los maestros, el estadounidense William Faulkner sin su aldea Yoknapatawpha o el colombiano Gabriel García Márquez sin su Macondo, o, este otro maestro de maestros, el polaco nacionalizado inglés Joseph Conrad, un grande de la literatura, cuyos tramas y personajes transcurren en espacios cerrados pero, sobre todo, abiertos a la imaginación.

Era mucho el miedo es una novela conmovedora, bellamente escrita, pero, sobre todo, excesivamente actual. A través de Adelita, su personaje central, la escritora va desempolvando un cuadro social que, sin caer en la cursilería y el lloriqueo, nos trae a cuenta las violencias, los desasosiegos del alma humana, los fantasmas recurrentes del inconsciente como la que encarna su madre que, en una perenne evocación de su Armero amado, se niega a borrarlo de su memoria.

Este cuadro de la memoria representada en su madre que se niega a enterrar a Amero, contrasta con el tiempo antropológico de su hija y de su media hermana —la prostituta avalanchera salida de la Casa de la Muñecas—, que, asumiendo el desplazamiento como opción de vida y de sobrevivencia terminan recorriendo las calles del Barrio Santafé en Bogotá en medio de burdeles, transexuales, gays, putas de mala leche y ladrones.

Aunque el norte del Tolima después de la avalancha de Armero en 1985 ha dado origen a una narrativa que podríamos llamar “avalanchera” y oportunista, es, con esta novela, Era mucho el miedo, que, sin lugar a dudas, el norte del Tolima, adquiere una nueva factura narrativa.

En esta novela la escritora también nos recrea las relaciones de poder que genera una institución como la familia, la política premoderna como el gamonalato, el caciquismo y el favor, o, el poder de las relaciones sexuales dominantes y dominadas; y que decir de las familias disfuncionales como la que representa la misma progenie de Adelita y la de su padre rico y terrateniente mujeriego venido a menos.

Más allá de este cuadro social que aún persiste a caballo entre la modernidad y premodernidad está también la cultura popular. Es el caso del “Toro de Oro” que comandó la avalancha para arrasar con Armero pero, sobre todo, la lectura que nos hace del tiempo rural del norte tolimense con una mentalidad lenta y premoderna atada a las creencias populares, al folclor mágico y a los maleficios; y que contrasta con un tiempo veloz que genera la urbe como sinónimo de modernidad. De una ciudad que no se detiene, que cambia día a día, pero, que para sobrevivir, hay que empeñar el alma. Cuadro desgarrador y contradictorio que es el signo o la marca de millares de familias colombianas.

Es en este contraste premoderno y moderno donde el lector podrá encontrar con sabia maestría los ritmos sociales, temporales y espaciales en que siempre se encuentran atrapadas las sociedades.

En un país donde la narrativa de los hombres es más visibilizada que la de las mujeres, bien vale tener en cuenta y leer Era mucho el miedo. Pues, como dice la misma escritora, lo que hizo fue ficcionalizar los hechos que transcurren en el último cuarto del siglo XX y que arranca precisamente desde la avalancha que sepultó Armero en noviembre de 1985.