Desafortunadamente en las universidades colombianas profesiones que tiene ver con el llamado desarrollo, o, progreso, en sus planes de estudios este conocimiento antropológico pasa desapercibido, e, incluso, lo desconocen.
Lo chocante es que este discurso de la Antropología del Desarrollo ha llegado a la misma sociedad a través de los mismos funcionarios gubernamentales que han terminado por aceptarlo y acatarlo a regañadientes.
A pesar del desconocimiento de la Antropología del Desarrollo, lo cierto es que cuando se implementan proyectos mineros como los de la Colosa en Cajamarca, o, el Páramo de Santurban en Santander, o, el más reciente en Armero-Guayabal con el basurero al aire libre, la sociedad con sus voces indignadas se dejan escuchar.
La marcha del 21 de enero
Una muestra de indignación fue lo que sucedió el pasado 21 de enero en Armero-Guayabal. La marcha que se llevó a cabo por las calles del pueblo, y por la vía que va del casco urbano al puente de Sabandija, es el mensaje fehaciente de que los proyectos en vez de imponerlos deben, antes que todo, ser consultados y socializados con las comunidades.
Con la presencia de los habitantes de Armero-Guayabal y su párroco, de los profesionales que integran el Comité Veedor, el alcalde del municipio y el gobernador del Tolima, en el parque del pueblo se escucharon las voces de quienes que con argumentos técnicos, jurídicos y científicos ponían en entredicho las bondades del llamado Relleno Sanitario del Norte o Parque Industrial Santodomingo.
Al gobernador del Tolima y al representante de Cortolima les hicieron saber que el proyecto nunca fue socializado. Cortolima quedo así como una entidad que en vez de escuchar desconoce las voces de la comunidad. Y con este criterio absurdo dio el visto bueno a la licencia ambiental imponiendo de este modo la iniciación del proyecto.
Pero lo que más le indignó a los antiguos pobladores de Armero fue la mentira, el engaño. Cuando surgió la idea del proyecto para darle solución a la basura de los nueve municipios que conforman el norte del Tolima —Armero-Guayabal, Mariquita, Lérida, Palocabildo, Falan, Casabianca, Líbano, Murillo y Villahermosa— era de que se iba a construir una planta para reciclar la basura. Es decir, darle un valor agregado a la basura y, de este modo, atacar el desempleo que tanto agobia a los municipios del norte del Tolima.
La idea, como toda idea buena, y cuando de generar empleo se trata, gustó. Pero, con el correr del tiempo, los armeritas-guayabalunos se dieron cuenta que todo era un embuste. Que el tal Parque Industrial Santodomingo solo era un nombre escrito en el papel y que la basura en vez de reciclarse iba a ser votada a un hueco tal como la echaban en los carros recogedores de basura.
Como si la mentira y el engaño no bastaran, otro aspecto que hace más inviable el proyecto es su impacto ambiental. La gente se pregunta cómo es posible que Cortolima haya dado una licencia ambiental a un proyecto que aniquila todo vestigio de naturaleza animal, vegetal y humana.
Como todo proyecto que se inicia sin el consentimiento de la sociedad este termina siendo justificado por quienes se benefician, Luis Arturo Rojas Valderrama, gerente de las Empresas Públicas del Norte del Tolima, ha dicho que el proyecto está bien sustentado y diseñado.
Aunque el señor Rojas Valderrama se empecine en defender el proyecto, los argumentos técnicos y científicos presentados por la comunidad con el apoyo de geólogos, biólogos, abogados e ingenieros dicen lo contrario.
La inviabilidad del proyecto
El párroco de Armero-Guayabal señaló que el tal basurero está en un sitio donde nacen quebradas que como las de San Jacinto, La Zorra, La María y Santo Domingo terminan arrojando sus aguas al río Sabandija. Con una explicación sencilla el párroco dio a entender que por estar las basuras en un hueco mal hecho, el veneno que emana de las basuras llamado lixiviados, y que aniquila la vida por donde pasa, al filtrarse por las rocas porosas, termina en las aguas de dichos ríos matando toda clase de peces, reptiles y plantas.
Además de este daño ambiental lo preocupante es que estos lixiviados al llegar al río Sabandija terminan haciendo un daño a la salud de los pobladores de Armero-Guayabal. Como se sabe es en dicho río donde se toma el agua para el consumo diario.
De otra parte, la exposición que hiciera el abogado Helio Jiménez Toquica da a entender que el proyecto desde un comienzo arrancó mal. Comenzando por el terreno. Antes del año 2006 el área donde se construyó el relleno era considerado como de reserva natural y de protección. Pero Cortolima en su afán de emprender el proyecto obligó al municipio a cambiar el uso del suelo, engañando de este modo a la comunidad.
Otros puntos que fueron cuestionados por el comité veedor fueron las características del suelo. Los estudios geotécnicos señalan científica y técnicamente que el suelo donde está el relleno no es apto porque su composición es arenosa y fragmentaria. Es más, por el mismo relleno pasa una falla geológica, lo que haría más vulnerable el relleno. No obstante, la pregunta que se hace la gente del común es por qué Cortolima se empecina en afirmar lo contrario.
Otra metida de patas de Cortolima tiene que ver con el estudio hidrológico que hizo el personal técnico de la entidad. Los habitantes de Armero-Guayabal saben que donde está el relleno es una de las zonas más hermosas del municipio por su diversidad vegetal y animal. Sin embargo, el estudio de Cortolima da a entender que lo que había allí era un peladero.
Aunque la Resolución 011 de enero 4 de 2012 le da la razón a la veeduría pues acepta que el proyecto no tuvo socialización, en otro apartado señala que el proyecto debe pararse porque se acabó el dinero.
Qué hacer con el relleno
Ahora los habitantes de Armero-Guayabal se están preguntando qué hacer con el relleno sanitario. Pues este le ha creado una serie de problemas que no saben cómo resolver. En primer lugar están los malos olores que ya empezó a expeler. Cuando les preguntaron a los profesionales de Cortolima qué hacer con los olores, estos ni cortos ni perezosos dijeron que se resolvería con unos cortavientos. No dejaron claro para donde los desplazarían. Lo cierto es que si no se resuelve este problema a corto plazo, es muy posible, que esos fétidos olores terminen soportándolos los habitantes de Mariquita, Lérida, Méndez y el mismo Armero-Guayabal.
El otro gran problema es el dique de contención que ya se reventó. O sea que los lixiviados que son tóxicos van a comenzar hacer de las suyas en las quebradas que alimentan de agua al río Sabandija. Para rematar, el tratamiento de los lixiviados no será por ahora, sino dentro de dos años.
Aunque la plata se acabó lo único que quedó bien hecho fue la balanza para pesar la basura. No obstante, el mismísimo gerente Luis Arturo Rojas Valderrama a pesar de que el proyecto ya se comió los primeros $ 2.068 millones aún falta mucho por hacer. Él dice que la vía que conduce al basurero hay que hacerle mejoras y, según él, valen la bicoca de $ 1.300 millones.
Lo otro que hace falta mejorar y que fue muy enfático el abogado Toquica, tiene que ver con el manejo de los gases y de los lixiviados, la impermeabilización, el sistema de filtros, pozo de inspección, cajas, chimeneas y un largo etcétera de nunca acabar y que valen a pesos de hoy $ 805 millones.
Aunque estas sumas las hace el gerente Rojas Valderrama, este señor parece tener oídos sordos a la indignación de los habitantes de Armero-Guayabal. Los habitantes, con el comité veedor a la cabeza, han sido enfáticos en afirmar que no quieren saber nada del relleno sanitario.
Al gobernador Delgado Peñón le hicieron saber que era urgente pensar en una propuesta alternativa. La propuesta es echar para adelante lo pensado inicialmente: una planta de reciclaje de basura en un sitio diferente y que sea fuente de generación de empleo.